martes, 15 de enero de 2019

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt : “Cómo mueren las democracias”.


Compré el libro por una recomendación de un periódico. Comencé la lectura y me pareció sólido. Pero, de pronto, lo que era un libro que abordaba un tema de claro interés teórico se mostró como una especie de libelo contra Trump, el actual presidente de los Estados Unidos. De una meditación sobre lo que supone en el mundo actual el populismo y su impacto en la idea de democracia pasa a crear una confusa lista de acusaciones y temores. Del mundo actual se salta a la consideración exclusiva de la política interna de los Estados Unidos, donde se pretende la iluminación de los demócratas por los que no duda calificar de progresistas. Y deja claro que quien está matando la democracia es la histérica reacción demócrata frente a Trump.
La Historia es demasiado compleja para esos autores. Se les atraganta, simplemente. Su mayor error es considerar que la democracia se desliza hacia el autoritarismo cuando no sigue las pautas propuestas por ellos, ignorando que, más grave a largo plazo que la muerte de la democracia, es esa situación patológica que hoy padece. Su invocación en vano, en definitiva. Los autoritarismos acaban despareciendo; las democracias enfermas, no.
Steven Levitsky pertenece a esa categoría de “académicos” a los que medios como el New York Times prestan más atención a su progresismo que a sus ideas. Existe, efectivamente en la actualidad, una especie de “famoseo” intelectual que conduce a peculiares simbiosis que no presuponen, sin embargo, extraños compañeros de cama. Lo mismo parece suceder al coautor del libro, Daniel Ziblatt.
La crítica básica que creo que debe dirigirse a este libro es que nos habla de “cómo mueren las democracias”, cuando lo trascendente es que vivimos en un estado continuado de democracia enferma, empobrecida, raptada, violada y manipulada. Pocos países se libran de este diagnóstico que denuncia un mal contagioso. Y prácticamente en todos, quienes se mueven con ideas democráticas son tachados de antidemócratas, a la vez que los que desconocen la democracia real presumen de serlo. Habría que preguntarse en todo caso si la democracia se muere o a la democracia se la mata.  
Comencemos por lo que podemos llamar parte buena del libro: aquella en que se regodea en la cuidadosa forma en que los estadounidenses trataron las fórmulas democráticas, ejemplo glorioso de cómo debe entender la democracia. Los autores nos ofrecen el prodigioso ejemplo de la democracia estadounidense. No es que otorgue ese mérito a la Constitución (a la que hay que reconocer las virtudes de la brevedad y la flexibilidad) sino que se lo asigna a la idea siempre vaga de “las reglas” de comportamiento. Y lo que hay que destacar es que entre esas reglas no escritas figuraron según los autores las dos que permitieron esa democracia viva: la tolerancia y la contención. Tolerancia hacia las ideas y propuestas del partido opositor (EEUU siempre tuvo el bipartidismo a su favor) y contención en la aplicación de las ideas propias. Así lo expresan en el libro los autores. “Las democracias funcionan mejor y sobreviven durante más tiempo cuando las constituciones de apuntalan con normas democráticas no escritas”. Y añade: “Dos normas básicas han reforzado los mecanismos de control y equilibrio de Estados Unidos de modos (sic) que la ciudadanía ha acabado por dar por supuestos: la tolerancia mutua, o el acuerdo de los partidos rivales a aceptarse como adversario legítimo, y la contención, o la idea de que los políticos deben moderarse a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales”. Tolerancia y contención a ser los dos pilares de la democracia estadounidense a los que el libro va a llamar sus “guardarraíles”.
Sin querer, uno escribe en la España de la segunda semana del 2019 y añora la presencia en España de esas ideas que “permitían evitar la lucha partidista a muerte”. Ese espectáculo que a diario nos ofrecen los partidos que, tras romper el bipartidismo, se ven inermes en el pluralismo partitocrático y añoran aquel, fueran antiguos personajes del tinglado o no. El fenómeno lo vivimos nosotros en España, pero no es muy distinto en otras naciones. Todo, al final, es un proceso de maduración.
Uno de los peligros denunciados por el libro es el que constituyen los “autócratas electos”, es decir los políticos que llegan al poder por medios democráticos para, una vez en él, iniciar una labor incesante e intensa de debilitación o extinción de cuanto se oponga a sus ansias de poder. Como ejemplo no se remite ni al de Hitler ni al de Lenin, sino al de Fujimori, lógico por cuando Levitsky tiene una marcada presencia en el Perú; junto a su ejemplo sitúa también a Caldera, Chávez, Orbán o Erdogan. Aunque en ocasiones la autocracia se implanta de un plumazo, lo habitual es que el desmantelamiento de la democracia se inicie paulatinamente, por pasos sucesivos que parecen inocuos y que se revisten de defensa de lo público. Pero todo lo que subyace es un deterioro imparable revestido de aparente legalidad; se ataca y destruye a los árbitros, al empresariado, a los medios. O se le compra y se les hace ir a remolque. Las reglas de juego terminan cambiándose. Curiosamente se cita como ejemplo más claro de esta redefinición la que tuvo lugar en los estados posconfederados de Estados Unidos en la década de 1870 en los que se tomaron las medidas más diversas para limitar el voto de los afroamericanos.
