Bernard Leblon
es un estudioso francés de la música flamenca. Lo evidencian los libros que ha
escrito sobre este tema. Probablemente, eso le impulsó primero a identificar en
los gitanos el origen de la música flamenca y de fijarse después en Andalucía
como el marco geográfico donde nace y a la que, como buen francés, tiende a
identificar con España. O sea que, de musicólogo parece pasar a historiador,
salto siempre peligroso, pero que Leblon salva con aportación de numerosos
hechos y datos. Otra cosa es que sepa interpretarlos adecuadamente y percibir
su sentido profundo.
Debo confesar
que nunca he tenido a la etnia gitana, o sea a los gitanos, como problema
vigente en España. Me sorprendió por ello la curiosa intervención de Carmen
Calvo, vicepresidenta del Gobierno español, ministra de Presidencia, Relaciones
con las Cortes e Igualdad, en la Ceremonia del Rio en el Lago de la Casa de
Campo de Madrid el 8 de abril de 2019. Lo que recorrió comentarios, titulares y
tertulias fueron frase como “Vuestro
‘gelem, gelem’ es mi himno, lo siendo con el mismo respeto que cuando suena el
himno nacional” o, dirigiéndose a las gitanas “sabéis que sois mis primas” (expresión la de ‘primas’ utilizada por
los gitanos sin correspondencia con un verdadero parentesco). La realidad es
que cuando se lee más a fondo de esa intervención se ve que lo le preocupa es
que “las gitanas tengan los mismos
derechos, oportunidades y libertad que los gitanos”. O sea, que está de
ministra de Igualdad en tiempos electorales. Los españolitos gitanos reciben el
mismo varapalo que los españolitos no gitanos.
Y así, acuciado
por la curiosidad e incentivado por la ignorancia que uno tiene sobre los
gitanos, me hice con este libro. Lo primero que uno se pregunta es por qué
precisamente se habla de los gitanos españoles y no de los gitanos en el mundo.
La razón quizá sea doble: por una parte, el deslizamiento del Leblon musicólogo
al gitanismo como presunto creador del flamenco (algo aún muy discutido); por
otra, la existencia de numerosos grupos plenamente diferenciados entre los
gitanos, siendo muy distinguible el de los gitanos españoles, los “calés”.
Los gitanos
llegan a España el año 14…. No se tienen antes noticias de ellos y en cambio se
conoce su progresión desde Asia, y probablemente desde algún punto del Punjab,
por el Cercano Oriente y por Europa. Curiosamente, el libro nos habla de los
tres cuartos de siglo en que vivieron reconocidos y festejados en España tras
su llegada, rodeados incluso de un aura enigmática y principesca (los Príncipes
del Pequeño Egipto eran llamados). La cosa terminó cuando los Reyes Católicos
iniciaron una labor tenaz de unificación de los reinos españoles de Castilla y
Aragón. En España, perfectamente identificable por su condición peninsular,
convivían cristianos, moriscos, gitanos, judíos… y resultaba preciso lograr una
unidad, cada vez más necesaria cuando se iniciaban la colonización de América y
la defensa del catolicismo en Europa.
Aunque existió
una real expulsión de judíos y moriscos cuando no se avenían a renunciar a sus
creencias o lo fingían, en el caso de los gitanos se optó por reservar la
expulsión para casos extremos, prefiriendo promover su aclimatación al entorno
social y su sedentarización, ya que el carácter nómada de los gitanos con la
secuela de su falta de dedicación profesional les convertía, al menos
teóricamente, en peligrosos para la población. Aunque en el libro esta realidad
se destaca un tanto desdibujada lo cierto es que se logró en España un alto grado
de sedentariedad, como lo prueba el hecho de ser, con mucho, el país europeo
(Turquía lo es a nivel mundial) con mayor población de gitanos. Pronto se les
atribuyó el derecho a instalarse donde quisiera y ejercer todo tipo de
profesiones. Se les dio incluso el nombre de “castellanos nuevos”, como a los
judíos conversos. Pese a lo cual seguían persistiendo las diferencias de trato
y de aceptación; todo dependía de que se produjera el contacto con un tipo de
gitanos u otro. El hecho cierto es que durante mucho tiempo el “problema
gitano” trató de ser abordado y resuelto por los gobiernos de España.
En lo que
insiste Leblon es en destacar en el carácter brutal y siniestro de las medidas
adoptadas. Raramente se llegaba a la ejecución; más frecuente era la expulsión
o el envío a América de los recurrentes; se plantearon incluso proyectos de
separación de sexos para evitar la procreación o de control de la educación de
los menores. Todo narrado muy en línea con la leyenda negra, que en este caso
era de difícil aplicación, ya que, por ejemplo, la jurisdicción eclesiástica
era protectora de los gitanos y les reconocía el derecho de asilo, de forma que
sus medidas represivas se dirigían no contra los gitanos sino contra los
cristianos que emparentaban con gitanos, hoy bendito mestizaje. La Inquisición,
así, tuvo escaso que ver, y sí lo tuvo la Santa Hermandad, responsable en
definitiva de la protección de los ciudadanos y sus bienes.
