María Elvira
Roca Barea es una malagueña que como, nos informa la Wikipedia, ha trabajado
para el CSIC y enseñado en Harvard. Ha dado conferencias y escrito libros.
Trabaja hoy como profesora de Lengua Castellana y Literatura en la Enseñanza
Media. Sobre todo eso quizá destaca el hecho de ser la autora del libro que se
comenta y que leo en su 14ª edición, en el que consagra la palabra de su invención
“Imperofobia”. Adelantemos que define
ésta como “la aversión indiscriminada
hacia el pueblo que se convierte en columna vertebral de un imperio”
De entrada, el
lector debe rectificar dos posibles errores, propios, no inducidos por la
autora. El primero es no reparar en que se habla de “imperofobia”. Pronto Roca
Barea aclarará que no va a hablar de los imperios, sino de imperofobia, es
decir de las reacciones que se provocan en contra de los llamados imperios. El
segundo es que, al leer la expresión “leyenda negra”, la asociamos
automáticamente con la española, cuando cada imperio ha tenido su propia
leyenda negra. Lo cierto es que, cuando no se especifica nada más, la expresión
“leyenda negra” se entiende referida a España. Mucha responsabilidad de ello
tiene los muchos españoles que la han asumido en mayor o menor medida como
cierta.
Sucede que, aunque
estudie la imperofobia y no la noción de imperio, se ve en la necesidad de referirse,
aunque sea superficialmente a este. “Dos parecen
ser las notas dominantes en la noción de imperio a simple vista: poder y extensión
territorial”, sin que el poder tenga que ser siempre militar. Con cierto
humor indica que “los pueblos imperiales no
suelen comerse a la gente”
Otro tanto
sucede con el término “leyenda negra”, nacido en oposición a la leyenda dorada
o aúrea que históricamente la precedió. La consolidación de su significado actual
se lo atribuye la autora al historiador regeneracionista español Julián Juderías
que en 1914 publicó un libro con ese título.
El imperio será
siempre “no intencionado” (inconsciente) y multinacional. Ni se busca, ni deja
de integrar a otros pueblos y naciones. Aunque son muchos los imperios históricamente
reconocidos como tales, Roca Barea unicamente se refiere a los más conocidos y próximos,
en el espacio y en el tiempo. Todos reúnen las exigencias para considerarles
imperio, pero todos difieren y, especialmente, difiere la forma en que surge su
leyenda negra, producto de la imperofobia. Comienza así su paseo por los
imperios de Roma, de los Estados Unidos y de Rusia. Luego llegará España.
Naturalmente,
Roma va a ser la primera de las referencias. Se discute aun si fue un imperio
intencionado (inconsciente), producto o no de acciones defensivas. En cualquier
caso, marca un patrón que constituirá paradigma del “imperio”. Como hará más
adelante, las disquisiciones de la autora se apoyan fundamentalmente en los
contradictores más radicales, en este caso, Mitrídates y Timágenes de Alejandría.
La leyenda negra romana, poco conocida, desaparecerá en la Edad Media, para
reaparecer en el siglo XIX acompañando al imperialismo.
Contrariamente,
el antiamericanismo nos ofrece la visión de una leyenda negra viva y vigente. Nace
vinculada a una degeneración producto de una región desfavorecida. Cuando el
argumento flaquea surgirá el argumento de la inferioridad del norteamericano.
Lanau afirma “el americano no sabe nada;
no busca más que dinero; no tiene ideas”. El hecho de que esté viva da paso
a que se aborde el tema del antiamericanismo español (asentado sobre el izquierdismo
reinante más que sobre la confrontación de la guerra de 1898), del europeo (comparable
a la displicencia con que la intelligentsia
griega vio a Roma ya la admiración con que ésta correspondió) y del mundial y
el islámico (derivado en parte del papel de gendarme que el imperio se ve
obligado a asumir). Naturalmente, hay también un antiamericanismo interno:
Chomsky, por ejemplo.
