Siempre procuro
comprobar la calidad de las nuevas series de libros baratos y divulgativos que
se encuentran en los quioscos. Con ese examen somero se puede llegar en la
mayor parte de los casos a la conclusión de que la serie puede valer la pena o
que no merece que se la preste atención. Para esto último basta un ejemplar y,
rápidamente, se llega a esta conclusión; para lo primero hay que esperar
acontecimientos, pero siempre condicionados a que exista esperanza de encontrar
algo positivo y valioso.
Una dificultad
es la diversidad de autores; los hay claros y oscuros, enterados y advenedizos…
En este caso, nos encontramos con que el libro comentado tiene por autora a
Elena García, sin más. No he podido identificarla con un segundo apellido. Sí
que parece el libro como registrado a ese nombre, aludiendo además a una
duplicidad de publicaciones sobre el tema, o sea, de una primera y segunda
parte. Igual que es evidente el nivel de conocimientos de la autora.
El libro, en
principio tiene el atrayente de enfocarse a una época de la historia de la
griega clásica en la que ésta no había adquirido aún la brillantez de
pensamiento que iluminaría luego al espíritu europeo, estructurado por Roma y
apacentado por el cristianismo. O sea, examina cómo fue posible la llegada de
la indicada brillantez de ideas. Es decir, las semillas que más tarde fructificaron
en campos tan diversos como la filosofía, la matemática y la geometría, la
literatura o la arquitectura. La pregunta es: ¿cómo se produjo esta explosión
en Grecia? Y la contestación a esa pregunta es lo que buscamos en el libro;
pero ¿nos la da?
El libro cubre
muchos siglos. Más o menos del XXX al V, todos ellos antes de Cristo. Los
primeros aparecen ocupados por Micenas y Minos. Indudablemente fueron el germen
de la Grecia que admiramos y reconocemos, pero ¿fueron Grecia? El libro se ocupa a continuación,
agrupándolos, del periodo oscuro y la Grecia arcaica. Los últimos capítulos
están dedicados a dos comunidades de especial personalidad: la jonia Atenas y la dórica Esparta,
distinguibles por su radical diferencia de actitudes.
Comencemos con
lo que no sé si se pueden llamar civilizaciones: Minos y lo minoico, y Micenas
o lo micénico. Una, con una característica dimensión insular centrada en Creta;
y otra, con sentido continental. Pero ambas evidencian un hecho fundamental en
la cristalización de Grecia: las invasiones. Ellas son las que va a definir la
expansión griega y su estructuración social y geográfica. Las invasiones de
pueblos indoeuropeos se multiplicaron; unas procedían del norte; otras, de
Asia. Pero todas tenían la función de desplazar contingentes de población hacia
el Oste buscando tierras libres y organizaciones políticas y sociales que
permitieran su defensa,
Minos surgió
en Creta, fruto de migraciones de pueblos desplazados. Alcanzó su cénit con el
comercio marítimo y desarrolló una anárquica organización de palacios (¿acaso
el laberinto de Creta es el palacio de Knosos?). A la cultura minoica le
debemos la aparición del tipo de escritura llamada “Lineal A“ que sigue sin
interpretarse, apenas ayudada por las pinturas minoicas.
Cerca de Creta,
en el tiempo y en el espacio, se hallaba Micenas que absorbió la cultura
minoica cuando ésta desapareció por un terremoto y un sunami. Los micénicos,
luego fundidos con los invasores aqueos, constituyeron una sociedad
militarizada cuya vida política y económica giraba en torno a sus palacios.
Quizá su gran aportación sea tanto la escritura “Lineal B”, hoy interpretada y
fuente datos, como la unificación de una lengua griega a la que fueron
adaptándose, aunque creando dialectos, los siempre presentes invasores. Los
micénicos ganaron la guerra de Troya, pero no la ocuparon por causas
desconocidas. Cuando llegaron los dorios dominantes por haber entrado ya en la
Edad de los metales, Micenas desapareció.
Los periodos
llamados oscuros siempre me han atraído. Precisamente por su oscuridad, calificativo
impuesto por los historiadores, de los que siempre hay que sospechar si la
oscuridad se debe únicamente a su incuria o a la escasez de fuentes de conocimientos
tradicionales, lastre que todavía persiste. Se debe a Schliemann y a Arthur
Evans los esfuerzos por reconocen en los mitos realidades históricas que permitieron
conceder a Homero y a Hesíodo el carácter de aportadores de conocimientos.
Troya dejó de ser una leyenda en manos de Schliemann, convirtiéndose con su
descubrimiento el carácter de hecho histórico y la puerta de Knosos descubierta
por Evans fue realmente una puerta abierta al pasado. En el libro este periodo
se expone dividido en dos partes: el periodo oscuro propiamente dicho y el
llamado periodo arcaico
Durante el periodo
oscuro se asiste a una huida de la población autóctona como consecuencia de
las invasiones. Con ella crean pequeñas agrupaciones, casi tribales, dirigidas
por juna personas y con fuertes diferencias sociales, que eligen sus dioses propios
generando así una incipiente actividad política y religiosa. El comercio se
extingue y los adelantos agrícolas se reducen. Uno duda de que todo fuera tan
negativo y piensa (sin mayor fundamento quizá) que en ese periodo oscuro fue
germinando lo que luego florecería en la época arcaica. Especialmente la lengua
griega, luego común y preponderante. Quizá sea ésta una de las labores
desempeñadas por las llamadas épocas oscuras.
