miércoles, 10 de julio de 2019

Francisco Gijón : “La leyenda del caballo turco”.


A Francisco Gijón le he conocido (es decir, leído) muy recientemente: hace una semana o así. Y no es que haya comenzado a escribir ayer. Lo hizo en 2004, repitió en 2008 y a partir de ahí ha seguido escribiendo, libros y notas de sus blogs. Rápidamente centró su interés por la discutida historia de España. Tuvo sus derivaciones hacia la novela histórica, un estilo sobre el que siempre he mantenido mis sospechas. Porque, quiérase o no, a los personajes antes de echarles a la escena se les maquilla. No mejora su imagen el que su condición de titulado en Historia le fuera otorgado por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Y creo que es un gran cronista y narrador sin pretender ser historiador. Ideas claras y estilo preciso y amable. En modo alguno es simple relator o cuentista.
Lo primero que debo reconocer es que hay algo que nos diferencia (dejando aparte su presumible superioridad intelectual que doy por real) y es la edad. Gijón nació con la transición, la que él llama primera transición; yo nací con la guerra y en la guerra y cuando llegó la transición ya había cumplido cuarenta años, estaba anclado en mi trabajo y tenía cinco hijos. Sumemos los años en que uno y otro tardan en llegar a la madurez, de forma que ni yo no viví con conciencia los famosos años de plomo, ni Gijón el salto al vacío del cambio político. Partiendo de esos hechos, creo que acierta Francisco Gijón cuando su libro se proyecta sobre el tramo histórico que corre desde la muerte de Franco. Lo demás ya es historia, aunque en consolidación, pese a los intentos de revivirla.
Uno tiene la sensación de que Francisco Gijón no tiene sesgos apreciables. Es crítico a derecha e izquierda, arriba y abajo. Transmite la sensación de un criterio propio, libre de manipulaciones. Porque la gran finalidad de este libro es la denuncia de una constante manipulación generadora de una opinión pública falsa que deglute al individuo. Pero más adelante volveremos a ello.
El libro es sustancialmente una relación de hechos referidos a las cuatro décadas que sucedieron a la Transición. Una primera parte recoge los precedentes “No hay mal que por bien no venga”. Una segunda, se refiere a la situación creada tras el nuevo sistema bajo el título “Psoelandia y el aznarato”; para concluir en un tercera, iniciada en la crisis producida por “La estela negra del 11-M”. A partir de ahí, el libro se convierte en una melancólica enumeración de los males que sugieren la existencia de hecho de una Segunda Transición, sus causas y, por descontado, sus misteriosos mecanismos.
De forma un tanto siniestra, la primera de esas partes comienza refiriéndose al hecho de que España es un país en el que grandes magnicidios han precedido a grandes cambios políticos. En este caso es la muerte de Carrero lo que cambiará nuestro destino. Un asesinato cuya gestación y ejecución se cuenta minuciosamente, pero en el que resalta algo que se repetirá en el 11-M: el contraste entre la perfección del crimen y la falta de profesionalidad de los declarados autores.
La etapa democrática que parece seguir a la Transición se llena con el recuerdo de hechos y personas que cubrieron las portadas de los periódicos. El 23-F (“a mí me lo dais hecho”), el asunto del aceite de colza, la invasión de las drogas en la vida española, Rumasa, Banesto y Mario Conde, el ciego Miguel Durán, el misterioso Paesa, el infumable Roldán, Polanco, Cebrián.
Son quizá los momentos en que el enfrentamiento con ETA se intensifica como reacción al terrorismo creciente. Y aparecen los GAL, en los que la intervención de las fuerzas de orden se sustituye por la de unos mercenarios chapuceros. ¿Quién no recuerda a Amedo y Domínguez? La sombra de los fondos reservados se agranda a la vez que las manifestaciones de corrupción. Comienza la liquidación de la independencia del poder judicial. Mientras tanto España sufre el terrorismo y las posturas francesas. Es una parte del libro bien respaldada de datos cuando uno comienza a reducir su recuerdo  a los 900 muertos víctimas de ETA. Algo que es necesario recordar en sus pormenores.
Distingue Gijón una especial etapa de la Transición: la que tiene lugar durante los mandatos de Felipe González y de José María Aznar y que denomina “los felices años”. Son días que, como en los de vino y rosas, todo parece mejorar y los españoles, como el sector público, se endeudan alegremente. Aquí el autor nos va a brindar una idea sorprendente: la igualdad existente entre el felipismo y el aznarismo. No es una simple apreciación, sino que ofrece las causas económicas de ese bienestar que parecieron producir: las privatizaciones y las ayudas europeas resultaron decisivas para maquillar las cuentas públicas. Y así el aznarismo, siempre rechinando con el rey y acechado por la persistente aznarofobia, terminó en el llamado “aznarato”. Contra él se sucedían los pactos del Tinell, de Estella, de Perpignan…”
