Fukuyama es un
norteamericano descendiente de japoneses. Su abuelo, sin ir más lejos, sufrió
las consecuencias de su origen tras el ataque de Pearl Harbour. Nada de eso
llega a su nieto Francis Fukuyama, que entra pronto en ese mundo norteamericano
de los gurús.
Su obra —sustanciada
en la que ahora se comenta— no fue realmente un libro sino un artÃculo publicado en el
verano de 1989 en “The National Interest”.
Alianza Editorial arropa la brevedad de ese artÃculo con un encomiable preámbulo
de Juan GarcÃa-Morán Escobedo, en el que se comenta la obra de Fukuyama. Es un
comentario que merece todos los aplausos por lo que tiene de claridad y de
complementariedad a la lectura de la obra directa de Fukuyama.
Fue una
obra que levantó una fuerte polémica y que impulsó a Fukuyama a publicar nuevos
escritos que podÃamos calificar de defensivos, entre los que destaca la obra ”El fin de la historia y el último hombre”,
publicada en 1992, en donde reitera su afirmación que la Historia como lucha de
ideologÃas ha terminado,
Yendo ya a la
breve meditación de Fukuyama, hay que aclarar ante todo una cosa: hablar del
fin de la historia no es una innovación intelectual de Fukuyama. Él unicamente
añade unos interrogantes a esta proposición. En lugar de hablar directamente
del fin de la historia, se pregunta: ¿El fin de la historia? Sin embargo, hay
que anticipar que tiene una respuesta clara a esa pregunta: ha llegado el fin de
la historia.
¿Y cómo ha
llegado? Pues con la accesión a ese estado de democracia, libertad y
capitalista de que gozamos. Hemos llegado al estado ideal; no existe un más
allá. Más allá se sucederán los acontecimientos, por descontado, pero no
atentarán contra ese nirvana ya logrado. No en todos los paÃses, claro, ni sin
altibajos y retrocesos, pero no hay un más allá. Una especie de “non plus
ultra” (olvidemos que España fue la que se cargó el lema y lo incorporó a su
escudo es una especie de patada adelante de rugby).
Fukuyama, digamos,
juega limpio. Marx ya habÃa hablado de un fin de la historia, porque era una
idea que habÃa tomado previamente de Hegel, por quien Fukuyama confiesa auténtica
devoción, considerándolo un gran olvidado apantallado por el marxismo y la
izquierda. También es cierto que, cuando habla de Hegel, señala que el fin de la
historia a que aludÃa era el que sucedió a la Revolución Francesa, con la consecución
de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, algo ya superado. A esa atribución
colaboró especialmente Alexander Kojève, el hegeliano ruso-francés (como especÃficamente
le califica Fukuyama) que sobre todo era marxista y, según algunos, espÃa soviético.
Si se le cita es porque gran parte de la polémica sobre el fin de la historia se
lleva a cabo entre Fukuyama y Kojéve.
Hay que partir
de la diferenciación entre “historia” y “Historia”. Nuevos acontecimientos
habrá siempre, pero ninguno de ellos sustituirá esa estación final de la
historia que es el estado democrático y liberal. Habrá que relatarlos e
inventariarlos, pero no lograrán oscurecer la preeminencia de la democracia liberal.
Hay una “Historia” y una “historia”. A partir de ahora escribiremos historia con
minúsculas, sabiendo cuál es la diferencia de la que parte Francis Fukuyama.
¿Hemos llegado
ese mundo feliz más allá del cual no existirá historia? Lo que Fukuyama nos
dice es que “es el que mejor satisface
(aunque no totalmente) los anhelos humanos más básicos, y por tanto cabe
esperar que sea más universal que otros regÃmenes u otros principios de organización
polÃtica”. No se puede considerar que se haya finalizado el problema histórico.
Pero a renglón seguido añade: “Este es un
enunciando normativo, no empÃrico, pero basado crucialmente en la evidencia empÃrica”.
