Mi primer
encuentro con Savonarola tuvo lugar el Año Santo de 1950 y en Florencia.
Realmente recuerdo solamente el lugar donde nos dijeron que había sido quemado
y el viejo retrato de perfil que luego vi de nuevo en sellos de Italia. Unos
pobres recuerdos que permanecieron así, sin que tratara de complementarlos con
una información adecuada. Así que Savonarola seguía siendo una figura confusa
para mí. De ahí también, que cuando en una librería vi un libro sobre esa figura
confusa, busqué esas ideas que me faltaban.
Manuel
Ríos Mazcarelle es un historiador gallego autor de numerosos libros de divulgación
sobre los reyes de España. Constituye una excepción a ese ámbito precisamente
esta obra sobre Savonarola.
El libro
se presenta en sus subtitulo como “tragedia” ¿Drama o tragedia? Sin duda, sea
una cosa u otra, sobrepasa lo personal. Lo es desde luego para Girolamo
Savonarola, pero es mayor el que se produce en el orden de las ideas. Estanos
un auténtico choque de trenes, ese término tan manseado actualmente. Un choque
en el que hay un perdedor y en el que hay que preguntarse si hubo algún
vencedor. Pero el subtítulo de la obra se alude a un fenómeno histórico muy
concreto: el Renacimiento. Y ya el Renacimiento se presenta por si mismo, no
como un choque de trenes, sino como esa colisión de capas tectónicas que se
traducen convulsiones tan terribles como los terremotos. Capas tectónicas que
pueden ser el espíritu grecorromano que arece resucitar de sus cenizas y el
espíritu medieval impregnado de un sentido cristiano. Edad Media a la que, por
cierto, Ríos Mazcarelle reconoce el mérito de haber sabido conservar las obras
que van a permitir aquella resurrección.
Lo que hay
que destacar es que, aunque se habla de protagonistas del drama, ambos se
encuadran en una misma realidad: la iglesia católica. Savonarola es dominico y
Alejandro VI es el papa, pero disienten en su práctica cristiana. Extremado el
primero en su lucha contra el vicio y acomodado el segundo en ese vicio. Pero,
más allá de eso, luchando en el terreno político más terrenal y material.
La
depravación de la Iglesia es notoria en el Renacimiento. Y es esencialmente
feroz en el papado. Ríos Mazcarelle ve como origen de ese mal el crecimiento de
la teocracia, entendiéndola como fruto de la reunión del poder espiritual con
el poder temporal. Y sitúa el origen de ese poder temporal (o de la búsqueda de
ese poder temporal) en tres documentos, todos ellos, falsos y amañados: la “donación de Constantino”, las “Decretales de Isidoro” y el “Dictatus papae” de Gregorio VII. A través de ellos se fue creando una ficción
sobre la que se asentaron las aspiraciones territoriales de los papas.
A esos
documentos a los que Ríos Mazcarelle no duda en denominar “claves del poder temporal del pontificado” sigue un capitulo II
dedicado al “mosaico italiano” de los
años 1400 a 1500. En realidad, lleva a cabo una descripción de los que fueron
los peculiares sistemas políticos de Milán, de Venecia, de Florencia y de
Nápoles. Junto a ellos era imprescindible aludir al papado, los llamados
Estados Pontificios. ”El siglo XV dio a
la cristiandad una serie de papas que, enceguecidos por el poder temporal,
olvidaron las obligaciones espirituales y morales a los que les obligaba su posición”.
El retrato
que se hace de esa realidad es inmisericorde. En otros lados se pueden
encontrar descripciones más o menos edulcoradas de esta triste historia de la
iglesia o, si se quiere, del papado. Aquí, no. Con Bonifacio XVIII concluye el
papado medieval y tras unos años de cisma, adviene el papado renacentista con
Eugenio IV y con él se abre un periodo de intrigas, lujo, derroche, vicio,
nepotismo, sexo de toda condición… Junto
a la pérdida de valores, surge la necesidad de poder que trae consigue la
búsqueda de dinero, es decir con la creación de impuestos y la venta de indulgencias.
Ante ese
espectáculo repugnante y deprimente se alzaron dos voces de reforma: en Italia,
Savonarola; en Alemania, Lutero. El primero perdió; el segundo, triunfó. Aunque
pensándolo bien quien más perdió fue España, con un Carlos I que, al tiempo que
permitía el saco de Roma, se enfrentaba al papa, derrochaba los dineros de
España en luchar contra los luteranos.
Ríos
Mazcarelle, tras presentar el escenario en que se va a desarrollar la tragedia,
nos presenta a los protagonistas: Savonarola y Alejando VI. Sin, sin duda, los
principales, pero se encuadran en el marco de la política de las ciudades y los
estados.
Savonarola
es un peculiar fraile dominico, la orden de los predicadores precisamente.
