A medida que uno se hace viejo suele rezar
más. No es el momento de tratar de indagar la razón para ello, pero si
justifica que la idea de oración tenga una importancia esencial en el individuo
creyente y que esa importancia crezca con el transcurso del tiempo. Justamente
esa fue la razón de que tratara de conocer lo que, sobre la oración básica del
cristianismo, el Padre Nuestro, llevó a cabo el apacentador de ovejas, heredero
de la encomienda de San Pedro, llevo a cabo Jorge Bergoglio, que, por su
decisión fue llamado Francisco.
Estoy ahora lejos
de la crítica que llevé a cabo sobre su encíclica “Laudatio Si”, basándome
sobre todo en el campo, puramente material, que invadía, olvidando la regla de
oro de acotación de la actuación de la religión, “dad al César lo que es el
del César y a Dios lo que es Dios”. Si entonces denunciaba la torpeza del
hecho de salir de los límites propios de las religiones, ahora busco el
entendimiento en un terreno que, sin duda, pertenece al campo de la religión,
es decir a la “religación” del individuo con Dios.
No puedo
ocultar otro hecho: nunca me expliqué la desenfrenada actividad de Bergoglio.
Aparte de viajes, recepciones, audiencias, homilías, ángelus… resultaba autor
de numerosísimas obras, a las que había que añadir las que rodeaban su figura —siempre
laudatorias— algo desconocido en otros pontífices y provenientes en
numerosísimas ocasiones de medios escasamente afines. La explicación la encontré
fácilmente en ese pequeñísimo volumen: no se trata de obras escritas, que
previamente han requerido el penoso proceso de reflexión, corrección, depuración
y sedimentación de ideas. Al final eran únicamente una recopilación de las
famosas y breves homilías hechas en las misas celebradas en Santa Marta.
¿Son
simplemente la recopilación de dichas homilías o han sido posteriormente objeto
de posterior cuidadosa meditación y reforma? Entiendo que es lo primero, aunque
lo segundo sea necesario, aunque sea en cantidades mínimas. Todo ello nos
libera de la plena aceptación de sus términos, aunque no por ello deba
disentirse de ellos sin más. De ninguna forma voy a criticar a Bergoglio por
sus manifestaciones. Lo que pretendo afirmar es que cada persona tiene una
forma de rezar.
En mi caso mi proceso
de esa formación comenzó con el catecismo del Padre Astete que ahora
reproduzco:
P.: Decid: ¿quién dijo el Padre Nuestro? R:
Jesucristo.
P.: ¿Para qué? R: Para enseñarnos a orar.
P.: ¿Qué cosa es orar? R:
Es levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes.
P.: ¿De cuántas maneras es la
oración? R: De dos: mental y vocal.
P.: ¿Qué cosa es la mental?
R: Es la que se hace ejercitando las potencias del Alma: acordándonos con la
memoria de alguna cosa buena; pensando y discurriendo con el entendimiento
sobre ella; y haciendo con la voluntad varios actos como de dolor de los
pecados, o varias resoluciones como de confesarnos, de mudar de vida.
P.: ¿Qué cosa es la vocal?
R: Es la que se hace con palabras exteriores; v. g., la que hacemos cuando
rezamos el Padre nuestro.
P.: ¿Y cómo se ha de orar? R:
Con atención, humildad, confianza y perseverancia.
P.: Cuando decís el Padre Nuestro, ¿con quién habláis? R:
Con Dios nuestro Señor.
P.: ¿Dónde está Dios nuestro Señor? R.:
En todo lugar, especialmente en los Cielos y en el Santísimo Sacramento del
Altar.
P.: Y Cristo en cuanto hombre,
¿dónde está? R: Solamente en el Cielo y en el SS. Sacramento del Altar.
P.: ¿Cuál de las oraciones es la mejor? R:
El Pater Noster o [Padre Nuestro].
P.: ¿Por qué? R.: Porque
la dijo Cristo por su boca a petición de los Apóstoles.
P.: ¿Por qué más? R: Porque
tiene siete peticiones fundadas en toda caridad.
Pasa
el tiempo, demasiado. Uno, con el paso del tiempo, modula sus ideas: ¿únicamente
pedir es lo que uno hace cuando reza? Unas veces sí y otras , no. Y se
encuentra con una recopilación de homilía en las que no se habla de otra cosa.
En resumen: esas homilías hablan del rezo como una relación paterno-filial; uno
piensa, alternativamente, en una relación creador-criatura.
La
totalidad del pensamiento de Bergoglio se centra en la idea del “amor”. No es
mal camino: ni cuando habla del amor de Dios hacia el hombre, ni cuando se
refiere a la exigible correspondencia de éste. “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente y con todas tus fuerzas”, nos dice San Marcos (12:30), con una
curiosa distinción entre mente y alma. En San Mateo podemos encontrar el segundo
de los mandamientos: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Dejando a un lado
de que sin duda se trata de un tipo distinto de amor, hay que destacar la
eliminación actual de la presencia del prójimo o persona cercana y consecuentemente
a la desaparición del concepto de caridad y su sustitución por el muy nebuloso
de solidaridad. Es, por ejemplo, lo que le ha sucedido a Omella, el
recientemente nombrado presidente de la Conferencia Episcopal de España, en sus
declaraciones.
No
me acuerdo cómo rezaba cuando era niño, ni cuando era joven, ni cuando llegué a
la madurez y la sobrepasé largamente. Probablemente sufrí un proceso de
maduración, de reflexión interna, aunque siempre sea conveniente someter a crítica
sus resultados. Y aunque siga diciendo ”padre” no me siento hijo acreedor de su
amor. Que, en definitiva, es lo que lleva a cabo Bergoglio. Uno tiene la
sensación de que hace al hombre acreedor de un amor divino, generoso, gratuito
e individualizado, frente al que es exigible una correspondencia.
