Hace unos días descargué en mi e-book
un libro sobre las famosas caras de Bélmez. Un tema de hace unos 50 años que viví
y que ocupó y preocupó a los medios de comunicación y a sus videntes, oyentes y
lectores. Fue algo que realmente atrajo a la atención de lo que se llama
público. Hace 50 años. Ello obliga, por un simpe respeto a los que tienen no
los han vivido, a recordar lo que fueron las caras de Bélmez.
Allá por los 70
del siglo pasado, saltó la noticia de que, en una humilde cocina de una no
menos humilde casa del pueblo jienense llamado Bélmez de la Moraleda, aparecían
de pronto caras un tanto toscas que normalmente desaparecían después, sin que
se conocieron las causas de esas apariciones ni de esas desapariciones. La
mujer, ya mayor, que habitaba aquella casa era María Gómez Cámara, segunda
esposa de Juan Pereira, había visto aparecer en el suelo de su cocina una
extraña cara ante la cual, al parecer, comenzó a llorar el nieto que llevaba en
brazos. La extrañeza de estos hechos
motivó que se precipitaran sobre ellos, tras los medios de comunicación que lo
pusieron en órbita, autoridades civiles, jerarquías eclesiásticas, medios de
comunicación, sabios, parapsicólogos… de todo. Luego se hizo la calma, interrumpida
de cuando en cuando por nuevas investigaciones. ¿Ha pasado todo? Se diría que
lo único que ha pasado es la actualidad de la noticia, el conocimiento general
de los hechos, el simple interés en ese tipo de hechos.
¿Aporta algo
este libro? Uno esperaba de él algún tipo de seriedad, de análisis sereno de
los hechos. Una esperanza que desaparece muy pronto cuando el primero de sus
capítulos termina con esta alusión a su gestación y a sus autores: “En octubre de 2004, Francisco Máñez,
parapsicólogo retirado, publica en su ignota página web (editorialbitacora.com)
un artículo en el que asegura haber descubierto, investigando en el garaje de
su casa, que las nuevas caras habían sido pintadas por los investigadores de la
SEIP. No le creen ni los más escépticos y Máñez recula. Eso no impidió que un
periodista con ansias de notoriedad y que nunca había pisado Bélmez de la
Moraleda, Javier Cavanilles, se hiciera eco de las acusaciones de Máñez en un
artículo en el que aseguraba que el fraude contaba con el apoyo del
Ayuntamiento y tenía como objetivo potenciar el turismo. Luego, con la ayuda de
unos amigos igualmente cualificados para opinar sobre el tema, descubrieron que
todo lo que se había dicho y escrito hasta la fecha sobre el tema también era
mentira. Y el parapsicólogo retirado y el periodista con ansias de notoriedad
(con la ayuda de unos amigos igualmente cualificados para opinar sobre el
tema), decidieron escribir un libro”. Los citados, Máñez y Cavanilles son
los autores del libro.
La sorpresa que
produce este párrafo se confirma cuando vamos al llamado preámbulo del libro,
hecho por un gracioso que se considera humorista y que termina así: “… el motivo principal por el que me creo
este libro y a sus autores es que Francisco Máñez y Javier Cavanilles no
ocultan que a parte [sic] de una
licenciatura en periodismo, Dios sabe por qué métodos conseguida, y un
doctorado en kung-fu por la Universidad de Disneylandia, lo único que les
permite hablar con propiedad de estos temas esotéricos es una cualidad que
comparten con la mayoría de los protagonistas de estas páginas y con el abajo
firmante, y no es otra que la de tener, como las de Bélmez, mucha cara.”
Eso, mucha cara es lo único que puedo decir de los autores.
El recorrido
del libro se va a convertir así en un recorrido por una basura. Pero se va a
recorrer. Marginalmente expondré mis propias ideas. Una de las cuales es la
dificultad de distinguir lo paranormal del fraude. Los autores en su libro se
preocupan en aducir posibles motivaciones del fraude, aunque sin aportar razones
firmes para esas conclusiones, al mismo tiempo que se limitan a negar de un fenómeno
paranormal por el simple hecho de haber expuesto esas posibles causas. Se
recoge así la pequeña conmoción que, en el pueblo y su alfoz, produjeron estas
apariciones. A la que un hijo de María intentó poner fin destruyendo la imagen
con un pico y echando encima una capa de cemento. El 9 de septiembre vuelve a
aparecer la cara y ahora es el alcalde quien envía un albañil para que cave un
foso de metro y medio de ancho por tres de hondo y busque la causa del fenómeno.
Lo hizo y encontró varios huesos, aunque ningún cráneo. Eran huesos infantiles
y se dataron unos 160 años de antigüedad. Y el 16 de septiembre vuelve a aparecer
la misteriosa cara. Era la tercera “Pava” nombre como se las conocía. La
primera estaba destruida; la segunda se conserva; la tercera hizo de Bélmez un
centro de peregrinación. Nadie creía que se tratara de un fraude.
