La lectura de este libro nos retrotrae a las últimas consecuencias de los informes Kinsey sobre el sexo: nadie es totalmente masculino, ni nadie es absolutamente femenino. Y eso es lo que sugiere la lectura inicial de este libro. Ninguno de nosotros es totalmente inteligente, ni nadie es absolutamente estúpido (bueno, quizá algunos sí). Como en el boxeo se dice “segundos fuera”, aquí habría que gritar “maniqueos fuera”. Hay un blanco y un negro físicos, pero, a la hora de la verdad, la naturaleza procura esquivar esos extremos.
Había que
indicar que, al igual que la inteligencia va diversificándose hasta alcanzar
aspectos como la sociabilidad o la empatía (la inteligencia emocional, por ejemplo),
hay que admitir algo así como una inteligencia culinaria, o médica, o a
parental, o conyugal, o pedagógica, o lo que se quiera. Admitamos que la
existencia de una inteligencia en un área determinada termina influyendo en
parcelas concretas de la inteligencia, mínimas si se quiere, pero inteligentes.
Lo que nos llevaría a la cuestión de la voluntariedad de la búsqueda de la
inteligencia; su espontaneidad o su deliberación.
Todo ello nos
aparta de la orientación del libro. La inteligencia de que habla es la
inteligencia que nosotros identificamos como tal a primera vista: inteligente
versus tonto. Aquí a la tontería se la llama la estupidez. ¿Piedad o sadismo?
La cosa es que la finalidad se entiende, aunque se comprenda a medias. O sea:
¿qué más da que sea real o fingida esa estupidez? Pues supongamos que eso da
igual: el mismo daño hacen.
El libro tiene
un prólogo de Francesc de Carreras, alguien que evolucionó desde el
izquierdismo catalán hasta la fundación de Ciudadanos (en cuya primera lista
electoral quiso reflejar su adhesión figurando como último candidato en el
número 85). En esa introducción (en la que anticipará de alguna forma el
mensaje del libro y despotricará contra la tontería reinante, sustanciada en lo
políticamente correcto) comenzará por rechazar el calificativo de “breve
tratado” que su propio título concede al libro, cuando realmente “es un excelente e irónico ensayo sobre la
estupidez”.
La obra de
Ricardo Moreno está compuesta de seis breves capítulos, precedidos de una
introducción y seguidos de uno adicional, a modo de epílogo. Ya en la
introducción, Moreno invoca el principio de Hanlon: “Nunca atribuya a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”.
Principio que considera “algo así como
una navaja de Ockham de andar por casa, pero extremadamente útil”.
Precisamente es esa relación de la estupidez y la maldad la que preside el
libro. Una estupidez que “se desarrolla
alimentándose de su propia sustancia, y por eso ante ella nunca se ha de callar”.
Será un combate cansado y desigual, porque “para
llevar a cabo las majaderías anejas a su condición la estupidez provee al estúpido
de unas energías que, lamentablemente, la sensatez no suministra al hombre
sabio cuando ha de luchar contra la estupidez”.
A la hora de
enfrentar maldad y estupidez, el peligro de esta última supera con mucho al que
encierra la primera, que ignora la historia, desprecia la lógica, es producto
del aburrimiento y es imprevisible por carecer de reglas. Moreno cita a
Bertrand Russell para aceptarlo, aunque con algún retoque, cuando afirma que “los tontos acostumbran a estar mucho más
seguros de sí mismos que los inteligentes”. Pero la persona inteligente ¿acaso
no acepta muchas cosas como seguras, y con ello rechaza el relativismo absoluto?
El inteligente tiene también sus evidencias, pero éstas han de basarse tanto en
el reconocimiento de que alguien se las ha enseñado y son fruto de largos años
de pensamiento, como en la conciencia de su fragilidad cuando se convierten en
conquistas sociales.
El segundo de
los capítulos se abre con una cita de Cicerón: “Los hombres son como los vinos: la edad agria lo malos y mejora los
buenos”. Le sirve a Ricardo Moreno para afirmar: “todos nacemos ignorantes, y por culpa de nuestra ignorancia hacemos más
tonterías de las que sería menester”. De ahí deriva que sea necesaria una continua
atención a nuestras posibles tonterías para reflexionar sobre los errores
cometidos; en definitiva “la razón
necesita seguir aprendiendo ye estudiando”. “Un hombre sabio nunca puede estar satisfecho con lo que ya sabe, Y si
lo está, es que no es un hombre sabio”. Curiosamente, Moreno hace una incursión
(no será la única) a la realidad de España y analiza las dos clase de tontos
que sobrevivieron a Franco. Unos fueron “los franquistas de toda la vida”;
otros, los que creyeron que el franquismo pervivía y había que seguir luchando
contra la constitución del 78 que lo encarnaba.
