viernes, 13 de octubre de 2017

Vicente Rojo: Historia de la Guerra Civil española.



 
Vicente Rojo es bien conocido. Jefe del Estado Mayor republicano, le tocó enfrentarse a materias tan sensibles como la defensa de Madrid, la batalla del Ebro, la batalla de Brunete y el Plan P que pretendía romper en dos las zonas ocupadas por los nacionalistas en Extremadura. En todas fracasó.
Vicente Rojo “cayó” en la zona republicana, pero fue siempre un militar sin especiales y aparentes inclinaciones políticas. Fue lo que Michael Aspert llama “leal geográfico”. Escorado sí que estuvo, cosa inevitable desde su acomodamiento en el bando republicano. En 1957 volvió a España. Fue condenado por “auxilio a la rebelión”, resolución judicial que se le comunicó al mismo tiempo que su indulto de la pena de prisión. La realidad es que sigue siendo una figura confusa: uno ha oído el rumor de las reuniones que celebraba con Franco y en las que comentaban sus tácticas bélicas en la guerra civil; otros indican que Franco cuando volvió a España, dio órdenes de que se le negaran “el pan y la sal”. Uno tiene la sensación de que, por encima de todo, ambos eran militares.
Es imposible dejar de recordar que Rojo colaboró en el intento de que fracasara el llamado “golpe de Casado”. El triunfo del golpe evitó que “la España republicana se convirtiera en una colonia soviética” según dijo “El Socialista”. El golpe de Casado tenía el apoyo de los anarquistas; la opción en la que estaba Rojo, la de los comunistas.

Quizá la parte más interesante sea la primera, la que alude a cómo se gestó y desarrolló la rebelión. Lo que destaca desde el principio es el desconcierto que produjo en el ejército. El mismo Rojo tardó en decantarse y lo hizo simplemente por razones de disciplina, no por un especial apego a la Republica. Otra cosa es que, transcurrido el tiempo, se viera en la necesidad de defender al bando rojo y denigrar al bando azul.
Una de las cosas que niega es la realidad de la afirmación de que el Gobierno de la República fuera a implantar un régimen comunista en España. Niega la existencia de comunistas en el gobierno, el parlamento o la Judicatura, y recuerda la escasa afiliación (30.000 personas) de afiliados al partido comunista. El tiempo le quitará la razón cuando sea el comunismo quien gobierne en la última etapa de la república fagocitando al socialismo, o cuando la URSS tome una no disimulada actividad de apoyo. Y más rápidamente, tan pronto se decide el reparto de armas.

Cuando se enfrenta al drama de la guerra, Rojo quiere “afrontar con entereza y con verdad” la razón del mismo. Y la va a encontrar partiendo de la idea de que “todos los españoles tenían el derecho y el deber de luchar apasionadamente por la patria”. Pero añade a continuación: “y lo hicieron de distinto modo porque, naturalmente no pensaban de igual modo ni comprendían la patria de la misma manera”. A partir de ahí, como es humano, arrima el ascua a su sardina.
En todo el libro surge la condena al desorden, al caos, a la indisciplina, a la falta de autoridad… Si no fuera por los descalificativos que dirige a las “derechas”, habría que pensar que Vicente Rojo era un espectador neutral. Pero ni fue espectador, ni fue neutral. ¿Como iba a serlo? Lo que sucede es que la derrota y el exilio moldean. Y resulta más fácil respirar por las heridas que por la nariz, aunque ello pueda sorprender.
El espíritu militar de Rojo se manifiesta una y otra vez. Por una parte, lamenta el desbarajuste existente en aquel momento. Por otro, critica el levantamiento con el que los sublevados no solamente provocaron “la ruptura de la unidad de la institución, sino, lo que era más grave, la división de España, haciendo imposible la convivencia y tirando por la borda lo permanente”. Poco antes ha indicado lo que entiende por permanente: “La verdad simple es que lo permanente ha sido y será siempre España y su libertad, su independencia y su soberanía”. Olvido absoluto de los estatutos de Cataluña y las Vascongadas, los desfiles en Madrid portando grandes cuadros de Marx, Stalin y Lenin y los tiempos, anteriores al Alzamiento, en que se podía gritar “Viva Rusia” sin problemas, que sin embargo surgían ante un “Viva España”.

