Recientemente
comenté en este blog un libro firmado por Francisco Mora, un neurobiólogo
granadino del que no conocía sus ideas. Su peculiaridad hizo que tratara de
acercarme más a su pensamiento y lo hice a través de este libro que parecía
abordar ideas más precisas sobre la neurología, la rama de la ciencia en la
que, junto con la de educación, ha echado raíces que se traducen en la continuada
publicación de libros que inciden una vez y otra sobre estos temas, en los que
se nos aparece como apóstol, visionario y divulgador.
Al final todo acaba
en la fe en la llamada Neurociencia, algo en que, inevitablemente, confluirán
la ciencia y el humanismo, en medio de una exaltación de la idea de emoción.
Emoción que nos brindara nuestro cerebro y su complejo funcionamiento, porque
somos simples cerebros en su concepción. Es una nueva cultura que nos llega y
que, como el mismo autor apunta, implica la utilización del prefijo ‘neuro’ a
cualquier concepto que se aproxime a ella. O sea, que estamos ante un “neurolibro”
escrito por un “neuroautor”. Lo que hace a uno sentirse como alguien que no
llega a ser “neurolector”.
Francisco Mora
no tiembla al meterse como Daniel en una jaula con los leones llamados mito y
verdad. Porque del primero afirma que “no hay única definición del término
mito” y de la segunda, que “no hay verdades absolutas como no hay nada
que sea absoluto”. El que no tiemble se debe, sin duda, a que utilizará sus
propias concepciones de lo que es mito y de lo que es verdad, aclarando que “son
dos acepciones que, aun siendo contrarias, son la cara y la cruz de la misma
moneda”. Eso sí, antes ha identificado el mito con el error, al igual que
ha extendido su presencia hasta la postverdad de nuestros días.
Cita y critica
algunos de los mitos más generalizados sobre el cerebro: su utilización
únicamente al 10% de su potencial, la diversidad de los hemisferios derecho e
izquierdo, la diferente utilización de las distintas capacidades sensoriales,
el confuso mundo cerebral infantil o la existencia de un cerebro normal y
típico que iguales a casi todas las personas. Todos estos ejemplos son
analizados y destruidos, aunque utilizando con excesiva frecuencia la expresión
“hoy sabemos que no es así...” y similares. A estos neuromitos se añade
una curiosa referencia a otros más atípicos; la percepción extrasensorial, la
telepatía, la levitación o la inmortalidad.
Llega el
momento de “limpiar el mundo de falsas verdades”. Pero ¿qué es verdad?
Verdad de verdad, claro. Aquí Mora muestra una enorme fe en los avances de la
ciencia. La ciencia actual nos ha conducido a la verdad. Olvida sus errores
pasados porque ahora conoce ya la verdad. Y hay que volverse a preguntar ¿Qué
es la verdad? Hay una doble tentación en la que cae el libro: fiar el alcance
científico en los datos percibidos y fiar su realidad en estadísticas al uso.
Sorprende que, en un momento dado, afirme el libro: “bien pudiera ser que,
con un nuevo pensamiento creativo, lo hallado hasta ahora no fuera considerado
en ese futuro, como de “viejos mitos” “. ¿En qué quedamos Sr. Mora? Porque
se tiene la sensación/previsión del alguacil alguacilado.
Asentado en sus
ideas, hipnotizado por los que consideramos avances técnicos, Mora se aventura
por el proceloso campo de lo que no se toca o no se ve. Adorador de un cerebro
que todavía conserva sus misterios no desvelados, adopta una especie de
primitivismo q ue desprecia lo que no
entiende. Ni ve las cuerdas, teórico componente último del universo, ni el alma
que anima el espíritu. Ni sabe cuántos universos paralelos existen y si
existen, pero sabe que el cerebro asume las funciones que muchas personas y
pueblos atribuyen al alma. Ni siquiera admite que el alma sea mortal, pero
distinta del cerebro.
Es fácil saltar
del alma a Dios. Anticipemos que Mora se confiesa ateo en el mismo libro. Ateo,
que no agnóstico. Y se afirma en ello al indicar que coincide con lo que las
estadísticas dicen de la decadencia de cristianos, budistas, islamistas, hinduístas
y pequeñas religiones. La religión es un mito que va despareciendo. Confiesa
que no sabe quién pudo crear el mundo ni como lo hizo; le basta lo que le
proporcionan los sentidos al cerebro a través de ellos. Proclama la importancia
de la emoción, para descalificar a continuación el impulso religioso, ignorando
su universalidad.
La solapa el
libro nos informa que Francisco Mora es un experto en la convergencia de
Ciencias y Humanidades. Él mismo habla de “la nueva cultura en la que
comenzamos a vivir, producto de la convergencia entre humanidades y ciencia”.
