Hoy nadie duda
de la existencia e influencia de las redes sociales. Hace no muchos años esa
conciencia no existía. Bueno, quizá existían las redes sociales, pero eran tan reducidas
y tan escasa su influencia que no eran ni estudiadas ni tenidas en cuenta. Ha
sido la digitalización con las posibilidades de acumulación masiva de datos y
de agilización de relaciones la que ha hecho posible esta realidad. Realidad
que incluye el hecho de que podemos ser parte de esas redes por decisión propia
o serlo por voluntad ajena.
¿Es cierto todo
esto? Pues no. El concepto de redes es mucho más amplio que el que ahora
manejamos usualmente para referirnos a contagios y movimientos sociales a
través de teléfonos más o menos inteligentes y aplicaciones. Los teléfonos nos
harán ver como la idea de las redes se extiende a los campos biológicos,
tróficos, tecnológicos, sociales, económicos… Es una ciencia que, aún
balbuceante, que algunos han creído ver como la auténtica “Ley del Todo”, tesis
que combaten los propios autores, señalando sus limitaciones y la ingente de
tareas aún pendientes de abordar y resolver. Con la neonata ciencia se
pretenden resolver los ‘fenómenos emergentes’, entendiendo por tales “comportamientos
colectivos que no se pueden predecir observando cada uno de los elementos que
forman el sistema. Los sistemas que representan esos fenómenos se denominan
sistemas complejos”. Los fenómenos emergentes tratarán de ser comprendidos
a través de las interacciones que descubren las estructuras de las redes
subyacentes. “Las redes se han convertido en el paradigma para descubrir la
arquitectura oculta de la complejidad”. Anticipemos que el lector tendrá
que asimilar la multitud de términos nuevos utilizados o la nueva forma en que
los habituales deben ser comprendidos.
Porque el
estudio de las redes es tan reciente como profundo. El acceso al mismo se lleva
a cabo fundamentalmente a través de los grafos, comenzando por la referencia
obligada a la de los puentes de Königsberg y al primer grafo, propuesto por
Euler. De ellos, los autores nos recuerdan las ideas básicas de “vértices”
y “aristas”. Más tarde fue Moreno quien aplicó la idea de red a los
fenómenos sociales. Entre 1969 y 1961 Paul Erdös y Alfréd Rényi dieron un paso
decisivo al crear el “grafo aleatorio”, un modelo muy simplificado y cuyas
propiedades son diferentes a las de las redes reales, pero que sirven para
entender éstas. Cualquier desviación del grafo aleatorio evidencia “algún
tipo de estructura, orden o regularidad y no aleatoriedad en muchas redes del
mundo real”. En definitiva, la teoría de redes explica como lo individual
trasciende convirtiéndose en grupo.
Uno recuerda el
viejo libro del humorista gráfico francés Sempé: “Rien n’est simple”.
Algo que encaja a esta nueva ciencia. La complejidad de las redes se traslada a
todos los escenarios. A la fiebre de la revolución genética de los años 89 y
90, siguió el descubrimiento de una hipotética “red de regulación génica”
basada en la “red de interacción de proteínas” que nos lleva de la mano
a una “red metabólica”. Y a nuevas ideas que componen la llamada “revolución
-ómica” soportada por la idea de las redes. Pero no es sólo la ciencia genética
la afectada. Lo reflejan también las búsquedas que se desarrollan en la investigación
neuronal, en los fenómenos de coextinción, la cadena trófica se concebirá como
red donde “los nodos representan las especies y las aristas, las relaciones
de depredación”. De ese terreno saltará el libro a los apagones, a los
investigadores, a los consejos de administración, a las cotizaciones de bolsa,
a los hábitos buenos o malos de vida, al marketing, o sea, a todo. Y sobre todo
eso, Internet. Imagine lo que quiera: subyace una red. Y uno lo cree a pies
juntillas.
Las redes traen
consigo, sobre todo, conexión. Aunque se integran de partes diferenciadas, la
conexión entre éstas existe, dejando únicamente como redes aisladas apenas un 4%
del total. Pero fuera de éstas, las conexiones entre grupos existen hasta poder
hablar de un “componente gigante conectado”. Pese a ello, la mayoría de
las redes son dispersas en el sentido de que sus elementos se combinan con un
número reducido de otros. Uno diría que lo que importa es la dirección y el
camino que seguir. En fin, “las redes muestran un tipo de economía especial,
intrínseca a su estructura desordenada: un número reducido de aristas, incluso
distribuidas aleatoriamente entre nodos, es suficiente para generar una gran
estructura que absorbe a casi todos los elementos”.
Colaboran a
ello las conexiones cercanas y desconocidas. El libro recuerda el famoso
experimento de Stanley Milgram que evidenció que cualquier persona podía “conectarse”
con otra cualquiera del mundo en sólo seis saltos, es decir tan sólo les
separaban seis grados en la terminología de los expertos. Surgen así las ideas
de los “atajos” o de la difusión de los virus informáticos.