El caso de
Rusia es peculiar. La tesis que mantiene Roca Barea es que, contra la opinión
general de que su peculiar leyenda negra procede de los ingleses y deriva de
conflictos territoriales, realmente tuvo su origen en la Ilustración francesa, deplorable
respuesta a la admiración rusa por lo francés. Rusia es un país lejano y ello
permite que se aluda al hecho de, en que muchas ocasiones, las leyendas negras
se basen en informaciones poco reales de viajeros que se limitan a recoger
rumores y afirmaciones extrañas. Algo que ya sucedió a De Las Casas. La leyenda
negra rusa, la llamada rusofobia, es en todo caso algo independiente del
comunismo y algo alentado siempre por la imagen de una Rusia dispuesta a
comerse Europa.
La segunda parte del libro está dedicada a examinar en concreto la leyenda española. Roca Barea comienza por afirmar que su origen estuvo en Italia, frente a la creencia de que estuvo en otros lugares. Se basó en la negación de que en España hubiera florecido el humanismo. Y se alimentó de hechos como el Saco de Roma, atribuido en su totalidad a los españoles. Italia sufría la irrupción de los aragoneses y se creía sucesora de los romanos. El libro repasa, de forma muy espesa y circunstanciada, los perfiles de esa hispanofobia Al final todo se redujo a considerar a España un pueblo atrasado y tosco, degenerado por la sangre semita y africana que compartía. Pero lo sembrado por Italia fue cultivado por otras naciones.
Y por otras
causas, porque ahora y desde la panza de Europa, el siguiente ataque a España
se va a producir desde el protestantismo. Merecen leerse las consideraciones
que nos transmite María Elvira, que nos llevan desde el erasmismo no correspondido
por Erasmo hasta la afirmación de que los imperios no se molestan en
defenderse. El protestantismo es objeto de una minuciosa autopsia. Otra vez la
autora nos ofrece una visión particular, personal y convincente de lo que era
el protestantismo. En definitiva, una defensa contra la idea de un Carlos I,
que deseaba ser más V de Alemania que otra cosa. La exposición del libro es
brillante, sorprendente a veces y —a mi juicio— casi siempre acertada.
Nuevamente
nos sometemos a la agradable ducha de datos e interpretaciones a la que Roca
Barea nos somete y con la que llegamos a tener una visión suficientemente clara
de lo que el protestantismo supuso. Cómo surge la propaganda destinada a
denigrar a España y fortalecer los sentimientos nacionalistas de determinadas
capas sociales de Alemania. “La leyenda
negra está vinculada al subsuelo de muchos nacionalismos europeos, ya que la España
Católica ocupó en ellos el lugar del malvado enemigo que todo nacionalismo
necesita para existir” (¿Espanya ens roba”)
Queda el tercer
mazazo: Inglaterra, que coge entusiasmada la antorcha. Voy a hacer una paradiña: es curioso cómo Roca
Barea nos destaca que, además de sospecharse que Shakespeare era católico, no
contiene en sus obras ni una sombra de hispanofobia. Por descontado, hubo otros
muchos que la alimentaron y a uno de ellos, español, se refiere la autora:
Antonio Pérez, al que no duda en comparar a Chomsky y Michael Moore. “En el libelismo el testigo es una garantía segura de triunfo”. A la
magnificación del fracaso de la Armada Invencible con olvido de los reveses
sufridos por los ingleses, añade otros calificativos a lso españoles: los de
cobardes e incompetentes.
Nos encontramos de nuevo sumergidos en un auténtico
aluvión de datos, hechos, circunstancias, narraciones, mentiras e ideas
preconcebidas. O anécdotas, como el catolicismo de Camila Parker o el confesado
por Tony Blair tras concluir su mandato. Todo ello constituye una nueva deuda
con María Elvira Rica Barea.
Tras Inglaterra/Gran Bretaña aparecen los Países Bajos. El
libro trata de desentrañar la confusa historia que sirvió de escenario de una
insistente propaganda antiespañola —una guerra de papel—,
especialmente fijada en el Duque de Alba. Todavía el himno de Holanda habla de
las afrentas del español cruel (o sea, de todos). Como en otros países, las
guerras políticas se enmascaran como guerras de religión y son constantes las
persecuciones de los católicos para lograr su exterminio.