¿Y
cuál es esa evidencia empÃrica que impulsa a Fukuyama a hablar del fin de la historia?
Pues simplemente que funciona mejor que los otros. “Se puede argumentar que los esquemas socialistas de distribución son más
justos en un sentido moral. El problema principal que tienen es que no funcionan”.
Esto debieran aprenderlo bien los buenistas, cuyo número comienza a ser
excesivo y agobiante.
Fukuyama tiene
que librar una batalla con Huntington manteniendo que, si al principio estaba más
difundido el deseo de desarrollo que el de vivir en una democracia liberal, más
tarde cambiarÃan las tornas. Tendrá también que defender la convivencia de la
democracia liberal con la diversidad cultural, representada por el llamado “hombre
de Davos”. ¿Esa amenaza, agrego, no tiene que ver con “lo polÃticamente correcto?
En el fondo, Fukuyama
defiende la idea de la libertad. Lo hace a su modo. Quizá lo más destacable es
que Fukuyama se siente cómodo en la corriente de libertad en por la que
discurrieron Von Mises y Hayek, a los cuales cita en algún momento. Y una de
las cosas de las que se queja más intensamente es del “sesgo materialista del pensamiento moderno”, algo que no sólo afecta
en su totalidad a la izquierda, sino que es aceptado por gran parte de la
derecha.
Fukuyama
advierte de cuales han sido los dos grandes enemigos, o amenazas, de ese fin de
la historia que es la democracia liberal: el fascismo y comunismo. Los considera,
simplemente derrotados. La derrota del fascismo (en el que incluye especificamente
al japonés) llegó simplemente por el simple hecho de su fracaso, sustanciado en
su derrota en la guerra.
La derrota del
comunismo es más complicada, ya que no fracasó en la guerra, sino que triunfó
logrando la extensión territorial de sus ideas, acompañadas de rÃgidas
estructuras polÃticas. Fukuyama habla, ya caÃdo, el telón de acero. La cosa resulta
sin embargo más complicada. En este punto el ensayo de Fukuyama es siervo dócil
de su tiempo: habla y habla sobre el fenómeno Gorbachov, sin sospechar algo tan
complejo como Putin y la sustitución de una guerra frÃa por un enfrentamiento
templado.
Donde resulta más
lúcido Fukuyama es cuando se refiere a otros dos enemigos, más olvidados, pero
no por eso menos peligrosos: la religión y el nacionalismo. Es quizá la parte
más clarividente, aunque no sea la más teórica de su ensayo.
En lo que
respecta la primera parte, la amenaza de la religión parece haberse
materializado actualmente en el islamismo radical, con la escalada de las
revoluciones primaverales, el terrorismo más violento y la aparición del estado
islámico, DHEA o como se quiera llamar. No es de olvidar tampoco, aunque su alcance
es reducido, el desenfoque vaticano provocado por una visión que podÃamos
llamar amazónica, generada en un subcontinente aún a la búsqueda de un objetivo
polÃtico sostenible.
La segunda
amenaza, quizá más remota en aquellos momentos, es la que responde a la idea de
los nacionalismos. El propio Fukuyama no oculta su calificación de esa
tendencia como obsoleta y decimonónica, inconcebible en un paÃs moderno y
actual. Pero estamos, por ejemplo, en España con nacionalismos rancios que
apenas disimulan sus tendencias antidemocráticas y antiliberales. Pero que no pasan
ser fenómenos patológicos, pero nunca letales.
La aparición del
populismo ambidiestro (o sea, de derechas y/o de izquierdas) y el estado de bienestar
como nuevo aditivo del objetivo a lograr son dos cuestiones o problemas que
Fukuyama no quiso o no pudo anticipar.
En cualquier
caso, este serÃa uno de los libros que recomendarÃa. Hace pensar y da ideas.
El
libro “Fukuyama: ¿El fin de la Historia? y otros ensayos” (164 págs.) que se
comenta fue publicado por Alianza Editorial en 2015, en su versión de libros de
bolsillo.
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