Puede parecer una temeridad o, incluso,
una insensatez, tratar de comentar un libro cuyo contenido apenas se entiende
por lo complejo y difuso que le resulta a uno. Y realmente lo es: temeridad y
insensatez. Pero, a pesar de no dar la talla para entender su contenido ni su
totalidad, ni en muchos de sus recovecos y capítulos es posible referirse a
aquellos aspectos sorprendentes que pone ante la mirada realmente atónita del
lector. Y uno siente esa curiosidad como fundamental para combatir la vejez.
Enrique Fernández
Borja, doctor en Física Teórica por la Universidad de Valencia, nació en Madrid
en 1978 aunque creció en Córdoba. Tiene las características clásicas del
investigador y divulgador y se ha dedicado en especial al estudio de los
agujeros negros y la física cuántica. De física cuántica va sobre todo este
libro. Es de destacar que tiene un blog titulado “Cuentos Cuánticos” que
refleja básicamente sus intereses
Hay algo que
pude criticarse: El título del libro: “El vacío y la nada” resulta terriblemente
atractivo. ¿Si el vacío no es la nada qué es? Si es no es nada, es algo, pero
entonces ¿qué sigue siendo la nada?
El libro se
abre con una definición aparentemente vulgar: “se define el vacío como ausencia total de materia y de energía en una
región del espacio”. Una persona normal hablaría de simple de ausencia de
aire. Aristóteles negó su posible existencia aduciendo que la naturaleza busca
siempre la forma de evitarlo, pero Torricelli demostró su posibilidad. El siglo
XIX se agarró a la noción del éter, ya que se precisaba algo que, en el vacío,
permitiera la transmisión de las ondas. La doctrina de la relatividad y la teoría
cuántica acabaron con la idea del éter, pero al mismo tiempo negaron que el
vacío equivaliera a la nada. “La física
moderna define el vacío como el estado de mínima energía de los sistemas
cuánticos”
Pero la característica
fundamental de este nuevo vacío es que “no
es inerte, está en permanente cambio con continuas fluctuaciones que varían su
energía arriba y debajo de forma que su promedio siempre será el valor que esperamos
para un estado de mínima energía”. En qué consisten estas fluctuaciones se
nos dice a continuación: “aparición de
partículas desde el vacío y su posterior reabsorción en el mismo”. Y ojo:
como esas partículas tiene fluctuaciones de mínima duración no son observables.
Los físicos de esa manera se ven obligados a explicar fenómenos que, sin la
existencia de ese vacío, no podrían existir. En cualquier caso “el vacío cuántico no coincide con la nada
filosófica”. El vacío, coincide con el mínimo posible de energía, pero
siempre existe ese mínimo, no una total ausencia.
El autor indica
que “hemos recorrido un largo camino
desde el ‘horror vacui’ aristotélico hasta nuestros días… Mucho queda por
hacer, mucho queda por estudiar y por investigar en este terreno”. El lector,
a su vez, teme que estemos en una etapa más de la búsqueda de la realidad, lo
que podíamos llamar una verdad histórica. Y parece que lo confirma esta frase:
“La mecánica cuántica es una teoría física
tan difícil de entender como de explicar. Se afirma incluso que no hay nadie
capaz de comprenderla y que permite fenómenos que escapan a toda experiencia.”
Pero el lector no puede evitar el pensar que al igual que el dicho ’lo poco que
se sabe de medicina lo saben los médicos’, se puede afirmar que lo poco que se
sabe de física lo saben los físicos. Y hay que agradecerles que muestren una
actitud humilde y concienciada como la indicada.
Algo que llama
la atención es que el libro parece tener dos vertientes. En la primera se adentra
en el mundo atómico, minúsculo y recientemente descubierto. En la segunda, se
lanza a la contemplación del universo en su totalidad e inmensidad. Pronto uno
tiene conciencia de que esa mirada al cosmos sólo adquiere sentido desde la percepción
del mundo atómico. No mires ahora tu mano, ni el paisaje que te rodea, ni esas
nubes que pasan. No podrás nunca ver en ello la esencia de la materia y de la
energía; sólo lo conseguirá quien se adentre en ese minúsculo mundo de las partículas.
Con Borja
debemos tener en cuenta que se ha producido una importante separación entre la
ciencia física clásica o newtoniana y la física cuántica. La primera tiene
valores definidos, mientras que en la segunda hay que distinguir ‘estados’ y
‘observables’. Heisenberg, con su famoso principio de indeterminación, remató
la faena. Hay pares de magnitudes que no están definidos en un sistema: los “observables
conjugados”, como el famoso de posición y momento. Todo conduce a la noción de
‘campo’ en el que lector indocto naufraga. Y naufrago seguirá a lo largo de la
mayor parte del libro restante. Antes se nos ha avisado: “Decimos no entender la teoría cuando lo que queremos decir es que no
sabemos imaginarla”.
Cuando
Heisenberg nos ha dejado en la estacada se recurre a la apreciación de
fenómenos que serían imposibles de explicar si no existiera ese vacío cuántico.
