Siempre produce
cierto vértigo enfrentarse a una obra tan invocada como desconocida como son
las “Meditaciones” de Marco Aurelio.
Marco Aurelio,
el tercero de “los cinco buenos emperadores” lo fue desde el 161 al 180. Es decir,
fue emperador a los 40 años y murió a los 59. O mejor, fue coemperador, porque
condicionó su aceptación al trono el que éste fuera compartido con Vero. A
pesar de ello, la persistencia de su recuerdo radica en que a Marco Aurelio se
le ha considerado filósofo y, como tal, adscrito con claridad a la corriente estoica.
El primero de
los libros (forma de denominar a los doce manuscritos que han ido configurado
lo que llamamos “Meditaciones”) sorprende por ser una larga relación de agradecimientos.
Los primeros se refieren a aquéllos que quienes aprendió. Siguen aquellos
otros, cuatro, a les debe algo por haberle enseñado algo. Vuelve a aquéllos de quienes
aprendió, destacando la larga referencia a Antonino Pío quien le designó emperador.
Y termina con una deuda a los dioses, expresión que podríamos referir a la suerte
o la fortuna y a los que comienza agradeciendo “haber tenido buenos abuelos, buenos padres, una buena hermana; buenos
maestros, buenos familiares, parientes y amigos, casi todos buenos…”
La idea de la
muerte ronda permanentemente a Marco Aurelio. No se sabe bien si es la muerte
misma, o la brevedad, transitoriedad e inanidad de la vida misma. Pero, sea una
cosa u otra, no la aparta de la mente. La reconoce en los que ya faltan y avisa
de ella a los que acceden a la vida. De alguna forma esa visión de nuestra transitoriedad
parece ser, en definitiva, parte de las raíces en que asienta su actitud
estoica. “No desprecies la muerte recíbela,
antes bien, de buen grado, como es ésta una de aquellas cosas que quiere la naturaleza”.
La meditación 33 del libro V comienza diciendo “En un abrir y cerrar de ojos no serás mas que un poco de ceniza o un esqueleto,
y un nombre o, tal vez ni un nombre”.
El estoicismo…
Una corriente filosófica creada por Zenón de Elea y cuyo nombre es tan peculiar
que, lejos de fijarse en el contenido de la doctrina, se basa en la puerta o
“Stoa” en la que Zenón disertaba. Marco Aurelio será el último representante
reconocido de esta corriente, antes de que ésta declinase como escuela filosófica.
De hecho, ya en Marco Aurelio toma ciertos aspectos de regla de conducta, de autoeducación
y perfeccionamiento que, normalmente, priman sobre lo estrictamente filosófico.
En toco caso, desde la búsqueda de la verdad el estoicismo se desliza hacia la
búsqueda de la sofrosine, de la serenidad, del equilibrio espiritual, del
dominio del espíritu sobre la materia. Y Marco Aurelio será especial manifestación
de esa idea.
Pero las
Meditaciones tienen un tanto de intemporales en cuanto, no sólamente no aluden
(como sería comprensible en un emperador) a cuestiones históricas concretas por
contemporáneas, sino que plantean un programa de perfección individual. Hay
momentos en que, leyendo, puede tenerse la impresión de sostener en las manos
un típico libro de los ahora denominados de autoayuda. Pero la diferencia es clara:
no solamente tienen mayor intemporalidad y profundidad las “Meditaciones”, sino
que mientrasm que la autoayuda busca la felicidad, la obra de Marco Aurelio
busca otra cosas: la serenidad, el equilibrio.
A Marco Aurelio
se le ofrecen dos opciones a las que nos enfrenta: la corte y la filosofía.
Añade “acude a ésta a menudo, descansa en
ella, pues es la que aquí abajo te hace más llevadera la vida y a la vez te
hace a ti llevadero a los demás”. No es la felicidad o el placer, no son
los bienes y el poder. Es siempre, como leit motiv, la serenidad, el sosiego
interior lo que busca y trata de alcanzar. Si alguna vez lo llama felicidad es
pensando en una felicidad un tanto especial, distinta. Prácticamente ascética.
