Cada vez proliferan más los libros de divulgación que se venden en los quioscos. Eso supone que tenemos más oportunidades y tentaciones para comprarlos. En honor a la verdad hay que afirmar que tienen, en general, un contenido digno. Es el caso de la serie sobre Psicología que acaba de salir. En el caso de los que abordan materias de filosofìa o psicologìa, referidas a un autor concreto, tienen la ventaja de concocer el total pensamiento de éste sin leer la totalidad de su obra o de una gran parte de ella.
Erich
Fromm es un viejo conocido. Todos leímos en su día su “Miedo a la libertad”,
una obra muy de su tiempo (escrita en 1941) que, pasado el tiempo, puede pesar
sobre ella. La ventaja de estos libros de divulgación es que, salvo
excepciones, suelen presentarnos una visión global de toda la obra de un autor.
En este caso, el libro comentado nos permite hacer ese recorrido de la obra más
importante de Fromm.
Tan
importante como eso es ofrecernos una visión de su personalidad. Judío practicante
en las primeras atapas de su vida, al advenimiento del nazismo tuvo que
renunciar a regresar a Alemania desde Suiza donde se curaba de su tuberculosis.
Acabó como tantos otros en Estados Unidos y tendió a acomodarse a las ideas
pacifistas. Murió en 1980, habiendo nacido con el siglo, pero su época más
recordada es las de los 60. Vivió, por lo tanto, gran parte del siglo XX, lo
que no justifica que en el libro se incluyan bastantes páginas a describir los
cambios que vivió.
¿Es Fromm
un psicólogo? Desde luego no estamos ante un psiquiatra preocupado por la
anormalidad, sino ante una persona que se fija exclusivamente en la normalidad
y la estudia. ¿Pero estamos ante un verdadero psicólogo? ¿O ante un
psicoanalista? Un “laienpsychanalitiker”
que, según nos ilustra la Wikipedia, era como en Alemania denominaban a los
psicoanalistas no médicos. Para decidirnos por lo primero podemos atender a su licenciatura
en Psicología en Heidelberg. Para optar por lo segundo, contamos con la etapa
en que se dedicó al psicoanálisis y que terminó abandonando.
La
realidad es que Fromm terminó siendo un peculiar sociólogo. Porque parte de su
obra se orienta hacia la llamada psicología social. Y otra parte, al individuo un
tanto teórico que compone la sociedad. Aglutina los sentimientos generalizados
de ese individuo paradigmático para proporcionar el sentimiento de la sociedad
misma que terminará pastoreando al individuo. Tuvo la infortuna de que al conjunto
de sus ideas se las pretendió dar un sentido de unidad y se le aplicaron
denominaciones varias.
Fromm es
un disconforme nato. Con una formación marxista y contraria al capitalismo, rompió
con la escuela de Frankfurt con la colaboró unos años. Con una dedicación inicial
del psicoanálisis, criticó las ideas de Freud y terminó también rompiendo con
sus seguidores, al sustituir las pulsiones por el medio sociocultural. Es
difícil llamar friki a quien ha hecho obras de indudable valor, pero lo es.
¿Juega con nosotros? ¿O no?
El libro
que se comenta aborda en realidad (aparte de su vida y su entorno histórico) su
obra recogida fundamentalmente en tres libros: “El miedo a la libertad”, “El
arte de amar” y “Ser y tener”. Partamos de lo que suele ser destacado: Fromm es
profundamente pesimista; canta una especie “De profundis” sobre la sociedad y
el individuo. Simplemente nos condena. Pero en el fondo son críticas dirigidas a
los que él considera enemigos y corruptores: el totalitarismo, el consumismo. La
incongruencia final la representa su adscripción a los movimientos pacifistas,
es decir, a los buenistas. Toda adscripción contamina, hace perder la libertad
ante el temor a encontrarse solo. Hay una quiebra entre lo que mantiene y lo
que predica.
