Este libro es
uno de los que han adquirido una curiosa difusión, traducido a muchos idiomas.
Es cierto que se le considera el primer libro sobre gastronomía, pero eso no es
totalmente cierto; otra cosa es que fuera el primer libro que se meditara sobre
el vicio/arte de comer bien, llamándolo discretamente fisiología del gusto.
Pero no debemos asociar su contenido con la contraposición entre de gourmets y
gourmands, hoy no ignoradas por nadie. Pero ojo: la cosa no es tan fácil. El concepto
que utiliza constantemente Brillat-Savarin es el de “gourmandise” (que
equivaldría, a mi modo de ver, a la pasión por el comer) y que considera, no
solamente exclusivamente francés, sino que aconseja no traducirlo a otros
idiomas ante el peligro de que se pierda su peculiar sentido. Incluso, de entrada,
no le gusta la definición que de “gourmandise” que encontró en los diccionarios:
“existe una perfecta confusión entre la gourmandise propiamente dicha, con
la glotonería y la voracidad”. El hecho cierto es que Brillat-Savarin no
utiliza en ningún momento el término de “gourmet”. No obstante, al paso del
tiempo parece haber sufrido una grave conmoción la nomenclatura. Hoy el gourmand
no es la persona que definía como tal Brillat-Savarin, ni el gourmet
había alcanzado el toque de refinamiento que hoy tiene. Si acudimos a nuestro
DRAE: “gourmet” se define como ”persona de gustos exquisitos en lo relativo
a la comida o a la bebida”. El “gourmand” no aparece; pero es un término
que los traductores de lenguas asocian a la glotonería.
Esta
advertencia que resulta necesaria: la idea de gourmand de
Brillat-Savarin en modo alguno se corresponde con la acepción actual. No han
pasado en balde casi dos siglos de progreso, de mejora de condiciones, de
globalización. Hay que olvidarlos ahora y volver al ordenado mundo del
gastrónomo francés.
Juan
Anthelme Brillat-Savarin, aunque aficionado a la buena mesa, era en realidad
jurista. Estudió también química y medicina, lo que se refleja curiosamente en su
libro. Alcalde y abogado ejerciente en Belley, fue diputado en la Asamblea Nacional
y defendió la pena de muerte. Tuvo que huir de la propia revolución refugiándose
en Suiza, Holanda y los Estados Unidos, a cuyos hábitos culinarios se refiere
entre anécdota y anécdota. Porque su obra más conocida —ésta— tiene la característica de no seguir
un plan racional y ser una acumulación pintoresca y desenfadada de
conocimientos, recomendaciones, recuerdos, dichos y consejos. Aunque esos hechos,
unidos al curioso ambiente decimonónico temprano que se respira, lo hacen
entretenido y atractivo.
La cosa, en
efecto, va bastante más allá de la gastronomía, porque constituye al final una
crítica de la sociedad francesa post-revolucionaria, formulada con ironía, pero
sin acritud. Algo que responde bien al perfil de un Brillat-Savarin que fue
representante del tercer estado en los turbulentos tiempos de fines del XVIII y
que agregó el «Savarin» a su apellido para heredar a una
pariente algo lejana. Era un individuo abogado y corpulento, burgués y buen
violinista, alcalde y exiliado, que supo disfrutar de la vida; una vida que
acabó meses antes de la publicación de este libro, cercana al momento en que
iba a superar los 65 años de edad.
Volvamos a la
idea del “gourmand”. Se puede no ser gourmand según Brillat-Savarin
por dos causas. Una, porque hay incapacitados para disfrutar de los sabores, a
los que tacha de “infortunados” por “tener una lengua mal provista de
crestas nerviosas destinadas a inhalar y apreciar los sabores”. La “segunda
variedad se compone de los distraídos, de los charlatanes, de los ocupados, de
los ambiciosos, etc. Que quieren preocuparse de dos cosas y sólo comen para
saciarse”. Y al hilo de esa afirmación, pone verde a Napoleón.
Es evidente que
esta concepción difiere, para bien o para mal de la actual, donde la
calificación de gourmet requiere una especial dedicación al refinamiento y ¿porque no decirlo? a lo caro. Que incluso
implica la obtención de cierta fama de serlo. El tiempo modela las nociones.
Brillat-Savarin define el prototipo de gourmand, proclamando la
existencia de ‘predestinados’ a ello. “Confieso que soy lavateriano y
gallista” dice reflejando su moderada formación médica, como hará luego
refiriéndose a las distintas etapas de la vida, culminando en el agotamiento y
la muerte. Pero la moda pesa. Y para él los predestinados son regordetes, en
especial “la mujeres son regordetas, más hermosas que bellas y tendiendo un
poco a la obesidad”. Brillat-Severin dixit. No, no es simplemente que lo
diga; es que dedica la Meditación XXIII a la delgadez, “una desgracia
terrible para las mujeres” y brinda una serie de consejos para lograr “la
redondez de las formas y la curva graciosa de las líneas”. Naturalmente,
justo a esos predestinados aprecia la existencia de los que llama “gourmands
por estado”; e incluye en estos grupos a los financieros, los médicos, la
gente de letras y los beatos. Una frase entre las muchas que hay para destacar
en esta oba es ésta: “Ya que estoy hablando de médicos diplomados, no quiero
morir sin reprocharles la extrema severidad que emplean con sus enfermos. En
cuanto se tiene la desgracia de caer en sus manos hay que sufrir una serie de prohibiciones
y renunciar a todo lo que nuestras costumbres tienen de agradables”. En
esas frases anida el espíritu puro de Brillat-Savarin,.