Cuando Marco
Aurelio habla de hacerse llevadero a los demás está asomándose a otra
característica de las “Meditaciones”: la dimensión social del individuo. Recordemos
de nuevo el libro primero: agradecimientos y deudas de gratitud. Pero esa
sociabilidad de Marco Aurelio no acaba ahí; vuelto a sí mismo repasa la actitud
correcta que debe tenerse hacia los demás. La realidad es que la virtud se
proyecta casi siempre sobre los otros: justicia, perdón, tolerancia, comprensión,
rectitud, honestidad incluso.
Hay una anécdota,
naturalmente, no se refleja en las Meditaciones, que cuenta como, habiéndose
producido una persecución de cristianos en el sur de las Galias (hecho, por
otra parte, raro en su mandato), Marco Aurelio sugirió que se matase únicamente
a aquéllos que hubieran renegado de su fe cristiana, no de los que se afirmaron
en ella. No se fijaba tanto en la creencia, como en la firmeza en la creencia.
Los dioses…
Pero ¿a qué se refiere Marco Aurelio cuando alude a los dioses (y no son pocas
las veces en que lo hace)?. No podemos ver en él a un verdadero creyente en las
numerosas figuras del Panteón romano. Su referencia está hecha a algo que es
superior a nosotros y al individuo, algo que sirve especialmente para minimizar
nuestra importancia sumergiéndonos en una inevitable humildad que cuadra con el
espíritu estoico. Destaquemos que, aunque la referencia habitualmente se hace a
los dioses, existen momentos en que, ya con mayúscula (al menos en la edición leída)
Marco Aurelio habla de Dios.
La “naturaleza”
es otra de las ideas que campea por las “Meditaciones”. Paralelo al de la
racionalidad. “¿Qué arte profesas? El de
ser hombre de bien. ¿Y cómo serlo si no es rigiéndose por los preceptos que
conciertan, parte a la naturaleza universal, parte a la constitución propia del
hombre?”. La naturaleza, como los dioses, es algo que nos domina y a la que
pertenecemos, querámos o no. Somos naturaleza: nuestros componentes fundamentales,
carne y espíritu, pertenecen a su ámbito. La razón no puede sino impulsarnos a
reconocer esa realidad. Y, a partir de ahí, impulsarnos a respetarla. Hay
muchas de las meditaciones orientadas a indicarnos cuál debe ser la forma
correcta y adecuada de respetar; no es un tarea fácil ni cómoda.
Pero toda persona
tiene clara la idea de rectitud y justicia y, al mismo tiempo, los impedimentos
para su aplicación en la vida. Aquí entra el espíritu estoico de desprecio a
los bienes materiales y afección a los espirituales. Nada más puesto al actual buenísmo
que parte de afirmar “ya soy bueno” y como es bueno aparenta serlo proclamándolo,
y como es bueno dice lo que es bueno y lo que no lo es. Aquí Marco Aurelio
marca un camino de esfuerzo hacia la perfección. ¿Es un Juan de la Cruz emperador
romano? No hay que ir tan lejos, pero tampoco temer quedarse cerca.
Las “Meditaciones”
constituyen un espléndido breviario de lo que puede calificarse de búsqueda de
la virtud, de la rectitud. A través de ella se lograr la serenidad, pero esto sólo
será el resultado de haber llegado a esa virtud, esa rectitud, acordes siempre
con la naturaleza y la razón. La persona es siempre el protagonista, el
conseguidor de ese resultado, el que tiene que realizar y llevar a cabo un
esfuerzo para lograr ese resultado.
Digamos que las
“Meditaciones” se pueden abrir por cualquier página y encontraremos siempre
algo interesante, sugestivo, importante. No estamos precisamente ante un libro
de autoayuda ni ante un autor que viva del marketing. En realidad, estamos ante
un emperador romano al que le dio por pensar. Las mismas “Meditaciones” fueron
escritos en una etapa bélica.
Al hilo: hay
que alabar la austeridad de portada de la edición, obra de Phil Baines. Parece —me parece—
anticipar su contenido. En suma: un libro para tener en la mesilla si uno
tuviera una mesilla en que cupieran los libros. Pero un libro que no hay que
dudar en que conviene tener cerca siempre y mano. Para los momentos de flaqueza
o de temblor, simplemente.
Las “Meditaciones” (174 págs.) de
las que es autor Marco Aurelio fue publicada por Taurus, utilizándose en este
comentario la segunda reimpresión de la cuarta edición de 2016, realizada en septiembre
de 2017. La obra se publica dentro de la serie “Great Ideas” de Penguin Books.
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