Sigo en mi
intento de aclarar mis vagas ideas sobre un periodo reciente de la historia
española de la que tuvimos escasa información los que pasamos por la escuela en
los 40 y los 50. Es algo así como un proustiano andar “en busca de la formación
perdida”. Este intento se ha centrado sobre todo en ciertas figuras de la etapa
republicana: Alcalá-Zamora, Gil-Robles y Alejandro Lerroux. Hoy le toca al
primero y lo hago con un libro escrito sobre su figura por Stanley Payne, un
autor que no precisa una especial presentación por ser sobradamente conocido
como resultado de su dedicación al estudio de la historia política reciente de
España y, más concretamente, de lo que rodea a la guerra civil. Hay que
destacar la evolución que este historiador ha sufrido, desde su crítica inicial
sesgada de izquierdismo hacia una postura que busca el equilibrio de fuentes e
informaciones.
Quizá era
necesario recurrir a un autor como Payne para abordar la desdibujada figura
histórica que es Alcalá-Zamora, Don Niceto para unos y “el botas” para otros.
En su libro pesa fundamentalmente la continua aparición de conflictos políticos
durante la república, debido especialmente a la fragmentación de partidos,
creados, coaligados, divididos y extinguidos de manera apenas interrumpida.
Pero al mismo tiempo no deja de avistar y analizar la personalidad un tanto
compleja de Niceto Alcalá-Zamora. Sin olvidar que hubo una curiosa pareja de
baile que fue la compuesta con Azaña.
Alcalá-Zamora
se nos presenta —o es la impresión que uno extrae— como una especie de
“repelente niño Vicente”, aquel
personaje de La Codorniz creado por Azcona. Nacido en la cordobesa Priego en
una familia numerosa, católica y conservadora, sobresalió en los estudios
uniendo esfuerzo e inteligencia. Tras optar por seguir la carrera de Derecho,
fue ya a los 22 años Letrado del Consejo de Estado. Ejerció como abogado
destacado hasta los 40 años, momento que accedió al escenario político.
Moviéndose siempre en el área liberal, la aparición de la dictadura de Primo de
Rivera le hizo olvidar su sentido monárquico y hacerse líder del republicanismo
de derecha, en unión con Miguel Maura. Y pretendió serlo, a través de
moderación, de todo el republicanismo.
Este paso lo refleja
perfecta y detenidamente Payne en el capítulo titulado “De monárquico a
republicano”, que sigue al que tituló “Un liberal monárquico”. Fue un proceso
en el que, que como dice Payne, “su alejamiento de la Corona comenzó por tanto
a principios de 1923, aunque tardó en consumarse más de seis años”. Al
principio de ellos era ministro de Guerra con García Prieto, aunque “civilista”.
Ya entonces se manifestaba su resentimiento, su faccionalismo tendente a
provocar desuniones y enfrentamientos, y la utilización de la dimisión como
realidad o amenaza, pero siempre como arma de combate. La Dictadura fue el
detonante, creciente año tras año, que movió a Alcalá-Zamora a convertirse en
furibundo republicado, esperando a liderar la unión de una masa de republicanos
de derecha. Uno tiene la sensación de que Don Niceto no tenía otra aspiración
que la de ser Presidente de todo lo que le afectara o estuviera próximo a él:
mandar. Una ambición que sin embargo mantuvo lo que podríamos llamar su
virginidad financiera, dada la riqueza obtenida por el ejercicio de la abogacía.
Aunque no fue
maltratado por la Dictadura, Alcalá-Zamora proclamó su republicanismo en su
famoso discurso de 13 de abril de 1930 en el Teatro Apolo de Valencia,
pronunciado “con su acostumbrado estilo alambicado”. Al mismo tiempo en que
se alababa su brillante oratoria, se señalaba su perfil cursi, barroco y
anticuado, incapaz de llegar a las masas. Azaña fue especialmente crítico en
ese sentido. Pero, en cualquier caso, “hacia 1930 el republicanismo se había
convertido en un amplio movimiento, aunque difuso, desorganizado y muy
fragmentado. Su mayor apoyo se encontraba en las clases medias, especialmente
en la èlite cultural”. Un ejemplo: mientras Azaña era presidente del Ateneo
de Madrid, Alcalá-Zamora lo era de la Real Academia de Jurisprudencia y
Legislación. En ese clima, llegó el Pacto de San Sebastián fruto del cual
derivó el “Comité Revolucionario” ¿Quién podía ser su presidente? Pues claro: Alcalá-Zamora,
quien al mismo tiempo que alababa a Lerroux por sus renuncias y sacrificios, “tenía
una buena relación personal con Largo Caballero”.
Llegaron los
avisos que supusieron las intentonas de Fermín Galán y de Ramón Franco. En
libro se indica: “en vez de recapacitar tras los episodios de violencia que
habían desencadenado gratuitamente, los propagandistas republicanos se reafirmaron
en lo hecho...” y “se lanzaron a la construcción del mito de los rebeldes
de Jaca, glorificando a Galán…”. Según Payne, ”en las voluminosas
memorias de Alcalá-Zamora no hay
ninguna indicación que nos lleve a pensar que
cuestionara ese mito”. Cuando Berenguer ordenó la detención de Comité Revolucionario,
éstos fueron tratados “con mucha cortesía”. “Incluso permitieron a Don
Niceto acudir a misa antes de ser trasladado a prisión”. Fueron condenados a
seis meses que se recondujeron inmediatamente a la libertad provisional. Pese a
ello “tras haber sido absuelto de cumplir la pena, una de las primeras cosas
que hizo Alcalá-Zamora fue estudiar… las posibilidades de una nueva revolución
militar”.