Con su
desenfadado estilo se preocupará de la digestión, de los sueños, de la obesidad
y de la delgadez, del ayuno, del fin del mundo… Pero, a pesar de todo esos cambios
terminológicos, todo se entiende y todo lo que nos dice Brillat-Savarin resulta
claro como el cristal, salvadas las distancias del tiempo. Distingue, por
ejemplo, entre el placer de comer y el placer de la mesa. En primero deriva únicamente
de goce primario, directo y animal, que sentimos saciando nuestro apetito. El
segundo va más allá de la comida: es el ambiente que rodea el placer de comer:
conversación, amigos… “se gusta ese placer casi en toda su extensión,
siempre que se reúnan las cuatro condiciones siguientes: alimentos por lo menos
pasables, buen vino, invitados amables, y tiempo suficiente”.
El libro tiene
ya algo que en la actualidad comienza a ser demasiado común: una adición de
treinta apartados que él llama “meditaciones” y que dan subtítulo al libro,
precedidos de 20 aforismos. No es un libro de cocina, no lo es tampoco de
filosofía. Trata de relacionar el arte de comer bien con cualquier ciencia que
se pone a su alcance. Ni la idea de filosofía, ni siquiera la de gusto se
corresponde bien con el título del libro.
La cosa
comienza refiriéndose a los sentidos. Que describe y analiza. Es curioso cómo,
a los 5 sentidos tradicionales (hoy se habla de 26), añade un sexto: la
genésica. Cosas del “bon vivant”, pienso. La cosa la aprovecha para aludir a la
supremacía parisina de este sentido. Los sentidos no aguantan la necesidad de
mejorar de forma constante. precisan un constante perfeccionamiento, tiempo.
Dedica atención al oído al progreso experimentado por la música. Pero no olvida
el gusto. Conviene reproducir aquí una frase que revela el momento histórico en
que se publica el libro: “Los últimos siglos transcurridos han ampliado de
modo importante la esfera del gusto: el descubrimiento del azúcar y de sus diversas
preparaciones, los licores alcohólicos, los helados, la vainilla, el té, el café,
nos ha proporcionado sabores de naturaleza, hasta entonces, desconocida”.
Una frase como ésta pone de manifiesto los descubrimientos que la exploración
de Asia y la conquista de América. Hoy la globalización ha acabado con ello y
la cosa se mueve buscando texturas y contrastes.
La cosa es
evidente cuando habla de los alimentos. Distingue bien alimentos y condimentos.
Las carnes ofrecen un tratamiento de respeto, destacando la caza y las aves,
con sus categorías de pájaros, caza y montería. Los pescados son casi son
ignorados cuando el mar estaba distante y las comunicaciones eran
descaradamente pobres. Pero Brillat-Savarin les considera fuente de meditación
para los filósofos y les tributa un gran respeto, sin dejar considerarles
curiosamente “criaturas evidentemente antediluvianas”. Los vegetales —
salvo la trufa— pasan sin apenas ser citados.
¿Cocina? Sería
un error buscar en esta obra un tratado de cocina. Por descontado se habla de
comer, y del comer cocinado; se critican excesos y defectos en el tratamiento
(cocina) de los alimentos; se insertan varias recetas que hoy apenas tendrían
éxito. Pero “Fisiología del gusto” no es un libro de cocina, sino del gusto.
Por descontado el sentido del gusto va a ser la figura central. Brillar-Savarin
destaca la profunda relación existente entre el gusto y el olfato. Pero lo
tendrá también con algo social: el escenario y ambiente donde lo cocinado es
más bien la excusa que el motivo. Prueba de ello son las consideraciones que nos
proporciona sobre las fondas y los fondistas. Invento, naturalmente francés, de
1770, que se propagó al resto de Europa. La fonda, el restaurante de hoy, fue
ganando importancia a la invitación casera, frente al arte de invitar.
En el libro se
repasan los alimentos más importantes, pero requieren atención especial a los que
podemos calificar de “nuevos”: el chocolate, el café, el azúcar. ¿Cuántos más “nuevos”
encontraría hoy? Lo que nos ofrece en una foto fija de su momento. Ya es suficiente.
Ofrece una visión de la gastronomía viva y real de su época. ¿No es bastante?
No resulta
extraño que sea un libro del que se han realizado tantas traducciones y que
sigue siendo objeto de publicaciones y citas. El obligado y leve arcaísmo que,
en ocasiones, se aprecia es algo que no entorpece esa función apostólica que
parece impregnarlo con la que trata de difundir la verdad en la que, a pies
juntillas, cree el autor. Hay dos clases de libros: aquellos que es preciso
leerlos ordenadamente, del principio a fin, y aquellos otros que pueden abrirse
por cualquier parte y resultan fáciles de leer y cuya lectura resulta entretenida.
Éste es uno de ellos.
“Fisiología del gusto. Meditaciones
gastronómicas” (362 págs.) es el famoso libro del que fue autor Brillat-Savarin.
La edición comentada es la publicada en español en 1939 por Editorial Losada,
de Buenos Aires en su serie “Los Inmortales”. La fotografía de la cubierta no
es la del libro leído, ahora encuadernado en piel.
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