A estas alturas
de la historia de España, en abril del 2019, cuando nos hallamos a la espera de
unas elecciones generales, no tiene sentido descubrir ni a Sánchez Dragó ni a
Santiago Abascal. Aunque al primero le conocíamos desde hace tiempo ―se
confiesa octogenario, como yo―, el segundo, para los no enterados, es nuevo
en la plaza aunque nadie le desconoce ya hoy. Como vasco fue miembro del PP, concejal de Llodio, miembro del parlamento
vasco y colaborador de la Comunidad de Madrid en tiempos de Esperanza Aguirre.
Hoy es el presidente de VOX, donde sustituyó a Vidal Cuadras.
Quizá no
estemos simplemente ante un libro, sino ante un análisis de una situación
social. Llueve sobre mojado, pero para todos. El preámbulo del libro, del que
es autor único Sánchez Dragó, lo dice muy exactamente: ”…en la meteorología de la historia puede reinar durante mucho tiempo
la calma chicha hasta que un buen día, de repente, sopla la brisa, se hinchan
las velas, crujen las jarcias y una fuerza huracanada cambia el aire de los
naipes del destino e impulsa la flota hacia un horizonte nuevo”. Santiago
Abascal irrumpe en el escenario político (primero lo ha hecho en Andalucía) y
desconcierta a tirios y a troyanos. Hasta los expertos en demoscopia insisten
en la multitud de indecisos poniéndose así la venda antes de la herida. Ni
izquierda ni derecha se sienten con un mínimo de seguridad. Ni los votantes,
por descontado. Que comienzan por pensar seriamente en que para hacer una
tortilla es preciso romper antes los huevos.
El libro
está escrito de una forma peculiar, como lo fue su génesis. Hablan Abascal y
Sánchez Dragó y se recogen esas conversaciones. Tiene cuatro partes: la tarde
del viernes. la mañana y la tarde del sábado y la mañana del domingo. O sea, un
fin de semana. Sánchez Dragó por su parte muestra un especial propósito de
realizar preguntas incisivas, sin perdonar ningún tema por incómodo que sea. No
podía ser de otra forma si se pretendía que el libro tuviera algún valor. El
abandono del Polisario, de entrada, donde Abascal no deja de manifestar que es
una cuestión de la que no tiene el conocimiento preciso para tomar una
decisión. Es el tono general de sus contestaciones: opina cuando tiene opinión
y se excusa cuando lo la tiene.
Sánchez
Dragó, como sabe todo el mundo, es un bicho bastante raro. Abandonó el
comunismo, pero sigue confesándose amigo de un Verstrynge que recorrió el
camino contrario. Pero tiene algo de osito de peluche. No pierde la ocasión de
preguntar a Abascal si considera sagrado el tráfico de armas. Y Abascal le
contesta “No lo ponemos en cuestión. La
tuya es una pregunta de progre sesentero, Fernando. Las armas, a veces, son
necesarias para mantener la paz”. El tono desenfadado domina todas las
entrevistas. Así cuando, hablando de Fukuyama y su fin de la historia, Abascal dice
“…no sé cómo definir a ese señor”; Sánchez
Dragó salta: “Te lo digo yo: un
cantamañanas”.
En el
fondo son tal para cual. Abascal niega tener vocación política y tenerla de
guarda forestal. Se mete en política para que no lo hagan otros, y declara que lo
hace por altruismo sino por egoísmo. “para
evitar que otros vengan a arrebatarnos lo que es nuestro”. Agrega que la
política le aburre. Por su parte, Dragó, que no trata de ocultar sus ideas, se
declara defensor del plan de bachillerato de Pedro Sainz Rodríguez en el que
durante siete años se estudiaban ciencias y letras, y, luego, uno decidía.
¿Estamos
ante un ideario de Abascal o un ideario de Dragó? Es una espléndida pelea de
gallos, en la que uno disfruta, aunque sólo sea porque está lejana de esas
contestaciones tediosas, largas y oscuras en donde ni se dice sí, ni se dice no,
por mucho que se nos repita que “sí es sí”
y “no es no”. O sea, eso que ya tiene
cansado a lo que antes se llamaba “público”. Y en esa pelea —pelea, pero
amistosa— sorprende que quien habla más y durante más tiempo es Fernando Sánchez
Dragó. Digamos que no es un gran problema, porque su pensamiento tiene mucho de
peculiar y curioso, por lo que resultará atrayente para unos y no para otros.
Pero en todo caso habla más. ¿Sabemos al final más de Dragó o de Abascal? Quizá
son cosas distintas: más extremoso el primero y más profundo el segundo, lo que
por otra parte justifica que hable más el primero que el segundo. Uno vuela y
otro tiene que dar cautelosos pasos.
Resulta
imposible referirse a todos los temas abordados en esas conversaciones
Prácticamente cubren todo el espectro de la disidencia política y social de
España. No descubren muchas cosas; simplemente aclaran casi todas las que se
abordan, porque Abascal no tiene inconveniente decir en algunos temas que
carece de juicio formado.
Dragó le
espeta a Abascal tras poner en duda que sea de derechas: “Eres un conservador, pero cristiano. Yo también, pero pagano. Y sobre
todo eres Vox; un sentimiento transversal de sensatez que se planta frente a
los tirios y los troyanos en un país que la ha perdido“. Antes ha dicho ; “ser de derechas o de izquierdas ya sólo es
taxonomía arqueolóica mordisqueada por las polillas”, algo que “viene de la revolución francesa y prescribió
al caer el muro de Berlín”.
