lunes, 18 de noviembre de 2019

Francisco Mora : “Mitos y verdades del cerebro. Limpiar el mundo de falsedades y otras historias”.


Recientemente comenté en este blog un libro firmado por Francisco Mora, un neurobiólogo granadino del que no conocía sus ideas. Su peculiaridad hizo que tratara de acercarme más a su pensamiento y lo hice a través de este libro que parecía abordar ideas más precisas sobre la neurología, la rama de la ciencia en la que, junto con la de educación, ha echado raíces que se traducen en la continuada publicación de libros que inciden una vez y otra sobre estos temas, en los que se nos aparece como apóstol, visionario y divulgador.
Al final todo acaba en la fe en la llamada Neurociencia, algo en que, inevitablemente, confluirán la ciencia y el humanismo, en medio de una exaltación de la idea de emoción. Emoción que nos brindara nuestro cerebro y su complejo funcionamiento, porque somos simples cerebros en su concepción. Es una nueva cultura que nos llega y que, como el mismo autor apunta, implica la utilización del prefijo ‘neuro’ a cualquier concepto que se aproxime a ella. O sea, que estamos ante un “neurolibro” escrito por un “neuroautor”. Lo que hace a uno sentirse como alguien que no llega a ser “neurolector”.
Francisco Mora no tiembla al meterse como Daniel en una jaula con los leones llamados mito y verdad. Porque del primero afirma que “no hay única definición del término mito” y de la segunda, que “no hay verdades absolutas como no hay nada que sea absoluto”. El que no tiemble se debe, sin duda, a que utilizará sus propias concepciones de lo que es mito y de lo que es verdad, aclarando que “son dos acepciones que, aun siendo contrarias, son la cara y la cruz de la misma moneda”. Eso sí, antes ha identificado el mito con el error, al igual que ha extendido su presencia hasta la postverdad de nuestros días.
Cita y critica algunos de los mitos más generalizados sobre el cerebro: su utilización únicamente al 10% de su potencial, la diversidad de los hemisferios derecho e izquierdo, la diferente utilización de las distintas capacidades sensoriales, el confuso mundo cerebral infantil o la existencia de un cerebro normal y típico que iguales a casi todas las personas. Todos estos ejemplos son analizados y destruidos, aunque utilizando con excesiva frecuencia la expresión “hoy sabemos que no es así...” y similares. A estos neuromitos se añade una curiosa referencia a otros más atípicos; la percepción extrasensorial, la telepatía, la levitación o la inmortalidad.
Llega el momento de “limpiar el mundo de falsas verdades”. Pero ¿qué es verdad? Verdad de verdad, claro. Aquí Mora muestra una enorme fe en los avances de la ciencia. La ciencia actual nos ha conducido a la verdad. Olvida sus errores pasados porque ahora conoce ya la verdad. Y hay que volverse a preguntar ¿Qué es la verdad? Hay una doble tentación en la que cae el libro: fiar el alcance científico en los datos percibidos y fiar su realidad en estadísticas al uso. Sorprende que, en un momento dado, afirme el libro: “bien pudiera ser que, con un nuevo pensamiento creativo, lo hallado hasta ahora no fuera considerado en ese futuro, como de “viejos mitos” “. ¿En qué quedamos Sr. Mora? Porque se tiene la sensación/previsión del alguacil alguacilado.
Asentado en sus ideas, hipnotizado por los que consideramos avances técnicos, Mora se aventura por el proceloso campo de lo que no se toca o no se ve. Adorador de un cerebro que todavía conserva sus misterios no desvelados, adopta una especie de primitivismo q     ue desprecia lo que no entiende. Ni ve las cuerdas, teórico componente último del universo, ni el alma que anima el espíritu. Ni sabe cuántos universos paralelos existen y si existen, pero sabe que el cerebro asume las funciones que muchas personas y pueblos atribuyen al alma. Ni siquiera admite que el alma sea mortal, pero distinta del cerebro.
Es fácil saltar del alma a Dios. Anticipemos que Mora se confiesa ateo en el mismo libro. Ateo, que no agnóstico. Y se afirma en ello al indicar que coincide con lo que las estadísticas dicen de la decadencia de cristianos, budistas, islamistas, hinduístas y pequeñas religiones. La religión es un mito que va despareciendo. Confiesa que no sabe quién pudo crear el mundo ni como lo hizo; le basta lo que le proporcionan los sentidos al cerebro a través de ellos. Proclama la importancia de la emoción, para descalificar a continuación el impulso religioso, ignorando su universalidad.
La solapa el libro nos informa que Francisco Mora es un experto en la convergencia de Ciencias y Humanidades. Él mismo habla de “la nueva cultura en la que comenzamos a vivir, producto de la convergencia entre humanidades y ciencia”. Pero uno se pregunta si las Ciencias no terminarán fagocitando a las Humanidades. De forma que terminemos añorando la “vieja cultura”. La tarea que se propone tiene algo de prometeica; invoca a Neruda diciendo “el hombre vive entre mitos y verdades, dedicación y ternura, en el trabajo de cada día, hecho de pan, verdad, sudor, vino y sueños”. Añadirá Mora: “los mitos, aun no siendo mentiras, son piedras en el camino que dificultan la andadura hacia una nueva verdad