Llegamos ya al
momento en que el almirante Aznar convoca elecciones: primero las municipales
(donde espera ganar claramente la derecha) y, después, las provinciales y las
generales. No se equivocaban, pero la victoria de la derecha en los pueblos fue
interpretada como resultado del caciquismo rural, por lo que se valoró
unicamente el triunfo de las izquierdas en las grandes ciudades. Así que se proclamó
de facto la Segunda República. ¿Quién leyó desde el Ministerio de Gobernación
de la Puerta del Sol su proclamación? Pues, Don Niceto. Que además pasaba a ser
presidente del Gobierno Provisional. Ignoraba que en aquellos momentos se
iniciaba su decadencia y final.
Porque —como
señala Payne—
cometió la grave equivocación de que imaginar que la izquierda revolucionaria,
se uniría en franco abrazo con la derecha revolucionaria. Y no fue así. La
izquierda entendía que la revolución republicana implicaba la lucha contra el
conservadurismo y catolicismo de la derecha. Y esa lucha comenzaba con la
redacción de la nueva constitución, confiada en su primer borrador al propio Alcalá-Zamora,
quien, de esa forma, unía al problema social el suyo personal. Porque su
objetivo era defender la libertad de cultos y la enseñanza de la religión en
las escuelas. Y simplemente, no lo consiguió. Llegó la quema de los conventos.
“Alcalá-Zamora no solo estaba francamente avergonzado, sino también asqueado
y enfadado por lo ocurrido”. Él mismo declaró que “se pronunciaba la
excomunión laica contra los republicanos moderados…” Y España tropezó con
la Iglesia. Y la Iglesia con la República.
No puede
olvidarse que Alcalá-Zamora era, además, presidente de un partido, la Derecha
Liberal Republicana. Un partido que reduce al final a 3 diputados su fuerza. Su
debilitación fue una de las razones para que la izquierda apoyara su
nombramiento de presidente de la República, de acuerdo con la nueva constitución,
el 19 de diciembre, ya que “consideraba muy conveniente sacar del Parlamento
al mayor defensor de la moderación”. Tenía un mandato de 6 años y poderes
que aproximaban el sistema al presidencialista. Pero ya estaban frente a él y
tenían como Jefe de Gobierno a un Azaña que fue recortando las plumas de sus
alas. En definitiva: un tonto útil para la izquierda.
Estamos ya en
la Segunda República y en sus tres clásicos periodos: el primer bienio de 1931
a 1933; el bienio llamado negro por las izquierdas, de 1933 a 1935; y el
triunfo del Frente Popular, inaugurado en 1936, año en que se declara la Guerra
Civil. En la primera, destacando la figura de un Azaña jefe de gobierno y cada
vez más próximo los socialistas, Alcalá-Zamora tuvo que tolerar una legislación
contraria a sus principios a los que se sacrificó en aras de republicanismo
moderado que practicaba. El suceso más notorio fue el de Casas Viejas. Siguió
el bienio negro donde la derecha triunfante rectificó parte de la legislación
revolucionaria e hizo frente a la revolución de 1934, centrada en Asturias y
Cataluña. Las izquierdas, sin embargo, prepararon con agitaciones sociales y lograron
con trampas electorales la victoria del llamado Frente Popular.
Se dedican
muchas páginas a examinar el problema de constitución de un Gobierno ante los
rechazos de Chapapietra y Portela Valladares antes de convocar elecciones.
Señalemos con el libro únicamente que “la más atrevida manipulación de Alcalá-Zamora
le había estallado en su propia cara por lo que no le quedó más opción que
llamar a Azaña para que formase inmediatamente un Gobierno izquierdista”. Y
llegaron, bajo su presidencia, las elecciones del 36 y el Frente Popular. En el
enfrentamiento directo, Azaña ganó, aunque como indica Payne “la destitución
constituyó un flagrante abuso de poder por parte de un primer ministro y un
Parlamento que estaban dispuestos a llegar donde hiciera falta para conseguir
sus objetivos. Alcalá-Zamora, por su parte, escribía: “Medito al quedar
ya solo sobre los contrastes de mi vida en la Presidencia de la República, que
sin mí no habría surgido o durado, que ojalá pueda subsistir después de esta
locura ambiciosa y vengativa, que produce el espanto”. ¿Quedarse sólo? La
realidad es que se había enemistado con Lerroux y había despreciado a la CEDA
de Gil-Robles, cumplidora de la normativa vigente, por no adherirse formalmente
a la Republica. La prensa de Madrid, incluido El Debate, fue inmisericorde en
sus críticas. La soberbia de Azaña había vencido la vanidad de un Alcalá-Zamora,
al que la guerra le sorprendió haciendo turismo en Islandia y que acabó
exiliado y arruinado.
El libro es una
espléndida rememoración de lo que sucedió esos años. Payne destaca finalmente
las virtudes burguesas de Alcalá-Zamora: catolicismo, sentimiento de familia,
limpieza económica. Pero luego repasa en extenso sus errores: su afán continuo
de satisfacer a las izquierdas, su testarudez, su caciquismo político, su faccionalismo,
su fe en la moderación hecha de cesiones, su mesianismo personal, su falta de
visión. En fin, era puro siglo XIX y no comprendió el XX.
“Niceto Alcalá-Zamora. El fracaso
de la república conservadora” es un libro escrito por Stanley G, Payne,
publicado en su primera edición en 2016 por FAES (Fundación para el análisis y
los estudios sociales) en su colección “Gota a gota”
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