No es éste
precisamente un libro que deba caer en manos de una persona que apunte algo de
hipocondría o que simplemente tenga tendencia a ser aprensivo. Sería tan peligroso
como la famosa piraña en el bidé. Recorrer un sinfín de síntomas que pueden
remediarse desde arrascándose hasta requerir las más complicadas operaciones
quirúrgicas es algo que hace el libro.
Isadore Rosenfeld
ha muerto hace poco en enero de 2018, contando con 91 años. Era uno de los más
famosos cardiólogos norteamericanos. No está claro si ese calificativo se debe
a la publicación de varios libros sobre medicina y enfermedades o si deriva
esta actividad. El hecho es que es un médico que ha logrado una fama, cuyo
merecimiento no se va a discutir ahora. El libro que ahora comento lo compré hace
tiempo. Su primera edición en español se llevó a cabo en 1990, un año después
de que fuera publicado en Estados Unidos. Ya en 2009, Isadore Rosenfeld escribió
algo así como su autobiografía en un libro titulado “Doctor of the heart”, en
donde acumulaba las anécdotas de su vida profesional. “Síntomas”, por lo tanto,
no es un libro reciente. Tiene un tono que revela su servidumbre a un estilo divulgativo
a medias superado. Quizá peca de ser demasiado ambicioso. El mundo de las
enfermedades es tan grande como es la complejidad de nuestro sistema vital. Un
prodigio de equilibrios cuyos fallos se manifestan como síntomas.
El esquema del libro
es simple: Se abordan distintos tipos de alarmas (un síntoma siempre es una
forma de alarma) y se indican las causas a las que pueden responder. Ahí quizá
es donde reside el fallo del planteamiento, por lo que el síntoma puede
reflejar algo simple o ser anuncio de males importantes. Esto conduce a que en
la mayor parte de las ocasiones todo conduzca a una conclusión evidente: hay
que someterse al criterio del médico (salvo que serán síntomas ya sobradamente
conocidos, claro), cosa que, por parte, figura en la misma portada del libro
como pregunta ¿Debo acudir al médico?
El prólogo del
libro está escrito por Ramón Sánchez Ocaña, quien, como divulgador de temas médicos,
indica dos cosas que debe tener en cuenta el lector: la primera, que no basta un
solo síntoma para diagnosticar una enfermedad; de ahí el acierto del título: “Síntomas”.
La segunda es que los síntomas indican lo que uno puede padecer, no lo que
realmente padece. Más dudoso sea quizá el comienzo de su escrito. “Podría
pensarse que este libro constituye una verdadera fábrica de hipocondríacos. Y
no es así.”
Uno piensa que
el hipocondríaco nace, no se hace. De ahí que no sea cierto que la lectura “fabrique”
hipocondríacos. Le viene dados y los perfecciona, acentúa sus temores y sus aprensiones.
El mismo Sánchez Ocaña nos dice: “La
divulgación de temas médicos nos demuestra que cuando enumeras 10 síntomas de
cualquier enfermedad, todos tenemos por lo menos, 5”. Aceptémoslo, aunque
probablemente el hipocondríaco sienta más de cinco. La cuestión es que,
partiendo de esa base, mientras el hipocondriaco se fija en los 5 síntomas que siente
y le afectan, quien no lo es respira tranquilo al comprobar que no tiene 5 de
los síntomas señalados.
Volvamos al
libro que, ordenadamente, divide el análisis de los síntomas por las afecciones
a través de las cuales se manifiesta. No hay quizá problema con el primero de
los capítulos que, al referirse al dolor (hay tantas enfermedades con dolor),
explica la función de aviso del dolor, un mensajero que, aunque sea portador de
malas noticias nos las ofrece permitiendo nuestra curación. Pero el segundo
golpea al lector con su propio título: “Bultos: benignos y malignos”. La idea
de bulto asusta; frente al dolor siempre cabe el uso de analgésicos y los
cuidados paliativos. El bulto, aun sin dolor, nos acompaña día y noche; es un
compañero indeseado y permanente; se identifica con nosotros y nuestro físico
formando pare de nuestro ser. Y ¿Qué nos dice Rosenfeld? Para empezar, como
hace en otros los capítulos, abre sucesivos apartados que se ocuparán de los
bultos en atencion a la situación en que aparezcan. Porque lo que hace un bulto
es aparecer. Y así repasará los bultos en la cabeza, en el cuello, en el vientre,
en el pecho, en los testículos… sin contar lo que no se ven. Todo el consuelo
que se ofrece es que, junto a los bultos malignos, están los benignos. Ganen o
no éstos por goleada, su simple existencia asusta.
La cosa se acentúa
indicando que el libro pretende únicamente atender a lo que podíamos llamar
situaciones de urgencia, en tanto llega el médico y realiza su diagnóstico.
Pero ¿realmente puede cumplir esa función cuando los síntomas que se contemplan
son en su gran mayoría persistentes?
