Vaya por
delante que Paul Preston es un mal historiador. Tanto por el hecho de su
declarado partidismo, como por abusar de la cita de puras anécdotas. González
Cuevas en www.nodulo.org ha
hablado largamente de “la extraordinaria
pobreza intelectual y metodológica de la obra histórica de Paul Preston”. Claro
que también podemos citar a Miradiellos cuando habla de “el más fecundo y original de los historiadores hispanistas británicos
contemporáneos”. Agreguemos que la originalidad no parece ser una virtud
del historiador.
Si
Clausewitz decÃa que “la guerra es la
continuación de la polÃtica con otros medios”, podemos añadir que la
historia es con frecuencia la continuación de una guerra con otros medios. La
famosa Ley de Memoria Histórica de 2007 es buena prueba de ello: su
promulgación fue simplemente la declaración de hostilidades de esa nueva y
peculiar guerra que dÃa a dÃa padecemos. En ese campo de la historia, Paul
Preston es declaradamente beligerante.
Hay que
explicar que es eso de las tres Españas. A las clásicas (que no define porque
no hace falta) añade una tercera, la de aquellos que se quedaron en medio,
entre Pinto y Valdemoro. Pero no habla como representante de esa España, por
ejemplo, de un Ortega y Gasset, sino de Indalecio Prieto.
Pero
hablar de esa tercera España se hace de forma inconcreta. Esa tercera España
serÃa quizá la que se sitúa en posiciones próximas al centro, pero que al
hacerlo olvida el entorno de una guerra civil. Es lo que le pasa a Preston: no
repara en que está ante una guerra civil y que, al desconocerlo, no entiende
casi nada. A un historiador se le puede perdonar casi todo, pero nunca ni el
partidismo ni la ignorancia.
Para colmo
en la contraportada del libro se cita a Luis MarÃa Ansón: “Paul Preston es un historiador que se distingue por el rigor cientÃfico
de sus trabajos y por un permanente esfuerzo de objetividad”. Como estas
notas se refieren al libro de Preston, nos ahorramos el hablar de la levedad de
Ansón.
Abre su
barraca de ferias con Francisco Franco,
una auténtica bestia negra para Preston. Mas que un análisis de su personalidad
(que intenta serlo) es un rosario de anécdotas contempladas todas desde un
punto de vista negativo. Destaca lo que podÃan ser virtudes, pero lo hace para evidenciar
su mal uso. Como tales sobresale la maniobrabilidad polÃtica, aunque utilizada
hacia el usar y tirar de los polÃticos de que se rodeaba. Llama la atención el que
le acuse de pretender saber de economÃa, cuando la realidad es que confió esas
labores a técnicos. Le pinta como una persona que ocultó siempre sus
sentimientos, fingió una vida ascética, vivió en la total incultura, utilizó a
la Iglesia católica, coqueteó con Hitler, y mató y encarceló sin el menor
remordimiento, disfrutando incluso.
Bueno, ya
conocemos a Preston. Lo que sucede es que se pasa varios pueblos hasta vérsele
el plumero a simpe vista. Francisco Franco podrá ser juzgado dentro de un
tiempo, cuando se aplaquen las presiones y pasiones existentes sobre su figura.
Pero Preston nunca será el historiador que pueda hacerlo porque tiene cierto
plomo en las alas.
Sigue en
su animalario José Millán Astray, fundador
de la Legión y “novio de la muerte”. Su historia aparece sobrepasada por el
sinnúmero de anécdotas que sobre él cuenta Preston, quien muestra, por una
parte, su afán de hacerle uña y carne con Franco, especialmente al referise a
hechos a los que aplica los más terribles adjetivos y en otra contrapone
radicalmente sus temperamentos: exaltación y temeridad con miedo en Millán
Astray; frialdad y ausencia total de miedo en Franco. Lo que no parece tener
duda es que Millán Astray era un claro ciclotÃmico, que pasaba con extraordinaria
rapidez de la exaltación a la búsqueda de la conciliación. Unáse a esto su
capacidad de comunicación y el uso desmedido que hizo de la idea de la muerte.
Pero Preston no atiende a la idea de liderazgo que siempre persiguió y logró en
muchas ocasiones.
Una de las
anécdotas en la que más se extiende el libro es aquella en que MiIlán Astray
lanzó el famoso grito de “Muera la inteligencia” con el que contestó a Unamuno
en octubre de 1936 y en Salamanca. Preston cita entrecomilladas las respectivas
intervenciones. Hoy, en la España de 2017, sorprende que Unamuno dijera: “Se ha hablado también de catalanes y vascos,
llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro
tanto”. Millán Astray contesta: “¡Cataluña
y el PaÃs Vasco, el PaÃs Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la
nación”. Son palabras, unas y otras, que más de 80 años más tarde seguimos
oyendo.
Con José Antonio Primo de Rivera tiene
cierta piedad. No pasa de tildarle de señorito acuciado por el afán de lavar la
imagen de su padre. Duda entre calificarle de monstruo que provoca muertes o de
persona educada y culta que mantiene un combate de caballeros y que tiene
ciertas aproximaciones al fascismo. Atribuye a Franco el hecho de haber
aprovechado los mimbres fundamentales de su doctrina falangista para, debidamente
edulcorados, dotar de un espÃritu al levantamiento nacional. El capÃtulo que le
dedica lo titula “El héroe ausente”.
