jueves, 12 de marzo de 2020

Jorge Mario Bergoglio : “El Padrenuestro. Catequesis del papa Francisco”.


 A medida que uno se hace viejo suele rezar más. No es el momento de tratar de indagar la razón para ello, pero si justifica que la idea de oración tenga una importancia esencial en el individuo creyente y que esa importancia crezca con el transcurso del tiempo. Justamente esa fue la razón de que tratara de conocer lo que, sobre la oración básica del cristianismo, el Padre Nuestro, llevó a cabo el apacentador de ovejas, heredero de la encomienda de San Pedro, llevo a cabo Jorge Bergoglio, que, por su decisión fue llamado Francisco.
Estoy ahora lejos de la crítica que llevé a cabo sobre su encíclica “Laudatio Si”, basándome sobre todo en el campo, puramente material, que invadía, olvidando la regla de oro de acotación de la actuación de la religión, “dad al César lo que es el del César y a Dios lo que es Dios”. Si entonces denunciaba la torpeza del hecho de salir de los límites propios de las religiones, ahora busco el entendimiento en un terreno que, sin duda, pertenece al campo de la religión, es decir a la “religación” del individuo con Dios.
No puedo ocultar otro hecho: nunca me expliqué la desenfrenada actividad de Bergoglio. Aparte de viajes, recepciones, audiencias, homilías, ángelus… resultaba autor de numerosísimas obras, a las que había que añadir las que rodeaban su figura —siempre laudatorias— algo desconocido en otros pontífices y provenientes en numerosísimas ocasiones de medios escasamente afines. La explicación la encontré fácilmente en ese pequeñísimo volumen: no se trata de obras escritas, que previamente han requerido el penoso proceso de reflexión, corrección, depuración y sedimentación de ideas. Al final eran únicamente una recopilación de las famosas y breves homilías hechas en las misas celebradas en Santa Marta.
¿Son simplemente la recopilación de dichas homilías o han sido posteriormente objeto de posterior cuidadosa meditación y reforma? Entiendo que es lo primero, aunque lo segundo sea necesario, aunque sea en cantidades mínimas. Todo ello nos libera de la plena aceptación de sus términos, aunque no por ello deba disentirse de ellos sin más. De ninguna forma voy a criticar a Bergoglio por sus manifestaciones. Lo que pretendo afirmar es que cada persona tiene una forma de rezar.
En mi caso mi proceso de esa formación comenzó con el catecismo del Padre Astete que ahora reproduzco:

P.: Decid: ¿quién dijo el Padre Nuestro? R: Jesucristo.
P.: ¿Para qué? R: Para enseñarnos a orar.
P.: ¿Qué cosa es orar? R: Es levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes.
P.: ¿De cuántas maneras es la oración? R: De dos: mental y vocal.
P.: ¿Qué cosa es la mental? R: Es la que se hace ejercitando las potencias del Alma: acordándonos con la memoria de alguna cosa buena; pensando y discurriendo con el entendimiento sobre ella; y haciendo con la voluntad varios actos como de dolor de los pecados, o varias resoluciones como de confesarnos, de mudar de vida.
P.: ¿Qué cosa es la vocal? R: Es la que se hace con palabras exteriores; v. g., la que hacemos cuando rezamos el Padre nuestro.
P.: ¿Y cómo se ha de orar? R: Con atención, humildad, confianza y perseverancia.
P.: Cuando decís el Padre Nuestro, ¿con quién habláis? R: Con Dios nuestro Señor.
P.: ¿Dónde está Dios nuestro Señor? R.: En todo lugar, especialmente en los Cielos y en el Santísimo Sacramento del Altar.
P.: Y Cristo en cuanto hombre, ¿dónde está? R: Solamente en el Cielo y en el SS. Sacramento del Altar.
P.: ¿Cuál de las oraciones es la mejor? R: El Pater Noster o [Padre Nuestro].
P.: ¿Por qué? R.: Porque la dijo Cristo por su boca a petición de los Apóstoles.
P.: ¿Por qué más? R: Porque tiene siete peticiones fundadas en toda caridad.

