jueves, 19 de octubre de 2017

Nassim Nicholas Taleb y Roc Filelle Monsfort: “Cisne negro. El impacto de lo altamente improbable”.




Nassim Nicholas Taleb nació en el Líbano, pero, como tantos otros, terminó adquiriendo la nacionalidad estadounidense. La Wikipedia nos lo describe como “ensayista, investigador y financiero”, lo que trae a la mente, no la imagen del verdadero polímata, sino la del pato que nada mal, vuela mal y anda mal.
Vayamos por partes: Taleb obtuvo en 2001 un gran éxito con la obra “¿Existe la suerte?. Engañados por el azar” (traducción de “Fooled by Randomness: The Hidden Role of Chance in the Life and in the Markets”) en la que criticaba el gran papel que se atribuye en la sociedad actual a la causalidad frente al azar y la casualidad.
Ese éxito le llevó a publicar seis años más tarde “El cisne negro” y ya en 2012, cinco años más tarde “Antifrágil”.

“El Cisne Negro” es un trabajo en el que Taleb nos ofrece sus ideas un tanto confusas y lo hace, adicionalmente, de forma que no hace sino agravar ese defecto.
Comienza por introducir un concepto como el de “Cisne Negro”. Es probable que en inglés “The Black Swan” suene mejor, pero en español tiene un tono cursi que desentona con el contenido del propio libro. Otro aspecto a destacar de éste es que, simplemente, cansa la continua referencia a anécdotas personales, propias y extrañas, encuentros con personas y situaciones especiales. No deja de ser algo que tiende a proliferar en los libros de divulgación y que en muchos casos es únicamente un pavoneo absurdo y ridículo.
Hay que indicar, en primer término, cómo define el autor al Cisne Negro: “un suceso con los tres atributos que siguen: Primero es una rareza, pues habita fuera del reino de las expectativas normas porque nada del pasado puede apuntar de forma convincente a su posibilidad. Segundo, produce un impacto tremendo (al contrario que el ave). Tercero, pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace explicable y predecible”. Con sinceridad: no parece una definición muy precisa y ordenada, por lo que habría que calificarla a ella misma de Cisne Negro.
Aclara algo la idea el referirse al mismo origen de la expresión “cisne negro”. Taleb critica la inducción y se refiere a esta evidencia: que todos los cisnes que hemos vistos sean blancos no implica todos los cisnes sean blancos y que no pueda existir un cisne negro. O sea, que es algo que puede existir o producirse, aunque no tengamos razones para pensar que existe o pueda producirse. Podríamos, evidentemente, hablar también de cisnes verdes, cisnes colorados o cisnes amarillos, que podrían existir aún después de descubierto el cisne negro. De hecho, en el estanque del Retiro de Madrid fue exhibido hace unos años un cisne negro.
No suele Taleb citar casos prácticos, pero si lo hace en concreto al 11-S, paradigma del Cisne Negro. O sea: la mitad de las noticias de los periódicos son “cisnes negros”, aunque sean de pequeña dimensión.
No todo es criticable: Taleb expone como paradigma de Cisne Negro el caso del pavo que considera normal y lógico que todos los días le den de comer abundantemente. De pronto, en la víspera del día de Acción de Gracias, le cortan en cuello en lugar de darle comida. Además de identificarnos con los pavos, Taleb sugiere al lector la idea de lo imprevisto, de lo inesperado simplemente, sin necesidad de agregar la posterior explicación de que aquello era previsible o esperable. No es de extrañar que en el diagrama ideal que se ofrece del pensamiento del pavo, llega por fin al punto en que se escribe “sorpresa”. Pues eso.
El libro de desliza de unas ideas a otras y de unos conceptos a otros sin apenas detenerse en unos o en otros. De los enfoques psicológicos pasa a los matemáticos con absoluta insolvencia. Afirma Taleb que escribir el libro le supuso un placer, cuando realmente escribir un libro supone esfuerzo y trabajo cuando merece la categoría de tal. O que lo escribió en cafeterías y aeropuertos; afirmación innecesaria porque se nota. El prefacio de agradecimientos es todo un poema: parece anticipar un auténtico pastiche resultado de una labor de marketing.
El confusionismo de la exposición se incrementa con la aparición de dos mundos un tanto confusos: Mediocristán y Extremistán. Así va saltando por las ideas de “la falacia narrativa”, “la narratividad”, “las pruebas silenciosas”, “el sesgo”, “la falacia lúdica”. El reconocimiento de que el libro fue escrito en cafeterías y aeropuertos parece evidenciarse cuando se advierte que, efectivamente, cada apartado en los que se divide cada capítulo parece ser un comentario hecho, no como producto de un hilo de argumentos al servicio de una tesis, sino como comentarios nacidos al calor de una idea pasajera que le sobreviene, como sobreviene la tos. Más aún: en ocasiones recuerda a una tos provocada y fingida. De forma que cada capítulo tiene que finalizar anticipando lo que se iba a demostrar en el siguiente, pero en el siguiente ese objetivo se olvida.
No es menos molesto el desprecio que se muestra en toda esa palabrería frente a las personas, ricas o pobres, cultas o ignorantes. Hasta los interlocutores que cita le suele parecer tontos a Taleb. Tontos y además perversos son los periodistas, pero lo son también aquellos de sus lectores que les creen. Todo está dominado por un concepto extremadamente negativo de la raza humana: “Lo que no se ve no se siente: albergamos un desdén natural, hasta físico, por lo abstracto”. Eso, por ejemplo, es lo que le llevaba a hablar de la “ceguera platónica”, glosando del pasaje en que Platón distinguir cuatro clases de conocimiento.

