Gabriel Albiac
es un “paisaje conocido”, como aquellos que cantaba Celia Cruz. Su
autodescripción como “comunista muerto” lo describe bien. Se dice que ha
evolucionado desde la izquierda hasta la derecha, pero el olor a muerto es difícil
de eliminar y convive con el vivo. Eso sucede más allá de la sinceridad que parece
emanar de sus escritos y sus ensayos. El periodismo que cultiva es muestra
clara de ello. Tiene un pensamiento profundo, un estilo atrayente, un ropaje
peculiar de sus razonamientos.
El libro versa
sobre el famoso movimiento del mayo de 1968, pero no esperemos conocer
simplemente lo que fue ese movimiento leyendo el libro. Gabriel Albiac nos lo va
a entreverar xon sus vivencias y sus juicios sobre el mismo. Pero de contarnos
lo que sifnificò y lo que pasó llanamente, nada. Para no exagerar, poco, aunque
no nada. ¿Estamos ante una mezcla de historia y autobiografía? Puede ser. En
cualquier caso, el libro tiene algo de nostalgia. De aquellos años, de aquel
París, de aquellos ideales.
Entre Albiac y
yo (y eso es lo que sucederá a la mayoría de los lectores) hay una diferencia
esencial: él participó de alguna manera cercana de su espíritu, mientras que yo
era simple espectador lejano, aunque no impasible. Mi generación, poco antes,
en el 56, había experimentado cierta catarsis, pero tuvo otro aire. Por el
contrario, el 68 tiene el aire de la pretenciosidad francesa y aquí se pasaba
de él, no interesaba. La cosa no fue más allá de unos pequeños movimientos
imitativos. Otra cosa es que los movimientos populistas actuales (caído el muro
de Berlín) revivan hoy el espíritu de rebelión y de disconformidad.
A pronto que se
avance por el libro se percibe que Albiac escribe muy bien, bastante mejor en
el ensayo que en la novela. Emplea un tono cautivante (como cautivante es el
tono bajo, oscuro y lejano que emplea en sus actuaciones orales) aunque, como
suele suceder en no pocas ocasiones, el perfeccionismo conduce a la ininteligibilidad.
Ruiz Quintano, el periodista burgalés de Gamonal, es el máximo representante actual
de ese estilo. Como tontos acudimos a sus columnas o a su blog, aunque solo interpretemos
bien la mitad de ellas. Pero nos atraen. En cualquier caso, el libro no pretende
ser excesivamente críptico y ofrece una importante dosis de información, en
gran parte de las ocasiones mediante transcripciones literales. Como es de
agradecer también el pequeño índice de las siglas que pululan por el libro.
De alguna
forma, Albiac se sintió identificado con el movimiento. Tenía en 1968, 18 años,
una edad en la que es casi necesario/obligado ser revolucionario en potencia.
Pero Albiac matiza: “los de mi edad tenían
a su alcance toda la bibliografía necesaria para saber lo esencial: que la revolución
rusa de 1917 había sido solo el nombre solemne de la mayor matanza en la
historia de los hombres”. Agrega más adelante: “Octubre no nos conmovía”. Queda así definido ese sector de una generación
que no veneraba Octubre, pero sí soñaba otra revolución comunista y de
izquierdas. Disconformidad y ausencia de resignación. Albiac nos habla de
individuos enfermos de esperanza. Concluye “la
mentira es verdad única de la política. Así fue siempre”. De forma que
terminaron siendo prisioneros del dogma.
Albiac fue discípulo
de Althusser. El libro recoge en primer término su asistencia a su entierro en
el cementerio de Viroflay, en el que se topa con antiguos compañeros de
andanzas y escuela. Los encuentra gordos y viejos. Y, lo que es peor, con
amigos de la industria de poder funcionarial. “Al final de toda vida solo queda una derrota. Althusser es mi pasado”.
Con palabras emocionadas, en el libro recuerda aquellos instantes y medita
sobre ellos. ¿Estamos ante el dolor del fracaso o la nostalgia del sueño? Las
palabras finales de la última nota del libro son éstas: “Mayo somos nosotros. Que salimos de escena”.
Seguir la
lectura con plena comprensión requeriría un amplio conocimiento de la política
francesa de aquellos momentos, de las circunstancias económicas reinantes, de
las tendencias mantenidas por los intelectuales de moda y, sobre todo, de
personas que fueron protagonistas en el mayo de 1968, como Regis Debray, Daniel
Cohn-Bendit, Pierre Goldman o Alain Krivine. Consciente de ello, Albiac
incorpora una breve relación de una treintena de esas figuras señalando su
papel y trayectoria.
Se inicia el
itinerario del libro con citas de las “Antimemorias” de André Malraux, ministro
de cultura de De Gaulle, conversando con un antiguo amigo que Albiac desvela
que es Max Aub, aunque Malraux le bautice Max Torres. De alguna forma es la
manera de mostrar cómo el fenómeno del mayo francés fue algo que sorprendió al
propio gobierno. Quizá la parte más extensa e interesante del libro es la que
se dedica a analizar la evolución que, desde su iniciación, sufrió el
movimiento. Surgió como una protesta estudiantil al hilo de una visita del ministro
a Nanterre y una interpelación inesperada de Cohn-Bendit. Siguió un inesperado crecimiento
del movimiento estudiantil que pretendió atraer el apoyo del mundo obrero. La
escasa receptividad inicial de este sector fue superada gracias a la
intervención activa de los sindicatos y el partido comunista. Al final, se
logró la huelga general y llegaron las barricadas. En ningún momento el movimiento
inicial pretendió cambiar el régimen y alcanzar el poder. Ni siquiera ese
objetivo lo tuvieron los comunistas.
