Vicente Rojo es
bien conocido. Jefe del Estado Mayor republicano, le tocó enfrentarse a
materias tan sensibles como la defensa de Madrid, la batalla del Ebro, la batalla
de Brunete y el Plan P que pretendÃa romper en dos las zonas ocupadas por los
nacionalistas en Extremadura. En todas fracasó.
Vicente Rojo
“cayó” en la zona republicana, pero fue siempre un militar sin especiales y
aparentes inclinaciones polÃticas. Fue lo que Michael Aspert llama “leal geográfico”. Escorado sà que
estuvo, cosa inevitable desde su acomodamiento en el bando republicano. En 1957
volvió a España. Fue condenado por “auxilio a la rebelión”, resolución judicial
que se le comunicó al mismo tiempo que su indulto de la pena de prisión. La
realidad es que sigue siendo una figura confusa: uno ha oÃdo el rumor de las
reuniones que celebraba con Franco y en las que comentaban sus tácticas bélicas
en la guerra civil; otros indican que Franco cuando volvió a España, dio
órdenes de que se le negaran “el pan y la sal”. Uno tiene la sensación de que,
por encima de todo, ambos eran militares.
Es imposible dejar
de recordar que Rojo colaboró en el intento de que fracasara el llamado “golpe
de Casado”. El triunfo del golpe evitó que “la
España republicana se convirtiera en una colonia soviética” según dijo “El
Socialista”. El golpe de Casado tenÃa el apoyo de los anarquistas; la opción en
la que estaba Rojo, la de los comunistas.
Quizá la parte
más interesante sea la primera, la que alude a cómo se gestó y desarrolló la
rebelión. Lo que destaca desde el principio es el desconcierto que produjo en
el ejército. El mismo Rojo tardó en decantarse y lo hizo simplemente por
razones de disciplina, no por un especial apego a la Republica. Otra cosa es
que, transcurrido el tiempo, se viera en la necesidad de defender al bando rojo
y denigrar al bando azul.
Una de las
cosas que niega es la realidad de la afirmación de que el Gobierno de la República
fuera a implantar un régimen comunista en España. Niega la existencia de
comunistas en el gobierno, el parlamento o la Judicatura, y recuerda la escasa
afiliación (30.000 personas) de afiliados al partido comunista. El tiempo le
quitará la razón cuando sea el comunismo quien gobierne en la última etapa de
la república fagocitando al socialismo, o cuando la URSS tome una no disimulada
actividad de apoyo. Y más rápidamente, tan pronto se decide el reparto de
armas.
Cuando se
enfrenta al drama de la guerra, Rojo quiere “afrontar con entereza y con verdad” la razón del mismo. Y la va a
encontrar partiendo de la idea de que “todos
los españoles tenÃan el derecho y el deber de luchar apasionadamente por la
patria”. Pero añade a continuación: “y
lo hicieron de distinto modo porque, naturalmente no pensaban de igual modo ni
comprendÃan la patria de la misma manera”. A partir de ahÃ, como es humano,
arrima el ascua a su sardina.
En todo el
libro surge la condena al desorden, al caos, a la indisciplina, a la falta de
autoridad… Si no fuera por los descalificativos que dirige a las “derechas”,
habrÃa que pensar que Vicente Rojo era un espectador neutral. Pero ni fue
espectador, ni fue neutral. ¿Como iba a serlo? Lo que sucede es que la derrota
y el exilio moldean. Y resulta más fácil respirar por las heridas que por la
nariz, aunque ello pueda sorprender.
El espÃritu
militar de Rojo se manifiesta una y otra vez. Por una parte, lamenta el
desbarajuste existente en aquel momento. Por otro, critica el levantamiento con
el que los sublevados no solamente provocaron “la ruptura de la unidad de la institución, sino, lo que era más grave,
la división de España, haciendo imposible la convivencia y tirando por la borda
lo permanente”. Poco antes ha indicado lo que entiende por permanente: “La verdad simple es que lo permanente ha
sido y será siempre España y su libertad, su independencia y su soberanÃa”.
Olvido absoluto de los estatutos de Cataluña y las Vascongadas, los desfiles en
Madrid portando grandes cuadros de Marx, Stalin y Lenin y los tiempos, anteriores
al Alzamiento, en que se podÃa gritar “Viva Rusia” sin problemas, que sin
embargo surgÃan ante un “Viva España”.
