Puede parecer una tontería el tratar de comentar sin utilización de gráficos un libro que está repleto de gráficos con los que explica o argumenta su contenido. Puede parecerlo y quizá lo sea. Pero la realidad es que, más allá de la función explicativa de los gráficos, el libro sienta una serie de afirmaciones que poseen indudable interés por representar ideas para tener en cuenta e interpretaciones de algo que siempre damos por descontado.
Georges Ifrah
es, a medias, marroquí y francés. Nacido en Marrakech, dio clases de
matemáticas para luego pasar a ser divulgador de la historia de las matemáticas
y, concretamente de los aspectos numéricos. Sus obras más conocidas han sido
“De uno a cero” y la “Historia Universal de las cifras”. lo primero a advertir es que la obra que se aquí se comenta
es una abreviación de esa monumental Historia Universal. Esta fue publicada en
París en 1981; entre las traducciones que se hicieron figura la española, obra muy cuidada de
Espasa-Fórum, pero cuya monumentalidad (1.996 páginas en la 2ª edición que he
manejado) impide que se acometa su análisis directo, eso me ha inducido a hacerlo
en su lugar con la abreviación que en 1985 llevó a cabo el propio Georges Ifrah
y a la que como segundo título agregó la indicación “Historia
de una gran invención”, sustituyendo a la de la versión no abreviada que
era “La inteligencia de la humanidad
contada por los números y el cálculo”.
Ifrah mantiene
que, erróneamente, damos al conocimiento de los números el carácter de algo
natural, de “una aptitud innata”, cuando en realidad es algo creado por el
hombre, una de sus grades creaciones. El hombre, como los animales, no sabe
contar y recuerda el “duro aprendizaje” que los niños atraviesan hasta que el
manejo de esos números. Muchas tribus actualmente aún desconocen las cifras y
el contar.
Porque si algo
hay que destacar es que el objeto de su investigación son las cifras como
mecanismo o útil para contar, no los números. Estos son resultados de ese
“conteo” y trascienden al mundo de la matemática. Los números se representan
con la utilización de cifras, siendo conquista humana el hacer posible que los
grandes números puedan ser representadas con un número limitado y pequeño de
signos: las cifras.
Hagamos un
nuevo alto en el camino: La obra de Ifrah rebosa gráficos, dibujos y signos.
Son los hitos a través de los cuales los hombres fueron definiendo las cifras
con las que realizaba sus cuentas. Si de algo puede presumir esa obra es de la
enorme diversidad de fuentes históricas que recorre, ya que la búsqueda humana
de un sistema de numeración dio lugar a esfuerzos de creacion y representación
de cifras que se produjeron en las distintas regiones del mundo a medida que se
fue intensificando la necesidad de dominar los números por requerimientos tan
variados como el comercio, la ciencia, los rituales, la historia… Sigamos. La
necesidad de “contar” se manifestó prontamente. Por descontado, empleado el término
‘prontamente’ con un valor convencional. Desde que el hombre fue hombre pasaron
muchos siglos en los cuales esas cuentas apenas eran compensadas con
establecimiento de correlaciones. El número de ovejas o los muertos en combate
se conocían relacionándolos con piedrecitas o cintas. Utilizar muescas o
anidamientos en huesos vino realmente después.
El hombre
primitivo apenas conocía el uno y el dos. Lo demás era “muchos”. Algo así
sucede al niño cuando comienza a ser consciente del mundo exterior. Ese
“muchos” era un mundo desconocido, es decir, incontable. Costó mucho romper esa
frontera del tres, como luego volvió a pasar cuando el número de objetos a
contar crecía. Esa me parece que fue la lucha del hombre. Logró acceder a la numeración
amplia, la de los números naturales cuando domó “las cifras”. Y pienso que
nuevamente el hombre está ante una nueva frontera de lo incontable: el infinito
innumerable y paradójico, al que nos enfrentó definitivamente Cantor.
De la misma
forma que, según Ifrah, la distinción del uno y del dos pudo deberse a la misma
naturaleza: la dualidad de sexos, la dualidad de miembros humanos. Si eso fue
la intuición inicial, siguió la naturaleza echando una mano al hombre: la mano
presentaba algo más y sobre sus dedos se fue montando una sucesión de puntos
que permitía sobrepasar 20 modestas operaciones de conteo. Los problemas se
complicaban: hizo falta superar el simple número distinguiendo su doble
dimensión cardinal y ordinal. Distinguir cuándo 30 señala que el número de
ovejas de un rebaño y cuándo se refiere al trigésimo objeto contado. La idea de
orden irrumpía ya en la refriega.
Pero no era el único
problema al acecho: había que evitar que el conteo condujera a larguísimas
cifras: no era posible representar el 376 con 376 signos o piedras. Y ese
problema condujo a la de las bases de numeración. Por ejemplo, se empieza a contar
y cuando se han contado diez, se apunta que se han contado diez y se continúa
contando, repitiendo esa operación, de forma que cuando las marchas u objetos
que señalas los grupos ya contados de 10 objetos, se apunta una nueva marca de
idéntica forma. Tengo que excusarme por hablar de 10 objetos; es la
consecuencia de esta acostumbrado a nuestra vieja base decimal. Pero la
humanidad tuvo que elegir esa base: pudo ser más complicada como la basada en
el numero 60 o menos, como la decimal adoptada por el mundo informático. Ifrah
critica esos extremos, pero indica que bien pudo ser la base el 10, el 8, el 12
o cualquier otro numero intermedio. De nada valía que los primeros tuvieran más
múltiplos. Al final el 10 fue la base elegida. No cabe duda de que nuestras
manos siguieron pesando en la prueba, inclinándola en favor del 10. Y hoy
hablamos de unidades, decenas, centenas…: las sucesivas potencias de la base.