Ese es el
cuadro general del movimiento. Albiac dedicará gran parte del libro a analizar
las luchas que se entablaron entre las distintas facciones existentes. En el
plano estudiantil destacaron las surgidas entre la UJCMI (Union des Jeunesses
Communistes Maaxistes-Leninistes) y la UEC (Union des Étudiants Communistes).
Los maoístas generaron las mayores tensiones. En el terreno de los comunistas
las luchas intestinas fueron igualmente importantes; Thorez ya ha muerto y los
“italianistas” de Kouchner e inspirados en Togliatti luchan por su
supervivencia; interviene algunos trotskistas y maoístas frente a los
oficialistas. En ese escenario ¿cómo pueden pretender triunfar los estudiantes,
molestos por el consumismo o los niveles de paro, pero disfrutando de una
década económicamente brillante? Una masa estudiantil revolucionaria que el propio
Albiac critica. El hecho cierto es que primero será desbordada por las masas obreras
que apoyan el movimiento, y más tarde fagocitada por el partido comunista. ¿Y
su sentido?
El 24 de mayo
De Gaulle anuncia nuevas elecciones, aunque su intervención dista de ser digna
de alabanza. Por su parte, en la noche de ese viernes se inicia lo que sería la
batalla decisiva. No se llevan armas, pero tampoco nadie aspira a enfrentarse a
una muerte heroica. No existe ningún plan de acción. Teatralmente se asalta la
bolsa de comercio y se queman dos comisarías. En la madrugada del día siguiente
todo ha terminado. Seguirán únicamente lo que pueden ser ajustes finales. El sueño
ha terminado.
Así lo reconoce
Albiac: no hubo para sus protagonistas la revolución soñada, sino solo sus vísperas.
No hubo inicio, sino solo la última presentación del obrerismo que había nacido
en 1848. Fue la apertura de “nuestro
largo y desierto fin de siglo”. “Veo ahora todo aquello con la fascinación
glacial con la cual uno mira un brillante fósil”. El autor, sin embargo, añade
con amargura evidente que el maoísmo fue el único y efímero resultado del mayo
de 1968. “Fuimos tigres de papel impreso.
Es lo esencial de aquel viaje hacia la nada. Éramos bibliotecas andantes. Los
del 68. Nunca, en el siglo XX, hubo generación que devorase así los libros”.
No añade que les faltó digerirlos, entenderlos, no servir a los intelectuales
como ídolos.
Merece una
mención especial en el libro una atención especial Jean Paul Sartre Sin duda
Albiac habla desde la visión que tuvo de él en 1968. Sartre habló en la Sorbona
y se mostró como luchador insobornable de la izquierda. Entusiasmó a los estudiantes,
pero no a los comunistas que pasaron olímpicamente de él acusándole de no haberse
mostrado activo contra los nazis durante la ocupación. Albiac le defiende.
Personalmente achaco esa postura a la nostalgia.
El libro
termina de esta forma siendo una mirada interior del autor. El sentimiento
domina al razonamiento al examinar los hechos expuestos. Sólo existe el pasado:
el razonamiento llega al presente, pero persiste el sentimiento del pasado. Un
pasado que nunca deberá calificarse de fracasado e inútil.
Esa ambivalencia
del libro, entre un pasado perdido y un futuro vacío es quizá el punto flaco
del libro, al olvidar la persistencia de los hechos más profundos. Mayo de 1968
pudo parecer anecdótico, pero condujo a que la izquierda radical se hiciera con
otras banderas entre las que Fernández Barbadillo, por ejemplo, cita “las de la irresponsabilidad, el hedonismo, la
efebocracia, la pansexualidad… En esa primavera se asistió al choque entre una izquierda
de obreros de cadena con otra izquierda formada por niños de papá que solo quería
eliminar todo lo que oponía a sus caprichos y placeres inmediatos. Y se impuso
ésta”.
¿Realmente
podemos creer que el mayo del 68 fue solamente un incidente histórico? ¿O fue
el inicio de un proceso histórico que marcará la rebelión de los descontentos?
¿Se explicaría así el actual populismo trasversal, el feminismo de izquierdas,
los movimientos independentistas, la deriva religiosa vaticana, las inquietudes
de los jubilados o la presión social sobre las instituciones ejercida gracias a
Internet? Estamos en un mundo nuevo, donde se propicia el buenismo, las líneas
rojas y lo políticamente correcto. No sabemos dónde vamos. Y el libro no nos lo
dice, pero nos aporta una experiencia personal e íntima de algo que, se quiera o
no, tiene que ver con el presente. Lo que es de agradecer sinceramente.
“Mayo del 1968. Fin de fiesta” (218
págs.) es un libro escrito por Gabriel Albiac en 2018 y publicado por la
editorial Confluencias ese mismo año”
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