Uno descarga
este libro para aclarar sus ideas sobre algo que la propia Iglesia Católica ha
erigido como su gran problema. Y lo lee sin prejuicios, pero sin echar a la
basura las ideas propias que, acertadas o equivocadas, pueda tener. O sea: su
lectura pretende tener una función catalizadora.
Comencemos como
siempre por referirnos al autor: Frédéric Martel es un escritor y periodista
francés. Entre sus muchas colaboraciones y sus escritos a temas relacionados
con la sociología, adquirió fama por sus estudios sobre la homosexualidad en
Francia y, más tarde, por la publicación de este libro que, curiosamente, se
llevó a cabo simultáneamente en ocho lenguas. Martel es funcionario y ha estado
siempre próximo a los medios universitarios y oficiales. Políticamente se alinea
nítidamente en la izquierda y ha proclamado abiertamente su homosexualidad. Estos
dos últimos datos ya permiten imaginar la orientación básica del libro. Así se
referirá de manera constante al Vaticano, sin la menor referencia a la Iglesia,
pese a ser conceptos perfectamente diferenciables. De forma un tanto maniquea
divide a la curia y a la organización de ella dependiente entre homófobos o
homófilos. Los primeros representarán para él el más penoso conservadurismo, en
tanto que los segundos despertarán en el autor un claro trato favorable, o
amistoso como suele ser el término “friendly” frecuentemente presente en su
obra.
En realidad,
bajo la palabra Sodoma (que directamente alude a la homosexualidad en el
lenguaje común) aborda una serie de problemas un tanto complejos que unicamente
tienen de común el referirse al sexo o, más exactamente, a la orientación
sexual y su plasmación en el comportamiento de las personas. Aunque a Martel le
importa más la existencia de auténticos lobbies homosexuales en el Vaticano. Mi
acercamiento al libro lo han provocado, sin embargo, las intensas actuaciones
que se están desarrollando en estos días en relación con la existencia de abusos
de menores por curas, obispos y curiales. Lo que inicialmente parecía
unicamente una fase más de los ataques a la iglesia católica, adquiere un aire
especial cuando Bergoglio convoca a cardenales y obispos y pide perdón por los
abusos sexuales cometidos. Definitivamente algo parece oler a podrido en
Dinamarca.
La mirada a
estos abusos unicamente se materializa en la última parte del libro; lo que se
centraba unicamente en la apreciación del lobby homosexual del Vaticano pasa a
fijarse en los abusos sexuales partiendo de un hecho cierto: estos abusos
atentan contra personas concretas a las que se produce un daño cierto. Pero,
aun dejándolas a un lado, Martel se preocupa de dos cosas: la existencia de un
lobby con su evidente influencia y la práctica de actos homosexuales. Ambos
hechos tienen una base común y la abundancia de personas con orientaciones
homosexuales en el clero trata de explicarse por el hecho de que la carrera
eclesiástica ocultaba esas orientaciones con la cobertura prestada por el celibato
obligatorio. Añado que, históricamente, habría que añadir la huida de la
pobreza y la búsqueda de la educación y la posición social. Tiempos aun
cercanos en los que cantábamos con entusiasmo juvenil: “En casa del señor cura solo tienen una cama, si en la cama duerme el
cura, dónde coño duerme el ama”. Martel ignora esa mala conducta
heterosexual, por la vía de no ocuparse de ella, y pese a que alude ocasionalmente
a su existencia.
La andadura del
libro comienza por referirse, como figura ejemplar, a Francisco Lepore, que
dejó de ser sacerdote al salir, o para salir, del famoso armario. La
ejemplaridad radica en que en aquella ocasión Lepore recibió la llamada de
Bergoglio, “miserando”. Costumbre que no siguió en posteriores situaciones
similares. A partir de eso, describe la “Domus Sanctae Marthe”, o sea la famosa
Casa de Santa Marta, “moderna, impersonal
e insustancial” con cinco plantas y 120 habitaciones. Martel no duda en
compararla a “un motel cualquiera de los
suburbios de Atlanta o de Houston”.
Se intercalan conversaciones
con el cardenal Burke. Es curioso como su afín Harnwell le aclara la diferencia
dentro de la derecha curial, de los tradicionalistas (que rechazan el Vaticano
II) y los conservadores (que lo aceptan). Son muy extensas las descripciones de
las conversaciones que Martel mantuvo con Harnwell. Quizá iluminen esa
complejidad esta pregunta de Martel: “¿Por
qué hay tantos homosexuales aquí en el Vaticano entre los cardenales más
conservadores y más tradicionalistas?”, y una afirmación de Harnwell: “Si
no hay acto, no hay pecado. Por otro lado, si no hay elección, tampoco hay
pecado”. Ahí queda reflejado ese desequilibrado tablero en que
juegan: político el primero (que termina refiriéndose a Marine Le Pen y a
Trump) y religioso el segundo (distinguiendo a los homosexuales practicantes a
los que no lo son). Digamos que todo ello conduce a la parte más sesgada y tediosa
del libro, simple acumulación de entrevistas, comidas, cenas y descripciones de
majestuosas mansiones. Excesivas para ser reales y siempre realizadas por
personas relacionadas con la curia o la orden sacerdotal que, o son
homosexuales confesos, o son lo que Martel llama homófobos, lo que a su juicio
evidencia su tendencia homosexual no confesada y siempre de derechas. La cosa
recuerda al título de una película de Berlanga que ahora sería: “Todos
maricones”
Martel dedica
una atención que podía calificarse de desmedida a la figura de Jacques
Maritain, filósofo católico que ocupó gran parte de la atención de los
escritores de medidos del siglo XX. La obra de Maritain es muy extensa (sus
obras completas ocupan unos 26 volúmenes) y en ella se advierte una atención a
numerosos temas, la mayor parte de ellos políticos (fue opositor de Petain).
