lunes, 11 de septiembre de 2017

Manuel Ríos Mazcarelle: “Savonarola. Una tragedia del Renacimiento”.




 

Mi primer encuentro con Savonarola tuvo lugar el Año Santo de 1950 y en Florencia. Realmente recuerdo solamente el lugar donde nos dijeron que había sido quemado y el viejo retrato de perfil que luego vi de nuevo en sellos de Italia. Unos pobres recuerdos que permanecieron así, sin que tratara de complementarlos con una información adecuada. Así que Savonarola seguía siendo una figura confusa para mí. De ahí también, que cuando en una librería vi un libro sobre esa figura confusa, busqué esas ideas que me faltaban.
Manuel Ríos Mazcarelle es un historiador gallego autor de numerosos libros de divulgación sobre los reyes de España. Constituye una excepción a ese ámbito precisamente esta obra sobre Savonarola.

El libro se presenta en sus subtitulo como “tragedia” ¿Drama o tragedia? Sin duda, sea una cosa u otra, sobrepasa lo personal. Lo es desde luego para Girolamo Savonarola, pero es mayor el que se produce en el orden de las ideas. Estanos un auténtico choque de trenes, ese término tan manseado actualmente. Un choque en el que hay un perdedor y en el que hay que preguntarse si hubo algún vencedor. Pero el subtítulo de la obra se alude a un fenómeno histórico muy concreto: el Renacimiento. Y ya el Renacimiento se presenta por si mismo, no como un choque de trenes, sino como esa colisión de capas tectónicas que se traducen convulsiones tan terribles como los terremotos. Capas tectónicas que pueden ser el espíritu grecorromano que arece resucitar de sus cenizas y el espíritu medieval impregnado de un sentido cristiano. Edad Media a la que, por cierto, Ríos Mazcarelle reconoce el mérito de haber sabido conservar las obras que van a permitir aquella resurrección.

Lo que hay que destacar es que, aunque se habla de protagonistas del drama, ambos se encuadran en una misma realidad: la iglesia católica. Savonarola es dominico y Alejandro VI es el papa, pero disienten en su práctica cristiana. Extremado el primero en su lucha contra el vicio y acomodado el segundo en ese vicio. Pero, más allá de eso, luchando en el terreno político más terrenal y material.
La depravación de la Iglesia es notoria en el Renacimiento. Y es esencialmente feroz en el papado. Ríos Mazcarelle ve como origen de ese mal el crecimiento de la teocracia, entendiéndola como fruto de la reunión del poder espiritual con el poder temporal. Y sitúa el origen de ese poder temporal (o de la búsqueda de ese poder temporal) en tres documentos, todos ellos, falsos y amañados: la “donación de Constantino”, las “Decretales de Isidoro” y el “Dictatus papae” de Gregorio VII.  A través de ellos se fue creando una ficción sobre la que se asentaron las aspiraciones territoriales de los papas.
A esos documentos a los que Ríos Mazcarelle no duda en denominar “claves del poder temporal del pontificado” sigue un capitulo II dedicado al “mosaico italiano” de los años 1400 a 1500. En realidad, lleva a cabo una descripción de los que fueron los peculiares sistemas políticos de Milán, de Venecia, de Florencia y de Nápoles. Junto a ellos era imprescindible aludir al papado, los llamados Estados Pontificios. ”El siglo XV dio a la cristiandad una serie de papas que, enceguecidos por el poder temporal, olvidaron las obligaciones espirituales y morales a los que les obligaba su posición”.
El retrato que se hace de esa realidad es inmisericorde. En otros lados se pueden encontrar descripciones más o menos edulcoradas de esta triste historia de la iglesia o, si se quiere, del papado. Aquí, no. Con Bonifacio XVIII concluye el papado medieval y tras unos años de cisma, adviene el papado renacentista con Eugenio IV y con él se abre un periodo de intrigas, lujo, derroche, vicio, nepotismo, sexo de toda condición…  Junto a la pérdida de valores, surge la necesidad de poder que trae consigue la búsqueda de dinero, es decir con la creación de impuestos y la venta de indulgencias.
Ante ese espectáculo repugnante y deprimente se alzaron dos voces de reforma: en Italia, Savonarola; en Alemania, Lutero. El primero perdió; el segundo, triunfó. Aunque pensándolo bien quien más perdió fue España, con un Carlos I que, al tiempo que permitía el saco de Roma, se enfrentaba al papa, derrochaba los dineros de España en luchar contra los luteranos.

