Hace tiempo
comenté otro libro de Harari, “XXI lecciones para el siglo XX”. Pasado el tiempo
creí que era el segundo de sus libros, pero en realidad era el tercero y último
de lo que parece ser una serie. El que ahora comento es realmente el segundo.
En aquel comentario presentaba al autor de la siguiente forma sobre datos
tomados de Wikipedia: “Yuval Noah Harari es judío, dataísta, homosexual,
historiador, profesor de la universidad de Jerusalén, escritor de éxito,
vegetariano (hoy vegano), ateo confeso, ecologista y otras varias cosas”.
Nada hace pensar que esos datos hayan cambiado. Quien sí cambia en este libro
es el propio Harari. Cambia el ropaje de historiador y se reviste con la toga
de profeta. Historiado el pasado, historia el futuro, como indica el segundo
título de la obra: “breve historia del mañana”.
Sucedió que,
recolocando libros en estantes, se me ocurrió abrir éste y lo hice justamente
por aquella parte en la que habla de las pestes, o sea, de los virus. Sumido como
media humanidad en el desconcierto creado por la irrupción del coronavirus o
Covid-19 aquello era, en definitiva, una provocación del azar. Y seguí leyendo,
aunque cada vez más defraudado.
El libro está
dividido en tres partes, precedidas por unas observaciones que titula el autor
“nueva agenda humana”. Las tres partes toman como sujeto y actor al “homo
sapiens” y se refieren a su conquista del mundo, a su dar sentido a ese mundo,
y a su final pérdida de control. Todo se inicia con una alabanza a lo
conseguido por Sapiens: ha conseguido erradicar la pobreza, la guerra y la
enfermedad; una afirmación de que uno se permite dudar. Y uno se asombra de la
aspiración señalada para el siglo XXI: la inmortalidad, acordándose de Tonino
para quien su amada había pedido a Zeus el don de la inmortalidad, olvidándose
de la juventud. Tonino terminó pidiendo la muerte gritando: “Mori, mori”
En las
observaciones iniciales hay que destacar las consideraciones que hace sobre el
individualismo. Harari se carga simplemente el individuo; la persona es un
conjunto de células nada más. Como cualquier otro animal. Ello le lleva a
indagar por qué razón el Sapiens es distinto de los demás animales (de los restantes
homínidos no se preocupa, ni siquiera para justificar su desaparición). Y se
pierde entonces en consideraciones sobre sentimiento y deseos. Curiosamente,
Harari, aunque parte de la igualdad del Sapiens y el animal, trata después con
cierta consideración a chimpancés, bononos y ratas. Habrá otro momento en que
tendrá que decidir qué animales tienen sentimientos similares a los de Sapiens
o no. Curiosamente establecerá una personal y arbitraria frontera en el mundo
animal.
Al final,
Harari rechaza que sólo sea consecuencia de la existencia de un alma, cosa que
tampoco justifica. Contrariamente, niega su existencia. Y expone su argumento:
la existencia del alma como algo eterno es incompatible con la teoría de la
evolución propuesta por Darwin. La evolución mantiene la permanente existencia
de la variación y ello contradice la idea de un alma que de repente ilumina la
vida del Sapiens. Como hay que justificar el armazón de sentimientos y deseos, recurre,
echándose en los brazos de los psicólogos cognitivos, a la idea de la mente. Y
la mente, claro, está yacente en el cerebro, al que se hurga con la resonancia
magnética.
Es el Homo Sapiens quién da sentido a
la vida, es decir, la explica. En el libro se describe como lo hace en
distintas etapas: una inicial en la que imagina dioses (70.000 años aC.), una
segunda, coincidente con la aparición de la escritura (7.000 aC.) que permitirá
difusión de esas ideas primarias a través de la aparición de las grandes
religiones de libro. Todo conducirá a la existencia de estructuras de
colaboración. Una colaboración que conllevará, en la visión del autor la
desaparición y disolución del individuo.
Harari afirma que en 2016 se produce el
derrumbe de lo que llama “revolución humanista”. ¿En qué consistía esta
revolución? En la negación de un plan cósmico que explique todo. El Sapiens se gusta como Narciso, parece. “La religión
humanista venera a la humanidad”. “Éste es el mandamiento primero que el humanismo nos ha dado: crear
sentido para un mundo sin sentido”. Y obediente, Sapiens se dedicó a elaborar una ética humanista, una
estética humanista… lo que se produce “cuando el origen del sentido y la autoridad se
trasladan del cielo a los sentimientos humanos, la naturaleza de todo el cosmos
cambió”. De forma
un tanto curiosa, Harari nos cuenta que el humanismo naciente sufrió una triple
escisión: el humanismo ortodoxo también conocido como “humanismo liberal”
o simplemente “liberalismo. Del mismo derivaron dos ramas que conoce bajo los términos
de “humanismo socialista” (comprendiendo las ramas socialista y comunista)
y el “humanismo evolutivo” (defendido en especial por los nazis). Uno
tenía un concepto concreto de lo que significa el término “humanismo”; después
de leer a Harari, éste parece desaparecer: el historiador lo ha desfigurado y
en la más benévola de las interpretaciones, identifica al humanismo con el
resultado de las luces que se iluminaron a finales del siglo XVIII y asumieron
el papel de progresistas.