Es de lamentar
que la historia se pare realmente en el siglo XVIII. La historia que se nos
cuenta termina con el proyecto del Conde de Campomanes y Pedro Valiente, que
tras numerosas controversias que duraron años que dio lugar a la pragmática de
19 de septiembre de 1783 y que siguió teóricamente en vigor hasta 1878. Es una ley
en la que, según Leblon “no queda prácticamente
nada de las primeras propuestas de Campomanes y Cienfuegos”. Una ley que, según
sigue señalando, no está inspirada en la moral o la ética, sino en la eficacia económica
de sus medidas: “se trata de transformar una
masa de ociosos en súbditos útiles y la ley ha seleccionado los mejores medios
para lograrlo, sin dejarse entorpecer por ninguna clase de escrúpulos”.
La historia se
continúa en una segunda parte que tiene poco que ver con la primera. Incluye
sobre todo una serie de personajes escasamente importantes, ellos y las
historias que de ellos se cuentan; tras ello, se repasan una serie de pintoresquismos
con los que quiere configurar el carácter gitano y que reposan en la magia, el atuendo,
la adivinación del futuro, la buenaventura o el libertinaje sexual.
Sólo al final de
esa segunda parte se refiere, en las cinco páginas que componen un epílogo, a
la evolución del problema gitano desde los fines del siglo XVIII. Uno de los
problemas, quizá el único o el más importante, de la cuestión gitana nace del
hecho de configurar a los gitanos como etnia y, como tal, defender la
conservación de sus características peculiares (lenguaje, religión, costumbre,
atuendos) dentro de una unidad nacional de distintas características cuya población,
además, ha perdido su posible sentimiento de etnia. Uno agradece y recuerda la romanización
de Iberia.
Curiosamente
expone la creciente integración legal de los gitanos, que no solamente abarca a
muchos de los Borbones , sino que llega a la II República y al franquismo inicial,
concretamente en 1942, hasta el punto de que tiene que citar unas advertencias
internas de la Guardia Civil aconsejando que se prestara una especial atención
a los gitanos nómadas. Yo recuerdo, siendo muy pequeño y viviendo en una zona
algo alejada del centro urbano y donde aún existían los descampados, ver a las
personas mayores advirtiéndose que habían acampado en uno de esos descampados
cercanos unos gitanos con sus carretas: una carreta que yo podía ver desde
alguna de las ventanas de mi casa. Era algo así como un aviso de prevención y
cuidado. En Europa, las carretas, símbolo del nomadismo, desaparecieron en los
años 60.
Eran ya épocas
en las que, no solamente había superado de forma casi total el nomadismo
inicial, sino que socialmente la integración era casi general. Los matrimonios
mixtos dejaban de ser insólitos. La aceptación social por ambas partes era
igualmente una realidad irreversible, de forma que las historias contadas por
Leblon no dejaban sino ser historias. El ‘problema gitano’ es algo del pasado;
otra cosa es que no se pretenda resucitar. Aderezado, eso sí, por ideas. A
Bernard Leblon le sale en la conclusión con que cierra el libro el sesgo que le
afecta. No me refiero a la visión francesa del libro, donde habla de burguesía
o de Ilustración como ideas vigentes en España pese a ser muy distintas,
especialmente antes de la llegada de los Borbones. Será difícil que conozca la
idea de hidalguía. Me refiero más exactamente al hablar de sesgo al buenísmo
que encierra su libro: se minimizan los problemas generados por los gitanos no
arraigados y se maximizan los obstáculos puestos a los gitanos fomentando su
integración.
Leblon aplaude
el despertar que supuso el congreso de Londres de 1971 que marcó el nacimiento
del “zingaridad”, con su bandera y su himno. Cita a Levi-Strauss para exigir tolerancia
y generosidad. “Extraña ironía del destino,
esos hombres a los que se intentó exterminar –para utilizar el término de los legisladores
españoles y recordar una siniestra realidad cuyas humaredas oscurecen aún nuestros
pensamientos, esas víctimas de un despiadado proyecto de destrucción al que
tantas generaciones consagraron tantos esfuerzos durante cinco siglos, esos sobrevivientes
milagrosos perviven hoy dándonos una lección de dignidad y de humanidad”.
Las alabanzas
no paran: su desaparición total “no nos afectaría
nada en el plano material, pero habríamos perdido sin duda una parte fundamental
de nosotros mismos.” Frente al mundo actual “gravemente afectado por la monotonía de la norma, la robotización y la
producción en serie”, ellos mantienen el inconformismo. “Su particularismo ejemplar comienza a
aparecer como un destello de esperanza para nuestra humanidad programada, enferma
de uniformidad”. Al paso: ¿conocen la serie “Los Gipsy Kings”?
Uno se siente
bastante a gusto en ese mundo. No confunde inconformismo y pintoresquismo. No distingue
los gitanos, integrados o no; ni se siente molesto con el zingarismo. Pero teme
la aparición de un zingarismo institucional y radical al modo que han ido
surgiendo feministas radicales, animalistas, ecologistas, movimientos LGTB… Todo
con su tufillo al friquismo y vaciedad del 68. Avisados están.
“Los gitanos de España” (200 págs.)
es un libro del que es autor Bernard Leblon”. Publicado en 1985 en Francia, ha
sido posteriormente traducido y publicado en España. Tras estar agotado unos
años, la editorial GEDISA publicó en mayo de 2018 una nueva edición que es la
leída y comentada.
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