Contrariamente, uno en el Padre Nuestro aprecia el reconocimiento de nuestra
condición de criatura ante su Creador, a lo que une algunas peticiones desde
esa condición. Como la del pan cotidiano, el alejamiento de las tentaciones y
la protección frente al Malo, referidas a conceptos que deben ser objeto de una
correcta interpretación.
¿Qué
significa ser criatura? Simplemente, haber sido creado por un Creador. No de
forma individualizada y centrada en la persona humana, sino de toda la
creación. Bergoglio olvida quizá que Francisco de Asís hablaba de la hermana
Luna, del hermano Sol, del hermano Lobo, la hermana Agua… Algo en total oposición a su propuesta de ver
en la palabra padre (“abba”), no a ese Creador, sino a algo asimilable
al confortable término “papá”.
Dirigirse
al “Padre nuestro”, significa dirigirse a un Creador común. Y cuando hablamos
de “estar en los cielos” no tiene otro sentido que el referirse a otro plano,
ajeno siempre al de las criaturas donde se encuadran nebulosas, estrellas,
radiaciones, animales y vegetales, homínidos extinguidos... toda la Creación.
¿Qué es lo que, a simple vista, parece separar, distinguiéndolos, al Creador de
lo creado? A uno sólo se le ocurre pensar en el tiempo, el hermano Tiempo. Y
recuerda lo dicho por San Agustín: “Non in tempore, sed cum tempore Deus
creavit caela et terram”. Borges citaba a Platón: “el tiempo es la
imagen móvil de la eternidad”; y agregaba: “la eternidad nos permite
vivir sucesivamente”, “el tiempo vendría a ser un don de la eternidad”.
Al
hilo de esto, hay algo que apremia a uno: Jesucristo no solamente asume la
condición de hombre, es decir la condición humana para hacerse Dios y hombre
verdadero, sino que supone que renuncia temporalmente a su carácter
sempiterno. Al igual que ha creado la humanidad, creó el tiempo y ahora se
somete a él. Para ello tendrá que nacer y morir.
Humildemente
discrepo de la afirmación de Bergoglio de que el Padrenuestro contiene siete
peticiones, expresión también utilizada por Astete, aunque éste añadía la calificación
“fundadas en toda caridad”. Uno ve solo cuatro peticiones finales (el pan
cotidiano, el perdón de los pecados, el alejamiento de las tentaciones y la
protección frente al Malo), precedidas de cinco reconocimientos de la condición
de criatura: (la generalidad del acto creador, los cielos como algo ajeno a lo
creado en el tiempo, el deber de respeto a la figura del Creador, la esperanza
de su reino y la completa sumisión a su voluntad) que quedan resumidas en estas palabras: “Padre
nuestro / que estás en los Cielos / santificado sea tu Nombre / venga a
nosotros tu reino / hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Esta última recoge con toda crudeza la asunción de la condición de criatura.
Acertadamente, Bergoglio destaca como estas primeras frases contienen casi
siempre el posesivo “tu”, revelador a mi juicio de la posición asumida por el
orante. En todo caso podrían ser interpretadas como deseos, nunca como
peticiones.
Se
mantiene que “rezando ‘hágase tu voluntad’ no estamos invitados a bajar
servilmente la cabeza, como si fuéramos esclavos. ¡No! Dios nos quiere libres,
y es su amor el que nos libera”. El tono aumenta al afirmar “¡Ay de
nosotros si, al pronunciar estas palabras, nos encogiéramos de hombros y nos
miráramos ante un destino que nos repugna y que no conseguimos cambiar! Al contrario,
es una oración de ardiente confianza en Dios que quiere el bien para nosotros,
la vida, la salvación”. Algo duro de comprender cuando nos ha hecho
mortales y se nos habla de la condenación eterna. ¿No hay un “fiat”?
Estamos
en un terreno religioso y la discrepancia total no puede dar como en otros
casos cuando se pontifica sobre el capitalismo, los regímenes políticos, el
comercio libre, la globalización o el cambio climático. No en balde resulta
útil la consulta al Diccionario de la Real Academia que en dos acepciones del
término “pontificar” nos habla de presentar opiniones como innegables o con
tonos dogmáticos y de suficiencia. Pero también en esos otros casos, los que
tratan de temas religiosos, se advierte un alejamiento de su centro de
gravedad, al sacrificar la caridad en aras de la solidaridad, al referirse al
pobre en lugar de al prójimo, al intensificar el carácter humano del amor a
costa del divino, al magnificar la misericordia en detrimento de la justicia,
al crear una cierta familiaridad de la persona con Dios.
La
lectura de este libro, como la de otros muchos, requiere fe, más allá de la
confianza y por encima de ella. Para cada persona la oración tiene un sentido
distinto, pero siempre tiene alguno. Y hay que respetar ese hecho. Es oración
la del que pide aprobar un examen y la del que confiesa su condición de
criatura. Más: aún en los casos extremos siempre hay algo en lo que participa
de las demás actitudes de orar. La persona es compleja y esa complejidad se
manifiesta también en este punto. Si algo es importante en la oración es, como
señala el evangelio, la intimidad.
“El Padrenuestro. Catequesis del
papa Francisco” es un libro de 76 págs. que recoge la catequesis impartida por
el Pontífice entre el 5 de diciembre de 2018 y el 2 de mayo de 2018 durante las
misas celebradas en Santa Marta y que han reunidas en español por el Centre de
Pastoral Litúrgica de Barcelona, en septiembre de 2019.*
No hay comentarios:
Publicar un comentario