La tercera de
las ideas con la que se van a enfrentar inteligencia y estupidez es la
felicidad ¿Son los tontos más felices? Cuando se plantean este tipo de cuestiones,
uno instintivamente trata de darlas una contestación. Pero conviene seguir
leyendo. Moreno va a distinguir la sencillez y la complicación. Cita ahora a Oscar
Wilde: “La vida no es compleja. Nosotros
somos lo complejos. La vida es sencilla y lo sencillo el correcto”. O sea:
un simple no es un tonto, pero hay tontos que hacen complejo lo simple, ya que
su cabeza funciona, y aclara: “funciona mal,
pero funciona”. Y hay muchos caminos para complicarse la vida: destaca el
libro la envidia, tan abundante en España, como lo son al parecer los tontos
(recordemos el dicho ya popular: “hay más tontos que botellines”). Se nos
afirma que la mayoría de los envidiosos nacen envidiosos y, luego, ya
encontrarán donde proyectar su envidia. La envidia es además un instrumento
eficaz para distinguir el inteligente de estúpido: entre la igualdad y la
libertad, el inteligente prefiere la libertad, mientras que el tonto opta por
la igualdad. Por otra parte, “sólo
podemos aprender de quienes en algún aspecto admiramos, y como el envidioso no
sabe admirar, no tiene de quien aprender”. Y los tontos “no mejoran con el tiempo. Otro inconveniente
más de ser tonto”.
El tonto además
se comporta enfáticamente. Con ello suple la debilidad o inexistencia de argumentos.
Nuevamente se insiste en que nadie está libre de hacer o decir tonterías, pero
el tonto pierde su carácter personal convirtiendo sus ideas en adhesión a una
ideología. Deja de crear ideas y la ideología se apoderada de él. Será ésta la que
provoca, con la adhesión incondicional que exige, el énfasis del tonto.
Se llega así a
la conclusión de que el tonto no tiene ideas propias (no puede cambiar cromos
porque no los tiene repetidos) y, alejado de la crítica de las ideas que le
llegan, las acoge sin crítica. Pronto encontrará subvenciones y apoyos. No es
que ahora haya más tontos. Ricardo Moreno nos dice que “en realidad, los idiotas han estado en aplastante mayoría desde que el
mundo es mundo. Lo que sucede es que los estúpidos tienen ahora más medios y más
tiempo libre para llevar a cabo las majaderías propias de su naturaleza. Sencillamente,
que la estupidez está más subvencionada que nunca”.
Y para evidenciarlo
se refiere a dos corrientes peculiares: el feminismo y el animalismo. “Las idea pioneras sobre feminismo proceden
de personas inteligentes, pero luego las hicieron suyas otras que no lo eran tanto”.
Y para acreditarlo hace un repaso el libro a los excesos del tipo miembros y ‘miembras’,
con desconocimiento del género neutro. Irónicamente añade “¿Por qué será que cuando un adjetivo designa algo peyorativo se acepta
que el masculino haga la función de neutro sin necesidad de usar la forma
femenina?”. O sea: nunca se dirá corruptos y corruptas, ni ladrones y
ladronas. La preocupación por lo políticamente correcto se advierte en la
evitación de términos como “moro” y “ciego”, estimando que son términos
despectivos cuando no lo han sido nunca. Algo similar ha sucedido con el
animalismo: de la idea de respetar la naturaleza por ser un bien de todos los
hombres se ha saltado a hablar de derechos de los animales, cuando el derecho
solo existe en las personas, cuya obligación es “dejar de comportarnos como animales” y hacerlo racionalmente.
La relación entre
estupidez y maldad renace nuevamente cuando se enfrenta al tonto que resulta
ser una buena persona. Moreno admite esa posibilidad, claro, pero destaca la
dificultad de deslindar la estupidez de la mezquindad. Y se pregunta: “¿Dónde acaban de verdad las tonterías y
empiezan las malas intenciones?” Curiosamente va a referirse a dos problemas
españoles: el nacionalismo catalán (que salta de la tontería fracasada a la
maldad que impide la rectificación) y el terrorismo etarra, donde, se llega al
sacrificio que se pretende heroico pero que sólo causa víctimas. Termina manteniendo
la idea que llama “banalidad del mal”: “el
mal nunca es radical, siempre es insustancial, plano y vulgar. Carece de
hondura y de nobleza”.
Cómo luchar contra
la estupidez es el título que se pone al epílogo, aunque se advierte que “las recetas que se proponen a continuación
no tienen ninguna garantía. Es más, probablemente no sirvan para nada. Porque si
son propuestas tontas serán inútiles, y si son propuestas inteligentes, serán más
inútiles todavía: los tontos no las entenderán y los inteligentes no las
necesitarán”. No se puede describir mejor el espíritu del libro, es decir,
el del autor. Ni se puede hacer cosa mejor que limitarse a enumerar el
contenido de esas recetas. Son éstas:
1. Buscarse
distracciones solitarias, tranquilas y silenciosas.
2. Renunciar
a parte del tiempo dedicado a uno mismo si hay alguna injusticia que reparar o
una razón por la cual implicarse en la vida pública.
3. Hay
que leer, leer y leer.
4. Se
ha de tener una idea lo más aproximada posible de los propios límites.
Deja finalmente caer una más: no
discutir jamás con un tonto. Aunque con su habitual ironía Moreno plantea el
problema de saber quién es el tonto.
Un libro que me ha encantado. Te
recuerda que no estás exento de tonterías y te da pistas para detectarlas y
remediarlas. Un viaje excitante. De momento uno trata de hacer dos cosas: ser
humilde y no aburrirse.
“Breve tratado sobre la estupidez
humana” (110 págs.) es un libro escrito por Ricardo Moreno Castillo en 2018 y
publicado por la editorial Fórcola, en su colección Singladuras, con prólogo de
Francesc de Carreras.
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