A Francisco
Gijón le he conocido (es decir, leído) muy recientemente: hace una semana o
así. Y no es que haya comenzado a escribir ayer. Lo hizo en 2004, repitió en
2008 y a partir de ahí ha seguido escribiendo, libros y notas de sus blogs.
Rápidamente centró su interés por la discutida historia de España. Tuvo sus
derivaciones hacia la novela histórica, un estilo sobre el que siempre he
mantenido mis sospechas. Porque, quiérase o no, a los personajes antes de
echarles a la escena se les maquilla. No mejora su imagen el que su condición
de titulado en Historia le fuera otorgado por la Universidad Nacional de
Educación a Distancia. Y creo que es un gran cronista y narrador sin pretender
ser historiador. Ideas claras y estilo preciso y amable. En modo alguno es simple
relator o cuentista.
Lo primero que
debo reconocer es que hay algo que nos diferencia (dejando aparte su presumible
superioridad intelectual que doy por real) y es la edad. Gijón nació con la
transición, la que él llama primera transición; yo nací con la guerra y en la
guerra y cuando llegó la transición ya había cumplido cuarenta años, estaba
anclado en mi trabajo y tenía cinco hijos. Sumemos los años en que uno y otro
tardan en llegar a la madurez, de forma que ni yo no viví con conciencia los
famosos años de plomo, ni Gijón el salto al vacío del cambio político.
Partiendo de esos hechos, creo que acierta Francisco Gijón cuando su libro se
proyecta sobre el tramo histórico que corre desde la muerte de Franco. Lo demás
ya es historia, aunque en consolidación, pese a los intentos de revivirla.
Uno tiene la
sensación de que Francisco Gijón no tiene sesgos apreciables. Es crítico a
derecha e izquierda, arriba y abajo. Transmite la sensación de un criterio
propio, libre de manipulaciones. Porque la gran finalidad de este libro es la
denuncia de una constante manipulación generadora de una opinión pública falsa
que deglute al individuo. Pero más adelante volveremos a ello.
El libro es
sustancialmente una relación de hechos referidos a las cuatro décadas que sucedieron
a la Transición. Una primera parte recoge los precedentes “No hay mal que
por bien no venga”. Una segunda, se refiere a la situación creada tras el
nuevo sistema bajo el título “Psoelandia y el aznarato”; para concluir
en un tercera, iniciada en la crisis producida por “La estela negra del 11-M”.
A partir de ahí, el libro se convierte en una melancólica enumeración de los
males que sugieren la existencia de hecho de una Segunda Transición, sus causas
y, por descontado, sus misteriosos mecanismos.
De forma un
tanto siniestra, la primera de esas partes comienza refiriéndose al hecho de que
España es un país en el que grandes magnicidios han precedido a grandes cambios
políticos. En este caso es la muerte de Carrero lo que cambiará nuestro destino.
Un asesinato cuya gestación y ejecución se cuenta minuciosamente, pero en el
que resalta algo que se repetirá en el 11-M: el contraste entre la perfección
del crimen y la falta de profesionalidad de los declarados autores.
La etapa democrática
que parece seguir a la Transición se llena con el recuerdo de hechos y personas
que cubrieron las portadas de los periódicos. El 23-F (“a mí me lo dais
hecho”), el asunto del aceite de colza, la invasión de las drogas en la
vida española, Rumasa, Banesto y Mario Conde, el ciego Miguel Durán, el
misterioso Paesa, el infumable Roldán, Polanco, Cebrián.
Son quizá los
momentos en que el enfrentamiento con ETA se intensifica como reacción al
terrorismo creciente. Y aparecen los GAL, en los que la intervención de las
fuerzas de orden se sustituye por la de unos mercenarios chapuceros. ¿Quién no
recuerda a Amedo y Domínguez? La sombra de los fondos reservados se agranda a
la vez que las manifestaciones de corrupción. Comienza la liquidación de la
independencia del poder judicial. Mientras tanto España sufre el terrorismo y
las posturas francesas. Es una parte del libro bien respaldada de datos cuando
uno comienza a reducir su recuerdo a los
900 muertos víctimas de ETA. Algo que es necesario recordar en sus pormenores.
Distingue Gijón
una especial etapa de la Transición: la que tiene lugar durante los mandatos de
Felipe González y de José María Aznar y que denomina “los felices años”.
Son días que, como en los de vino y rosas, todo parece mejorar y los españoles,
como el sector público, se endeudan alegremente. Aquí el autor nos va a brindar
una idea sorprendente: la igualdad existente entre el felipismo y el aznarismo.
No es una simple apreciación, sino que ofrece las causas económicas de ese
bienestar que parecieron producir: las privatizaciones y las ayudas europeas
resultaron decisivas para maquillar las cuentas públicas. Y así el aznarismo, siempre
rechinando con el rey y acechado por la persistente aznarofobia, terminó en el
llamado “aznarato”. Contra él se sucedían los pactos del Tinell, de Estella, de
Perpignan…”
Todo desembocó,
nos recuerda, en el atentado del 11-M. Podemos ver en su tratamiento
corrupción, maldad, torpeza, soberbia, falsedad. Lo que Gijón llama Segunda
Transición comenzaba. “Fue el triunfo de la ruptura supone la reforma, la
liquidación de todo el proceso de democratización de España para retroceder a
la confrontación de 1978, o incluso antes a ser posible”. Y añade: “España,
eufórica de créditos preconcedidos y pleno empleo, asistía sin saberlo a un
proceso de radicalización desde a izquierda contra un concepto funcional y
moderno de nación”.