El mito es la idea básica sobre la que se monta el libro, aunque el contenido de éste pretende referirse únicamente a los que se refieren al cerebro. Pero trata de todos los mitos en general, aunque abuse del nuevo término de “neuromito”. Todo aquello en lo que no cree lo convierte el mito, simplemente. Pero “un mito no es una mentira”; una mentira se demuestra fácilmente, un mito no”, aunque admite que son cosas que “incluyen algo de ‘verdad’ en ellas”. Así parecen coexistir verdades, mentiras y mitos.
Los mitos, según el libro tendrían un origen humano y emocional y estarían credos en el nacimiento de la humanidad, “anclados en nuestra historia original del pensamiento mágico”, aunque junto a ellos surgirán día a día nuevos mitos, como sucede con los relacionados con la neurobiología. Están ligados a la cultura y, sobre todo a los aspectos religiosos y sociales. ¿Estamos ante el mito de la necesaria destrucción de los mitos? Uno diría que sí; que no deja de ser un nuevo mito el de la “nueva cultura” libre de mitos. Es evidente que concurren las características atribuidas a los mitos: singularmente el carácter emocional de esa lucha y final victoria de la verdad. La creación de los mitos fue favorecida en tiempos ancestrales por clases específicas entre las que destacaron las sacerdotales; hoy esa función parece confiada a la maraña de personas encasilladas en las complejas estructuras universitarias y similares. Por otra parte, la antigua función del mito, destinada a explicar lo inexplicable y dotarlo de sentido, es sustituida por las fake news, creadoras en muchas ocasiones de auténticos mitos modernos.
El libro de Mora es una mezcla un tanto curiosa de certezas personales e ignorancias colectivas. Si existe un supremacismo intelectual lo hallaríamos en sus líneas, lo que es frecuente en los nuevos neurobiólogos, preocupados como están en digerir lo que la tecnología actual les está desvelando. Eso le lleva —llevado de esa fe en la nueva cultura que define y defiende— a sostener la unión total del cerebro con el resto del cuerpo, y al mismo tiempo desconocer la espiritualidad. Existe en consecuencia un gran desequilibrio entre las afirmaciones gratuitas y las negaciones del mismo carácter.
El autor no duda en meterse en los campos más alejados de su formación médica y neurológica. Incurre en dicho exceso cuando niega la existencia de Dios, el alma, de la libertad, de la realidad… reduciendo todo a producto del cerebro. Incluye en esta categoría por ejemplo la capacidad de abstracción del hombre, que considera producto simple del desarrollo del cerebro. Defiende, con razón, la variación que constantemente sufre la realidad y nosotros mismos, o las ventanas plásticas que permiten procesos de aprendizaje en animales y humanos. Mas gratuito es afirmar que entre ellas está la de formar conceptos. Lo que le lleva a afirmar que “clasificando abstractos, se alcanza conocimiento y los rudimentos básicos del pensamiento abstracto y simbólico. Y se crea el ‘orden’ en el mundo ’real’ en que vivimos”. Ello mueve a Mora a entrar en una especie de cuerpo a cuerpo con el concepto de realidad, para terminar declarando triunfante: “la ciencia es una amalgama de operaciones mentales que han conseguido, de un modo muy efectivo alcanzar conocimiento del mundo real”. Parece sentir un estremecimiento de satisfacción como el que debieron sufrir los ilustrados en el siglo XVIII o los positivistas en el XIX.
Justo es decir que, además de denunciar los mitos, dedica también su atención a “los mitos que no lo son”. Pero la muestra es decepcionante: “los tiempos atencionales de diez minutos”, olvidando que la atención decae fuera de esos límites en función de la calidad e interés de lo dicho por quien concita esa atención (lo que no parece mito es el aburrimiento); o el “déficit atencional y la hipermotilidad” (TDAH), o sea el viejo problema del niño hiperactivo, al que dedica una serie de páginas en las que se reafirma nuestra idea sobre el límite “atencional”; o la dislexia o el desdoblamiento de personalidad (TID). Procesos patológicos que, como la gripe o el ictus, no son mitos. Obviamente.
Termina ese breve repaso haciéndose la pregunta ¿Es un mito la libertad humana? La posición de Mora tiene algo de ambigüedad. Habla de factores conscientes (cognitivos) e inconscientes (emocionales) en la toma de decisiones; tiende a situar un ámbito de libertad en la decisión de veto del consciente, Al final confiesa: “pienso que una aproximación neurocientífica a estos problemas requiere de muchos más conocimientos que los que ahora se tienen…”. En todo caso concluye: “somos responsables de nuestras conductas”. Uno, claro, coincide con ambas afirmaciones.
Otro libro de otro entusiasta de la neurobiología. Excesivo e invasivo.

“Mitos y verdades del cerebro. Limpiar el mundo de falsedades y otras historias.” (216 págs.), es un libro escrito por Francisco Mora en 2018 y publicado ese año por Paidós en su colección Contextos.

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