Estamos ante un
auténtico clásico. Fue escrito en 1988 y desde entonces han pasado tantas cosas
que pudiera considerarse como sobrepasado. Pero el hecho cierto es que también
habían pasado muchas, muchísimas cosas antes y que el libro las resume con un
confesado afán divulgativo. Y para ello recurre a un lenguaje llano y una
simplificación de las exposiciones de los problemas y sus soluciones. Pero ello
no basta. Una cierta niebla rodea siempre al no habituado a las complejas
cuestiones que Hawking expone y explica. Le suenan los términos como el de la “amenaza
de Andrómeda” o del “corrimiento al rojo”; le suenan, pero nunca suele estar en
condiciones de explicar de dónde provienen, en qué consisten y dónde nos
conducen.
Hawking no
precisa ninguna presentación. Esto quizá se deba fundamentalmente a dos cosas: la
primera es su imagen impactante de inválido, víctima de una esclerosis de
naturaleza neurodegenerativa, que le tuvo varado en una silla de ruedas durante
55 años cuando la esperanza de vida de estos enfermos no supera los dos años.
La segunda es el éxito de ese libro, del que vendió millones de ejemplares y
estuvo durante más de 200 semanas en las listas de los bestsellers.
Hawking es autor de otros varios libros, todos de divulgación y no muy
extensos, pero ese ha sido el que contribuyó a su fama. Como apoyo de todo, sus
ideas brillantes, sus descubrimientos, sus aportaciones a la cosmología, entre
las que se encuentran las que se reflejan en el título del libro: el
espacio-tiempo y los agujeros negros.
El libro se
centra en el tiempo. En su historia más concretamente como indica su título.
¿Cuándo se inició el tiempo? ¿Cuándo acabará? Son cuestiones profundas que afectan
a la misma concepción del universo, lo que conduce, no solamente a consideraciones
sobre la existencia de Dios, sino a un repaso profundo de los límites de la
ciencia en los momentos en que se escribe el libro y que le obliga a extenderse
desde el desmesurado universo hasta el microscópico mundo subatómico.
Hawking, por
otra parte, no se recata de exponer posiciones teóricas aun discutidas
refiriéndose a las afirmaciones y negaciones en pugna. Por eso el recorrido de
este comentario se fijará más en esas dudas, añadiendo la referencia obligada a
los momentos en los que muchas de esas dudas fueron históricamente superadas
para caer en otras. No se va a explicar lo que explica Hawking. Sería una labor
tonta y probablemente equívoca. Se referirá muchas veces a Dios; lo desconoce,
pero lo necesita; no encuentra lugar donde colocarlo; ignora la posible
aleatoriedad de sus acciones. Pero lo cita.
Entramos en el
mundo dominado por el principio de incertidumbre que proclamó Heisenberg. Se
derrumbaba así el determinismo que permitió a Laplace defender la posibilidad
de anticipar el futuro. Hawking exclama ”¡no se pueden predecir los
acontecimientos futuros con exactitud si ni siquiera se puede medir el estado
presente del universo de forma precisa!”. Y en esa situación, Heisenberg,
Schrödinger y Dirac optan por aplicar la “navaja de Occam” y eliminan todo lo
que no puede ser observado. La mecánica se convierte así en mecánica cuántica.
La aleatoriedad invade el conocimiento científico. Son momentos inquietos en
los que Rutheford rompe con la idea de indivisibilidad del átomo y Pauli
formula el principio de exclusión según el cual dos partículas no pueden ocupar
simultáneamente el mismo lugar (pero no aplicable a las partículas portadoras
de fuerza). Encima, Dirac nos aportó la idea de las antipartículas. Al final
todo desemboca en una multiplicidad de teorías, un recurso a los spin
como posible explicación a ciertas cosas, un brindis a los quarks y un
repaso de las famosas cuatro fuerzas. Naturalmente la cuarta, la gravitatoria,
sale vencedora. Y uno sospecha que se debe al hecho de que es de la que menos
se sabe. La gran incógnita de la ciencia actual.
La idea de relatividad
(que suele desembocar ―también aquí― en una rendición a la falsación de
Popper) adquiere, aunque Hawking no lo pretenda, en un drama que se manifiesta
en la utilización de conceptos como el de singularidad. La singularidad es
simplemente el reconocimiento de que, en determinadas situaciones o momentos,
nuestras leyes físicas, aun las más avanzadas, dejan de ser aplicables.
Ya concluyendo
el libro se hace referencia, aun sin citarla, a la famosa frase de San Agustín:
“non in tempore, sed cum tempore, Deus creavit
caela et terram”. Es un fantasma que lo recorre. Repetidamente, Hawking
menciona a Dios, pero lo hace de una forma peculiar: es la clave de la
singularidad inicial de la que en teoría procedemos, del Big Bang, pero lo hace
de forma no ‘religiosa’ llamando Dios a ese origen desconocido. Hay realmente
una mezcla de problemas irresolutos. ¿Cuándo y cómo comenzó el universo?
¿Cuándo desaparecerá si desaparece? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué sentido tiene
hablar de flechas del tiempo? ¿Es ilimitado el espacio o tiene límites? ¿Se
expande y de qué forma lo hace? Hawking ―y ahí está su honestidad―
recorre todos estos problemas y nos los presenta crudamente en su indefinición
actual.