El examen de la leyenda negra española tendrá dos
remansos: el relativo a la inquisición y el de la aventura americana. En el primero
se evidencia que la inquisición española fue más leve y sangrienta que las de
otros países europeos; no deja de ser sorprendente que fuera la única en que no
se juzgara a las brujas por el hecho de serlo. En el segundo, María Elvira Roca
Barea muestra su defensa y admiración por la obra española, que recorre y
analiza. Dos autores merecen su crítica: el desenfocado Humboldt y el
bienintencionado John Elliott. Aunque separados por dos siglos ambos “comparten la generalizada incapacidad europea
para medir la enormidad americana”. Y el libro nos recuerda esa enormidad a
través de la también enorme labor española en campo como la medicina, los
hospitales, el urbanismo, la cultura, la legislación laboral, la educación, los
juicios de residencia… Tiene la virtud de comparar lo que en esas materias
dispensaban a sus propios ciudadanos los países europeos.
Cuando Roca Barea
se refiere a cómo la imperofobia prosiguió su camino, vuelve a recalar en la
idea de la responsabilidad de la Ilustración, que extenderá la idea de los
españoles ignorantes y torpes. Se ocultan en cambio los grandes fracasos de
Francia, su incapacidad para crear imperios y su total dependencia de los
intelectuales.
En su parte final, el libro recoge la ulterior evolución
de la leyenda negra, que en definitiva es su consolidación Leopold von Ranke en
Alemania y Thomas Macauley en Gran Bretaña contribuirán a ello con su prestigio
de historiadores. Los fracasos de sus imperios moverán a reavivar la leyenda
negra como medio de ocultarlos. El colonialismo que florecerá en la segunda
mitad del siglo XIX tratará de verse mendazmente como una forma de Imperio, aunque
carente del mestizaje que hace posible éste. Las unificaciones de Alemania e
Italia motivarán una renovación de la leyenda negra. Luego llegará el relato
del Maine, auténtica muestra de storytelling.
Al final aparece el tratamiento de los PIGS en la crisis de 2007: ¿hay influido
la leyenda en el peor tratamiento recibido por nuestra prima de riesgo y su
incidencia en las generaciones futuras?
Tras una fase de la obra en la que la autora aborda peligrosamente
aspectos económicos, llega a las conclusiones. Se hace un esquema de la evolución
de la leyenda negra entre los propios españoles con un resultado no muy
favorable: proliferan las actitudes de silencio, aceptación y conformidad.
Predomina la autocrítica. A los católicos se les puede insultar impunemente; ya
se sabe: no responden.
Y, de pronto, la historiadora salta del pasado y se encara
con el futuro. Proclamará la persistencia de la leyenda: “hay algo que importa muchísimo aquí antes de dar por terminado ese
libro: acabar con la absurda idea de que la leyenda negra y sus consecuencias
son un fenómeno del pasado”. Pero
claro: “si privamos a Europa de la
hispanofobia y el anticatolicismo, su historia moderna se torna un
contrasentido”.
María Elvia Roca Barea se muestra crudamente pesimista: la
leyenda negra existirá y lo hará durante mucho tiempo. A nosotros nos corresponde
explicar a las nuevas generaciones el porqué de ella, “sin negar nunca la amarga verdad: que la culpa mayor la tenemos
nosotros”. No es extraño que el libro concluya así: “para eso, para ayudar a poner en claro no el pasado, sino el futuro, se
ha escrito este libro”,
Son las últimas palabras de un libro que, con una claridad
meridiana, ahonda en la peculiar existencia de una leyenda negra, sobre la que elaborará
sus ideas sobre la “imperofobia”, pero que terminará retornando al caso español
y a la melancolía.
Un libro necesario, denso en ideas y citas, clarificador,
que nos lleva a retomar conciencia de algo sabido. Y que, sin ambages, nos acusa
y responsabiliza de muchas cosas, al tiempo que nos defiende de otras.
“Imperofobia
y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español” (482 págs.)
es un libro escrito por María Elvira Roca Barea y publicado en España, con prólogo
de Arcadi Espada, por la Editorial Siruela en su “Biblioteca de Ensayo” en
2016, fecha de su registro, pero que en noviembre de 20017 alcanza su 14ª edición,
que es la leída”
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