Llega con su palabra y sus conocimientos hasta lo más alto en la ciudad de
Florencia para luego caer sin remedio. Ríos Mazcarelle nos da breves
indicaciones sobre su carácter, pero más allá de eso cabe preguntarse sobre la
estabilidad mental de Fray Girolamo. Como nos indica el libro se cree poseído,
cada vez más, de un espíritu profético y sujeto de visiones divinas. Utilizará
esas visiones y las de uno de sus fieles, Fray Silvestre Maruffi. A su vez repite en sus escritos que “Florencia está bajo la protección del Cielo”.
En un determinado momento el autor se refiere a “su pasional misticismo y su habitual sinrazón”. Pero no llega a
analizar psicológica y patológicamente a Savonarola.
Los
arrebatos iniciales de Savonarola se orientan simplemente a lo que podemos
llamar limpieza de las costumbres de Florencia. Y lo consiguió, pero a costa de
sumergirse en la vida política de Florencia. Por un lado, hubo de
desembarazarse de los Médicis, Lorenzo y su hijo Piero. Lorenzo el Magnífico no
dejaba de admirarle y no quiso descargar su poder contra él, pero “las discrepancias ideológicas eran
totalmente opuestas; el poder civil frente al religioso; la tiranía contra la
libertad; el humanismo contra el cristianismo más intransigente”. El hecho
cierto es que “en la víspera del ocaso
del poder de los Médicis, los florentinos me confiaron la misión de restaurar
la constitución y de guiar la política de la república”. Era ya “el hombre más importante de ciudad”. Sus
armas: sus sermones.
La amenaza
de un castigo divino quedará resumida, primero en el anuncio de una invasión
extranjera; luego en su identificación con el paso por Italia del francés
Carlos VIII a la conquista del reino de Nápoles, y por fin en su alianza con
ese monarca, lo que le llevará claramente al enfrentamiento con Alejandro VI.
Ya todo discurrirá en el plano temporal, precisamente aquél en que también
batalla el pontifica Borgia, Alejandro VI.
Ríos
Mazcarelle recorre minuciosamente el desarrollo de alianzas y traiciones, de
aprobaciones y condenas, de pactos y mentiras. Una descripción que refleja perfectamente
el espíritu y la realidad de la época, evidenciando la dedicación del autor
como historiador. Un relato, por otra parte, extremadamente complejo y que se
ciñe a cuanto afecta a la vida de Savonarola.
Es
sorprendente lo que cuenta Ríos Mazcarelle sobre la creación por Savonarola de
legiones de niños vestidos de blanco —las “compañías blancas”—, progresivamente
paramilitarizados, que utilizó para imponer sus programas de limpieza de las
costumbres en la licenciosa Florencia. Como lo son las hogueras que se formaban
con todos aquellos objetos que representaban el vicio reinante.
Asalta la
idea de dónde pudiera encuadrarse políticamente lo que Savonarola terminó
implantando en Florencia. ¿Es populismo simplemente? Al final parece que terminó
siéndolo y con ello hemos de admitir que las formas populistas han existido
siempre históricamente, que han florecido en izquierda y derecha, apoyadas en
la religión o combatiéndola y que terminan despareciendo tras empobrecer el
entorno en que crecieron.
Cuando
Carlos VIII de Francia entra en Italia, Savonarola deja de verle como castigo
de Dios y le contempla como aliado en la lucha contra Alejandro VI. Pero Carlos
VIII no responde a esas esperanzas y lucha por restaurar a los Médicis.
Asentado en Florencia un tiempo, Carlos VIII termina por abandonar la ciudad a
instancias de Savonarola sin ceder a las peticiones de los florentinos y tras
saquear el palacio de los Médicis. Lo que Savonarola había proclamado auxilio
divino, dejaba de serlo.
Carlos
VIII regresará tras fracasar a Francia y quedará como gran enemigo Alejandro
VI. Es una interminable lucha cuerpo a cuerpo. El papa llega a ofrecerle el
cardenalato a cambio de la concordia. Crea una Liga para doblegar a una
Florencia aquejada de todo tipo de calamidades. Cuando no se consiguen los
objetivos previstos, Alejandro VI atacará por otro lado debilitando el apoyo de
los florentinos a Savonarola. Finalmente, lo excomulgará.
Y serán
esos mismos florentinos los que terminen deponiéndole, encarcelándole,
torturándole y condenándole a la horca y a la hoguera. Que terminará quemando
su cuerpo y arrojando sus cenizas al río Arno. Con sufrieron el mismo fin sus
compañeros Fray Doménico Pescia y Fray Silvestre Maruffi, sonámbulo y
visionario.
Es un
libro que se lee con facilidad, que manifiesta un laudable equilibrio en sus
juicios y que refleja con viveza la Italia renacentista. Volviendo a lo que nos
preguntábamos al principio parece ser el drama de Savonarola y la tragedia de
Florencia.
El libro de Manuel Ríos Mazcarelle,
“Savonarola. Una tragedia del Renacimiento” (285 páginas) fue publicado en 2000
por Ediciones Merino en su colección Caminos Abiertos.
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