Y llegó
Zapatero. Con un plan hecho de retiradas de Irak, encuentros con Erdogan en la
Alianza de Civilizaciones, desaladoras que sustituyen el Plan Hidrológico
Nacional, concesiones al independentismo catalán, negociaciones con ETA que se
volatizan en la T-4, y sobre todo de buenísmo. Pero no son hechos aislados: lo
prueba el descubrimiento de las tarjetas black, en donde abrevan gentes
de todo pelaje político y sindical. Nadie se salva.
No obstante, Gijón
no termina de ser crítico: “en toda justicia, la etapa de José Luis Rodríguez
Zapatero dejará en el haber de la Historia de nuestra política cuatro medidas
que sí ha redundado en la evolución a mejor de nuestra sociedad, a saber: la
legalización del matrimonio homosexual, la ley de dependencia, la ley contra la
violencia de género y la ley de memoria historia”. La cosa sorprende y
sigue sorprendiendo, aunque luego la matice desganadamente. Debiera dirigir
esas mismas alabanzas al Rajoy que las mantuvo. Por descontado nadie se opone
al matrimonio homosexual de reducida utilización, pero necesario: ni a la ley
de dependencia, aunque analizando los problemas económicos que conlleva. Pero
uno piensa que otra cosa es la actual ley de violencia de género, cuyas
deficiencias señala. Y sobre todo la Memoria Histórica, algo esperable de un
historiador que lamenta “el más que perverso uso que unos y otros han hecho”
de esa ley. Deplora “la imagen que cualquier ciudadano menor de 40 años
tiene de la Guerra Civil”; “la utilización más que perversa y partidista
de figuras como Miguel Hernández o Federico García Lorca…”, o la misma
afirmación Tierno Galván tildando al franquismo de “páramo cultural”
(¿viejo profesor siendo alcalde de Madrid con 61 años?). Contradecir alguna de
esas cuestiones “lo convierten a uno en fascista a poco que se descuide”.
Hablaba antes de “evolución a mejor” ¿no? Recuerdo que Ortega dejó algo más de tiempo
para exclamar: “No es eso, no es eso”. Quizá por eso Gijón afirma “si
en el franquismo había censura, ahora hay represión y venganza”. Dos cosas
que me parecen evidentes.
El libro se
remansa para referirse a la necesidad del individuo actual de sentirse dentro
del rebaño. Lo va a apoyar con citas de Solomon Asch o de Heidegger. Como
causas de este súbito cambio indica dos: Internet y las redes sociales. Describe
sus devastadores efectos: “Ya no está de moda pensar libremente”; “Nos
hemos vuelto viscerales. Todos. Ya no usamos el neocórtex; preferimos el
sistema límbico”.
Pero ésta no es
la conclusión más importante que nos ofrece el libo. No son los políticos y el
poder público quienes organizan el nuevo panorama: la vieja referencia a “los
más ricos”, antes llena de empresarios, está hoy ocupada por los amos de
empresas de comunicación y, al paso, nos revela que el 70% de los medios de
comunicación están en manos de siete corporaciones. Pero su atención se termina
centrado en los Servicios Secretos. Centrado en España repasa todos los
episodios en que el CNI (o sus predecesores) estuvo presente: el archivo Jano,
la Operación Tenedor, el 23-F, el 11-M… Desde los años 50 se sustituyó la
represión por el control. Y las posibilidades de control son enormes y
crecientes. “Hay muchos silencios. No se cuenta todo lo que hay que contar”.
Por cierto ¿usted ya conocía la idea de los “big data”?
El individuo
que piensa por sí sólo ha desaparecido. No estamos precisamente ante “la generación,
más preparada de nuestra historia”. Francisco Gijón se congratula de haber
sido educado bajo la Ley de Villar Palasí. Yo creo haber ido más allá: hasta Ibáñez
Martín
Una deuda:
aclarar el porqué del título. “Caballo turco” fue la denominación usada para
difundir la heroína en España tras la Transición. Luego se suprimió el
calificativo “turco” y todo se quedó en la conocida idea de “caballo”.
Uno discrepa en
algunos puntos. En pocos, por cierto. No lo esperaba. De la sinceridad con la
que parece expresarse cabe esperar la persistencia de sus ideas. Los servicios
secretos correteando por encima de los poderes públicos y los enormes poderes
que la reciente (y creciente) tecnología les proporciona permiten esperar un
futuro, si no negro, sí muy complicado. Pero esto es futuro, aunque ya sea
presente, y el libro pretende historiar. No vaticinar. Un libro que tiene para
el ya mayor algo de nostálgico y que le muestra el marco por el que discurrió
su vida.
“La leyenda del caballo turco” es
un libro registrado en 2017 por Francisco Gijón y que fue publicado ese mismo
año por Ediciones RG. La versión comentada es la leída en Kindle; es la segunda
y se descargó en 2019.
Francisco Gijón, cómo me contacto con vos? Soy de Argentina (obvio)
ResponderEliminarEn su página web
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