No es la única ocasión en que la idílica imagen de la democracia norteamericana se desvanece. Las actividades de Henry Ford, la concentración de poderes de Roosvelt, el macartismo o la actuación de Nixon son expuestos como interrupciones de las notas de tolerancia y contención representativas de esa democracia. En no pocas ocasiones se recurrió a prácticas innobles, incluidas las del propio Lincoln. Se reconoce que, desde el último tercio del siglo XX, la política norteamericana se ha vuelto cruel y un tanto amoral. Que se vivió una guerra civil. Hay un momento en el que el libro pasa a ser una rememoración de muchos hechos de la política norteamericana que a nosotros, los europeos, nos resultan lejanos o simplemente desconocidos. Algo similar a lo que evidentemente les sucede a ellos, los norteamericanos, respecto de la política europea. Pero el libro destaca que en todos los casos funcionaron los “guararraíles” del sistema.
 Pero lo que pronto se percibe es que todas esas manifestaciones van encaminadas a evidenciar el peligro de Donald Trump como presidente electo. No parece otro el objeto del libro. Pero quienes le combaten con todas las armas incurren en los mismos agravios a esa famosa democracia estadounidense: “Inmediatamente después de la elección de Trump a la presidencia, algunos progresistas llamaron a adoptar medidas para evitar su investidura”. Algo distinto del prematuro e injustificado Premio Nobel de la Paz recibido por Obama. Contrariamente, se divulgó la idea de que los demócratas debían actuar y luchar como los republicanos, es decir utilizando todo género de acusaciones e impugnaciones, llegando a la destitución.
            Ahora se recuerda que la democracia norteamericana es también débil, pero también lo era antes de Trump. Y esa debilidad crece cuando cierran filas demócratas y republicanos y renace el filibusterismo; cuando, como tercer género, aparecen los llamados “progresistas”; cuando los medios de alinean de modo que frente al New York Times surge Fox News; cuando, en los funerales de Bush padre, Hillary Clinton elude hasta con la vista y el gesto al cercano Trump. Pero es a éste a quien se atribuyen todos los males y a aquélla, la pérdida de tantas felicidades prometidas. Puro desequilibrio táctico. El libro dedicará muchas páginas a pintar a Trump como un monstruo amenazante, mentiroso y tramposo. El amparo de algunos medios debe pagarse.
            A pesar de su sesgo progresista, el libro no deja de desvelar problemas. Defiende los guardarraíles, pero reconoce que los mejores períodos de la democracia norteamericana fueron posibles cuando “las normas que sostienen el sistema político estadounidense se apoyaban, en un grado considerable en la exclusión racial. La estabilidad del periodo comprendido entre la reconstrucción posterior a la guerra de Secesión y la década de 1980 estaba sustentada en un pecado original: el Comprosmiso de 1877 y sus secuelas, que permitió la desdemocratización del sur y la consolidación de las leyes de Jim Crow. La exclusión racial contribuyó directamente al civismo y colaboración entre partidos que caracterizó la política estadounidense del siglo XX”. A esta afirmación los autores la califican de “una advertencia importante” que consideran obligado hacer.
En esa clave, se destaca la vulnerabilidad de la democracia de los Estados Unidos. Y destacan que “a lo largo de la historia, pocas sociedades ha logrado ser al mismo tiempo multirraciales y realmente democráticas. Este es el desafío que afrontamos”. El tema de la inmigración no es vano y el peligro que supone para la identidad de las nacionales es evidente. Como pueden serlo los intentos de su recuperación.
El libro tiene realmente dos vertientes: una, importante, que denuncia la degeneración de la democracia en el mundo (¡aunque afirma, por ejemplo, que la española permanece intacta!). Una segunda, un tanto sesgada y de nula imparcialidad y tonos “progresistas”, que atribuye a la elección y posterior comportamiento de Trump esa degeneración o los configura como preludio de su acentuación hasta llegar al autoritarismo. La primera merece su lectura; la otra, la hace innecesaria.
Vale la pena leer el libro porque en él se nos muestran historias desconocidas de la política estadounidense y se hacen marginalmente diagnósticos de los inquietantes problemas que acechan al mundo actual, aunque se echen por ejemplo en falta mayores concreciones en torno al papel del progresismo con sus ramificaciones del feminismo radical, la globalización y la multiculturalidad. El fantasma del populismo está presente en todo el libro, pero ni siquiera se aborda su naturaleza.  Una observación accesoria: no pueden ocultarse ni las extensísimas “notas” que ocupan, sin especial utilidad ni sentido, cerca del 20 por 100 de la paginación del libro, ni las dos páginas de agradecimientos que rebosan cursilería y distancian al libro de una aventura intelectual propia y un criterio autónomo. Son pecados ya habituales en muchos de los nuevos gurús.
“Cómo mueren las democracias” (336 págs.) es un libro escrito por Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en 2018 y publicado en España por Ariel el mismo año.

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