Todo desembocó, nos recuerda, en el atentado del 11-M. Podemos ver en su tratamiento corrupción, maldad, torpeza, soberbia, falsedad. Lo que Gijón llama Segunda Transición comenzaba. “Fue el triunfo de la ruptura supone la reforma, la liquidación de todo el proceso de democratización de España para retroceder a la confrontación de 1978, o incluso antes a ser posible”. Y añade: “España, eufórica de créditos preconcedidos y pleno empleo, asistía sin saberlo a un proceso de radicalización desde a izquierda contra un concepto funcional y moderno de nación”.
Y llegó Zapatero. Con un plan hecho de retiradas de Irak, encuentros con Erdogan en la Alianza de Civilizaciones, desaladoras que sustituyen el Plan Hidrológico Nacional, concesiones al independentismo catalán, negociaciones con ETA que se volatizan en la T-4, y sobre todo de buenísmo. Pero no son hechos aislados: lo prueba el descubrimiento de las tarjetas black, en donde abrevan gentes de todo pelaje político y sindical. Nadie se salva.
No obstante, Gijón no termina de ser crítico: “en toda justicia, la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero dejará en el haber de la Historia de nuestra política cuatro medidas que sí ha redundado en la evolución a mejor de nuestra sociedad, a saber: la legalización del matrimonio homosexual, la ley de dependencia, la ley contra la violencia de género y la ley de memoria historia”. La cosa sorprende y sigue sorprendiendo, aunque luego la matice desganadamente. Debiera dirigir esas mismas alabanzas al Rajoy que las mantuvo. Por descontado nadie se opone al matrimonio homosexual de reducida utilización, pero necesario: ni a la ley de dependencia, aunque analizando los problemas económicos que conlleva. Pero uno piensa que otra cosa es la actual ley de violencia de género, cuyas deficiencias señala. Y sobre todo la Memoria Histórica, algo esperable de un historiador que lamenta “el más que perverso uso que unos y otros han hecho” de esa ley. Deplora “la imagen que cualquier ciudadano menor de 40 años tiene de la Guerra Civil”; “la utilización más que perversa y partidista de figuras como Miguel Hernández o Federico García Lorca…”, o la misma afirmación Tierno Galván tildando al franquismo de “páramo cultural” (¿viejo profesor siendo alcalde de Madrid con 61 años?). Contradecir alguna de esas cuestiones “lo convierten a uno en fascista a poco que se descuide”. Hablaba antes de “evolución a mejor” ¿no?  Recuerdo que Ortega dejó algo más de tiempo para exclamar: “No es eso, no es eso”. Quizá por eso Gijón afirma “si en el franquismo había censura, ahora hay represión y venganza”. Dos cosas que me parecen evidentes.
El libro se remansa para referirse a la necesidad del individuo actual de sentirse dentro del rebaño. Lo va a apoyar con citas de Solomon Asch o de Heidegger. Como causas de este súbito cambio indica dos: Internet y las redes sociales. Describe sus devastadores efectos: “Ya no está de moda pensar libremente”; “Nos hemos vuelto viscerales. Todos. Ya no usamos el neocórtex; preferimos el sistema límbico”.
Pero ésta no es la conclusión más importante que nos ofrece el libo. No son los políticos y el poder público quienes organizan el nuevo panorama: la vieja referencia a “los más ricos”, antes llena de empresarios, está hoy ocupada por los amos de empresas de comunicación y, al paso, nos revela que el 70% de los medios de comunicación están en manos de siete corporaciones. Pero su atención se termina centrado en los Servicios Secretos. Centrado en España repasa todos los episodios en que el CNI (o sus predecesores) estuvo presente: el archivo Jano, la Operación Tenedor, el 23-F, el 11-M… Desde los años 50 se sustituyó la represión por el control. Y las posibilidades de control son enormes y crecientes. “Hay muchos silencios. No se cuenta todo lo que hay que contar”. Por cierto ¿usted ya conocía la idea de los “big data”?
El individuo que piensa por sí sólo ha desaparecido. No estamos precisamente ante “la generación, más preparada de nuestra historia”. Francisco Gijón se congratula de haber sido educado bajo la Ley de Villar Palasí. Yo creo haber ido más allá: hasta Ibáñez Martín
Una deuda: aclarar el porqué del título. “Caballo turco” fue la denominación usada para difundir la heroína en España tras la Transición. Luego se suprimió el calificativo “turco” y todo se quedó en la conocida idea de “caballo”.
Uno discrepa en algunos puntos. En pocos, por cierto. No lo esperaba. De la sinceridad con la que parece expresarse cabe esperar la persistencia de sus ideas. Los servicios secretos correteando por encima de los poderes públicos y los enormes poderes que la reciente (y creciente) tecnología les proporciona permiten esperar un futuro, si no negro, sí muy complicado. Pero esto es futuro, aunque ya sea presente, y el libro pretende historiar. No vaticinar. Un libro que tiene para el ya mayor algo de nostálgico y que le muestra el marco por el que discurrió su vida.

“La leyenda del caballo turco” es un libro registrado en 2017 por Francisco Gijón y que fue publicado ese mismo año por Ediciones RG. La versión comentada es la leída en Kindle; es la segunda y se descargó en 2019.

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