Relata Rojo
como tras cuatro dÃas de noticias confusas, se pudieron definir la ya las zonas
dominadas por cada bando. Y repasa cómo discurrieron las cosas provincia por provincia
o, mejor, por regiones militares. El término que, en referencia a ambos bandos
emplea para referirse a las muertes que inmediatamente siguieron a la lucha es
de “sacrificados”. En el caos que siguió España quedó destruida. Hay que
calificar de muy sinceras las lágrimas que vierte el autor en torno “a todo el bestial realismo que tuvo, sin
atenuante ni deformaciones”. No baja a los hechos porque, como indica, “no estudio ni escribo para acusar o exculpar
a nadie”. Cosa que no va a cumplir, claro. Pero no puede por menos que
aludir a los extremistas que a uno y otro lado crearon el caos: algo asà como
el 1% de la masa social española (de nuevo acude a este término): 250.000
hombres en un total, de 26 millones. Señala que ”al grito le sucede el grito de oposición a la rebeldÃa”. Quizá
olvida que el grito de rebeldÃa estaba provocado previamente.
Barcelona y
Madrid. Madrid y Barcelona. Rojo se refiere a esa polarización que hizo que en
la zona republicana fracasaran todos los intentos de unidad en la acción. En un
momento dado destaca como en la derecha, los civiles cedieron todo el poder a
los militares. Pero atenúa la afirmación de que el gran problema de las
izquierdas fue entregar las armas a las masas. Vicente Rojo comete el error,
una vez y otra de confundir la masa social o el pueblo con “la calle”. El ruido
de la calle es mucho y confunde a veces.
DirÃamos que
Vicente Rojo parece sufrir una especie de ciclotimia en su libro. Tan pronto
proclama la igualdad de todos los españoles, de uno y otro bando, como
convierte al bando rebelde en un magma en el que se mezclan los desalmados y
los engañados y el bando contrario como abnegado defensor del orden y la ley. De
los sublevados indica que eran “gentes
ingenuas, decrépitas, sentimentales que se dejan seducir fácilmente cuando se
excitan sus nobles sentimientos”. Y lo confirma asÃ: “La razón y la ley estaban totalmente ausentes del campo rebelde; la
arbitrariedad y la crueldad en la palabra y la acción estaban presentes.
En un momento
dado se refiere al sentido internacional que cobró la guerra tras la batalla
del Jarama: “en España no solo se batÃan
los españoles contra españoles por el imperio de sus aspiraciones polÃticas,
sino las tendencias ideológicas que chocaban en el mundo, hijas de las últimas
revoluciones unas, y otras heredadas de la sociedad democrático-capitalista,
cuya corrupción moral y cuya quiebra acusaban las conductas de los dirigentes
de la mayor parte de los pueblos llamados democráticos”. Y agrega: “Por ello si la República se desvió más de
los que pudiera desearse hacia la izquierda… se debió en gran parte a la
conducta poco gallarda y sobradamente inmoral de las democracias occidentales”.
¿Cuáles son esas democracias?
La ambivalencia
se vuelve a advertir cuando se refiere a los milicianos: “El miliciano de Madrid fue el soldado español de todos los tiempos,
sobrio sencillo…”, pero poco antes ha denunciado la frecuencia de desbandadas
y fenómenos de pánico protagonizados por los milicianos. Los jefes de los
milicianos no se libran de fuertes crÃticas: incompletamente formados, carentes
de sentido de responsabilidad, faltos de iniciativa…
Barcelona y
Madrid. Madrid y Barcelona. Rojo se refiere a esa polarización que hizo que en
la zona republicana fracasaran todos los intentos de unidad en la acción. En un
momento dado destaca como en la derecha, los civiles cedieron todo el poder a
los militares. Pero calla que el gran problema de las izquierdas fue entregan
las armas a las masas.
El epÃlogo,
escrito por un sobrino suyo, proporciona una conversación curiosa que tuvo
lugar, antes de la guerra, entre Vicente Rojo y Pemán. Este último le dice: “No podemos entendernos amigo, parece que estas
tocado de izquierdismo” Rojo le contesta: “Te equivocas, sólo estoy tocado de militar”. Añadamos: resultaba
ser un militar izquierdista y en el libro lo evidencia. Fue una cosa y otra. Al
final tuvo su trayectoria vital que le llevó a ser escritor defendiendo sus
ideas. Como dice el refrán “cada perrillo
se lame su cipotillo”.
El libro es, claramente,
una obra incompleta. Aporta datos que deben ser objeto de la misma depuración
de los que Rojo acusa de propagandismo y extremismo de los sublevados. Es, en suma,
una historia más.
El libro indica una doble autorÃa: Vicente
Rojo y Jorge MartÃnez Reverte, un periodista que aporta una larga introducción
al libro. Éste ha sido editado por RBA libros S.A. en 2017 y en la colección
“Critica”. Antes hubo otra edición en 2010. La obra fue publicada con una
subvención del Ministerio de Cultura para su préstamo público en Bibliotecas Públicas.
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