Pasan a
continuación por la pasarela Pilar Primo
de Rivera y Salvador de Madariaga. La primera parece estar aun en uno de los
bandos tradicionales. Aparece retratada como persona que mezcla la realización
de actividades sociales que desembocaron en la creación de la Seccción
Femenina, con los esfuerzos por mantener viva la doctrina de su hermano José
Antonio. A Preston se le va el tema porque, más que prestar atención a Pilar
Primo de Rivera, se entretiene en las luchas por la sucesión en la jefatura de
la Falange. Apenas nos deja la idea de una persona acomplejada por la imagen de
su padre que la aleja del contacto con el otro sexo.
No sale
mejor parado Salvador de Madariaga
que, al final, aparece como un burócrata carente de aciertos polÃticos, pero
polÃglota y refinado. Le adscribe a esa vaga intelectualidad que adornó los
primeros tiempos de la república, pero le niega el acierto y la sabidurÃa
polÃtica. Al final le sitúa como una especie de correveidile en la Sociedad de
Naciones primero y, después, de un “buenista” organizador del famoso
contubernio de Munich. Una persona que no se enteró realmente de la existencia
de una guerra civil y que, consecuentemente, pretendió llegar a soluciones
pactadas, soñando en los acuerdos Franco-Prieto, por ejemplo. Algo curioso es
que Preston le atribuye el ser autor de la “democracia orgánica”, idea luego
raptada por Franco.
Llega a la
escena Julián Besteiro. Aquà Preston
hace una incursión más profunda en su personalidad. Destaca su progresiva
moderación que le enfrentó al propio PSOE y le acusa de vanidad y de encubrir
su susceptibilidad y mal genio bajo la apariencia de su mansedumbre externa. El
libro acumula las crÃticas que le dirigieron Azaña, Largo Caballero o Prieto.
Descubre su oposición al golpe de 1934, su silencio a partir del inicio de la
guerra y sus intentos de pacificación. Como dice Preston “su postura como silencioso pero crÃtico espectador del gobierno
republicano desconcertó a muchos socialistas”. Terminó participando en el
gobierno rebelde de Casado, movido por su creciente anticomunismo, mostrando
una actitud de dignidad hasta su muerte por enfermedad en 1940, encarcelado y
condenado a cadena perpetua, que Preston critica veladamente. Su tragedia,
afirma, fue confiar en su verdugo, Franco. Asà deforma la realidad de la
actuación de Besteiro, moderador siempre de las corrientes izquierdistas.
Ahora sube
a la escena Manuel Azaña. Se nos
presenta en un doble papel; por el lado, el intelectual que siempre quiso estar
apartado con sus libros; por otro, el polÃtico aferrado al poder que nunca
dimite. En sus proyectos de reforma entran tanto la del ejército como la de la educación
y lo religioso, reflejo de sus opiniones sobre la religión sensibles ya en su obra
“El JardÃn de los frailes”. Azaña era un polÃtico sin partido (aunque presidiera
uno de escasa entidad) y eso le hace brujulear por el inhóspito terreno de la polÃtica.
¿Estuvo realmente en una “jaula dorada” como proclama el tÃtulo del capÃtulo
dedicado a él? ¿O disfrutaba en la jaula de la que no quiso salir con su dimisión?
¿Era soberbia o masoquismo? A veces Azaña recuerda la famosa expresión “ni una
mala palabra, ni una buena acción”, pero la realidad es que tuvo buenas y malas
palabras, más fingidas las primeras que las segundas y que tuvo también buena y
malas acciones.
A Preston le recuerda en ocasiones al aprendiz
de brujo. Le produjo una gran depresión la guerra civil y, como buen intelectual,
nunca creyó en la victoria del bando que nunca abandonó. Contempló horrorizado
la quema de conventos o la distribución de armas ente las masas, pero eso no
obsta para que Preston afirme que su mayor triunfo fue la victoria del llamado Frente
Popular en las elecciones de febrero de 1936, al conseguir la alianza entre las
izquierdas y los republicanos. En todo caso, la figura de Azaña aparece un tanto
desdibujada. No basta la relación de sus actuaciones, como no basta tampoco la
lectura de sus libros y memorias.
Ya en la izquierda,
pero pintándole como “tercera España”, aparece Indalecio Prieto, “don Inda” como le llama en alguna ocasión.
Trabajador incansable y polÃtico de raza son aspectos que parecen bastar para
conocer su perfil humano. Lo demás son anécdotas y pasajes de la polÃtica
española. Al parecer le incluye en esa categorÃa por la simple razón de buscar,
cuando vio la guerra perdida, algún intento de mediación.
La última
presentación del peculiar bestiario de Preston es Dolores Ibarruri, la famosa “Pasionaria”. Aquà todo son elogios del
autor y descripciones encendidas de sus admiradores de la época. Sin embargo, más
allá de eso, lo que nos deja de entrever es una persona siempre vestida de
negro y en perpetua escena, que abandona sus hijos y abomina de su primer
marido. Nos ofrece la imagen de una pionera feminista que al mismo tiempo busca
incansablemente amantes. Su amor inquebrantable al partido y la URSS la hizo
apoyar el pacto de la URSS con la Alemania nazi. Abandonó España para sufrir 40
años de exilio en la URSS donde, con el paso del tiempo y el cambio de
circunstancias históricas, su luz, su influencia y su imagen se fue debilitando
hasta casi extinguirse. Preston en la última lÃnea que dedica a su figura la alaba
por “mantener vivo el espÃritu de lucha
por la democracia en España”, lo que revela el peculiar concepto que de la
democracia tiene Preston. Presidió interinamente las Cortes españolas, pero por
edad.
El libro “Las tres Españas del 36”
(509 págs.) fue escrito por de Paul Preston en 1998 y ha sido editado en la
colección ”DeBolsillo” (de grupo editorial Random House Penguin), datando de 2017
la segunda reimpresión en el formato de libro de bolsillo, que es la comentada.
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