Pasa el tiempo, demasiado. Uno, con el paso del tiempo, modula sus ideas: ¿únicamente pedir es lo que uno hace cuando reza? Unas veces sí y otras , no. Y se encuentra con una recopilación de homilía en las que no se habla de otra cosa. En resumen: esas homilías hablan del rezo como una relación paterno-filial; uno piensa, alternativamente, en una relación creador-criatura.
La totalidad del pensamiento de Bergoglio se centra en la idea del “amor”. No es mal camino: ni cuando habla del amor de Dios hacia el hombre, ni cuando se refiere a la exigible correspondencia de éste. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,  con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”, nos dice San Marcos (12:30), con una curiosa distinción entre mente y alma. En San Mateo podemos encontrar el segundo de los mandamientos: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Dejando a un lado de que sin duda se trata de un tipo distinto de amor, hay que destacar la eliminación actual de la presencia del prójimo o persona cercana y consecuentemente a la desaparición del concepto de caridad y su sustitución por el muy nebuloso de solidaridad. Es, por ejemplo, lo que le ha sucedido a Omella, el recientemente nombrado presidente de la Conferencia Episcopal de España, en sus declaraciones.
No me acuerdo cómo rezaba cuando era niño, ni cuando era joven, ni cuando llegué a la madurez y la sobrepasé largamente. Probablemente sufrí un proceso de maduración, de reflexión interna, aunque siempre sea conveniente someter a crítica sus resultados. Y aunque siga diciendo ”padre” no me siento hijo acreedor de su amor. Que, en definitiva, es lo que lleva a cabo Bergoglio. Uno tiene la sensación de que hace al hombre acreedor de un amor divino, generoso, gratuito e individualizado, frente al que es exigible una correspondencia. Contrariamente, uno en el Padre Nuestro aprecia el reconocimiento de nuestra condición de criatura ante su Creador, a lo que une algunas peticiones desde esa condición. Como la del pan cotidiano, el alejamiento de las tentaciones y la protección frente al Malo, referidas a conceptos que deben ser objeto de una correcta interpretación.
¿Qué significa ser criatura? Simplemente, haber sido creado por un Creador. No de forma individualizada y centrada en la persona humana, sino de toda la creación. Bergoglio olvida quizá que Francisco de Asís hablaba de la hermana Luna, del hermano Sol, del hermano Lobo, la hermana Agua…  Algo en total oposición a su propuesta de ver en la palabra padre (“abba”), no a ese Creador, sino a algo asimilable al confortable término “papá”.
Dirigirse al “Padre nuestro”, significa dirigirse a un Creador común. Y cuando hablamos de “estar en los cielos” no tiene otro sentido que el referirse a otro plano, ajeno siempre al de las criaturas donde se encuadran nebulosas, estrellas, radiaciones, animales y vegetales, homínidos extinguidos... toda la Creación. ¿Qué es lo que, a simple vista, parece separar, distinguiéndolos, al Creador de lo creado? A uno sólo se le ocurre pensar en el tiempo, el hermano Tiempo. Y recuerda lo dicho por San Agustín: “Non in tempore, sed cum tempore Deus creavit caela et terram”. Borges citaba a Platón: “el tiempo es la imagen móvil de la eternidad”; y agregaba: “la eternidad nos permite vivir sucesivamente”, “el tiempo vendría a ser un don de la eternidad”.
Al hilo de esto, hay algo que apremia a uno: Jesucristo no solamente asume la condición de hombre, es decir la condición humana para hacerse Dios y hombre verdadero, sino que supone que renuncia temporalmente a su carácter sempiterno. Al igual que ha creado la humanidad, creó el tiempo y ahora se somete a él. Para ello tendrá que nacer y morir.
Humildemente discrepo de la afirmación de Bergoglio de que el Padrenuestro contiene siete peticiones, expresión también utilizada por Astete, aunque éste añadía la calificación “fundadas en toda caridad”. Uno ve solo cuatro peticiones finales (el pan cotidiano, el perdón de los pecados, el alejamiento de las tentaciones y la protección frente al Malo), precedidas de cinco reconocimientos de la condición de criatura: (la generalidad del acto creador, los cielos como algo ajeno a lo creado en el tiempo, el deber de respeto a la figura del Creador, la esperanza de su reino y la completa sumisión a su voluntad) que quedan  resumidas en estas palabras: “Padre nuestro / que estás en los Cielos / santificado sea tu Nombre / venga a nosotros tu reino / hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Esta última recoge con toda crudeza la asunción de la condición de criatura. Acertadamente, Bergoglio destaca como estas primeras frases contienen casi siempre el posesivo “tu”, revelador a mi juicio de la posición asumida por el orante. En todo caso podrían ser interpretadas como deseos, nunca como peticiones.
Se mantiene que “rezando ‘hágase tu voluntad’ no estamos invitados a bajar servilmente la cabeza, como si fuéramos esclavos. ¡No! Dios nos quiere libres, y es su amor el que nos libera”. El tono aumenta al afirmar “¡Ay de nosotros si, al pronunciar estas palabras, nos encogiéramos de hombros y nos miráramos ante un destino que nos repugna y que no conseguimos cambiar! Al contrario, es una oración de ardiente confianza en Dios que quiere el bien para nosotros, la vida, la salvación”. Algo duro de comprender cuando nos ha hecho mortales y se nos habla de la condenación eterna. ¿No hay un “fiat”?
Estamos en un terreno religioso y la discrepancia total no puede dar como en otros casos cuando se pontifica sobre el capitalismo, los regímenes políticos, el comercio libre, la globalización o el cambio climático. No en balde resulta útil la consulta al Diccionario de la Real Academia que en dos acepciones del término “pontificar” nos habla de presentar opiniones como innegables o con tonos dogmáticos y de suficiencia. Pero también en esos otros casos, los que tratan de temas religiosos, se advierte un alejamiento de su centro de gravedad, al sacrificar la caridad en aras de la solidaridad, al referirse al pobre en lugar de al prójimo, al intensificar el carácter humano del amor a costa del divino, al magnificar la misericordia en detrimento de la justicia, al crear una cierta familiaridad de la persona con Dios.
La lectura de este libro, como la de otros muchos, requiere fe, más allá de la confianza y por encima de ella. Para cada persona la oración tiene un sentido distinto, pero siempre tiene alguno. Y hay que respetar ese hecho. Es oración la del que pide aprobar un examen y la del que confiesa su condición de criatura. Más: aún en los casos extremos siempre hay algo en lo que participa de las demás actitudes de orar. La persona es compleja y esa complejidad se manifiesta también en este punto. Si algo es importante en la oración es, como señala el evangelio, la intimidad.
“El Padrenuestro. Catequesis del papa Francisco” es un libro de 76 págs. que recoge la catequesis impartida por el Pontífice entre el 5 de diciembre de 2018 y el 2 de mayo de 2018 durante las misas celebradas en Santa Marta y que han reunidas en español por el Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona, en septiembre de 2019.*

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