Estamos ante un
libro curioso. Nos cuenta una historia que en ocasiones puede producir
malestar, repugnancia o temor. La historia de la parte oscura de la medicina, que nos permite
valorar su brillantez actual y, a la vez, dudar de ella. Desfilan visionarios y
villanos, pero tras de ellos se vislumbra el enfermo siempre a la búsqueda de
la salud perdida.
José Alberto
Palma en un neurólogo, profesor de neurología en la New York University,
integrado en una familia de médicos y autor de varias obras en donde refleja
sus inclinaciones e ideas. Junto a sus conocimientos hay que destacar su estilo
literario, ágil, atrayente y fácil, favorecido en este libro por el tema
abordado. No le importa, sin embargo, apartarse del sendero e intercalar
anécdotas, personales o ajenas, o breves biografías que sitúan al lector
cómodamente en el tema abordado.
Leyendo esta
historia negra nos situamos en el escenario ya olvidado de los tiempos que nos
precedieron. Cuando no había los analgésicos actuales, cuando la tuberculosis
era un camino rápido e inevitable para la muerte, cuando la cirugía no contaba
con la anestesia y desconocía la asepsia, cuando el enfermo mental era una
realidad misteriosa y cercana... Y uno se para a pensar si no seguimos estando
en otro momento concreto de la historia que en un futuro no lejano será mirado
a su vez con conmiseración. Echamos la mirada atrás y no muy lejos vemos los
avances de la cirugía (como la laparoscopia o las muevas prótesis), los de la
farmacología (hoy prohibidos como peligrosos los medicamentos que como el
Pental, el Belladenal o Optalidón comprábamos sin problemas en las farmacias),
los de la aplicación de la informática a la medicina. “Cuesta entender como los medidos pudieron causar tanto daño durante
tantos siglos de manera impune con remedios… sin haber comprobado si eran
verdaderamente eficaces”. Comprobar si una cosa funcionaba era la base del
método científico.
Ese el mensaje
que el autor deja: una prudencia que evite excesos o irresponsabilidades. Se
refiere en concreto a la facilidad con que, hoy en día, se recurre a la nueva
tecnología. ¿Sabemos los problemas que pueden encerrar el uso desmedido de la
tomografía computadorizada, por ejemplo? ¿Debemos conceder a los nuevos medicamentos
una confianza excesiva en su bondad?
Vayamos al
libro, que está ordenado en capítulos en los que se van recorriendo las grandes
pifias del avance médico. Se exceptúa quizá los elogios que dirige inicialmente
a las trepanaciones descubiertas por la arqueología, para inmediatamente
referirse a lo hoy ya está a nuestra disposición: anestesia, asepsia, analgésicos,
antiinflamatorios, diagnóstico por la imagen, farmacología abundante… Inmediatamente
pasa a referirse a las ideas sobre la sangre que condujeron a la utilización de
las sangrías, sustituidas por las repugnantes sanguijuelas. O el empleo de
remedios basados en los desechos y secreciones, destacando la orina (que hasta
se bebe) y las heces (incluida la técnica del trasplante de heces, hoy aun utilizada).
Junto a ellos la antiquísima técnica de los enemas, a los que según las épocas
se añadían elementos que se consideraban saludables.
Siguen las
disquisiciones sobre prácticas que hoy nos parecen puras ilusiones y
esperanzas. Surgen así la utilización del magnetismo, como sucedió con las
piedras serpiente del padre Kircher, una corriente que llegó a unirse con el
mesmerismo. O la utilización de polvo de momia. En esos tiempos también tuvo
importancia social la sífilis. Palma recorre la historia de esta enfermedad, de
discutida procedencia en el capítulo titulado descriptivamente “Una noche con Venus y toda la vida con Mercurio”.
Porque el mercurio fue el remedio tradicionalmente aplicado (junto con el del
palo santo) hasta que, con la aparición de la penicilina, dejó de ser una
enfermedad mortal. Desafortunadamente “los
efectos secundarios derivados del consumo de mercurio eran mucho peores que la
propia sífilis”. Sin embargo, se creyó en la eficacia del mercurio durante
más de 2.000 años.
Dentro del
capítulo “Problemas de damas”, Palma
se refiere fundamentalmente a Hospital de La Salpêtrière y a su director
Jean-Martin Charcot. Uno de sus máximos éxito fue “desvincular la histeria de los órganos genitales femeninos”, aunque
luego actuara “como si la enfermedad
fuera exclusiva de las mujeres”. Agregó el hipnotismo, pero no como remedio,
sino como generador de explosiones histéricas. Y creó, sobre todo, un
espectáculo en sus sesiones a los que fue moda acudir. Se mezcló la realidad de
la enfermedad y la representación. Hoy la histeria no figura como enfermedad, sustituida
por otros términos médicos, pero Palma insiste: la histeria como problema médico
subsiste: “seríamos bastante ingenuos si
pensáramos que todo ello no sucede en la medicina actual. Así, puede que
algunos síndromes populares hoy en día no son más que eso: nombres nuevos para
síntomas antiguos”.