Tras abrumarnos con la primera parte, Taleb inicia la segunda con el título de “simplemente no podemos predecir”. Pronto nos sorprende con sus nuevos conceptos: “la arrogancia epistémica”. Confunde predecir con adivinar, pero no lo distingue claramente del prever. Porque prever tiene como efecto lo “previsto” (o sea, ver con anticipación, según el DRAE). Tendríamos que pasar de lo “imprevisto” a lo “imprevisible”, que se identificaría ya con eso que “simplemente no podemos predecir” que da título a esta segunda parte.
La obra de Taleb está desbordada por su narcisismo. Y eso conlleva un constante desprecio hacia los demás. Cuando, por ejemplo, destaca como inmensa la figura de Mandelbrot, es para, a continuación, equipararse a él como algo así como unas almas gemelas. Sólo él sabe entender a Popper y ver lo que quiso decir. Continuamente incorpora palabras de desprecio hacia periodistas, empresarios o economistas que, en su vana ignorancia, no comprendan sus ideas ni atiendan sus avisos. Así habla de que Mandelbrot “ofreció perlas a los economistas y a los ignorantes ansiosos de hacer curriculum”, añadiendo que eran “perlas que rechazaron por ser demasiado buenas para ellos…, perlas a los cerdos”. Para, a renglón seguido, explicar: “cómo puedo refrendar los fractales de Mandelbrot”, añadiendo “sin tener que aceptar necesariamente su uso preciso”.
La insoportable autosuficiencia de Taleb lo sería menos si las perlas que nos ofrece no son sino una mezcla de ideas confusas, ambiguas, carentes de soporte y aderezadas con citas mal invocadas en muchos casos. Da la sensación de que navega sin orientación ninguna, feliz en sus divagaciones, perdonando a tanto tonto, reservándose el papel de salvador del mundo.
La tercera parte la inicia afirmando: “me disgusta la madre naturaleza”; y agrega dice “Me resulta doloroso escribir estas líneas, pues siento que el mundo me da asco”. Pronto hablará mal de ”esa monstruosidad llamada campana de Gauss”. La concluirá con la siguiente frase: “mi antídoto contra los Cisnes Negros es precisamente no mercantilizar mi pensamiento. Pero esta actitud sirve, más allá de para evitar ser un imbécil, como protocolo de actuación.
La cuarta y última parte del libro es una defensa del mismo. También ilustran sus primeras palabras: ”Durante la mitad del tiempo soy hiperescéptico; durante la otra mitad, sostengo certezas y puedo ser intransigente al respecto, con una actitud muy terca”. Esa cita resume la vaciedad fundamental del libro. Luego volverá a las andadas, señalando quién es su verdadero amigo, “el amateur inteligente, curioso y de mentalidad abierta”. El que comprende ese mensaje que nadie, según él, ha podido contradecir. 
¿Es posible tenerle como amigo?

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