viernes, 8 de noviembre de 2019

Manuel Machado : Antología poética


Vaya por delante la aparente inutilidad de analizar una antología poética. Primero porque en una antología alguien, en un afán de favorecernos, ha cercenado muchas de nuestras opciones. Segundo, porque generalmente un poeta es un traidor a sí mismo, que muchas veces responde con sus versos a mínimos estímulos reflejo de curiosas sorpresas o finge estados anímicos y emocionales. Como se verá, ambas críticas no son aplicables a esta antología. Pero, fuera de ello, en esta ocasión de lo que se trata es de encontrar es la razón para que entre dos hermanos, poetas y colaboradores, se proyecte luz sobre uno —Antonio— y se desconozca a otro Manuel.
En la historia de Manuel Machado se olvida eternamente que estudió como también lo hiciera su hermano Antonio en la Institución Libre Enseñanza gracias a la gran relación existente entre su abuelo con Giner de los Ríos. No es quizá en su formación donde debemos ver la diversidad de poesías; sino en sus caracteres y actitudes.
¿Qué distingue a Manuel de Antonio?  Siendo simplistas diríamos que uno se llama Manuel; el otro, Antonio. Es la salida fácil pero no la más distante a la contestación que debiera darse. Nunca estuvieron enfrentados, uno contra otro. Pero una cosa es enfrentarse y otra disentir. Ellos mismo son protagonistas de este peculiar antagonismo: en 1921, a raíz del éxito en su publicación del “Ars Moriendi” de Manuel, emprenden un diálogo epistolar. Éste confiesa en ella: “Tu poesía no tiene edad. La mía sí la tiene”. A lo que Antonio responde: “La poesía nunca tiene edad cuando es verdaderamente poesía”.
La trayectoria política de los dos hermanos es curiosa en el plano político. Manuel pasa parte de la guerra en aquel Burgos capital temporal del movimiento para terminar muriendo en Madrid pasados ya varios años de la década de los 40; por el contrario, Antonio termina sus días vencido y en territorio francés. ¿Era Colliure su destino? Uno Manuel escribe sonetos elogiosos a Franco; su hermano comete el error de escribir su famoso “Si mi pluma valiera tu pistola…”, dedicada a Enrique Lister, quien por cierto murió en Madrid en 1994 tras su ajetreado exilio hasta 1977. Antonio terminaría su verso con un “contento moriría”.
Curiosamente, Antonio fue, al poco tiempo, algo así como un fetiche de la derecha más radical española, y de la menos radical, claro. Manuel fue cayendo en el olvido, como tantos otros; la derecha española nunca ha sabido cuidar a sus intelectuales. No se trata de establecer un equilibrio: la poemática de Antonio superaba a la de su hermano y, sobre todo, era distinta. Pero nunca dejaron de colaborar; el sentimiento familiar superaba las diferencias de circunstancias.
Manuel, como Antonio, era sevillano, y no dejó de serlo en su trayectoria vital. Antonio tuvo algo que le cambió: sus cinco años de Soria, perdida la exuberancia de Sevilla y nacida su atadura a una Castilla severa y austera. No importan, ni pesan, los años de Baeza, ni los de Segovia, ni los de Madrid: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…” Eso es Antonio, pero sólo fiel a ese espíritu fue Manuel.
Antonio contrasta con la visión de Manuel del divertirse, incluso más allá de lo prudente. Pero mientras Manuel es optimista dentro de lo que cabe, Antonio proclama: “Yo, como Anacreonte, quiero cantar, reír y echar al viento las sabias amarguras y los graves consejos, y quiero, sobre todo, emborracharme, ya lo sabéis... ¡Grotesco! Pura fe en el morir, pobre alegría y macabro danzar antes de tiempo”. Diríamos que estos versos fueran simple efecto de una resaca, reciente o presentida, si la cosa no fuera más profunda.
Mientras Antonio presiente de alguna forma la tristeza de la guerra civil, que él mismo padeció, Manuel vive la alegría con lo que ésta implica en todo caso para él de esperanza.  Pero es una alegría interrumpida contantemente con la presencia, más o menos pasajera, de cosas que la ponen en peligro, como la nostalgia, la pena, el dolor, la tristeza, la vejez y la muerte.
Si hay algo decisivo es la posición frente a la muerte. Ambos se enfrentan a ella, no la real, sino la ideal. La posición de Antonio es clara en su famoso poema: “Al borde del sendero un día nos sentamos…”; no cabe mayor desolación, mayor confesión de cansancio. Pero Manuel no dista mucho de esa idea, una idea que para siempre está presente en Antonio no hasta Soria, iluminando recuerdos perdidos sevillanos— pero que nunca estará ausente en Manuel. Manuel no se sienta al borde del sendero, sino que camina hacia la muerte. Con aire de soleares afirma: “Tonto es el que mira atrás / mientras hay camino ‘alante’ / el caso es andar y andar”.
En 1922 publicó su “Ars moriendi”. Todo un poemario dedicado a este incómodo tema. Destaquemos uno de sus versos: “¡Y Ella viene siempre! Desde que nacemos / su paso, lejano o próximo, huella / el mismo sendero por donde corremos / hasta dar con ella”. Es el mismo sendero , un hermano se sienta en su borde esperándola, otro corre hacia ella. Destaquemos algo: las “Soledades” de Antonio se extendieron desde 1903 a 1919, anteriores al “Ars Moriendi” de 1922 del que es autor Manuel.