Algo así como
la cámara de los horrores es el capítulo octavo: “Torturas extremas para pacientes resignados”. Se abre refiriéndose a las prácticas
utilizadas tras el 11-S en los interrogatorios de los presuntos terroristas y
haciendo referencia a cómo, medidas igualmente crueles, fueron en tiempo
empleadas como tratamientos médicos. Baste su referencia: la cura por
ahogamiento, la silla giratoria, la silla tranquilizante , la silla vibratoria,
la cura de la suspensión, la cura de la sangre de oveja y la cura de la
extracción total. En este último tipo de cura, basada en la “bacteriología quirúrgica” se iban
extrayendo piezas y órganos del paciente, comenzando por los dientes y las
amígdalas y acabando con el estómago o el colon. Fue una cura, utilizada por el
psiquiatra estadounidense Henry Cotton en las primeras décadas del siglo XX. Metidos
ya en el horror, Palma recuerda el caso del sacamantecas de Gótar, Almería. Una
curandera recetó a un enfermo beber sangre aún caliente de un niño y colocarse
cataplasmas hechas con la grasa de su cuerpo. De ahí deriva el calificativo de
“sacamantecas”, al igual que el “hombre del saco” alude a la forma en que el
niño robado se transportó hasta darle muerte. En cualquier caso, la creencia en
la virtud curativa de las grasas animales o la bebida de sangre no fue algo
insólito hasta en siglo XX.
La referencia a
la amapola le permite a Palma entrar en el mundo de la droga. De ella se
extrajo inicialmente el opio, cargado de historia y moda persistente a través
de los siglos, al ofrecer un producto que proporcionaba un peculiar descanso y
relajación, pero que conllevaba el libro de la adición. De ellas fueron
derivando las distintas drogas: la morfina, la cocaína… hasta llega a la droga “heroica”,
la heroína. Durante mucho tiempo se
comercializaron. Fue popular el láudano, que no era sino vino con alago de opio.
Todos los
pretendidos avances de los tratamientos médicos se basaban un tanto en una
peculiar fe en los avances en otras ciencias. Es lo que se produjo con la
electricidad, especialmente cuando ésta se “domesticó” por Tesla. Especialmente
cruel fue su aplicación a través del electroshock. El libro se refiere al
Frankenstein de Mary Shelley para indicar la influencia marginal de estas ideas
o al curioso ‘corsé eléctrico’ de Cornelius Harness. Se descubrió la
radioactividad y comenzó a utilizarse el Redón como remedio. Hagamos un alto
para señalar algo destacado en el libro: como regla general parece que los
pacientes a los que se iban aplicando estos nuevos remedios sentían una
sensación de mejora, algo similar al efecto de los placebos. Siguen
examinándose errores médicos ya muy próximos a nosotros: la fiebre de las
lobotomías, los tratamientos del Parkinson, la confianza excesiva en la dopamina
o la búsqueda de la virilidad de Brown- Sequard, Steinach y Voronoff
Al final se
plantean ya problemas de orden moral. Por ejemplo, se recuerdan frente al
aborto y la eutanasia las palabras del juramento hipocrático: “A nadie daré,
aunque me lo pida, un remedio mortal, ni tomaré iniciativa alguna de ese tipo;
tampoco administraré abortivo a mujer alguna”. A esa misma dimensión ética se
refiere el experimento oficial de Tuskegee (EEUU) en que se ofrecieron una
serie de ventajas a 412 sifilíticos a cambio de que no trataran su enfermedad
con objeto de estudiar la progresión sin tratamiento de la sífilis; todo cuando
ya existía tratamientos eficaces de controlarla o combatirla. De ahí se salta a
Auschwitz para recordar al famoso doctor Mengele y sus siniestros experimentos.
Todo pretendidamente justificado por la eugenesia.
¿Estamos ante
un libro optimista o pesimista? ¿O simplemente realista? El autor parece orientarse
hacia esto último: “…la medicina es como
una moneda, tiene un anverso y un reverso. El anverso es la medicina actual, en
la que existen tratamientos eficaces para la mayoría de las dolencias… El
reverso es la medicina desastrosa que se practicaba desde Hipócrates hasta el
Siglo XX, donde la mayoría de los tratamientos no generaba ningún beneficio”.
De Hipócrates y su juramento se repite el principio: “lo primero es no dañar al paciente”.
Más importante
es que Palma critique duramente algunos aspectos de la medicina actual. Destaca
la creciente medicalización que vivimos. Todo pasa ser considerado enfermedad,
llevando a un ‘intervencionismo innecesario’ al que no ajeno el beneficio económico.
Cita de hecho lo dicho por Iván Illich en 1975 en su libro “Némesis médica”: “Durante la última década, la práctica profesional de los médicos de ha
convertido en la amenaza principal para la salud”. El pensamiento del propio
Palma quizá se condense así: “El auge de
la medicalización, promovida por algunos ‘pacientes’ deseosos de convertirse en
enfermos, el abandono de valores religioso que ayudaban a lidiar con las
dificultades de la vida, las empresas farmacéuticas y, por supuesto, los
médicos, es un hecho hoy en día”. Antes ha recodado algo sorprendente: en
una investigación realizada sobre cinco huelgas de médicos se mostraba que “la mortalidad era estable o disminuía
sustancialmente cuando los médicos no pisaban el hospital”. Estudios
posteriores lo confirman. En suma: un libro ameno que nos hace pensar.
“Historia negra de la
medicina”(2096 págs.) es un libro escrito por José -Alberto Palma que lleva por
subtítulo “Sanguijuelas, lobotomías, sacamantecas y otros tratamientos
absurdos, desagradables y terroríficos a lo largo de la historia” Fue escrito
en 2016 y publicado en España por Ediciones Ciudadela.
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