Trapiello es un
personaje curioso en el que sobresale su curiosidad e inquietud intelectual.
Políticamente ha emigrado desde el PC (del que fue “purgado en 1974 por revisionista
y drogadicto”, según Wikipedia), a UPyD y a Cs. Por medio, expulsiones de
la orden de los dominicos de Caleruega, para terminar emitiendo informes sobre
los cambios del callejero madrileño en aplicación de una ley de la Memoria
histórica en la que tampoco creía. O sea, estamos ante un inconformista y un
buscador de la verdad. Algo que él mismo pretende ser, evitando la política.
Personalmente valoro más al que lo intenta, ya que es dudoso que alguien lo
logre. ¿Un cabra loca?
La realidad es
otra. El libro nos ofrece una visión de la literatura (o mejor de los
escritores) en una etapa dura e incierta como la de la guerra civil, hasta el punto
de que muchas veces se reflejan más los problemas y tragedias personales que
otra cosa.
Una de las
cuestiones que el libro debe abordar es concretar el lapso histórico al que se
refiere, evitado el peligro de extenderse sin límite. Y ese lapso,
perfectamente delimitado, en es el que corresponde a la duración de la Guerra
Civil. Naturalmente esto no afectara a los datos proporcionados sobre los
antecedentes personales ni los destinos finales de los protagonistas.
Trapiello se
siente obligado en el capítulo primero de describir el ambiente reinante en
España antes de estallar la guerra. La república había fracasado: demasiado
odio y demasiados errores. Se había abierto ya un abismo entre unas derechas y
unas izquierdas en las que ambas no veían otra solución que la bélica. Otra cosa
es que consideraran que sería una salida rápida. En cualquier caso, es cierto
lo que el autor advierte: era dos revoluciones contrapuestas, una que ya
amagaba en la revolución del 34 y las elecciones del 36, y otra que lo hacía
con Sanjurjo y el alzamiento. Cuestión de horas.
El libro se
construye sobre unos cuantos autores, agrupados por un criterio, en especial el
de su localización geográfica y política en el momento de estallar la guerra.
Junto a ello se ofrece al final del libro una larga galería de escritores que
vivieron aquellos momentos: a muchos los reconocemos; de otros nos suena su
nombre; los menos, nos restan desconocidos. En todo caso es muy de agradecer
esa relación de escritores.
El primer
recorrido de escritores se elabora sobre la imagen del Unamuno de Salamanca. Un
Unamuno, al que ambos bandos desposeen de títulos académicos y que se comporta
como un sublevado de los sublevados. Alguien que acaba como desclasado en medio
de la guerra, próximo a ciertos falangistas y alejado del militarismo. Le
acompañarán Giménez Caballero y Agustín de Foxá. Le resulta inevitable reconocer
al primero el adorno torero que suponía su vanguardismo, próximo al
surrealismo. Si hay un escritor liberado de amarras intelectuales, es él. Agustín
de Foxá era otra cosa. Diplomático y bon vivant, fue un escritor
correcto y de éxito con su “Madrid de corte a checa”, esa obra que a uno le impresionó
siendo aún jovencito.
El libro salta
a continuación de Salamanca al Madrid rojo de 1936 y lo hace, sin dejar de
destacar el descontrolado derramamiento de sangre de los “paseos”, señalando la
aparición de la cuidada revista “El Mono Azul” y la Alianza de Intelectuales
Antifascistas, así como la descarada beligerancia con que se movió ésta, con
más resonancia en el exterior que en el interior, donde apenas Alberti y su
mujer María Teresa León eran escritores conocidos. Divide a los intelectuales
sorprendidos en Madrid entre los que se adhirieron superficialmente a un
ideario izquierdista que terminaría siendo comunista, los que adoptaron un
perfil bajo hasta poder escapar y los que se refugiaron en embajadas, caso de
Sánchez Mazas sobre el que se extiende. Ortega es la persona a la que resta
mayor atención, el de la evolución al “no es esto”. Amenazado de muerte
y resistente a presiones. Sigue en el desfile Juan Ramón Jiménez cuya obsesión
por servir al “pueblo”, idealizado por él, primó sobre su calidad de
intelectual.
Se llega a
Antonio Machado, al que siempre uno ha considerado una especie de enigma,
fetiche del franquismo y asociado al socialismo al que nunca en su último viaje
tuvo que deber nada, y al que hay que considerar de alguna forma víctima para llega
a escribir su frase famosa “Si mi pluma valiera tu pistola” dedicada a Líster
y criticada hasta por escritores de su misma tendencia. Y su hermano Manuel, en
Burgos, mientras en Madrid tenía que mantener a su familia cercana.
El libro toca
temas dolorosos en los que se reflejan la grandeza y bajeza de la condición de
los españoles. Uno piensa que, hasta cierto punto, esto afecta menos a los
escritores que, inclinados a ayudarse, sí que parecen afectados. Pero también
advierte que, en general, aducen una motivación común: servir al pueblo. En
general, no son programáticos ni de partido, sino precursores del “buenismos”
actual. Bueno: al “pueblo” a los “pobres”. Olvidan —como recuerda Trapiello—
que en ambos bandos había pobres y pueblo. Y criminales y asesinos. Y,
naturalmente, víctimas.
