Tanto Twenge
como Campbell son profesores universitarios de psicología, la primera en la
Universidad de San Diego y el segundo en la de Georgia. Ambos han colaborado en
la redaccion del libro. Son psicólogos, pero los temas abordados abocan
inesperadamente a problemas más propios de la psiquiatría que, naturalmente, no
tratan de resolver. La importancia de su trabajo es el diagnóstico. Hay que
señalar que, en muchos casos, los desórdenes mentales tienen su origen en un
narcisismo patógeno.
El libro
advierte que la epidemia que se denuncia se refiere a los Estados Unidos, área
a la que se han extendido sus estudios. Sin embargo, este hecho no impide que
su contenido sea de interés y de plena aplicación fuera de ese país. Primero
porque Estados Unidos transmite fácilmente su cultura y esta se recibe sin
resistencia aparente por todo el mundo; basta pensar en las películas, los
vaqueros, la Coca Cola. Segundo, porque, ya en referencia España, la aparición
de la epidemia comienza a ser algo evidente, aunque no se defina y denuncie.
Con ello no se trata de minimizar ese peligro: los estudios y casos expuestos
por los autores se refieren a los Estados Unidos; fuera de ellos no hay nada en
el libro, en el que unicamente se llega a firmar que la epidemia es más clara
en los Estados Unidos.
Habría que
empezar por definir lo que es narcisismo. Los autores más que definirlo lo
describen, lo que no deja de ser un acierto. Unicamente queda el distinguirlo
de conceptos próximos, singularmente el de la autoestima (o auto admiración),
una idea también ampliamente extendida actualmente hasta afirmar “En la carrera por crear autoestima, nuestra
cultura puede haber abierto la puerta a algo más oscuro y siniestro”.
El narcisismo
no debe ser identificado con el TNP (Trastorno Narcisista de la Personalidad”.
Tampoco deben olvidar los cinco mitos a que los autores se refiere: 1) El
narcisismo es una autoestima “realmente alta”; 2) Los narcisistas son inseguros
y tiene una autoestima baja; 3) Los narcisistas son realmente geniales/más
guapos/más listos; 4) Un ligero narcisismo resulta saludable; 5) El narcisismo
es simplemente vanidad física. Simplificando todo, lo que realmente caracteriza
el narcisismo es su egoísmo, su desconocimiento de las otras personas. Lo que
al mismo tiempo es cierto es que, aunque las pruebas unicamente se comenzaron a
realizar a mediados del siglo pasado, es evidente un aumento constante de los índices
del narcisismo (por cierto: el libro incluye un pequeño test para auto
diagnosticarse el grado de narcisismo de uno). En otras palabras: su crecimiento
es un fenómeno cultural “resultado de la gigantesca
deriva de nuestra cultura hacia una mayor atencion a la autoadmiración”.
Para empezar “se ha debilitado la
inmunidad de los estadounidenses al narcisismo”.
El libro nos
ofrece una visión clara de cómo se produjo ese deslizamiento de la
autoconfianza a la autoestimación, en donde se difuminaron las ideas
tradicionales. Se repasan los hechos que concurrieron en los años 70 y 80 y cómo
a través de ellos, los principios de libertad e igualdad fueron, poco a poco, sustituidos
por los de autoadmiración y autoexpresión.
La cosa fue in crescendo. Twenge y Campbell echan en
un largo capítulo paletadas de culpa a los padres, consentidores, olvidadizos
de su papel de transmisores de valores, siervos de sus propios hijos,
engañándoles en suma sobre la realidad de la vida. Lo que cuenta el libro se refiere
fundamentalmente a los Estados Unidos, pero sus observaciones son perceptibles
en todos los países. Una razón para ello es que uno de los mayores y mejores
transmisores del narcisismo ha sido Internet a través de las redes sociales. Los
autores citan, quizá en la parte más premiosa del libro, múltiples ejemplos estadounidenses
que pueden ser contagiados fácilmente al resto del mundo. Pero es fácil que, a
este lado del charco, podamos reconocer programas de televisión y videos de
YouTube similares a los que denuncia el libro. Son los “famosetes”, los “Sálvame”
…
Más curioso es
el engarce que Twenge y Campbell establecen entre el narcisismo y la crisis económica
de 2008 que derivó de las burbujas que estallaban. En realidad, más que de narcisismo
en primer término, podríamos referirnos al espíritu de competencia que movió a
tanta gente a endeudarse, gastando a futuro más de lo que ingresaba a presente
(unido claro a una demencial política bancaria de créditos). Los autores
recuerdan la diferencia creada por Freud, entre el principio del placer y el
principio de la realidad. Fueron años en los que, como niños, muchos individuos
se decantaron por el primero olvidando el segundo. La tarjeta de crédito fue el
señuelo más difundido.