¿Cuál fue el
papel de las grandes civilizaciones europeas? De Grecia y Roma, especialmente.
Desarrollaron los griegos la acrofonía (el número era la letra inicial de su
nombre) y los romanos un sistema de cifras (la famosa serie de letras I, V, X,
L, C, D y M de los romanos) que, si bien servía para algunas finalidades, como
la de indicar fechas, no eran capaces, ni de referirse a grandes números, ni de
ofrecer una mecánica útil de cálculo de operaciones aritméticas
Recuerdo que,
viajando por la India, me sorprendía ver en los colosales anuncios de las
calles unos mensajes escritos en un alfabeto que no entendía, pero en los que
destacaban de pronto unos números (normalmente de teléfonos) escritos con signos
perfectamente conocidos. Naturalmente no eran europeos, sino los que también
usaban los europeos. Eran, simplemente, hindúes. Ifrah nos ofrece en su
Historia una detenidísima evolución de los signos empleados originalmente hasta
desembocar en los actuales 1,2,3,4,5,6,7,8,9 y 0 que nos parecen tan
“nuestros”; de pronto descubrimos que son nuestros porque son ya patrimonio de
la humanidad. No porque hayamos sido sus descubridores. Además, les llamamos
“árabes”, pero son hindúes.
Al hilo de todo
ello uno se pregunta cuál es la relación de las cifras como expresión de los
números y el alfabeto como expresión de la oralidad, de la palabra, en suma.
Miremos, por ejemplo, a la Grecia clásica, en donde florecía la filosofía y la
literatura, en tanto que la matemática sufría increíbles carencias y se
defendía en el estrecho recinto de la geometría, para alcanzar sus grandes
logros. La limitación a la regla y el compás no era un capricho. Curiosamente,
el alfabeto precedió a la numeración. La letra, a la cifra.
El hombre
aprendió a contar por fin y separó el número de lo contado en un duro ejercicio
de abstracción. A partir de ahí fue posible la moneda, el tráfico mercantil o
la investigación científica apoyada en la medición de la realidad observada. Quedaban
aún problemas importantes: el primero el de la posición de las cifras. Ifrah
nos ofrece un amplio recorrido de la forma en que se buscó una solución por
distintos pueblos. Al final todo consistió en situar, sucesivamente y
ordenadamente, los distintos escalones de la base elegida. Era el
descubrimiento de la “posición”. Aun así, unos colocaban esos montones o
piedras en el orden actual o de manera inversa. Aquello no pudo ofrecer sus
ventajas hasta que surgió el cero, intuido por diversos pueblos pero concretado
por los hindúes. El cero permitía dar sentido definitivo al orden que
significaba la “posición” y permitía abordar las operaciones matemáticas. Pero
pasó tiempo hasta decidir su significado como “vacío” o como “nulo”.
Las piedras o
los montones quedaban atrás. Eran preciso signos gráficos que los reemplazaran
y permitieran reflejar por escrito un número. Estas son las cifras. Se recurrió
inicialmente al mismo alfabeto o a las determinadas palabras.
El éxito fue
compensado por la universalidad de la aceptación del sistema numérico actual,
ya en torno al S. XV. Pero Ifrah mira también al futuro. Ya en un pasado
próximo y en referencia de nuevo al número (es difícil separarlos), nos recuerda
el descubrimiento sucesivo de los números racionales (ligados a las fracciones),
los irracionales, los imaginarios, los trascendentes, los transfinitos. Al
final incluso, aborda el viejo propone el problema del infinito. Paralelamente
los signos gráficos matemáticos y las representaciones de las magnitudes
aumentan: la útil potenciación, la “algebraización” que introduce los números
desconocidos, los nuevos signos que van aportando los matemáticos. El Google,
10 elevado a su 100 potencia, llama especialmente su atención Las cifras permiten
referirse también a lo inimaginable y a lo improbable.
E Ifrah nos
afirma que la evolución aún no ha terminado.
“Las cifras. Historia de una gran invención”
(342 págs.) fue un libro escrito por Georges Ifrah en 1985, publicado en esa
fecha por Editions Robert Laffont en Paris y en 1987 por Alianza Editorial en
edición castellana con traducción de Drakman Traducciones.
Muy interesante recorrido el que nos compartes acerca de el número y el numeral y su origen en el conteo, reconocer estos antecedentes históricos de las cifras me hace reflexionar y cuestionar el por qué se omite el conteo por necesidad en las escuelas y se insiste en iniciar con la escritura de los símbolos sin sentido generalmente para el estudiante, lo cual deriva en complicaciones hacia la comprensión matemática.
ResponderEliminarGracias por compartir.