Abascal
confiesa que Vox busca la transversalidad. Afirma que “Vox no es una escisión del PP, es algo nuevo”. Da la impresión de
que evita ser tachado de simple derecha, cosa en la que coincide con los que,
en el extremo opuesto, ven en Vox la extrema derecha: o mejor la extrema, extrema
derecha. Quizá es una muestra de las profundas conmociones que sufre en la
actualidad la filosofía política que se traduce no tanto en una búsqueda teórica,
como una aparición práctica del fenómeno de la transversalidad que destruye las
viejas clasificaciones y origina nuevos populismos.
Ojeando el
libro (porque es un libro para ojear) uno extrae como clave del progreso de Vox
su reacción frente a lo que se ha venido llamando políticamente correcto. Lo
que supone por ejemplo preferir la idea de una España cristiana o romanizada a
la predominante tesis de las tres culturas.
En el libro, Abascal aclara algunas de las críticas
que se le han lanzado. Así afirma: “Nosotros
no creemos que sea necesario uniformar España ni acabar con su diversidad. Al
contario”. Esas críticas las justifica así: “Todos los progres están nerviosos con nosotros y se agarran, para
denigrarnos, a lo que pueden”. Uno añadiría que los progres y los no
progres: no se sabe cómo reaccionar ante cambios tan profundos como los que
está experimentando la sociedad, de los que Vox, como Podemos, pueden ser
manifestaciones, pero no causas. Mayor es aún la aparición de movimientos como
el feminismo radical, el animalismo o el pansexualismo. Todo asusta, aunque algunos
creen poder cabalgar al tigre. Ojo rana, al escorpión.
Estamos ante un
libro que, curiosamente, Pedro Sánchez regaló a Alberto Rivera en uno de los
debates a cuatro que se prodigaron en 2019 como resultado de diversos errores.
Sigo personalmente sin entender ese regalo. Sobre todo, teniendo en cuenta que
en él Abascal dice: “…el gran problema de
España en los últimos ciento cincuenta años ha sido el PSOE”. Se coincida o
no con esa afirmación ¿Por qué se lo regala?
Hay algo
curioso en ese ya de por sí curioso libro. Es el tratamiento de la intimidad.
Abascal no parece tener pelos en la lengua, pero hay terrenos que se los
reserva. Se confiesa católico, aunque no clerical (“Yo el papa no voy a decirte nada. A Dios lo que es de Dios y al César
lo que es del César. En lo concerniente a él prefiero mantenerme a una prudente
distancia”), pero se niega a referirse a su proceso de recuperación de la
fe. Hay un momento de descender/ascender y otro de dejar de hacerlo. Y lo
defiende, a sabiendas de que no es lo políticamente correcto. Es probable que a
otros políticos no se les haya preguntado sobre estos aspectos. Aunque quizá
sea mejor que desconozcamos el recorrido espiritual (o su vertiente religiosa,
afluente menor) de tanta gente.
Pero esa intimidad
tiene lógicamente la función de defender un reducto concreto y personal. Por lo
demás, Abascal reconoce ser disperso, detesta el correr y prefiere andar… Reconoce
incluso, al tiempo de reconocer que no sabe jugar al mus, que ”también hemos tenido que engañar con las de
los ojos a los compañeros. Si no nos creían, malo. Lanzamos, como insinúas, un
órdago, por no decir un farol, que acojonó a todo el mundo”. Se refiere a
los 19 puntos de la campaña andaluza más reciente.
No se va a
hacer aquí ninguna alusión a sus opiniones sobre los temas que ocupan a los
políticos en estos momentos: emigración, igualdad femenina, paro, corrupción,
economía, animalismo, laicismo, crisis económica, memoria histórica, educación,
asistencia médica, pensiones, nación, patria, federalismo… O de aquellos que se
dan por decididos (aunque muchos no lo estén): autonomías, intelectualidad,
terrorismo, soberanía, aborto, eutanasia, libertad sexual, europeísmo… Son temas sobre los que expone su pensamiento
―que
es el Vox, naturalmente― y que deben ser analizados por el propio lector. No
parecen, en general, ser esos órdagos a los que se refiere. Frente a la
prohibición o la total permisión, parece optar en todos por la regulación.
El libro constituye,
sin duda, una forma de conocer el pensamiento último de Abascal, más allá de
los calentones en que suelen caer los políticos en sus campañas y fervorines.
Que se basa en que son los sentimientos los que mueven a los votantes, no las
ideologías o los intereses. Un libro que parece rebosar sinceridad en este aspecto.
Uno se pregunta
la razón por la que Pedro Sánchez regaló este libro a Alberto Rivera en su
debate del día 23 de abril de 2019. ¿Lo había leído? Y uno se pregunta también
a continuación: ¿debe el lector hacer ese mismo regalo a algún conocido
siguiendo la conducta de Pedro Sánchez? Pero uno no vende consejos. Ni los pide.
“Santiago Abascal, España
vertebrada” (286 págs.) es un libro escrito por Fernando Sánchez Dragó en 2019
y publicado por la editorial Planeta en abril de ese mismo año.
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