El destrozo (o desnaturalización) de
los conceptos es continuo. Leeremos: “Si miro en mi interior más profundo, la
aparente unidad que damos por sentada se disuelve en una cacofonía de voces en
conflicto, ninguna de la cual es “mi yo verdadero” Los individuos no son
individuos. Son ‘dividuos’ ”. Y pone como ejemplo la existencia de dos hemisferios cerebrales con
funciones diferenciables. Luego sigue distinguiendo el “yo narrador” y el “yo
experimentador”. Termina haciendo observaciones como éstas: “Vemos, pues, que
el yo también en un ser imaginario, al igual que las naciones, los dioses y el
dinero”. “El individuo
libre es sólo un cuento ficticio pergeñado por una asamblea de algoritmos
bioquímicos”. Uno
recomienda al lector que siga leyendo en la seguridad de que es real. Lo han
hecho otros, para queja de Harari: “...incluso Richard Dawkins, Steven Pinker y los otros campeones
de la nueva concepción científica del mundo rehúsan abandonar el liberalismo”. Lo dice con el orgullo de llegar
“más lejos”.
Por fin aparece la utilización de
términos fuera de su uso correcto y habitual (un término es siempre una
convención). Es el caso del término “algoritmo” que, de tener un sentido
apenas discutido, ha pasado a ser algo que uno ve como fantasmal. Harari parece
llevarlo al límite al considerar que todo órgano es un algoritmo nada más. Por
fortuna, la confluencia de distintos algoritmos en Sapiens impide que se le
pueda identificar llanamente con un algoritmo. Pero si existe algo remanente de
libertad en el individuo-en-sociedad, sucede que, por comodidad o por simple
rapidez, ese remanente se sacrifica y ese Sapiens lo transfiere a una máquina
gobernada exclusivamente por dicho(s) algoritmo(s). El libre albedrío
desaparece como una fantasmagoría.
La tercera parte del libro desinfla el
globo. Asusta, pero únicamente lo requerido por el marketing de ventas. Las
virtudes de ese endiosamiento del humanismo se consideran superadas por la
llegada de la peculiar comunidad humana que ha creado el “tecnohumanismo”.
Algo así como lo que se practica con los animales comestibles: engordarlos para
comerlos. Llega un momento en el que el crecimiento tecnológico desborda sus
justos límites, invade lo que puede ser humanismo y supera al Sapiens. Es la
hora de dataísmo, de la superioridad de quien maneja millones de datos. El dataísmo
que “ahora está mutando en una religión que pretende determinar lo que está bien
y lo que está mal”. El “sistema cósmico de procesamiento de datos será como
Dios”.
El libro no deja de ser un mal sueño
antiliberal. Resumiremos su amenaza en estas palabras que contiene: “En el siglo XXI
tres acontecimientos prácticos pueden hacer que esta creencia [la liberal] haya ya quedado
obsoleta: 1. Los humanos perderán su utilidad económica y militar, de ahí que
el sistema político deje de atribuirles mucho valor. 2. El sistema seguirá
encontrando valor en los humanos colectivamente, pero no en los individuos. 3.
El sistema seguirá encontrando valor en algunos individuos, pero éstos serán
una nueva élite de superhumanos mejorados y no la masa de la población”. O sea: el avance técnico ha
terminado con el libre albedrío. En
definitiva, no le resulta extraño a Harari afirmar que “el dataísmo
amenace con hacer a Homo Sapiens lo que Homo Sapiens ha hecho a todos los demás
animales”. ¡Pero si
sólo subsiste el 1 por 1.000 de las especies que han ocupado la tierra y cada año
surgen nuevas especies desconocidas!
El libro me resulta pretencioso e
infundado. A uno le recuerda el argumento de “Las preciosas ridículas” de
Molière. Responde a una corriente actual y mediocre que busca el éxito
editorial rivalizando en carácter novedoso y friqui. No falta habitualmente la
creación —o peor, la recreación o remodelación— de términos. Se escogen los
datos históricos que interesan y se silencian otros. Respecto del avance
técnico se limita a referirse a los ya conocidos: comunicación y redes
sociales, sobre todo con su carga de aumento de la vulnerabilidad del
individuo.
En el fondo va sustituyendo al “Homo Spiens”
por el “Homo Stultus”. Quizá eso explique la aceptación de este libro en
ciertos medios. Antes ha tenido que hacerle Dios gracias a la ciencia y la cohesión
social, para lo cual ha tenido que negar muchas cosas: Dios, el libre albedrío,
el individuo, el alma… Menos mal que, concluyendo, Harari indica “En verdad, no
podemos predecir el futuro. Todas las situaciones hipotéticas que se han esbozado
en este libro deben entenderse como posibilidades más que como profecías.”
Me olvidaba de la anécdota de mi
reencuentro con este libro. El Covid-19 le ha pillado en mal momento. En el
libro se escribió: “es probable que en el futuro haya epidemias importantes que
continúen poniendo en peligro a la humanidad, pero solo si la propia humanidad
las crea, al servicio de alguna ideología despiadada”.
“Homo Deus. Breve historia del
mañana” (496 págs.) es un libro escrito por Yuval Noah Harari el año 2015, publicado
en España en su tercera edición en 2016 con segunda reimpresión en 2017 por
Penguin Random House, dentro de la colección Debate.
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