Leyendo este libro la primera pregunta que nos asalta es saber si el autor nos está poniendo a caer de un burro o pretende simplemente enaltecer lo español, o ambas cosas a la vez, primero unas y luego otras, o al revés. O todo a la vez. Mauricio Wiesenthal, nacido en Barcelona, es descendiente de alemanes, pero habla como español, aunque muchas veces da la sensación de que es, por encima de ello, ciudadano del mundo. Ha escrito sobre muchas cosas: le han atraído las culturas precolombinas, pero también la enología. Y en este libro se confiesa meridianamente español; una y otra vez; para sentirse orgulloso o confesarse avergonzado o indignado.
La segunda
pregunta es clara ¿qué es eso de la “hispanibundia”? Aclaremos que es un término
que Mauricio Wiesenthal crea y que le gusta “porque es sonora y deambula con andar airoso, al par que vela con un ‘sfumato’
confuso la crueldad racionalista que tienen los conceptos demasiados precisos.
Es simultáneamente, la percusión y el eco, la acción y la pasión”. Antes lo
ha razonado: “una aventura por haberse
realizado sin proyecto no es forzosamente un disparate” y agrega: “Y como improvisadamente y sin proyecto se
hizo —mejor o peor— España, así he intitulado este ensayo: La Hispanibundia”.
Dará una pista:
“Para comprender lo que es la
hispanibundia hay que aprender a captar eso tan sutil y tan volátil que los
españoles llaman “aire”. “El aire,
espíritu sutil, es un símbolo más de la imprevisión hispanibundia”. Algo más
nos aclara con esta cita de Plinio: “Es
posible que la hispanibundia no sea más que la “vehementia cordis” (vehemencia
del corazón) que, según Plinio, distinguía a los hispanos”. Es lo que guio
siempre su improvisada actuación. “El ímpetu
de la hispanibundia nos llevó a dar más importancia a la acción que al
pensamiento”.
Aunque
Wiesenthal trata de dar más corporeidad a este nuevo concepto, lo cierto es que
captamos solamente su “aire” y, con tan ligero equipaje, nos adentra en un
libro que se articula en más de 30 breves capítulos. Bien es cierto que, en
esos capítulos que abordan aspectos de esa hispanibundia, alienta siempre una
marcada admiración por lo hispano (el autor se identifica con ello pese a su
apellido) sin desconocer nunca los defectos de los españoles, numerosos y mal
llevados. Y no solamente encuadra en ese marco a todas las tendencias
regionales de España, sino que incluye en el mismo un gran aporte de
Hispanoamérica, en ocasiones más representativa que la vieja hispanibundia.
Pero hay que hacer una advertencia: no hay que preocuparse por no entender
exactamente lo que es la hispanibundia en esas primeras páginas. Cuando se haya
caminado lo suficiente por el libro se sabrá.
El recorrido se
hace de forma que pudiéramos llamar vibrante y que, con Plinio, podríamos
también considerar vehemente, lo que se agradece y mucho. La hispanibundia se
refleja no solamente en los miles de datos históricos que se nos presentan como
ejemplos de ésta, sino en su contemplación en tiempos pretéritos y presentes.
El libro es como un pájaro que volara sobre la historia, recorriéndola y
viéndola así: a vista de pájaro.
Sorprende el valor
que Wiesenthal da, con razón, a las palabras que permiten identificar una
lengua y la gente que la habla. Hay términos como el de “ganas”, del que
afirma: “los pueblos de habla española distinguen
perfectamente entre los deseos metafísicos o ideales y los apetitos vitales que
nos cimbrean, como el hambre o el sexo, con radical violencia, y solo éstos
últimos constituyen “las ganas”. Yo diría en este sentido que cuando un
español dice “no me da la gama” está mostrando su sesgo reptiliano. El libro
nos recuerda que el propio Keyserling “formuló
su teoría de que la palabra clave del idioma español es la “gana”, vocablo que
no tiene tantos un tan diversos significados en ninguna otra lengua”. El
fracaso de la gana dará paso a otra idea: el “no importa” ¿falso o real? Recorrerá,
después, conceptos como el del honor, la austeridad, o el “buen gusto” de
origen español u y de tan efímero triunfo.
Todo está aderezado
sabiamente con citas históricas y de escritores que hace la lectura fácil,
agradable e instructiva, porque la realidad a confesar es que desconocemos
muchos de los datos que se manejan. Por cierto: una de las fuentes de citas a
la que Wiesenthal recurre con más frecuencia es el mismo Quijote, en el que ve
el espectáculo de la hispanibundia y su impacto en el español, no solamente de
su época, sino en el de todos los tiempos. Las crisis que en otros países
conducían a movimientos idealistas, en España llevaban solamente al
aislamiento.
Se insiste en
el realismo español sustanciado en el “hago,
luego existo” característico de la hispanibundia. Lo que hace del Cid un
guerrero esforzado y cierto frente a un Ronaldo imaginario e idealizado. Y que
determina que haya que enfrentar a Cervantes con el anticuado Erasmo o con el racionalista
Descartes. “El intento de ajustarnos a la
realidad nos obligó a ser muy precisos al diferenciar entre “ser” y “estar”.