Relata Rojo como tras cuatro días de noticias confusas, se pudieron definir la ya las zonas dominadas por cada bando. Y repasa cómo discurrieron las cosas provincia por provincia o, mejor, por regiones militares. El término que, en referencia a ambos bandos emplea para referirse a las muertes que inmediatamente siguieron a la lucha es de “sacrificados”. En el caos que siguió España quedó destruida. Hay que calificar de muy sinceras las lágrimas que vierte el autor en torno “a todo el bestial realismo que tuvo, sin atenuante ni deformaciones”. No baja a los hechos porque, como indica, “no estudio ni escribo para acusar o exculpar a nadie”. Cosa que no va a cumplir, claro. Pero no puede por menos que aludir a los extremistas que a uno y otro lado crearon el caos: algo así como el 1% de la masa social española (de nuevo acude a este término): 250.000 hombres en un total, de 26 millones. Señala que ”al grito le sucede el grito de oposición a la rebeldía”. Quizá olvida que el grito de rebeldía estaba provocado previamente.
Barcelona y Madrid. Madrid y Barcelona. Rojo se refiere a esa polarización que hizo que en la zona republicana fracasaran todos los intentos de unidad en la acción. En un momento dado destaca como en la derecha, los civiles cedieron todo el poder a los militares. Pero atenúa la afirmación de que el gran problema de las izquierdas fue entregar las armas a las masas. Vicente Rojo comete el error, una vez y otra de confundir la masa social o el pueblo con “la calle”. El ruido de la calle es mucho y confunde a veces.

Diríamos que Vicente Rojo parece sufrir una especie de ciclotimia en su libro. Tan pronto proclama la igualdad de todos los españoles, de uno y otro bando, como convierte al bando rebelde en un magma en el que se mezclan los desalmados y los engañados y el bando contrario como abnegado defensor del orden y la ley. De los sublevados indica que eran “gentes ingenuas, decrépitas, sentimentales que se dejan seducir fácilmente cuando se excitan sus nobles sentimientos”. Y lo confirma así: “La razón y la ley estaban totalmente ausentes del campo rebelde; la arbitrariedad y la crueldad en la palabra y la acción estaban presentes.
En un momento dado se refiere al sentido internacional que cobró la guerra tras la batalla del Jarama: “en España no solo se batían los españoles contra españoles por el imperio de sus aspiraciones políticas, sino las tendencias ideológicas que chocaban en el mundo, hijas de las últimas revoluciones unas, y otras heredadas de la sociedad democrático-capitalista, cuya corrupción moral y cuya quiebra acusaban las conductas de los dirigentes de la mayor parte de los pueblos llamados democráticos”. Y agrega: “Por ello si la República se desvió más de los que pudiera desearse hacia la izquierda… se debió en gran parte a la conducta poco gallarda y sobradamente inmoral de las democracias occidentales”. ¿Cuáles son esas democracias?
La ambivalencia se vuelve a advertir cuando se refiere a los milicianos: “El miliciano de Madrid fue el soldado español de todos los tiempos, sobrio sencillo…”, pero poco antes ha denunciado la frecuencia de desbandadas y fenómenos de pánico protagonizados por los milicianos. Los jefes de los milicianos no se libran de fuertes críticas: incompletamente formados, carentes de sentido de responsabilidad, faltos de iniciativa…
Barcelona y Madrid. Madrid y Barcelona. Rojo se refiere a esa polarización que hizo que en la zona republicana fracasaran todos los intentos de unidad en la acción. En un momento dado destaca como en la derecha, los civiles cedieron todo el poder a los militares. Pero calla que el gran problema de las izquierdas fue entregan las armas a las masas.
El epílogo, escrito por un sobrino suyo, proporciona una conversación curiosa que tuvo lugar, antes de la guerra, entre Vicente Rojo y Pemán. Este último le dice: “No podemos entendernos amigo, parece que estas tocado de izquierdismo” Rojo le contesta: “Te equivocas, sólo estoy tocado de militar”. Añadamos: resultaba ser un militar izquierdista y en el libro lo evidencia. Fue una cosa y otra. Al final tuvo su trayectoria vital que le llevó a ser escritor defendiendo sus ideas. Como dice el refrán “cada perrillo se lame su cipotillo”.

El libro es, claramente, una obra incompleta. Aporta datos que deben ser objeto de la misma depuración de los que Rojo acusa de propagandismo y extremismo de los sublevados. Es, en suma, una historia más.

El libro indica una doble autoría: Vicente Rojo y Jorge Martínez Reverte, un periodista que aporta una larga introducción al libro. Éste ha sido editado por RBA libros S.A. en 2017 y en la colección “Critica”. Antes hubo otra edición en 2010. La obra fue publicada con una subvención del Ministerio de Cultura para su préstamo público en Bibliotecas Públicas.

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