La misma Elena
García indica que “el hecho de que la denominada Edad Oscura no sea una
época estática, sino de evolución, de búsqueda de soluciones, nos lleva a pensar
que debió ser menos oscura de lo que la tradición ha pretendido”. La gran
labor que se reconoce a la época arcaica es la creación de la “polis” griega,
la ciudad que supera las minúsculas agrupaciones previas. El ágora será la
manifestación en torno a la cual se agrupa la “polis” y que tendrá su
complemento en el templo.
Siguió el
llamado “periodo Arcaico”, “los casi tres siglos que van desde la
primera celebración de los Juegos Olímpicos en el 776 a C., hasta la revuelta jónica
en el 499 a. C.”. Durante dicho periodo se prefiguró la civilización clásica,
pero “el proceso de cambio fue lento y agitado”. Las polis resultaron pequeñas,
su régimen político derivó hacia sistemas menos oligárquicos, la aparición de
las colonias dio nuevos impulsos a la economía y la cultura. Especialmente
llamativa la aparición de los “tiranos”, término que inicialmente no tuvo el
carácter negativo y peyorativo con que hoy lo conocemos. Lentamente fueron
cediendo su papel en el sistema oligárquico para dar paso a un sistema más democrático,
sólo ligeramente más democrático, de la organización política.
Esparta
tiene algo de mítico. Es justamente algo que sabemos todos o casi todos. O
creemos saberlo, porque el espíritu espartano que reconocemos en la actualidad
como representativo de una austeridad social, responde más bien a un espíritu
militar o militarizado. No en vano el libro nos dice que Esparta fue “un
campamento siempre en armas”. Los soldados fueron los ciudadanos y estos
soldados “estaban obligados a consagrar su vida a la guerra”. Dejando a
un lado lo que considera la peor leyenda negra, el famoso monte Taigeto, se
describe como la vida del espartano estaba regulada con escalas que, partiendo
del nacimiento, ofrecía escalones de formación a los siete, doce, y vente años.
Sólo a los 30 años pasaban a ser ciudadanos y estaban obligados (antes les
estaba prohibido) a casarse. Los espartanos fueron en realidad dorios
conquistadores.
La organización
política se hace descansar sobre Licurgo. Regula la clásica triple distribución
de la sociedad en castas o estamentos (con la curiosa existencia de una doble
monarquía), siempre relacionada con la vocación militar de Esparta.
Algo que me
llama la atención (una imagen, ya sabemos, vale más que mil palabras) es un
fotografía en la que aparecen las ruinas de la antigua Esparta; nos ofrece la
imagen de unos reductos mínimos que fueron los de la antigua Esparta, contrastados
con la ciudad de Esparta actual también incluida en la fotografía, Pero no son
sólo imágenes: el libro sugiere que en su momento más brillante, los espartanos
eran unos 9.000, cifra triplicada por los periecos sometidos y el grueso integrado
por los ilotas que pudieran andar entre los 150.00 y 200.000 personas. Como en
otras ocasiones recurrimos a la comparación con los grandes estadios: un ejército
total que no sobrepasaba en ningún caso tres estadios como el Bernabeu o el Nou
Camp. Que se pueda dominar gran parte del Peloponeso con esas reducidas tropas
sólo puede explicarse por dos razones: las menores dimensiones de los pueblos
conquistados y el uso persistente del miedo creado por la crueldad de las
acciones de ejército espartano. Algo que luego vimos, por ejemplo, en los
aztecas o mexicas. Y se aducen unos posibles motivos: la necesidad de nuevas
tierras que atribuir al creciente número de dorios emigrados o la necesidad de
disponer de mano de obra en la agricultura.
El gran contraste
con Esparta lo marca Atenas. En realidad, cuando hablamos de Grecia como
foco cultural de la historia, estamos hablando de Atenas. Pero el libro nos
revela que esa brillantez no la adquiere dentro del periodo que examina, sino
sobrepasado éste. Hasta entonces, Atenas no es sino una “polis” más que, como
otras, no se orienta a la guerra sino al comercio, superando así la economía
agrícola de subsistencia. Lo que sucede es que, durante ese periodo previo al
esplendor, van a ser dos legisladores los que van a sentar las bases de éste:
Dracón y Solón. Y un buen tirano: Pisistrato, en cuyos hechos se recrea el libro.
Al principio de
este recorrido indicaba la finalidad de conocer la valía de la nueva serie de
inauguraba. Leído este volumen, segundo de la serie, es imposible dar una
respuesta clara. El libro ofrece una visión de este periodo que cubre tanto los
aspectos económicos, como los políticos, lo cual es de elogiar, pero se ve
forzado a hacerlo sobre unas realidades cambiantes, distintas y múltiples que,
a su vez, se superponen y amalgaman. Añádase a eso la incorporación de breves
recuadros en gris destinados a comentar personas y hechos relacionados
simplemente con el período comentado.
“El origen de Grecia. El mundo de
los mitos homéricos” (142 págs.) es un libro del que es autora Elena García en 2017
siendo publicado por Salvat el año siguiente en su colección “Descubrir la
historia”
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