domingo, 4 de febrero de 2018

Manuel Conthe: “La paradoja del bronce. Espejismos y sorpresas en el mundo de la economía y la política”.




 

He defendido muchas veces la libertad y alabado a los autores que la defienden, sin despreciar al mismo tiempo las conclusiones de los que no mantienen esa postura sino la contraria. Y de pronto se topa uno con Conthe quien te advierte que eres libre, pero que tu libertad está condicionada por extraños mecanismos psicológicos que, si no son comunes a la totalidad de los humanos, penden como una amenaza siempre actualizada sobre la mayoría de ellos, hasta el punto de considerar esas limitaciones como consustanciales a la naturaleza humana, aunque presenten excepciones, a veces importantes.
Manuel Conthe ha desarrollado su actividad laboral en el mundo de la economía, tanto en la Administración española, como el Fondo Monetario Internacional, trabajando en este último caso en Washington. Esto último le permitió un conocimiento de la realidad estadounidense que se aprecia en el libro, en el que abundan las citas tanto de autores de habla inglesa como española, clásicos aparte. Ese mismo escenario de su vida laboral se traduce en la referencia a la política, como adición a la estrictamente económica.

Vaya por delante que estamos ante un libro que reúne la doble cualidad de ser entretenido y alejarse de pedanterías innecesarias. Pero ¿estamos ante un libro? Conthe, lo inicia recordando la distinción unamuniana entre el autor ovíparo (lento) y vivíparo (rápido), que le resulta insuficiente al faltar al referencia a la obligación, lo que le permite saltar ya a distinguir entre escritores “neoclásicos” (“la oferta la crea su propia demanda”) y “keynesianos”; estos últimos son “jornaleros de la pluma que estirarán su producción justo hasta donde lo reclame la demanda y sólo sentirá “dolores de parto” cuando se acerque, inexorable, la fecha de entrega pactada”. ¿Qué mueve al “keynesiano perezoso”? Puede ser la necesidad económica o un compromiso asumido.
Esto es lo que sucedió con este libro que como indica Conthe está “nutrido de forma determinante de las Crónicas que escribí durante el periodo 1999-2003, desde Estados Unidos, para el diario económico “Expansión”. Lo que hizo en 2007, fecha en que dimitió, por disidencias de opiniones, del cargo de presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores al que había accedido en 2004.  Agrega que el libro es producto de un compromiso asumido en tal sentido. El cumplimiento de lo prometido es lo que mueve al keynesiano perezoso. Claro que la pereza pesa; quizá gracias a ella disponemos de unos comentarios muy naturales y desprovistos de rebuscadas reelaboraciones.
Queda así de manifiesto la naturaleza del libro: es una recopilación de las crónicas publicadas en “Expansión” y escritas desde Washington. Lo que hace Conthe al crear el libro es agrupar en capítulos los textos de las crónicas que cree relacionadas con las ideas que va a dar título a los distintos capítulos “que giran en torno a la misma idea central”. Ésta no se define especialmente, pero se relacionan las 26 ideas particulares en torno a las cuales se escribieron los artículos.
El libro de complementa con un brevísimo epílogo en el que Conthe se disculpa de la “reiteración de muchos temas y el silencio total sobre otros muchos, de tanta o mayor importancia que los primeros”. Y lo disculpa recordando al rabino judío que, preguntado por qué siempre tenía la parábola adecuada para apoyar sus enseñanzas, contestó: “No busco una parábola que encaje en el tema. Solo hablo de asuntos para los que tengo una parábola”.

El título del libro está explicado poco más adelante. Un estudio realizado en las Olimpiadas de 1992, las de Barcelona, llevado a cabo por Victoria Medvec constató que “los atletas que ganan las medallas bronce se sienten más felices que quienes consiguen las de plata, pues se comparan con quienes no han subido al podio, no con los que han ganado el oro”.
¿De qué es de lo que, en definitiva, nos avisa Conthe? Puedo equivocarme, pero todo parece decir que todo tiende a equivocarnos. Algo que piadosamente califica de “espejismos y sorpresas”. Nos engañan nuestros sesgos, nos engaña nuestra memoria, nos engaña nuestro entorno, nuestros prójimos, nuestros políticos, la gente, nosotros mismos. Unos engaños son deliberados; otros, son inconscientes; otros inocentes; otros responden a programaciones cuidadosamente planeadas. Lo peor es que habitualmente, frente a cada uno de esos ataques, solemos estar absolutamente inconscientes de su existencia. El libro se encarga de demostrárnoslo.
El gran problema que no se denuncia directamente, pero cuya denuncia pende constantemente en el aire es que ese engaño suele ser espontáneo, persistente y responde a nuestra naturaleza, mucho menos perfecta de lo que quisiéramos. Conthe simplemente deja constancia de ello; ni ofrece soluciones ni lógicamente puede ofrecerlas. Trata solamente de mostrarnos ese museo de abominables errores que nos impiden creernos seguros sobre algo, una vez revelada su existencia.
El libro nos entretiene y divierte incluso, mientras reconocemos todas sus advertencias e indicaciones como ciertas. Y ¿después qué?