La prensa local
de la región ya se había hecho eco de los hechos, pero lo que creó el nuevo
tratamiento de las caras fue la publicación del caso en el periódico “Pueblo”
el 31 de enero de 1972. Aquí Cavanilles se recrea pintando la lucha entablada
por el gobernador civil y el obispo, inspirados e impulsados por Franco y su
mujer. Crea y cuenta una continua “conspiración”, lo que no es sino el tema
exclusivo de su blog. Es cuando aparece en escena Argumosa, máxima autoridad en
paranormalidad. Y éste proclama: “Aquì no
hay fraude”. Se agregan las psicofonías. Pero “Pueblo”, los días 22 y 25 de
febrero, proclama el fraude: todo se hace con nitrato de plata. Algo que en
abril confirma la Comisión Erinadi presidida por Jordán Peña. Y el silencio se
hace en España. Los medios de comunicación dejan de dar noticias y la gente se
ocupa de otras cuestiones.
Los
parapsicólogos continuaron, sin embargo, analizando los hechos. Germán Argumosa
y Hans Bender realizaron dos veces un curioso experimento con intervención
notarial: “precintar la habitación y
esperar a ver qué pasaba”. Y las caras siguieron apareciendo, modificándose
y desapareciéndose. Otros presuntos expertos seguían manteniendo, como “Pueblo”
la idea del fraude. Juan José Alonso, investigador del CSIS “llegó a la curiosa conclusión de que la cara
no era otra cosa que la huella que dejó un zapato del 39 durante el proceso de
fraguado del cemento”.
El 1991, el
famoso Padre Pilón lleva a cabo una nueva investigación: “tampoco detectó la presencia de nada que hiciera pensar en un fraude”.
En 1996. Jiménez del Oso inaugura la revista Enigma y estudia el misterio de
las caras. Iker Jiménez y Lorenzo Fernández logran el acta notarial del
experimento de Argumosa y Bender. El libro se dedica a describir la que llama
“Operación Tridente” de forma detallada. En 2002 Pedro Amorós, otro parapsicólogo
notable, pone en marcha la operación Génesis que atribuye la continuada
aparición de caras (se estima que dieron ser unas quinientas) a cuatro
factores: “la humedad en el subsuelo de
la casa, la salud de María Gómez Cámara, su estado de ánimo y la afluencia de
público a la casa”. En 2004, María muere y las caras siguen apareciendo.
La aparición de
las caras en otra vivienda de un familiar de los Pereira, las llamadas “caras
nuevas”, va a abrir un escenario distinto que se superpone al primero. Las
caras antiguas ceden el paso a las antiguas. Es algo que el libro no destaca,
pero que marca su sentido. Va a comenzar una etapa nueva de la investigación
sobre las caras nuevas y con ella una pugna ridícula entre partidarios del
fraude y de lo parapsicológico. Una discusión que huele a alcoba sin ventilar y
a la que los autores van a dedicar casi la mitad del libro. Aparece una pugna,
plagada de desprecios y términos insultantes, en donde especialmente todo se
vuelca en la figura de Pedro Amorós (de quien, por cierto, he comentado otro
libro en este blog). Sinceramente hay que proclamar que no nos interesan en
absoluto esas discrepancias que realmente hunden el libro, un libro que no es
sino una venganza derivada de una discusión de la que no nos sentimos
partícipes.
Gran parte de
lo que se expone está destinado a mostrar las posibles motivaciones que podían
sugerir un fraude. Un cajón de sastre donde motivan todas las posibilidades: el
sentido religioso reinante en la región, el espiritismo arraigado de la zona, el
afán económico de los Pereira, el del propio municipio… Junto a ello se
critican las posibles explicaciones del fenómeno como paranormal: antiguas
mancebías, sacrificios humanos de niños, viejos enterramientos, resonancias del
sitio del santuario de Santa María de la Cabeza, almas en pena… A la propia
María se la atribuyen desequilibrios mentales que datan de su infancia.
Se echa en
falta la consideración de lo que puede considerarse como paranormal. Muy
simplistamente puede ofrecerse la idea de que la paranormalidad surge cuando un
fenómeno no es susceptible de ser explicado científicamente y que, al mismo
tiempo, no pueda ser considerado fenómeno natural. Ambas circunstancias
concurren en las caras de Bélmez, que, además pertenecen a la categoría de los
fenómenos “de efectos físicos”, distinta de los “de conocimiento”. Por fin hay
algo que confiere a las caras de Bélmez un interés especial: el hecho de
repetirse en el tiempo y variar, sin limitarse a un hecho concreto y puntual. Pues
bien, aun partiendo de este simple concepto, se ve claramente ante un fenómeno
tan extraño como las caras de Bélmez, la negación de lo paranormal únicamente
puede ser realizada explicándolo científicamente. Los parapsicólogos cuentan en
su favor con esta especial carga de la prueba, aunque previamente deban
demostrar el carácter no natural del fenómeno analizado, lo cual es
relativamente fácil.
El libro
simplemente repite que las caras tuvieron que ser dibujadas por alguien. Pero
mantienen en segundo plano un hecho cierto: cuando muere María, comienzan a
aparecer las llamadas “nuevas caras” en un cuarto piso de una vivienda en donde
nació María y vivió hasta los 20 años y donde ahora vive una pariente suya.
Allí descubrirá Máñez un fraude. Surgirá una absurda tensión entre los que
defienden esas ideas o mantiene el misterio. Algo repleto de desprecios,
insultos, y hasta pleitos. Y el lector esperaba que le hablasen seriamente de
las caras de Bélmez. Algo extraño al que la ciencia no parece haber dado
explicación. Un libro innecesario por ello, lleno de excesos y escaso de
información. Una lucha a la que somos ajenos.
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