Debo hacer una
advertencia previa: los comentarios que siguen se llevan a cabo en torno a un
libro que ni he comprado ni he leído. De hecho, lo que se va a comentar es el
libro como tal, su publicación y su éxito, sin entrar en su contenido, aunque
parte de éste se conoce en sus rasgos fundamentales por los comentarios de los
medios.
Michael Wolff
es un periodista que ha cumplido ya los sesenta años. Después de publicar
cuatro libros, escribió una especie de biografía de Murdock, el magnate de la prensa,
para lo cual mantuvo con él unas cincuenta horas de conversaciones. Murdock,
sin embargo, no pareció nada contento con el resultado. El gran éxito ha llegado
con el famoso libro “Fire and Fury.
Inside the Trump House”. En realidad, el éxito fue remachado cuando la administración
Trump amenazó al editor con presentar una querella en caso de publicarse.
¿A qué viene
todo esto? Simplemente para referirse a la sensación de vulnerabilidad en la
que suele encontrarse no pocas veces quien se enfrenta a un libro desconociendo
las ideas, motivaciones y tendencias del
autor. No se habla tanto de una orientación política asentada en la clásica
oposición derecha-izquierda, sino de la alternativa verdad-mentira,
realidad-ficción. Esto importa quizá poco cuando se trata de libros que abordan
temas ajenos a la política, pero mucho cuando se trata de historiar hechos relacionados
con la política, especialmente cuando se historia la realidad más próxima en el
tiempo. Recientemente tocábamos temas como el storytelling o la imperofobia.
El éxito de
ventas de “Fire and Fury” es
asombroso. Se calcula que se han vendido solamente en los Estados Unidos y en
escasas semanas dos millones de ejemplares. Las traducciones se hacen en tiempos
increíblemente breves y los medios no dudan en publicitar su presentación en
sociedad con una desusada orquestación.
Del libro se
nos dice que lo que contiene es fruto de las conversaciones mantenidas y
confesiones recogidas por Michael Wolff en sus relaciones con personas ligadas
a la Casa Blanca. ¿Gossips? Algo que,
para el espectador ajeno a ello (es decir, el lector), muestra un peligroso
acercamiento a la prensa del corazón, en las que las confidencias parecen ser
la única base del conocimiento de los hechos que parecen haber permanecido
ocultos.
Donald Trump ha
sido desde su origen una sorpresa. No ofrecía la imagen propia del máximo dirigente
de una de las grandes potencias del mundo. Era el clásico caballo perdedor. Y
cuando se cuentan las papeletas y se adjudican los escaños resulta que gana en
unas elecciones democráticas cuya limpieza nadie niega. Tuvo menos votos, pero
más escaños. Sucede que, cuando existe un ganador, surge también la figura del
perdedor (o perdedores). Desempeñar correctamente el papel de perdedor en una
democracia no es sencillo ni fácil. Lo comprobamos a diario. Perder las
elecciones teniendo más votos tiene que ser aún más duro. Más todavía cuando se
cree que se va a ganar. El principio de “más vale lo malo conocido que lo bueno
por conocer” apoyaba esa convicción.
Probablemente
nunca entenderé a los norteamericanos, pero probablemente eso le pase a la
mayoría de la gente, incluidos los propios norteamericanos. Algo que también es
algo que pase en todos los países respecto a sí mismos. Y así sucedió que la
elección de Trump fue una sorpresa. Como sucede entre los economistas, a balón
pasado todo tiene una explicación. Pero el resultado no se digirió. Sobrevino una
especie de negación de la realidad. Trump no podía ser presidente porque no
daba la imagen esperada de presidente, cosa absolutamente cierta. Y a base de
insistir una y otra vez en ese rechazo de lo real, se intentó modificar la
realidad. Se estaba en un sueño o, peor, en una pesadilla.
Quizá todo
estaba movido por los demócratas y por los republicanos resentidos con Trump,
pero lo cierto es que se evidenciaba la existencia de toda una campaña contra
esa realidad, con la esperanza final de un impeachment.
Y dentro de esa campaña, libros como “Fire
and Fury” tenían un campo reservado. Potenciado en este caso por la desafortunada
amenaza de querella formulada por la administración de Trump.
La existencia
de una campaña en busca del impeachment
se comprueba fácilmente entrando en Internet y relacionando en un buscador esa
palabra con Trump. Su plan impositivo, por ejemplo, se resume en “robar a los
pobres, dar a los ricos” (Reverse Robin Hood). Su acoso a las mujeres llena
páginas. Se le califica de ruinoso en sus negocios pese a su riqueza. Se
señalan como sus delitos más graves el odio hacia los inmigrantes, los
musulmanes y China. Lo peor es que los medios españoles, empezando por los
oficiales como TVE, se han subido alegremente a ese carro.
