Más que en
otras ocasiones es preciso ahora referirse al autor. David Jou, nacido en
Sitges y habitual escritor en catalán, es doctor en Física. Mas aún: es catedrático
de Física de la Materia Condensada en la Universidad de Barcelona. No se trata
de uno de los divulgadores científicos que se limitan a recoger datos de otros.
En este caso divulga lo que sabe, aunque a veces lo hace a una altura excesiva.
Pero no es ese el problema: éste radica en que David Jou se interesa por otras
muchas cuestiones como la biología, la historia, la religión o la cultura lo
que ha dado lugar a una larga colección de libros. Y no acaba ahí la cosa: además
escribe poesía y la publica.
Esa mezcla de físico
y poeta se percibe perfectamente en el libro “El laberinto del tiempo”. Algo
que produce una cierta conmoción en el lector, ya que se topa en él tan pronto
con el uno o con el otro. Al final se topa con la filosofía. Tomemos el subtítulo
del libro: “Tiempo y memoria en la vida y
el universo” Queda ahí descrita la estructura de lo que nos va a exponer.
Existe una primera división entre lo que es el tiempo y la memoria. A su vez
cada una de esas partes se va a subdividir entre lo biológico y lo cosmológico.
Se entra así en
lo que el tiempo significa en el plano de la bilogía. Se analizan en primer
término los ritmos temporales que nos rodean y marcan nuestra vida. Muchos más
de los que suponemos. Luego entra en una distinción trascendental: el tiempo
creador, el tiempo conservador y el tiempo destructor, algo que parece recodar
a las deidades hindúes.
El tiempo
creador va a plantearse las nociones fundamentales de la evolución, el desarrollo
y, finalmente, la cultura. Lo primero nos lleva al mundo darwiniano; lo segundo
a los problemas de la genética, desembocando al final el fenómeno cultural,
cuya evolución consiste en la transmisión a los descendientes de los resultados
adquiridos por las generaciones anteriores.
El tiempo
creador se nos presenta diciendo “los humanos
somos la única especie que sabe que ha de morir, lo cual da a nuestro sentido
del tiempo una profundidad especial y un toque de dramatismo”. Más adelante
se agregará: “incluso aceptando la
muerte, nos subleva el envejecimiento, con su merma de recursos vitales y su
incremento de incomodidades”. Explicar el envejecimiento supondría explicar
la muerte Y Jou nos expone las teorías que se han manejado sobre genes, telómeros,
oxidantes y radicales libres. Y las soluciones propuestas: utilización de células
madre o ingeniería de órganos. Pura ilusión.
El físico se
mueve con mayor libertad en un tema como el del universo, pero también lo hace
a costa de reducir su inteligibilidad. Por fortuna, a la vez que nos excede en muchas
ocasiones, aun en ellas huye de la simplificación llamada divulgación (tampoco
despreciable, en realidad). Hay que agradecer a David Jou que añade a su libro
un inestimable glosario de sesenta términos relacionados con el tiempo y utilizados
en su libro. Términos que se distribuyen para uno entre los conocidos, los
escasamente conocidos y los desconocidos.
Cuando saltamos
al universo la primera labor de David Jou es hablarnos de patrones, relojes y
calendarios, es decir, de los esfuerzos realizados por el hombre para fijar y
medir unidades de tiempo. Los patrones se basaron primero en el hombre, luego
en la tierra, más tarde en el átomo. El físico se mueve con mayor libertad en
un tema como el del Universo, pero también lo hace reduciendo su
inteligibilidad. Por fortuna, a la vez que nos excede en muchas ocasiones, en
ellas huye de la simplificación llamada divulgación (tampoco despreciable, en
realidad). Hay que agradecer a David Jou que añada a su libro un inestimable
glosario de sesenta términos relacionados con el tiempo y utilizados en su
libro. Términos que se distribuyen entre los conocidos, los escasamente conocidos
y los desconocidos por el lector medio.
Era inevitable
concluir en la contraposición entre la física clásica, tan determinista, y la
cuántica con su gato de Schrödinger que nos recuerda el “vivo sin vivir en mí”
teresiano. Y ese dilema, ya se sabe, trae como siempre el problema de la
libertad: ¿están nuestros actos predeterminados o no? Bien: a partir de ese
momento, David Jou se reviste de físico y nos da una lección que agradecemos
con su paseo por teorías diversas que culminan en la relatividad einsteiniana
en sus distintas manifestaciones. Estamos ya ante una relatividad que es
esencialmente relativismo y que aumenta cuando se contraponen teorías diversas
y contradictorias para explicarla. El libro nos las presenta como en un escaparate,
sin apostar por ninguna ni disimular sus virtudes y debilidades.
