martes, 10 de septiembre de 2019

Edward Glaeser : ”El triunfo de las ciudades. Cómo nuestra mejor creación nos hace más ricos, más inteligentes, más ecológicos, más sanos y más felices”.


A veces uno tiene mala suerte y un libro no le ofrece lo que prometía. Pasa muchas veces y uno echa en falta la antigua costumbre de ojear en la librería los libros que, por su título y apariencia, le han atraído.
Edward Glaeser es un economista estadounidense que quizá puede representar el pez que siempre ha vivido en las aguas tibias de las universidades, las organizaciones o los institutos, esas cosas donde siempre llueve. No quiero referirme, claro, al que elige la respetable función de profesor y cuyos cambios solo responden a principios de promoción. A Glaeser, nacido en 1967, hay que disculparle su obsesión por las ciudades: su padre que emigró a los EEUU en 1950 era arquitecto: de él heredó esa fijación sobre esa tan curiosa como inevitable idea de la ciudad.
Lo primero que hay que imputar al libro es que es sumamente repetitivo. Hubiera bastado un librito de 50 páginas para mantener las ideas que finalmente aporta y defiende. Ganas de hinchar un libro, tentación bastante común y peligrosa. Baste como indicio el siguiente: el libro incluye en su parte final lo que llama “notas” y “bibliografía” y estas dos secciones ocupan de la página 381 a la 494, última del volumen, es decir más del 20% de sus páginas. Una colección de referencias que, todas hechas a publicaciones de libros y periódicos en inglés, son perfectamente inútiles para el lector normal. Cierto que algunas contienen algunas explicaciones adicionales a los datos comentados, pero no dejan de ser plumas con que se adorna el autor.
Otro de los groseros errores en que parece incurrir este libro es considerar únicamente “ciudades” las que poseen cierta entidad y volumen. Que la han adquirido o que la van perdiendo. Con ello obvia la alusión a lo que pudiéramos llamar ciudad media. Sus referencias se centran en ciudades concretas: Nueva York, París, Londres, Singapur, Bombay y Bangalore. Estas como ejemplos de crecimiento; junto a ellas Detroit ocupa el repetido ejemplo de la ciudad en decadencia. Pero ¿Qué es una ciudad? ¿Cómo puede distinguirse de un área metropolitana? ¿Por qué henos de considerar “ciudades” a las que en el Renacimiento renovaron las ideas con una población hoy risible? París tenía 20.000 habitantes en 1500; 80.000, Florencia antes de Peste Negra de 1348; Londres tenía 50.000 en 1530.
Digamos que Glaeser es un entusiasta de la “ciudad”; basta verlo en al subtítulo de su libro. ¿Debemos creerlo? Evidentemente sì, ñor las manifestaciones en las que confiesa “su pasión por el mundo urbano”. Esta pasión “ha tenido una base en teorías y datos económicos, pero también me ha llevado a recorrer las calles de Moscú, Sao Paulo y Bombay, así como para investigar la historia de bulliciosas metrópolis y la historia cotidiana de quienes viven y trabajan en ellas”. Bueno, algo exageradillo es ¿o no? Pero aclara las dos fuentes empleadas para confeccionar el libro: una, los viajes realizados a determinadas ciudades (demasiado concretas). Otra, la investigación histórica y la de la vida cotidiana de los habitantes (demasiado limitada a la consulta y comentarios de estadísticas).
Para él la esencia de la ciudad es permitir el contacto real entre las personas, con la consiguiente circulación de ideas (usted a lo mejor creía que las grandes urbes separaban las personas, pero pienso que no estaba equivocado; son ellas y no los centros de trabajo los que unen). Como aspecto negativo, su atractivo para las clases pobres que afluyen a las ciudades. “Es difícil no reparar en los costes de concentrar la miseria”. Y ya en el terreno económico la distribución de costes fijos hace no solamente posible la victoria sobre el delito y la enfermedad, sino la aparición de la ciudad productiva y de placer. O sea, la ciudad de consumo.
Curiosamente concluye con críticas a ecologistas o defensores del automóvil, defendiendo la concentración en las ciudades como fórmula ideal. Y termina con una frase desconcertante: “hemos de liberarnos de nuestra tendencia a ver en las ciudades ante todo sus edificios, y recordar que la ciudad verdadera está hecha de carne, no de hormigón”. Uno piensa que hasta un pequeño villorrio está hecho de carne. Pero las contradicciones del libro son frecuentes.
Precisamente el libro comienza en a preguntarse por qué decaen ciertas ciudades. El gran ejemplo es Detroit, pero también se habla de otras ciudades tanto americanas como Búffalo, Cleveland, Nueva Orleans, Pittsburg y Saint Louis (que han perdido más de la mitad de la población desde 1950) a extranjeras como Liverpool, Glasgow, Rotterdam, Bremen y Vilna. Y, sin saber mucho por qué, y separadamente, Bilbao (su fuente: la Enciclopedia Británica). Su cita es clara: “Detroit perdió más de un millón de habitantes, el 58% de su población. En la actualidad, un terco de sus habitantes vive en la miseria”. La causa de ese “cinturón de óxido” que ahora se contempla la va a encontrar Glaeser en la desaparición de las grandes estructuras empresariales creadas, como típicamente sucedió en Detroit con la industria automovilística. Good bye Mr. Ford. Y añade: “La era de la ciudad industrial ha terminado, al menos en Occidente”.