Pero uno se pregunta si las Ciencias no terminarán fagocitando a las
Humanidades. De forma que terminemos añorando la “vieja cultura”. La tarea que
se propone tiene algo de prometeica; invoca a Neruda diciendo “el hombre
vive entre mitos y verdades, dedicación y ternura, en el trabajo de cada día,
hecho de pan, verdad, sudor, vino y sueños”. Añadirá Mora: “los mitos,
aun no siendo mentiras, son piedras en el camino que dificultan la andadura
hacia una nueva verdad”
El mito es la
idea básica sobre la que se monta el libro, aunque el contenido de éste
pretende referirse únicamente a los que se refieren al cerebro. Pero trata de
todos los mitos en general, aunque abuse del nuevo término de “neuromito”. Todo
aquello en lo que no cree lo convierte el mito, simplemente. Pero “un mito no
es una mentira”; una mentira se demuestra fácilmente, un mito no”, aunque
admite que son cosas que “incluyen algo de ‘verdad’ en ellas”. Así parecen
coexistir verdades, mentiras y mitos.
Los mitos,
según el libro tendrían un origen humano y emocional y estarían credos en el
nacimiento de la humanidad, “anclados en nuestra historia original del pensamiento
mágico”, aunque junto a ellos surgirán día a día nuevos mitos, como sucede
con los relacionados con la neurobiología. Están ligados a la cultura y, sobre
todo a los aspectos religiosos y sociales. ¿Estamos ante el mito de la
necesaria destrucción de los mitos? Uno diría que sí; que no deja de ser un
nuevo mito el de la “nueva cultura” libre de mitos. Es evidente que concurren
las características atribuidas a los mitos: singularmente el carácter emocional
de esa lucha y final victoria de la verdad. La creación de los mitos fue favorecida
en tiempos ancestrales por clases específicas entre las que destacaron las sacerdotales;
hoy esa función parece confiada a la maraña de personas encasilladas en las complejas
estructuras universitarias y similares. Por otra parte, la antigua función del
mito, destinada a explicar lo inexplicable y dotarlo de sentido, es sustituida
por las fake news, creadoras en muchas ocasiones de auténticos mitos
modernos.
El libro de
Mora es una mezcla un tanto curiosa de certezas personales e ignorancias
colectivas. Si existe un supremacismo intelectual lo hallaríamos en sus líneas,
lo que es frecuente en los nuevos neurobiólogos, preocupados como están en
digerir lo que la tecnología actual les está desvelando. Eso le lleva —llevado
de esa fe en la nueva cultura que define y defiende— a sostener la unión total
del cerebro con el resto del cuerpo, y al mismo tiempo desconocer la
espiritualidad. Existe en consecuencia un gran desequilibrio entre las
afirmaciones gratuitas y las negaciones del mismo carácter.
El autor no
duda en meterse en los campos más alejados de su formación médica y neurológica.
Incurre en dicho exceso cuando niega la existencia de Dios, el alma, de la libertad,
de la realidad… reduciendo todo a producto del cerebro. Incluye en esta
categoría por ejemplo la capacidad de abstracción del hombre, que considera
producto simple del desarrollo del cerebro. Defiende, con razón, la variación
que constantemente sufre la realidad y nosotros mismos, o las ventanas
plásticas que permiten procesos de aprendizaje en animales y humanos. Mas
gratuito es afirmar que entre ellas está la de formar conceptos. Lo que le
lleva a afirmar que “clasificando abstractos, se alcanza conocimiento y los
rudimentos básicos del pensamiento abstracto y simbólico. Y se crea el ‘orden’
en el mundo ’real’ en que vivimos”. Ello mueve a Mora a entrar en una
especie de cuerpo a cuerpo con el concepto de realidad, para terminar
declarando triunfante: “la ciencia es una amalgama de operaciones mentales
que han conseguido, de un modo muy efectivo alcanzar conocimiento del mundo
real”. Parece sentir un estremecimiento de satisfacción como el que
debieron sufrir los ilustrados en el siglo XVIII o los positivistas en el XIX.
Justo es decir
que, además de denunciar los mitos, dedica también su atención a “los mitos
que no lo son”. Pero la muestra es decepcionante: “los tiempos atencionales
de diez minutos”, olvidando que la atención decae fuera de esos límites en
función de la calidad e interés de lo dicho por quien concita esa atención (lo
que no parece mito es el aburrimiento); o el “déficit atencional y la
hipermotilidad” (TDAH), o sea el viejo problema del niño hiperactivo, al
que dedica una serie de páginas en las que se reafirma nuestra idea sobre el
límite “atencional”; o la dislexia o el desdoblamiento de personalidad (TID).
Procesos patológicos que, como la gripe o el ictus, no son mitos. Obviamente.
Termina ese breve
repaso haciéndose la pregunta ¿Es un mito la libertad humana? La posición de
Mora tiene algo de ambigüedad. Habla de factores conscientes (cognitivos) e
inconscientes (emocionales) en la toma de decisiones; tiende a situar un ámbito
de libertad en la decisión de veto del consciente, Al final confiesa: “pienso
que una aproximación neurocientífica a estos problemas requiere de muchos más
conocimientos que los que ahora se tienen…”. En todo caso concluye: “somos
responsables de nuestras conductas”. Uno, claro, coincide con ambas afirmaciones.
Otro libro de otro
entusiasta de la neurobiología. Excesivo e invasivo.
“Mitos y verdades del cerebro.
Limpiar el mundo de falsedades y otras historias.” (216 págs.), es un libro
escrito por Francisco Mora en 2018 y publicado ese año por Paidós en su
colección Contextos.
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