Quizá una de
las ideas más importantes de la ciencia de las redes sean la apreciación de la
existencia de “superconectores”, personas, cosas o ideas que especialmente
crean conexiones con otros elementos de la red y la sirven de soporte. Con estas
ideas se entra en el mundo más complejo de las redes. Hay aspectos tan curiosos
como la ley de Barabási-Albert sobre el mecanismo de enlazamiento diferencial,
una de cuyas consecuencias es el curioso «efecto Mateo»,
basado en el Evangelio de San Mateo: “porque al que tiene, le será dado, y
tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (Mr.,
25:29) lo que explica que los ricos tiendan a ser más ricos, los premiados más
premiados, los prestigiados más prestigiados, los populares más populares…
Recordemos que la parábola habla del que, antes de irse de viaje, entrega sus
bienes a sus siervos para que los cuiden.
A partir de ahí
y atendiendo a la variabilidad de las redes se entra en una región muy abstrusa
donde se repasan los problemas de generación (emergencia) de redes, de su
mutación y división, de pertenencia… Por eso el lector suele respirar cuando se
llega al gran apagón de la luz que de repente y en algún lugar del mundo se
produce. Es el ejemplo clásico de lo que el libro llama “tormenta perfecta
de las redes”.
Lo que
básicamente subyace sobre esta visión de auténticas catástrofes es el miedo que
provocan. Ellas mismas y el efecto dominó que en muchos casos las acompaña. Es
lo que sucede típicamente en las situaciones de coextinción: muy simplemente,
cuando, por ejemplo, los lobos se comen demasiados conejos, estos desaparecen,
pero acarrearán la desaparición de la red depredadora compuesta por los lobos.
Las tempestades
que puedan producirse en las redes tróficas tienen una peligrosidad relativa.
Eso, al menos piensa uno. Otra cosa sucede cuando pensamos en las nuevas
relaciones de la comunicación y especialmente, en Internet. La cosa se agrava
especialmente cuando se advierte que, hasta ahora, la mayor parte de estas
tormentas han sido casuales, pero que junto a ellas se empiezan a vislumbrar las
posibilidades de ataques programados contra esas redes. El libro no oculta que
“la red parece tolerar una cierta cantidad de disfunción crónica, sin
demasiados problemas”. El sistema utiliza rutas alternativas y logra la continuidad
del servicio, pero “aunque Internet es relativamente resistente a los
errores y accidentes, un ataque cuidadosamente planificado puede provocar daños
terribles”. Uno se pregunta si la preocupación por las redes y su estudio
no ha sido seriamente abordada hasta que surgió Internet. Y se sigue
preguntando si es posible una protección real contra una posible gran tormenta.
El talón de
Aquiles de la red son los superconectores. “Un grafo aleatorio del tamaño de
la mayoría de las redes del mundo real se destruye después de eliminar la mitad
de los nodos”. Los autores no ocultan su preocupación: “Que una red pueda
pasar súbitamente de un comportamiento resiliente a un colapso global es algo
que deberá preocuparnos”.
El libro
concluye con una cierta humildad. Afirma que “su visión holística, el
descubrimiento inesperado de semejanzas entre sistemas totalmente diferentes y
la actual fascinación cultural con el concepto de red conllevan la tentación de
pensar que el análisis de redes es una «teoría del todo»”.
Repasa a continuación las críticas dirigidas a la nueva ciencia: su dependencia
de las grandes de bases de datos, el reduccionismo que supone la conversión de
éstos a grafos, su excesivo énfasis en la heterogeneidad o la ausencia real de
clases de universales. Con todo, Caldarelli y Catanzaro agregan que “la mayoría
de estas críticas son razonables, sin embargo, no deberían llevar a subestimar
el potencial de la ciencia de las redes para descubrimientos futuros”. Ya
parafraseando a Galileo —que entendía que la filosofía se construyó con letras y
las matemáticas con figuras geométricas— declaran que “en un mundo tan
complejo como el actual, necesitamos unas nuevas «letras»:
las redes”. ¿Estamos ante una actitud de fe o una expresión de esperanza?
El libro no
refleja sino una denodada búsqueda de explicación de muchos hechos, al mismo
tiempo que la explicación de tantas cosas que percibimos turbiamente día a día.
Supera sobradamente ese sentimiento. Hacer ciencia de algunas observaciones
implica siempre un duro y áspero camino a recorrer. La ciencia es un camino
que, como todos, se hace al andar. Es muy de valorar, sin embargo, que los
autores lo confiesen así, que valoren las dudas que jalonan lo ya recorrido y
la larga relación de cuestiones que aparecen como de explicación pendiente.
Hay muchos
conceptos nuevos apenas elaborados. Que parecen resonancias de ideas que
recientemente nos invaden: caos, aleatoriedad, orden y desorden, heterogeneidad…
La cosa es complicada y el paciente se mueve tanto que resulta difícil su
exploración. Hay que bendecir, sin embargo, esa inquietud que produce en ese
sector del público avisado o que pretende superar sus ignorancias. Es un libro
incómodo, difícil. Pero quizá sea necesario leerle. Amplía los conocimientos y,
sobre todo, las inquietudes. Los primeros a medias; las segundas, con cierta
sordina.
“Redes: Una breve introducción”
(180 págs.), es un libro escrito por Guido Caldarelli y Michael Catanzaro,
escrito en 2012 y publicado en España su traducción en 2014 por Alianza
Editorial en su edición de bolsillo.
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