Peor son las advertencias que se hacen sobre la forma en que, por ejemplo, se manipulan pruebas, valoraciones, mediciones o, lo que es peor y ya en el plano político, las elecciones. Eso nos los dice Conthe y desde EE. UU., donde quizá exista una de las elecciones más puras y depuradas. Los distritos se reparten y distribuyen previamente al momento en que los ciudadanos votan. Cuando lo hacen, lo llevan a cabo sobre unos mapas electorales cuidadosamente convenidos, manipulados o impuestos.
El libro recoge unos 90 artículos publicados en Expansión. Demasiados para comentarlos. Uno se encontraba, por ejemplo, con el famoso dilema Abilene. Pero junto a él hay otros conocidos, pero con nombre desconocido. Y, sobre todo, otros nuevos. Un auténtico museo de los lastres con que se enfrenta nuestro espíritu que aspira a ser libre. Imposibilitados de liberarnos de todos, ¿cuáles debemos aceptar para simplemente reconocer su existencia?
El libro se abre con la referencia a la “teoría de la perspectiva” de Kahneman y Tversky y su revelación de que somos más sensibles a las pérdidas que a las ganancias, aunque atraídos por las ganancias ciertas y rechazando las pérdidas seguras. Pero partiendo de esa idea y sin abandonar el capítulo que titula “La magia de la perspectiva” pasa a abordar otra serie de cuestiones: la mejor tolerancia de la inflación frente a la devaluación, el menor trabajo de los taxistas en los días de mayor demanda, el mayor disfrute de los pequeños lujos cuando sean pequeñas nuestras aspiraciones, la mejor aceptación de las retenciones impositivas, la misma paradoja del bronce, determinadas reacciones inexplicables en la bolsa, la trampa de los señuelos en la política que se traduce en el ”efecto de la superioridad asimétrica” fuera de ella (“al elegir no revelamos unas preferencia estables preexistentes, sino que construimos esas preferencias sobre la marcha en función del contexto de la elección”); el “efecto certeza”; la paradoja de Allais”; la “Support Theory” y su manifestación en el “efecto desglose o desagregación; la querencia por la omisión; la psicología de las opciones. Incluye la misma ley del bronce que da título al libro.
Si se ha recorrido el compacto contenido de este primer capítulo ha sido para poner en evidencia la imposibilidad de repasar todos los numerosísimos engaños, sorpresas y espejismos a los que estamos sometidos y que se repasan a lo largo del libro (además sin propósito exhaustivo, como confiesa el autor).  Resultamos victimas de nosotros mismos (nuestras tendencias naturales y nuestra memoria), de nuestro entorno (las influencias familiares, sociales, gregarias), de nuestros conocimientos (la ignorancia, la manipulación mediática, las ocultaciones), de nuestras pasiones.

Los dilemas ocupan buena parte del libro. Muchos de ellos conducen a clasificarnos en dos categorías opuestas. Así, el dilema de Robin nos hace identificarnos con el erizo (fanático, capaz de hazañas) o el zorro (escéptico, flexible). O el de Eutrifòn, que nos obliga a decidir si los dioses aman lo virtuoso porque lo es o si algo es virtuoso porque lo aman los dioses. Para colmo, nuestros defectos y vicios proporcionan siempre una especie de telón de fondo: la envidia, el temor, la adulación, la soberbia. La misma lógica nos tienta con sus paradojas y trampantojos.
Puede parecer improbable que un libro que aborde esos temas pueda ser entretenido y absorbente. Pero lo es. Quizá se deba a su origen articulado posteriormente estructurado. O a que no pende ofrecer soluciones ni mantener tesis de ningún tipo, mas alla de constatar una serie de fuentes de equivocacion que nos acechan. A mí, me ha entretenido. Y agradezco las dudas que me ha transmitido.

“La paradoja del bronce. Espejismos y sorpresas en el mundo de la economía y la política” (324 págs.), libro del que es autor Manuel Conthe fue publicado por Editorial Crítica en 2007, año en el que realizó una doble edición.

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