Y el libro repasa tres de esos fenómenos que han dado lugar a la aparición de
tres efectos: el efecto Lamb, el efecto Casimir y el efecto Schwinger. Aunque
bien explicados, el lector se los salta, dejándolos para mejor ocasión. Y pasa
al capítulo dedicado a la masa. Y la masa nos llevará a la materia. Ha sido la
tecnología la que nos llevó de la molécula al átomo (discutida su existencia
hasta en 1905); del átomo a los electrones y el núcleo: de éste a los protones
y neutrones; y de éstos a los quarks y los gluones. ¿Hay algo más allá? No lo
sabemos, pero mientras tanto el llamado modelo standard nos indica que las
partículas tienen masa, carga y espín. Y este espín abre una nueva frontera, además
de ser la que indica como gira la partícula aunque no tiene estructura, abre la
puerta a los fermiones (con espín semi entero) y los bosones (con espín
entero). Mezclemos estas categorías con las cuatro fuerzas clásicas: las
interacciones fuerte y débil, con el electromagnetismo y la gravedad (todavía
sin encuadrar) y con los colores que pueden tener los quarks (verde, rojo y
azul). Todo es complicado para el profano. Adicionalmente, el modelo matemático
se defiende y funciona si las partículas no tienen masa. Sin embargo, la tesis
contraria se mostró triunfadora al descubrirse el bosón de Higgs.
De pronto se da
el salto. Pasamos de las partículas al universo: ¿fue creado por el vacío
cuántico? ¿proviene de él? Borja nos dice: “podemos
afirmar sin temor a equivocarnos que la cosmología está aún en su infancia”,
Pero los avances logrados en las últimas décadas le hacen sentirse optimista.
La materia oscura y la energía oscura están ahí como primeras preguntas a la
que dar respuesta. Hubble fue quien en 1929 descubrió que el universo se estaba
expandiendo. Utilizó para ello al llamado desplazamiento al rojo, partiendo de
la existencia del espectro electromagnético, que va desde las ondas largas a
los temibles rayos cósmicos, pasando por la luz, del infrarrojo al
ultravioleta, y, ya visible, del rojo al violeta
Pero es una
expansión peculiar. No es que todo se expanda, aumentado de tamaño. Solo
aumenta el espacio. Esto quiere decir que las distintas entre dos estrellas,
por ejemplo, vaya aumentando, pero las dimensiones de esas estrellas
permanecerán inmutables. Y la cosa da que pensar. Si ahora el universo está
creciendo, lo hizo desde el pasado, por lo que en ese pasado fue más pequeño y
por mismo no había astros creados. “Invirtiendo
la expansión, debería llegarse a la certeza de que el universo tuvo que tener
un origen”. Esto es cierto, pero no lo es que toda la energía estuviera
concentrada en un punto como predica el Big Bang. Se niega su veracidad porque
“nos dice cómo evoluciono el universo
desde justo después de que comenzó, hasta el presente, pero no como se originó”.
Al final llegan
los que se llaman “horizontes”, más allá de los cuales no podemos explorar ni
ver. Uno no duda de que existan, pero representan nuestra incapacidad para
estudiar lo que nos rodea. Nos limitamos a nuestra visión del universo visible
y que pueda ser distinta para unos observadores y otros. Lo que es el tiempo es
algo que no se nos revela, aunque sea una base fundamental de nuestras ideas.
El descubrimiento del ruido cósmico añade eso: ruido
Al final parece
que la tesis del campo cuántico con sus hipótesis acompañantes no deja de ser
una excusa para encubrir la discordancia vigente en la física actual. Son
demasiadas las contradicciones que parecen insalvables y muchos los puntos en
donde los físicos mantienen ideas diversas. Pero, al mismo tiempo, hay que
admitir que esa contraposición de posiciones teóricas es el germen del avance
científico. Apoyado siempre por el increíble desarrollo tecnológico que se inició
en años aun recientes.
Como se
indicaba inicialmente, el libro es una muestra de divulgación de lo que
actualmente es la posición de la física en ese campo hibrido de lo atómico y lo
cosmológico. Ni estamos ante un libro triunfalista ni ante una declaración
pesimista de las limitaciones de la ciencia. Es un libro, por otra parte, más
asequible para el enterado que para el profano. Su lectura nunca será inútil;
amplía, aunque de forma limitada, el conocimiento del mundo científico que nos
rodea (quizá más que el de la realidad). Sobre todo, asoma a uno a un mirador
en el que se siente vértigo sobre todo y desde el que se divisa un panorama
extraño e inalcanzable con la vista.
El gran
problema es que la esperanza surgida con la palabra “nada” se defrauda. El
campo cuántico existió antes del Big Bang. ¿Cómo se originó ese campo? Si este
campo implica la mínima energía, ¿no existe la energía nula? Cosa distinta es que
la percibamos o no. Pero tiene que existir ese campo donde se producen las
fluctuaciones. ¿Cómo se crea? No hemos avanzado nada y nuestra confusión crece.
“El vacío y la nada. ¿Qué había
antes del Big Bang?” (156 págs.) es un libro del que es autor Enrique Fernández
Borja en 2015 siendo publicado por RBA el mismo año dentro de la colección “Un paseo por el Cosmos”, reeditada en 2019
(la fotografía del libro recoge la primera edición; el comentario se hace sobre
la segunda)
Me parece que deberían de poner más recursos para para investigar a estas personas
ResponderEliminar