Ríos Mazcarelle, tras presentar el escenario en que se va a desarrollar la tragedia, nos presenta a los protagonistas: Savonarola y Alejando VI. Sin, sin duda, los principales, pero se encuadran en el marco de la política de las ciudades y los estados.
Savonarola es un peculiar fraile dominico, la orden de los predicadores precisamente. Llega con su palabra y sus conocimientos hasta lo más alto en la ciudad de Florencia para luego caer sin remedio. Ríos Mazcarelle nos da breves indicaciones sobre su carácter, pero más allá de eso cabe preguntarse sobre la estabilidad mental de Fray Girolamo. Como nos indica el libro se cree poseído, cada vez más, de un espíritu profético y sujeto de visiones divinas. Utilizará esas visiones y las de uno de sus fieles, Fray Silvestre Maruffi.  A su vez repite en sus escritos que “Florencia está bajo la protección del Cielo”. En un determinado momento el autor se refiere a “su pasional misticismo y su habitual sinrazón”. Pero no llega a analizar psicológica y patológicamente a Savonarola.
Los arrebatos iniciales de Savonarola se orientan simplemente a lo que podemos llamar limpieza de las costumbres de Florencia. Y lo consiguió, pero a costa de sumergirse en la vida política de Florencia. Por un lado, hubo de desembarazarse de los Médicis, Lorenzo y su hijo Piero. Lorenzo el Magnífico no dejaba de admirarle y no quiso descargar su poder contra él, pero “las discrepancias ideológicas eran totalmente opuestas; el poder civil frente al religioso; la tiranía contra la libertad; el humanismo contra el cristianismo más intransigente”. El hecho cierto es que “en la víspera del ocaso del poder de los Médicis, los florentinos me confiaron la misión de restaurar la constitución y de guiar la política de la república”. Era ya “el hombre más importante de ciudad”. Sus armas: sus sermones.
La amenaza de un castigo divino quedará resumida, primero en el anuncio de una invasión extranjera; luego en su identificación con el paso por Italia del francés Carlos VIII a la conquista del reino de Nápoles, y por fin en su alianza con ese monarca, lo que le llevará claramente al enfrentamiento con Alejandro VI. Ya todo discurrirá en el plano temporal, precisamente aquél en que también batalla el pontifica Borgia, Alejandro VI.
Ríos Mazcarelle recorre minuciosamente el desarrollo de alianzas y traiciones, de aprobaciones y condenas, de pactos y mentiras. Una descripción que refleja perfectamente el espíritu y la realidad de la época, evidenciando la dedicación del autor como historiador. Un relato, por otra parte, extremadamente complejo y que se ciñe a cuanto afecta a la vida de Savonarola.
Es sorprendente lo que cuenta Ríos Mazcarelle sobre la creación por Savonarola de legiones de niños vestidos de blanco —las “compañías blancas”—, progresivamente paramilitarizados, que utilizó para imponer sus programas de limpieza de las costumbres en la licenciosa Florencia. Como lo son las hogueras que se formaban con todos aquellos objetos que representaban el vicio reinante.
Asalta la idea de dónde pudiera encuadrarse políticamente lo que Savonarola terminó implantando en Florencia. ¿Es populismo simplemente? Al final parece que terminó siéndolo y con ello hemos de admitir que las formas populistas han existido siempre históricamente, que han florecido en izquierda y derecha, apoyadas en la religión o combatiéndola y que terminan despareciendo tras empobrecer el entorno en que crecieron.

Cuando Carlos VIII de Francia entra en Italia, Savonarola deja de verle como castigo de Dios y le contempla como aliado en la lucha contra Alejandro VI. Pero Carlos VIII no responde a esas esperanzas y lucha por restaurar a los Médicis. Asentado en Florencia un tiempo, Carlos VIII termina por abandonar la ciudad a instancias de Savonarola sin ceder a las peticiones de los florentinos y tras saquear el palacio de los Médicis. Lo que Savonarola había proclamado auxilio divino, dejaba de serlo.
Carlos VIII regresará tras fracasar a Francia y quedará como gran enemigo Alejandro VI. Es una interminable lucha cuerpo a cuerpo. El papa llega a ofrecerle el cardenalato a cambio de la concordia. Crea una Liga para doblegar a una Florencia aquejada de todo tipo de calamidades. Cuando no se consiguen los objetivos previstos, Alejandro VI atacará por otro lado debilitando el apoyo de los florentinos a Savonarola. Finalmente, lo excomulgará.
Y serán esos mismos florentinos los que terminen deponiéndole, encarcelándole, torturándole y condenándole a la horca y a la hoguera. Que terminará quemando su cuerpo y arrojando sus cenizas al río Arno. Con sufrieron el mismo fin sus compañeros Fray Doménico Pescia y Fray Silvestre Maruffi, sonámbulo y visionario.

Es un libro que se lee con facilidad, que manifiesta un laudable equilibrio en sus juicios y que refleja con viveza la Italia renacentista. Volviendo a lo que nos preguntábamos al principio parece ser el drama de Savonarola y la tragedia de Florencia.


El libro de Manuel Ríos Mazcarelle, “Savonarola. Una tragedia del Renacimiento” (285 páginas) fue publicado en 2000 por Ediciones Merino en su colección Caminos Abiertos.

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