Sobre él, Martel: primero, afirma que ejerció una enorme influencia en el
papado desde Pablo VI; le asigna la condición de homosexual reprimido, aunque
sin aportar pruebas concluyentes; por fin le endosa una serie de derrotas intelectuales
frente a los escritores homosexuales con los que mantuvo correspondencia: Jean Cocteau,
André Gide, Julien Green y Maurice Sachs. Como más tarde Ratzinger, Maritain
propone la vía de la castidad. Pero Martel busca la clave en una peculiar
correspondencia suya a los 16 años con un compañero de estudios. Martel ignora
una vez más que, a partir de 1948, el informe Kinsey sobre el comportamiento
sexual del hombre se admite la existencia de un amplio deslizamiento entre la
total heterosexualidad y la plena homosexualidad.
El libro
continúa relacionando los escándalos que rodearon los papados de Pablo VI y Sn
Juan Pablo II. No deja realmente títere con cabeza. Así dice: “entre los allegados de Juan Pablo II había
pocos prelados heterosexuales, y castos aún menos”. Los juicios carentes de
pruebas y las generalizaciones sin nombres son continuas.
El foco se
centra ahora en Ratzinger, o sea Benedicto XVI. Que a mi juicio es injustamente
vapuleado. Hay varias partes en las que el libro se refiere a él. La primera
es, digamos, elogiosa: Ratzinger es un auténtico teólogo, un sabio. La segunda
cambia el enfoque: se recuerda una curiosa proximidad al nazismo en su juventud.
La tercera, centra en él sus sospechas de ser homosexual; no hay argumentos
sólidos ni pruebas concretas, todo se basa en que su secretario es “guapo”. La
tesis que mantiene Martel es que sospechoso como era, para Martel, de
homosexual eligió el camino de la represión, de la continencia, de la castidad.
Y la predicó hacia los homosexuales. Pero el hecho cierto es que a manos de
Benedicto XVI llegó el famoso informe en el que se reflejaban las corruptelas
de la curia. Y dicen que lloró. Trató de dominar la situación. Sobrevenían los
enfrentamientos entre Bertone y Sodano. Estalla
el Vatileak I. Tras luchar, Benedicto XVI dimite. Luego llegarán los llamados
Vatileak II y III. Sintiendose impotente, dimitió.
Y llega también
“desde allí” un papa argentino y jesuita, Bergoglio. Este papa ocupa páginas y
páginas. Se le presenta como un salvador de una iglesia caduca. Sin entrar en
su calificación como peronista, se ahonda en su declarado interés en superar la
vieja lucha de clases marxista, sustituyéndola por la nueva estructuración de
la sociedad sobre la oposición entre ricos y pobres. Una tergiversación de la
doctrina cristiana que nunca recurrió esa distinción y que se extiende a los
aspectos de los presuntamente perseguidos: homosexuales, lesbianas, mujeres,
animales, naturaleza, minorías de toda clase, emigrantes… Todo enlaza con la
condenada teología de la liberación. La llegada de Bergoglio supone la llegada
de una persona autoritaria, testaruda, localista, creyente en ser quien cambie
el mundo (y a este paso lo cambiará), que abrirá nuevos caminos. La Iglesia no
será ya de las personas, sino sólo de los pobres y para los pobres. El libro
destaca las maniobras a las que recurre para ello; en especial los sínodos
manipulados, las intervenciones verbales en aviones, el lanzamiento globos
sonda… Todo crea ―y el libro lo reconoce y enfatiza― una auténtica división en la
Iglesia. La homofilia y la homofobia serán solamente una excusa para
evidenciarla, extendiéndola además a conservadurismo y progresismo, a derecha e
izquierda. Bergoglio cumple su papel de reforzar esa división apoyando las
nuevas acciones emprendidas por el pensamiento postmarxista de la izquierda:
feminismo radical, animalismo, emigración, anticapitalismo, diversidad,
ecologismo, multiculturalidad. Pero lo hace en su calidad papal y poseído de
una mezcla de adanismo y misión histórica de cambio.
Estamos ante un
libro claramente sesgado y, por ello, borroso. Mantiene la existencia de
ámbitos homosexuales en el Vaticano, cosa no discutible como no lo es en
ámbitos distintos. Pero saltar de ello a su actuación como lobby es algo que no
desmiente, sino que afirma, basándolo únicamente en la existencia de una
tendencia conservadora y otra revolucionaria. ¿Está Martel aprovechando también
palabras aisladas de Bergoglio, o de Spadaro, el jesuita que le inspira? “¿Quién soy yo para juzgar?”
“Sodoma, Poder y escándalo en el
Vaticano” es un libro escrito por Frederic Martel y publicado en España por
Roca Editorial.
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