Se entra ahora
en la segunda parte, dedicada a la memoria. Su objetivo es examinar la búsqueda
de lo permanente: “no podemos comprender el tiempo sin comprender la memoria,
pero no son polos opuestos, realidades irreconciliables, sino un todo profundamente
entrelazados”.
La memoria biológica,
vital, cultural, neuronal y personal, está próxima a lo profundo de la
experiencia personal y la identidad de nuestro yo. Nuestros recuerdos nos autoidentifican.
El problema fundamental que va a plantear es la forma en que dichos recuerdos, más
allá de la temporalidad, alcanzan un cierto grado de permanencia en nuestro
cerebro.
Pero junto a
ella, David Jou nos recuerda la existencia de otras dos memorias que anidan en
nosotros. La primera es la memoria genética, la que supone una herencia
corporal de las especies. La memoria genética nos enfrenta con la permanencia biológica
por encima del tiempo, articulada progresivamente por el código genético, los
genes, las especies y los individuos. La segunda es la memoria inmunológica, un
mundo extraño y nuevo en que las células se encargan en recordar de alguna
forma lo propio para distinguirlo de lo extraño, de arreglar deterioros
celulares y entablar batallas.
Se culmina esta
parte con las seducciones de la eternidad. Ante la premnidad, la idea pueder
ser fundirse con la namguraldeza (el polvo de estrellas) o salirse de él. Se nos
aclara: “la fusión con el mundo, la disolución
en el mundo, son más fáciles de imaginar que la eternidad”. No hay que
recurrir a la exigencia de un alma: “Dios
podría otorgar inmortalidad sin necesidad del alma”. Al hilo de ello se
repasan los problemas éticos creados por la clonación o la ingeniería genética al
rebufo de lo trasgénico.
¿Tiene el
universo memoria? ¿O memorias como sugiere Jou? ¨ Éste, sin duda, se refiere a las
matemáticas: “las matemáticas llevan a
formular estructuras abstractas que van mucho más allá de cualquier experiencia
anterior y que quizás, al cabo de muchos años, sirven óptimamente para
describir aspectos de la realidad que nunca habríamos podido ni siquiera
imaginar”. En realidad, lo que se pretende es identificar la memoria en la
manera como “la física ve la permanencia
en la naturaleza”. Solo se van a examinar tres casos: las leyes de
conservación, las constantes físicas y las simetrías.
En todas esas manifestaciones
parecen existir permanencias que superan el tiempo, peor David Jou, no se corta
un pelo a la hora de indicarnos las excepciones que aparecen en su aplicación.
Ni a señalar las cuestiones que aún están pendientes de resolver o sobre las
que se centran los actuales trabajos de investigación. No oculta que reducidas
variaciones de esos cuadros numéricos determinarían sin más, la desaparición del
universo y de la vida. Utilizamos, por otra parte, una veintena de constantes
actualmente, pero desconócenos las posibles relaciones que puedan existir entre
ellas. Al hablar de la simetría se habla llanamente de “la fecundidad de la imperfección”.
La existencia
de otras constantes y, por consiguiente, de otros universos. De entrada, tenemos
conciencia de que nuestro universo es finito y, por consiguiente, sometido al
tiempo. Surgen preguntas como esta “¿y si
el Universo hubiera empezado hace unos pocos segundos tal como es ahora, con
sus constituyentes actuales y también con sus memorias, sus bibliotecas, sus
archivos, sus recuerdos?”. David Jou nos dice “no sé si es posible refutar racionalmente esa posibilidad, por
arbitraria y extraña que parezca”. Y nos recuerda que ya Kant tuvo que
recurrir al “cogito ergo sum” dudando
de la realidad exterior. Al final se nos dice: “Tal vez sea más fructífero no absolutizar esas dudas y adoptar un
realismo más o menos ingenuo y elemental respecto de nuestra existencia y nuestra
libertad”.
Cuando el libro
concluye nos hallamos ya dentro del laberinto del tiempo. Un auténtico laberinto
donde el discurrir filosófico ha dejado hace tiempo atrás el sentido
divulgativo que inicialmente pudo parecer tener la obra. El autor nos deja ante
temas tan agobiantes como el dinamismo de la identidad, la sorpresa de
libertad, la multiplicidad del tiempo, los abismos de la memoria o la incertidumbre
del progreso. No puede decirse que David Jou sea optimista.
Un libro que
vale la pena leer y releer. Un libro donde orientarse sobre el momento de la
ciencia. Un libro para conocer la real dimensión de de nuestra ignorancia.
El libro “El laberinto del tiempo. Tiempo y memoria en
la vida y el universo” (272 págs.) fue escrito por David Jou i Mirabent,
datando su copyright de 2014. Su edición en castellano fue llevada a cabo por
la editorial Psado&Presente ese mismo año.
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