Todo, en
definitiva, son tragedias personales. Se repasan las de Maeztu, o Ledesma, pero
se termina prestando especial atención a la del dubitativo Federico García
Lorca, cuya calidad literaria no se ignora, pero en el que la atención se centra
en los macabros hechos de su muerte y su posterior empleo como hechos
propagandísticos. Luis Rosales, como Lorca, marca el escenario literario que
apenas entiende lo que sucede y vive ensimismado.
París ocupa un
lugar destacado en esta historia literaria. El libro cita a los 3 ‘clercs’,
Ortega, Marañón y Pérez de Ayala. Ya allí iniciaron su retorno al redil. Como
indica Trapiello eran “oportunistas pero no tontos”. Y esa fue la
trayectoria de tantos escritores tan pronto fue claro el fin de la contienda.
Es lo mismo que sucedió a otros dos refugiados en París: Azorín y Baroja, que
pasan de ser ‘antitodo’ a cambiar el sentido de sus obras. Uno piensa que es el
mismo proceso vivido en las últimas décadas, pero en sentido contrario; de
sonetos en honor del dictador a proclamados defensores de la izquierda.
Salvador de Madariaga y Manuel Chaves Nogales son excepciones que reciben la
inquina de derechas e izquierdas.
Llegamos a
Burgos, repleto de políticos, y remanso de huidos, negociantes y arrepentidos.
Nos toparemos con Dionisio Ridruejo. O con Eugenio D’Ors que trata de conciliar
su buen hacer con estrafalarios disfraces. O con el ponderado Laín, Tovar o
Eugenio Montes. Entre los catalanes se detiene en escritores como Agustí o Pla.
Repasa la incidencia de escritores extranjeros, como Neruda o Huidobro. Los
inclasificables, como Barea y Sender. La lista es interminable: Torrente
Ballester, Altolaguirre, el Pemán despreciado por los falangistas, María
Zambrano y su apostolado izquierdista, Rosa Chacel, González Ruano, Castelao, Cunqueiro,
Fernández Flórez… nombres que le suenan a uno, que vivió la entera década de
los cuarenta y le generan un raro sesgo. No me resisto a reproducir una frase
de Trapiello que refleja el espíritu peculiar de su libro: “…si el humor
parece patrimonio de los conservadores, podríamos decir que literariamente hablando
también en España sólo la derecha ha pensado en el sistema digestivo, de Camba
a Pla, pasando por Cunqueiro, Castroviejo, Perucho o Luján”.
El libro
concluye con un capítulo o loa dedicado a Azaña, cuyo contenido uno ni comparte
ni comprende. Al Azaña, político, uno no le vio nunca escritor, aunque
escribiese. Pero respeta la opinión mantenida en el libro y considera, admitiéndola,
la posible existencia de una propia limitación. Ceguera o sesgo, da igual.
Quizá a esta
obra la sobre apasionamiento. ¿Acaso no era necesario? La etapa histórica
contemplada fue una etapa en la que hubo escaso lugar para la ponderación y el
análisis. La invectiva (“discurso o escrito acre y violento contra alguien o
algo” según el DRAE) ocupaba habitualmente el lugar reservado a la
ponderación. Había sitio, por descontado para la generosidad o la amistad, pero
no era el clima dominante. El problema de Trapiello es que traslada
puntualmente ese clima, al punto de reproducir los juicios (precisamente los
más apabullantes; recurramos de nuevo al DRAE: apabullar es “confundir a
alguien, intimidarlo, haciendo exhibición de fuerza o superioridad”) de
forma que al lector apenas se le da oportunidad de evadirse de ello.
La lectura del
libro podría calificarse de “gozosa” (y que cada uno lo interprete como
quiera). Resulta imposible referirse a todas las frases, calificaciones,
anécdotas, sentimientos, venganzas y cosas parecidas que Trapiello nos narra.
El libro tiene algo de confidencias de alcoba. Rezuma humanidad. Claro que cuenta con una ventaja: nuestros
desconocimientos. Mientras no los asumamos, nuestros conocimientos son nada,
inútiles para cimentar nada. Algo a añadir es la impagable serie de fotografías
e ilustraciones que se incluyen en el libro y la constante alusión a revistas literarias.
Una
advertencia: sin entrar a si es posible detectar sesgos políticos en Trapiello,
lo que es evidente es que de haberlos son mínimos. Ello hace que la obra no sea
un estudio sobre la literatura en sí, sino sobre escritores, y escritores a los
que, además, se les despoja de su revestimiento literario para centrarse en su
peripecia personal en el extraño y peligroso mundo de la España en guerra.
Tragedias que unas veces acaban en la muerte y otras en peculiares negociaciones
para escapar de tan irrespirable ambiente.
Parece existir
en todo caso una cierta comunidad cuyos miembros se apoyan por encima de las
discrepancias doctrinales. No dejan de ser escritores, no políticos.
¿Corporativismo? Hay que dudarlo. En todo caso, un aroma a cierto postureo que
cede ante la situación bélica. Pero sobre todo brilla la condición humana, con
sus grandezas y sus servidumbres. El libro, como indica la contraportada,
aclara lo que muchos quisieron ocultar y expone lo que otros no pudieron dar a
conocer.
“Las armas y la Letras. Literatura
y guerra civil (1926-1939)“ (638 págs.)
fue un libro escrito por Andrés Trapiello en 1994 y reeditado con nuevas aportaciones
en 2010, dando lugar a lo que se ha calificado de “nuevo libro” Esta última versión
está publicada por Ediciones Destino, de Editorial Planeta, en su colección de
bolsillo “Contemporánea Humanidades” y es la comentada.
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