En la web de
esa TVE aparece la afirmación de Wolff, de que Trump es el mayor mentiroso del
mundo. Justamente la que Trump ha dirigido desde hace años a Wolff, cuando
criticaba sus negocios. Uno y otro nos ofrecen realidades distintas y contrapuestas.
Ninguno convence ni prueba, dejándonos en medio de una tormenta mediática.
¿Qué puede
hacer una persona cuando tiene en sus manos un libro de esta naturaleza? Porque
tiene debilidades observables antes de entrar en su contenido: por una parte,
basa su veracidad en comentarios y chismes no comprobados; por otra, parece
estar alineado con la campaña de desprestigio (o simple denuncia de
peculiaridades) organizada. Si unicamente lo lee para sí, es evidente que ese
contenido se tamizará y teñirá a través de las propias ideas del lector. La
cosa al final se queda en un “me gusta o no me gusta”.
Pero hablar a
los demás de un libro así requiere cierta responsabilidad. Y uno no sabe si lo
que se dice en el que tiene en las manos es verdad o no, o, lo que es peor, qué
partes tiene de verdad y cuáles de mentira. El problema se acrecienta cuando se
contempla como los medios se alinean con una corriente de apoyo al libro de por
sí, transmitiendo un mensaje vago de independencia y un aroma a friki. Junto a
esa idea, se endosa la imagen del lanzamiento del libro, se suman declaraciones
y entrevistas. Algo parece oler mal. A podrido, que dirían en la Dinamarca
hamletiana. La cosa es muy distinta del éxito que, por ejemplo y en España, ha
tenido “Patria”, éxito al que no se le conoce sin ninguna fanfarria previa.
Son esas la
razones por las que no voy ni a comprar ni a leer, por consiguiente, el libro.
No conozco realmente las historietas que se cuentan de Trump, ni las que éste
pueda tuitear. Solo tengo ideas generales sobre su política. Y plena conciencia
de que supone, al menos al principio, una ruptura sobre las formas peculiares
con que se actúa en el terreno público. No deja de ser un experimento extraño
que rompe con unos viejos hábitos: ausencia de experiencia política, sobrada
experiencia económica, política y comunicación. Las consecuencias se desconocen.
Personalmente
este tipo de aventuras me tienta, aunque al mismo tiempo me da vértigo y, en
ocasiones, miedo. Pero lo mismo me sucede con el continuismo adobado con resignación
que padecemos en tantas cosas. Ése es el que ha dado lugar a fenómenos muy
dispersos que se han calificado de populismo, algo nuevo y viejo, que se
presenta con un desconcertante aspecto transversal: populismo en la derecha, en
la izquierda, en la política vaticanista y en las primaveras que no asolan por
todas las partes, sean indigenistas o musulmanas.
Uno aspira a
ser ecuánime y siervo de la verdad. Pero comprende, al mismo tiempo, que es
algo que, aun sin dejar de intentarlo en todo momento, es algo difícil de
lograr. Uno contamina sin querer con sus propias creencias y convicciones. Pero
debe de tratar de reducir esa contaminación al mínimo para salvaguardar la
pureza de la labor, siempre inacabada, de encuentro con la verdad.
No tengo
razones de peso ni para defender ni para atacar a Trump; sí para temer su
volubilidad, su excesiva teatralidad, su tendencia al reality show. Pero Hillary Clinton, con sus historias también a
cuestas, tenía plomo en las alas. En sus declaraciones, el mismo Wolff ha aceptado
marginalmente una explicación al triunfo de Trump: la gente estaba harta de los
políticos y lo votó por no serlo. Los políticos no lo perdonaron, más allá de
la irritación por la derrota y la dificultad de digestión de unos nuevos
tiempos. Todo aparentemente respetable, pero que ha conducido a un auténtico
charco en el que todos chapoteamos y el que no me quiero meter para no crear
más confusión.
Resumiendo:
Trump es la anécdota, como lo es el contenido del libro. La categoría es otra
y, por lo mismo, es a ella a quien debemos nuestra atención.
Por descontado,
todo lo anterior no significa ni la crítica del libro ni la recomendación de no
leerle. Porque, junto a la búsqueda de la verdad, creo en la defensa de la
libertad individual.
“Fuego y Furia. En las entrañas de
la Casa Blanca de Trump” ha sido escrito por Michael Wolff. La primera edición
de su traducción española se ha llevado a cabo en febrero de 2018, un mes después
de su publicación en EE.UU.”
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