Añade otro hecho: la importancia y fortaleza de los sindicatos en estas ciudades industriales. Y pasa a afirmar que “los disturbios son un ejemplo de la actividad colectiva posibilitada por las ciudades”. Y aunque en el libro se busca la razón de la decadencia en factores económicos (Nueva York se recupera al centrarse en las finanzas), no deja de ocultar la importancia de los errores legislativos. Al paso: son excesivas quizás las referencias a las políticas norteamericanas, normalmente desconocidas para el lector español. Historias de gobernadores y alcaldes y de sus ideas, de las que apenas se extraen conclusiones concretas.
¿Por qué unas ciudades crecen y otras no? La contestación inicial es la situación. Otra es la industrialización, especialmente la diversificada. Al final todo se resuelve en la atracción que una determinada ciudad ejerce sobre las personas que acuden a vivir a ella. Atracción por las ventajas que ofrece, singularmente el trabajo a través del empleo. Las comodidades y las necesidades como son específicamente la educación (formación) y la salubridad (sanidad). Aquí el autor se mete en una serie de disquisiciones sobre estos temas, que aparecen tan opinables como lejanas del objetivo del libro.
Junto a estas razones de migración que podríamos llamar positivas, se alzan las negativas, singularmente la huida del campo, de la pobreza y la dureza del mundo rural. Con la pobreza hemos topado, porque a continuación descubre que también hay pobreza en las ciudades. Pero ahora distingue ricos y pobres, enfrentando ambas categorías, De ahí, salta a resaltar la diferencia étnica, especialmente la que existe entre negros y blancos (aunque no falte la alusión a la crecientemente asiática Vancouver).
Hay más ventajas en las ciudades. Son además centros de preocupación artística y de buen comer. Sorprende que en el libro se trate de evidenciar esto con dos ciudades europeas. Londres pasará a ser ejemplo de actividad artística, lo que pretende justificar con unas cuantas referencias. París, por su parte, representará en el buen comer, que paradójicamente basará en el nivel del consumo que permitirá reducir costes.
Excediendo de lo que pudiera ser objetivo del libro, el autor se mete a proponer medidas para eliminar las áreas de pobreza que se aprecian en las ciudades. De nuevo formación y sanidad pasarán a primer plano, pero junto a ellas se analizarán cuestiones como la delincuencia, la seguridad ciudadana, los transportes, el medio ambiente, como no el cambio climático, la esperanza de vida, …  Lamentablemente la mayor parte de sus propuestas consisten en elevar o crear impuestos: la circulación se arregla con un impuesto a los automóviles; la contaminación, con un impuesto al carbono; la tendencia a dispersión, con la supresión de las deducciones de las deudas hipotecarias… O con prohibiciones y sanciones o aumento de la existentes.
Glaeser, que parece un asiduo lector del New York Times en su perfil actual, oscila entre creer en el sector público (lo que solemos llamar Estado) como remediador de todo y acusar a ese mismo sector de cometer errores que no hacen posible la consecución de esa perfección ideal que busca.
La sección de “agradecimientos” nos deja atónitos ante la cantidad de personas que han financiado, corregido, colaborado, aportado ideas, sugiriendo orientaciones, acompañándole en sus visitas otras ciudades... que ha participado en la redacción y publicación de este libro. Obviamente tenía que salir de todo ello un refrito. Por cierto: es en esos agradecimientos donde Glaeser indica cuál es “la tesis central del libro” que no es otra que afirmar “la facilidad con la que las ideas se difunden en un ambiente denso”. ¿Las ideas buenas y las malas? ¿Qué grado de densidad se requiere? ¿No supone una nueva forma de densidad las redes sociales de reciente irrupción?
Como al principio se indicaba, el título no se corresponde con el contenido de libro. Las ciudades triunfan o fracasan, por lo que no se puede hablar del triunfo de las ciudades. No son tampoco nuestra creación, sino resultado de nuestros actos, unas veces para bien y otras para mal. Ni nos hacen “más ricos, más inteligentes, más ecológicos, más sanos y más felices”. La ciudad es sólo el más universal de los muchos escenarios en que pueden producirse esos hechos.
Vaya por delante la subjetividad de mis opiniones, pero debo advertir que el libro me ha aburrido y no me aportado ninguna idea que merezca la categoría de tal. Avisado queda el que pueda coincidir con mi criterio.
El triunfo de las ciudades. Cómo nuestra mejor creación nos hace más ricos, más inteligentes, más ecológicos, más sanos y más felices” (495 págs.) es un libro escrito por Edward Glaeser en 2011 y reimpreso en ERapña por Tautus, en uniòn con Penguin House, en 2018.

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