En Fromm
influyó sin duda la presencia en Europa del nazismo y sus crímenes. Más
exactamente, del totalitarismo en general, lo que abarcaba otros regímenes
políticos. Y Fromm va a encontrar la explicación de la aparición de estos
movimientos en el miedo a la libertad, el título de su primer éxito. El hombre,
allá por el Renacimiento, inició la consecución de la libertad. Y cuando la
descubrió, se asustò. La libertad provocaba soledad y el individuo precisa
sentirse parte de algo. Y esa sensación de unión a los demás, de comunión con
otros, se lo proporcionó el movimiento totalitario de turno.
Llega a
Estados Unidos en los años sesenta donde, aunque con la dureza de la amenaza atómica,
se vivía con la sensación de una continua mejora de condiciones de vida (alguien
dice progreso, palabra a la que se ha quitado su originario sentido). Entoncer
surgieron los buenistas que combatieron el consumismo, una idea que unicamente
representaba la alegria de permitirse niveles cada vez mayores de consumo. Recordemos
que en aquellos años la misma Iglesia se adhirió con entusiasmo a la idea. La
cosa era afirmar que no era sano que la persona se preocupara tanto de las
cosas, olvidando que eran sujetos que no podìan estar pendientes de los
objetos. Quedaban asi repujdiados los pequeños actos de autohomenaje que constituyen
el consumo.
Eso es lo
que, en el fondo, late en las posteriores ideas de Fromm. Presenta un amor
total al sujeto y trata de que el amor al objeto —el consumo— no le distraiga,
por decirlo de alguna forma. Pero ese radicalismo hace un tanto antipática esa
libertad que abomina el consumo como si el simple consumo fuera contaminante.
Estamos ya abanbdonando la psicología y entrando en la filosofía, pero pasando
antes por la sociología. El individuo tiene miedo a a libertad, no sabe amar al
otro, abdica de su propia individualidad para centrarse en sus posesiones.
¿Es cierto
todo ello? Puede que sí, puede que no. Más probable es que existan
manifestaciones intermedias de esa pérdida de personalidad. ¿Está Fromm
comprobando una realidad o imaginándola?
En todo
caso Fromm es un “rompepelotas” inquieto. Prueba de ello es, por ejemplo, la
manera en que reelabora la idea freudiana de superyó o amplía el ámbito del
complejo de Edipo. Al final el superyo va a ser obra del padre, al que el
sujeto se somete, y desde ahí pasará a ser obra de la sociedad misma. O sea:
pone todo patas arriba pero de manera coherente y forma atrayente.
No duda en
meterse en el proceloso mundo del “amor”.
Va a ser importante su distinción entre el amor egoista (“Amo porque soy
amado”) generado en el niño en su relación con su madre, al amor no egoista
(“Soy amado porque amo”) que se genera en el ámbito paterno exigente y al que
todo individuo debe pretender llegar. El amor resulta ser incondicionado en la
madre y condicionado en el padre. Todo esto lo va a desarrollar Fromm en su
libro “El arte de amar”, titulo ya de por sí provocativo.
Lo que
sucede es que parece que aboca finalmente a una especie de mundo de amor
universal. Algo así como el amor evangelico, aunque no moderado como éste por
la referencia al “prójimo”, es decir, al “próximo”. Fromm hace que la idea del
amor alcance a todo, incluido a Dios, o al plano sexual en su caso. Y eso hace
que se desnaturalice un concepto al pretender construir una idea unitaria del
amor. Un concepto escurridizo como pocos y al que que Fromm se refiere como un
arte.
El libro
es interesante por cuanto nos presenta la figura y las ideas de Fromm de manera
bastante precisa. Lo desmitifica en parte, pero eso es debido a que, anteriormente,
quizá lo habíamos mitificado en exceso. No por eso hay espacio para el exceso
de crítica, pero sí para las simples discrepancias. Es un libro, por fin, que
obliga a releer de forma directa alguna de sus obras. Un nuevo encuentro, en
defintiva.
El libro ha
sido editado por Editorial Salvat en 2016, siendo traducción de la obra “Capire
la psiocologia” registrada por Hachette Fascicoli S.L. en 2016. La obra tiene
en su edición comentada 140 paainas y fue escrita por seis psicólogas italianas,
en su mayor parte adscritas a la psicologia conductista.
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