Una maravilla lingüística desconocida por otros idiomas y manejada sin
problemas por los españoles. Wiesenthal llega, partiendo de Ortega y Gasset, a preguntarse:
“¿Se me permite decir que “yo soy yo y mi
circunstancia” es lo mismo que “yo soy mi ser y mi estar”?”
De forma persistente
en el libro se desliza la idea de que los españoles somos diferentes.
¿Diferentes de quiénes? Pues diferentes de todos, con las pequeñas excepciones
que se hace a los hispanoamericanos. Es
probable que así sea. Lo que parece incuestionable es algo en lo que somos indudablemente
diferentes y que en Wiesenthal no deja de ser un leitmotiv no confesado: somos
los únicos que practicamos una autocrítica sin límites, que tenemos una grave
deficiencia de autoestima y que nos reservamos el derecho de crítica, so pena
de que salga la hispanibundia con tonos enaltecedores y exaltados en defensa de
lo español.
Pero, aunque no
se exprese en términos tan rotundos, el libro encierra una condena de nuestra
dejadez. Repasa los hechos que debieran orgullecernos para constatar su
decadencia o desaparición: desde la idea del honor hasta la fiesta de los toros.
¿Cómo no iba a saltar a primer plano la figura del hidalgo, que alaba y admira,
pero que no puede ocultar que ha servido para alejar mucho tiempo al español de
las ideas del trabajo, del mérito, de la industria, de lo comercial? ¿Qué
aspiraba a ser el español?
Infectado de
esas ideas cobró popularidad y preeminencia la figura del bribón o pícaro en primer
término. Los románticos franceses del XIX la sustituyeron por la del bandolero.
Una revolución incruenta en que el caballero a caballo fue sustituido por el admirado
torero de a pie. Se repasa el papel peculiar de las plazas mayores, el permanente
sentido y presencia de la muerte, la religión por descontado. En un tema
espinoso como el de la Inquisición Wiesenthal entra como elefante en
cacharrería. Fija su análisis en algo evidente: la envidia como el móvil que
llevó a tantas de denuncias. Agrega un especial apoyo popular a la Inquisición
y hasta un aire festivalero en las ejecuciones. Y destaca su maligno efecto
haciendo que mediocres, pero limpios de sangre, accedieran a puestos clave de
lo público. ¿Estamos ante una magnificación de una realidad de menor entidad?
Por cierto: se destaca que la confluencia de la aventura americana con la expulsión
de los judíos abortó la aparición de una burguesía que permitiera un deambular
más inteligible de España por la historia.
Hay algo que no
se puede desconocer: Wiesenthal hace sus excelentes reflexiones sobre un escenario
histórico. Todo evoluciona y él se sitúa empáticamente con nuestro Siglo de
Oro. Cervantes con su Quijote es toda una reflexión sobre España a la que no
duda en recurrir una y otra vez. La antítesis, de alguna forma anunciada, llega
con los Borbones y logra su clímax en los años en que todo decae, el imperio lo
primero.
¿Cómo acaba la
cosa? Yo diría que tristemente. Por una parte, se nos dice “Es triste ver que la Europa moderna ha perdido
parte del impulso vital que nos distinguió desde nuestros orígenes”. Y un párrafo
adelante se afirma: “La grandiosa marea
de la hispanibundia es una fuente cultura, un tesoro y una reliquia que los europeos
no podemos ignorar”. Wiesenthal habla en términos europeos, pero hay que reconocer
que esta es la única forma de hablar hoy en día: perdón no “es”, “debiera ser”.
España carece un “mito fundacional”, pero Europa corre el mismo peligro si no
reconoce la importante aportación española.
Hasta lo último,
Wiesenthal nos ofrece ideas claras: “el
odio secular entre izquierdas y derechas que no es precisamente español, sino que
se importó del pensamiento jacobino y marxista”. Pero no olvida los continuos
enfrentamientos entre españoles, “rencillas
alentadas por la gente peor de cada familia nos hicieron confundir la hermosa y
valiente lucha en favor de la memoria histórica con la cobarde y bellaca idea
de borrar a uno o a todos de nuestro recuerdo”.
Todo ello no
impide que Wiesenthal concluya: “la historia
de los seres y las tierras que amamos es más verdadera cuando la interpretamos
y la sentimos con la esperanza de que a una noche de melancolía suceda un mañana
alegre”. ¿Es demasiada esperanza?
Volvamos al libro.
Es fácil distinguir el libro que se escribe con fe al que simplemente es un
arabesco lateral, cargado muchas veces de un aire diletante y con la confusa
apariencia de un producto de marketing. Este no es así. Es además uno de los
esos raros libros que pueden abrirse por cualquier parte, leer y gozar. Se
aprecia que es el remanso de muchas ideas que han sido meditadas durante mucho tiempo.
“La hispanibundia, Retrato español
de familia” (318 págs.) es un libro escrito por Mauricio Wiesenthal en varios
años y editado por Península en septiembre de 2018.
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