La solución —siempre personal— la da quizá Manuel aquí: “Hijo, para descansar / es necesario dormir / no pensar / no sentir / no soñar / Madre, para descansar / morir”. Es probable que lo que pesa en Manuel sea ese cansancio, no la imagen de muerte; un cansancio que no le impide seguir caminando Es quizá nostalgia del cante de la cada vez más lejana Andalucía, de la juerga que aún se puede encontrar en Madrid.
Manuel es cante, cuando para su hermano es sólo recuerdo ligado a su patio sevillano. Pero no es un cante superficial sino profundo. Manuel era un devoto del cante, hondo o no hondo. Nada define mejor lo que piensa de él lo que expresa al decir “A todos nos han cantado / en una noche de juerga / coplas que nos han matado…” Del cante y en mismo libro nos dirá: “Es el saber popular, / el que encierra todo el saber:/ que es saber sufrir, amar / morirse y aborrecer”.
Pero Manuel Machado fue mucho más de ese embeleso por el flamenco. Arturo Ramoneda acompaña el libro con una introducción y unas notas al pie sumamente interesantes. En sus anotaciones muestra cómo Manuel Machado recorrió muchos caminos, más atento a la realidad de la vida, que a la solemnidad del espíritu. Cantó a todo lo que quiso y se quejó de todo lo que le dolía. Resumió así, por ejemplo, la esencia del toreo en “La fiesta nacional” de 1906 o se quejó del maltrato recibido por los poetas en “El mal poema” de 1909. Él, que fue llamado el “Verlaine español” y que puso sus mejores esfuerzos para trasplantar el simbolismo a la poesía española. Al final gana la guitarra y el cante. No olvida ni desprecia ningún palo: “Sevillanas / chuflas, tientos, marianas / tarantas, “tonás”, livianas… / Peteneras, / “soleares”, “soleariyas” / polos, cañas, “seguiriñas”, / martinetes, carceleras. / Malagueñas, granadinas / Todo el cante de Levante, / todo el cante de las minas”, es una cita de su obra “De Sevilla”.  Una retahíla semejante, pero distinta, la incluirá en el verso que dedica a Lola Membrives en 1944
Hay algo que añadir: somos muchos los que con el nombre de Machado hemos atribuido a Antonio versos sonoros de Manuel. Me refiero en concreto a dos. Uno es el “Canto a Andalucía”, el que dice: “Cádiz, salada claridad. Granada / agua oculta que llora / Romana y mora, Córdoba callada / Málaga, cantaora / Almería, dorada / Plateado, Jaén. Huelva a la orilla / de las tres carabelas / Y Sevilla…”. El segundo es el titulado “Castilla”, demasiado largo para reproducirlo, pero que siempre es recodado por su sonora estrofa: “El ciego sol, la sed y la fatiga. / Por la terrible estepa castellana / al desierto, con doce de los suyos / polvo, sudor y hierro el Cid cabalga.
Estamos en todo caso ante una antología y eso impone una referencia a esta categoría. La antología no deja de ser una selección que viene hecha por otro y que uno acepta, lo que supone la aceptación del gusto y el criterio del seleccionador. De entrada, implica la renuncia, más que justificada a ser uno mismo el seleccionador; pero al mismo tiempo, ofrece la ventaja de no tener que asumir esa función. Uno sólo tiene la única opción que la de considerar la antología como buena o mala. Y en este caso uno la considera buena; Arturo Ramoneda nos ofrece una imagen verosímil y creíble de Manuel Machado obtenida a través de su poesía; añade además una breve introducción que tiene más explicativa que de dogmática.
¿Quién es el destinatario real de una poesía? Se sabe de quién mana: el poeta, inspirado, movido o impulsado por sensaciones, pensamientos, preocupaciones, ideologías, pulsiones o lo que se quiera. No cabe duda de que inicialmente escribe para sí; en la mayor parte de los casos con la pretensión de expresarse, aunque no en todas; una vez calificado de poeta, sólo escribirá poesía. Pero ¿para quién más escribe? Hay demasiados recipiendarios y cada uno lo sentirá como quiera.
La poesía es subjetividad o no es poesía. Lo que es una virtud y una carga. Pero una subjetividad que afecta tanto al poeta como al lector. Recuerda a aquella semilla que el Evangelio nos dice que un labrador arrojaba sobre el campo y cuyos frutos dependían del lugar en que cayera.
Si con estos comentarios se ha pretendido algo es sacar a Manuel Machado del olvido en que ha caído, hasta el punto de serle habitualmente atribuidos a su hermano Antonio. Un olvido, casi una fosa, donde se depositan los restos de Fernández Flórez, D’Ors, Plá, Muñoz Seca, Pemán… y tantos otros. No se pretende equipararle siquiera su hermano Antonio, cuya superior calidad poética nadie discute. Es algo tan simple como no sacrificarle en un torpe intento de destacar su superioridad.
Con ello se logra además penetrar en otra forma alternativa de ver la vida, aunque conservando el color machadiano común a ambos hermanos. Leer a uno u otro es como sentir distintas formas de lluvia, pero lluvia al fin y al cabo.
“Manuel Machado; Antología poética” (356 págs.) es un libro del que es editor Arturo Ramoneda que en su tercera edición ha sido publicado por Alianza Editorial en su colección De Bolsillo.

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