Pero no
agreguemos sin parar reparos. El libro tiene dos partes muy definidas que se
suceden en cada apartado: una, la más sólida, es la que explica el funcionamiento
del organismo y el sentido de las enfermedades, preludio necesario para, a
continuación, tener una breve explicación de los síntomas; otra que tras
referirse al síntoma indica cuáles son sus posibles manifestaciones y cuáles
sus posibles causas. Expuestos en un título que se refiere a síntomas, una
primera columna en que se refiere las posibles causas y una segunda en la que
se indica la conducta a seguir. Algo que resulta algo forzado pero que sirve
como estructuración del libro.
Tomemos, por ejemplo,
un síntoma tan vulgar como la ”pérdida del oído”. Son 17 las posibles causas de
este: van desde la sordera del nervio debido a la edad, la presencia de cera o
la lesión del tímpano hasta terminar en el bloqueo de las trompas de Eustaquio,
la enfermedad de Ménière, el tumor o la lesión producida por el exceso de
ruido, pasando por diabetes, artritis, trastornos renales, excesos de tabaco, arterioesclerosis,
trastornos renales o baja acción del tiroides. Las conductas que seguir en cada
caso son igualmente variopintas: desde quitarse los tapones de cera, comprarse
un audífono a someterse a una cirugía difícil y problemática. Y ante este este
panorama uno se pregunta ¿es que ese síntoma no puede presentarse en más casos?
¿Es que la conducta la seguir es la única? No parece que este sistema de dobles
columnas conduzca a nada más allá de la conveniencia de ir al médico. Una
persona equilibrada sabe cuándo debe ir al médico. Podrá retrasar la decisión
por miedo o precaución, pero la conciencia de ello lo tiene prontamente.
Como se ha
indicado, una parte de libro está constituida por las consideraciones que, al
principio de cada capítulo, dedica Rosenfeld a explicar las ideas básicas del
sistema organismo o del síntoma que inmediatamente va a abordar. Aquí aparece
el médico real. Ello permite que esta parte del libro sea la más elogiable.
Pesa, sin embargo, que ese preámbulo esté dirigido a la justificación del
esquema doble síntomas/medidas a adoptar a que acabamos de aludir.
El libro fue
escrito en 1989 por un médico que no podía presumir ya de joven y que en sus
escritos acumulaba experiencias anteriores a esa fecha. Pero, por fortuna, la
medicina ha sufrido enormes convulsiones y llamativos avances. ¿Cómo ignorar
los nuevos medios como la resonancia magnética, el tac, la laparoscopia, la
sedación actual…? Somos personas tan agradecidas a esos progresos y a su rápida
aceptación y utilización por los médicos, como individuos conscientes de ellos
y exigentes en su aplicación. Lo que nos explica Rosenfeld de nuestro organismo
está bien, pero tiene cierto olor a naftalina. Quizá no sea culpa suya. Estoy leyendo
un libro que cuenta ya con treinta años y esos años son muchos, queramos o no,
en el progreso de la medicina. No hace tantos que desconocíamos la anestesia o
la asepsia. Y todo cambia ahora con una mayor velocidad.
Los capítulos
que componen el libro recorren un campo muy extenso. Tras de preocuparse del
dolor, los bultos, la sangre o la fiebre, se recorren los distintos sistemas:
cardiaco, respiratorio, digestivo, secretor, reproductor; los ojos y la
audición, la piel, la vida sexual, para terminar centrándose en temas concretos
como la hipertensión, el sueño, la genética y la forma de vida, con inclusión
de consideraciones sobre el alcohol, el tacaco, la droga y la promiscuidad
sexual. Raro es aquel que no incluye como posible causa de la presencia del
síntoma el cáncer (siempre se habla de tumores) o enfermedades de parecida
gravedad.
Añadamos que el
libro parece orientado para el público norteamericano, a sus pautas de vida, a
su entorno. En su breve epílogo, Rosenfeld termina con “una última consideración: en la duda, es conveniente solicitar ayuda”.
Antes ha advertido: “si el tipo de
relación que se mantiene con el médico no permite sentirse suficientemente
cómodo para llamarle por la noche, lo primero que hay que hacer es redefinir la
relación con él o cambiar de médico”. ¿Tienen estas palabras sentido en
nuestro entorno? Si bien es cierto que en Estados Unidos y en España conviven
los sistemas públicos y privados de aseguramiento de la salud, lo hacen de
forma muy distinta. En nuestro país un sistema de protección obligatorio no
impide que el seguro privado se superponga y quede en muchos casos la
asistencia pública fundamental centrada en los centros de urgencia, evitando en
todo caso la quiebra económica por enfermedad. En los Estados Unidos el
esfuerzo económico supera a los restantes países, pero sin lograr resultados
efectivos. Y el famoso Obamacare lo que hace es forzar a la conclusión de
seguros privados.
Y todo eso se
refleja en el libro. Un libro que parece tratar de permitir al enfermo que
realice el diagnóstico y decida si ir al médico o no, aunque pretende lo
contrario. Un libro curioso, de cuya utilidad siento disentir.
“Síntomas. La guía médica más
completa y accesible” (336 págs., no incluido el índice es un libro del que es
autor Isadore Rosenfeld, registrado en 1989 y publicado en España por Plaza y
Janés en su colección “Saber más” al año siguiente.
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