Los últimos
tramos de una extraña divulgación (y se puede llamar extraña porque es
divulgación de lo desconocido, más que de lo conocido) se dedican a la forma en
que los científicos reaccionan ante sus errores.
La búsqueda de
una teoría unificadora parece ser la meta de los físicos actuales. Pero leyendo
el libro uno se pregunta si realmente existe; y, si existe, si podrá ser
descubierta; y, si es descubierta, si no abrirá nuevas preguntas e
incertidumbres. Se constatan las enormes cantidades de dinero que se ponen al
servicio de los investigadores en un esfuerzo portentoso de la tecnología. No
parece que conduzca a clarificar el panorama. Uno tiene presente que sólo diez
años de que naciera, se pensaba que existía una única nebulosa, la nuestra, la
vía Láctea. Luego se descubrió que había millones. Y se descubrieron después
los cúmulos de nebulosas. Ese camino es probable que continúe. ¿Tiene mucho
sentido hablar de 13.800 millones de años luz desde el Big Bang, cuando no se
sabe apenas nada de éste? ¿Cuándo mirando hacia arriba se habla de multiversos,
de universos paralelos, de complejidades apenas soñadas y, mirando hacia abajo,
se nos habla de supercuerdas y simetrías?
Esto no
constituye en modo alguno una crítica al esfuerzo divulgador (¿?) de Hawking y
tantos otros. Transmiten en general de forma trasparente las dudas actuales;
dudas que son mucho mayores que la que las que existían en los primeros
momentos de la ciencia. Lo que sorprende es que un libro como éste haya sido un
bestseller cuando habla de las flechas del tiempo y de tiempo
imaginario. Que se expresa con cifras que requieren la utilización de muchísimos
ceros representativos de potencias para referirse a billones de años luz en lo
grande o a fracciones de un milímetro en lo pequeño.
Algo a lo que
presta especial atención el libro son los agujeros negros. No en vano fue uno
de los objetos de investigación preferidos de Hawking. Aunque ahora nos
referimos a ellos como algo familiar, su descubrimiento y hasta su bautizo
tuvieron lugar en torno a los 70. Hoy todavía se discute cómo se producen y
cuáles son sus características más notables. Las contestaciones básicas hablan
de colapsos de estrellas y de la imposibilidad de salir de ellos, incluida la
luz. Esto último constituye el gran problema para su estudio. Se siguen
buscando, con cuidado de no confundirlos con los pulsars. Uno de esos
buscadores es precisamente Hawking, que titula uno de los capítulos de este
libro “los agujeros negros no son tan negros” y que expone, apoyándose
en los horizontes de sucesos, la posibilidad de que algo escape de los agujeros
negros. Una exposición lenta y complicada para ser objeto de esta simple
referencia.
Hay un concepto
sugerente: el principio antrópico según el cual “vemos el universo en la
forma que es porque nosotros existimos”. Tiene ―¿cómo no?― una doble
versión. El principio antrópico débil reduce las posibilidades de vida inteligente
a determinadas áreas de calma en el universo. La teoría fuerte admite muchos
universos diferentes o muchas regiones diferentes con leyes físicas propias
diferentes unas de otras. Hawking no cree en ella. En el fondo, surge
nuevamente el orgullo del Sapiens, que se rebela ante ella sin prestar atención
al largo tiempo que ha transcurrido hasta el estado actual de la humanidad. Uno
recuerda simple la pregunta: ¿estamos solos? En cualquier caso, sin posible
comunicación.
El
capítulo 11, titulado “conclusión” se inicia con esta frase: “Nos hallamos
en un mundo desconcertante”. Para desconcertado, el lector; aún más, si
cabe, tras haber paseado por mundos paralelos, múltiples dimensiones, un tiempo
que corre hacia detrás o hacia adelante, un espacio que no se sabe si tiene
límites o no. No hay conclusiones ciertas, sino solamente nuevos hechos antes
desconocidos y que tratan de explicarse, ¿por quienes? Ya no son los físicos,
sino los matemáticos. Todo el avance científico se basa en cálculos matemáticos
teñidos de falsabilidad. Los filósofos, explica Hawking, acompañaron ese avance
hasta quedar desbordados por la técnica.
En definitiva,
el subtítulo de libro: “Del Big Band a
los agujeros negros” podía sustituirse por éste: “De lo que no conocemos a lo que tampoco conocemos”. A Sócrates no
le avergonzó “sólo sé que no sé nada”.
¿Avergonzarnos nosotros por lo mismo? Seamos un poco humildes. Como ya decía
Newton “Lo que sabemos es una gota de
agua, lo que ignoramos es el océano”.
Este libro
conduce a la humildad por la vía de la humillación. Es, sobre otras posibles y
numerosas, la mejor recomendación que puede hacerse de él.
“Historia del tiempo. Del Bin Bang
a los agujeros negros” (284 págs.) es un libro del que es autor Stephen W.
Hawking. Su Copyright fue registrado en 1998. Su primera traducción al español
fue asumida por Alianza Editorial en su colección El Libro de Bolsillo, de
Alianza Editorial, que inició su publicación en 1990 hasta llegar a la octava
edición, que es la leída, en 2018. Han pasado 21 años desde que se escribió.
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