Cuando se entra
en campo de la sintomatología, el libro se detiene en primer término con la
vanidad, localizada en el aspecto físico. En realidad, se mezclan dos ideas
que, con el ser y el estar del español sería más fácil de distinguir: “estar buena” y “ser guapa” (permítaseme que hable en femenino, pero este tipo de
vanidad es más abundante en las mujeres que en los hombres, de momento, claro).
Aunque parezcan términos semejantes no lo son: quien no es guapa puede estar
buena y se puede no estar buena aun siendo guapa. Y para el narcisista “estar buena” está por encima de todo.
El segundo de
los síntomas es el materialismo, sustanciado principalmente en el aumento del
consumo. Llevados por el ímpetu de sus ideas los autores no enfatizan, ni en
este síntoma ni en otros, que solamente su exceso puede ser síntoma de
narcisismo. En este caso, el consumo es competitivo y exhibicionista y abarca
tanto los aspectos cuantitativos como los cualitativos. Como culpables
aparecerán, como siempre, los padres, el entorno, la publicidad o internet. Con
mayor acierto indicarán que uno de los hechos que provocan ese incremento del
consumo es la constante sugerencia de que es algo merecido. La idea de que uno
ha merecido algo es tan halagadora como peligrosa. En todos los campos de la vida.
Desbarra quizá
el libro cuando se extiende al campo de la economía (en donde sugiere una intervención
estatal) y sobre todo al terreno medioambiental. La referencia al cambio climático,
con la asunción implícita de su origen antropogénico, es un tópico que parece
obligado aplicar en todos los campos. Curiosamente, el manifestarse ecologista
no es, a mi juicio, sino una manifestación de narcisismo. El propio libro
parece reconocerlo: “afortunadamente, el
ecologismo está en camino de ser guay”. Este término, “guay” es para los
autores poco menos que la aspiración del narcisista.
Todo ello nos conduce
a un tercer síntoma del narcisismo: la llamada “unicidad”. El tema quizá es
tratado confusamente, al confrontarlo con la idea de “ser especial”, Si esto último
se relaciona con el narcisismo, la unicidad es unicamente su germen. Todo
individuo es único, no hay que olvidar. Reconocerse especial y, por ende, superior
a los demás es distinto. La referencia a la utilización creciente de nombres no
comunes a los recién nacidos es criticada, pero no parece sino ser un deseo de
“personalización”, aunque muchas veces tan ridículo como excesivo.
El tercero de
los síntomas que se suele encontrar en el narcisista es el comportamiento antisocial
que se traduce en la búsqueda de la infamia y la falta de civismo. Quizá en
este punto el problema está es distinguir lo que es narcisismo de lo que entra
ya en el terror de la psicopatía. Lo antisocial se manifiesta aquí en las
agresiones físicas y las verbales, en la utilización de un lenguaje despectivo
que trata de humillar a los demás; en un comportamiento anómico donde encajan perfectamente
la mentira, la trampa y el plagio. Muy próximo está el síntoma de las
relaciones problemáticas. Ahora es la distorsión que produce el narcisista en
sus relaciones personales, fundamentalmente en la conyugal. Frente a su aceptación
tras una exhibición de sus atractivos, el narcisista impone su ego sin paliativos.
Y la relación fracasa.
Se cita a continuación
como síntoma la “pretensión”, entendiendo como tal ”la convicción ubicua de que uno merece un tratamiento especial, el
éxito y más cosas materiales que los demás”. Llevado al campo laboral
significa exigir más dinero y menos tiempo. Al hilo de ello, el libro critica
la falacia de la conciliación familiar y laboral, acusándola de encubrir otras
pretensiones. Por otra parte, es algo que destruye las ideas de reciprocidad y obligación.
El último de los síntomas afecta a la religión, campo en el anidan muchos
narcisistas. Claro que cada religión es más o menos propicia a ello. La
humildad es la virtud que funciona como antídoto apropiado.
Tras enfatizar
el peligro de contagio del narcisismo, extraordinariamente favorecido por
internet y las redes sociales, el interés el libro decae notablemente, tanto
por referirse machaconamente a los Estados Unidos (algo lógico), como por
transformarse en una especie de manual de auto ayuda lleno de recomendaciones y
recetas, cuya sola lectura origina dudas sobre su eficacia. Ya se sabe: en caso
de epidemia gripal, no salga de casa, métase en la cama y tome algo caliente.
El libro es notable
en cuanto denuncia un hecho tan demoledor como real. En cambio es pobre cuando
señala síntomas y, sobre todo, cuando propone remedios. Pero sólo por la rotundidad
de la denuncia vale la pena leerlo.
“La epidemia del narcisismo. Vivir
en la era de la pretensión” (504 págs.) es un libro escrito el año 2009 por
Jean M. Twenge y W. Keith Campbell,
siendo su título original “The Narcissism Epidemic: Living in the Age of Entitlement”.
Fue publicada su traducción española por Ediciones Cristiandad el año 2018.
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