Ed Yong
pertenece a esa categoría de escritores llamados “periodistas científicos”. Nació
en 1981 y es británico. Naturalmente, ha recibido numerosos premios de
periodistas dados por periodistas.
Pocas cosas hay
tan útiles a la hora de “catar” un libro que ver sus primeras y sus últimas páginas.
En el caso de la obra de Yong destaca una bibliografía (exclusivamente de obras
en inglés) que ocupa nada menos que 45 páginas: de la 351 a la 396. Exceso de presunción
del autor y abuso del editor al que nos vende algo realmente inútil: no se explica
una bibliografía tan amplia en una obra que pretende ser de “divulgación
científica”.
No para ahí la
cosa: siguen cuatro páginas que recogen los agradecimientos de Yong a quienes
hicieron posible el libro. Son multitud, como los microbios. “Un amigo mío me dijo que un buen agente
puede dar forma a las ideas de un autor, conseguir que su libro se venda en
grandes tiradas o colaborar de forma eficaz en la promoción y la publicidad de
ese libro, pero que ningún agente es fuerte en las tres”. Yong agrega que Will
Francis lo fue, que le impulsó a escribir un libro, idea que inicialmente él
rechazó, pero que luego aceptó. “Me ayudó
a dar forma a mi nebulosa idea hasta convertirla en una sólida propuesta”.
Con la
sinceridad de la ignorancia, Yong indica que “para escribir este libro y para informar sobre los microbios durante una
década, he entrevistado a cientos de investigadores… demasiados para
enumerarlos aquí…”. Nos topamos, pues, con el divulgador divulgado. Y eso
se nota: estamos muy lejos de la persona que se siente empujada a dejar
constancia escrita de su pensamiento o de los resultados de su trabajo
personal. Aquí estamos ante una persona que trata de vender y que no va a
reparar en crear una especie de monstruo de Frankenstein. Porque las
ambivalencias, las contradicciones, las concreciones excesivas, las teorías no
comprobadas son excesivas. Recogen la diversidad de opiniones que reina en una
rama científica en continuo desarrollo.
Uno de los
defectos del libro es la excesiva “personalización” o “humanización” de los
microbios. Parece dotarlos, no ya de instinto, sino de deliberación y decisión.
Se tiene la sensación de que en cada momento están adoptando tácticas y
estrategias, aunque no se dice con qué finalidad las adoptan. En un exceso casi
literario, los microbios nos gobiernan, se apoderan no solo de nuestro intestino,
sino de todo órgano y hasta el cerebro.
Para ello
supera la distinción entre microbios buenos y microbios malos. Los microbios
para Yong son algo así como el doctor Jekyll y míster Hyde de Stevenson. Pero, así
como el Doctor Jekyll padecía un trastorno psiquiátrico, el llamado trastorno disociativo
de la identidad, los microbios cambian su actuación sin que se sepa muy bien
por qué. Tan pronto son cooperativos, como agresores. De paso puede sorprender
que no delimite claramente lo que llama microbios, que presenta o retira como
protagonistas a las bacterias o que aluda un tanto indiscriminadamente a los
virus.
Una idea
capital en su exposición es el “microbioma”, algo no constante y que es “una numerosísima serie de miles de especies,
compitiendo constantemente unas con otras, negociando con su anfitrión,
evolucionando y cambiando”. No cambian lentamente, sino que oscila en
ciclos de 24 horas; “nuestro microbioma
ha cambiado desde la última comida o desde el amanecer”. No solo cambian
los microbios, sino que nosotros mismos los transmitimos o los recibimos constantemente,
cada vez que tocamos algo, olemos, comemos, respiramos. El concepto de microbioma se extiende ahora a
las casas, a los hospitales, a los órganos, al olor corporal
Quizá la parte más
útil y atractiva del libro es aquella en la que narra cómo ha evolucionado la
ciencia en relación con los microbios. Su existencia (hasta entonces habían
sido invisibles) se descubrió por el holandés Antony van Leeuwenhoek que en el
siglo XVII perfeccionó el microscopio y tuvo la curiosidad de contemplar con él
aguas estancadas. Los microbios fueron objeto de condenación cuando en el siglo
XIX Pasteur y Koch los ligaron al origen de muchas enfermedades. Microbio se asoció
al carácter patógeno.
La redención del
microbio se debió en gran parte a Martinus Beijerink, también holandés, quien,
remontando las ideas darwinianas de la lucha por la supervivencia, desarrolló
la idea de la simbiosis, aplicable a cualquier forma de existencia. Fueron quizá
las bacterias la que libraron la lucha en favor de los microbios de los que
formaban parte. Tanto Arthur Kendall como Ilia Mechnikov, estudiando la fauna
intestinal que llevamos con nosotros, defendieron la “nobleza” de la misma,
pero mientras tanto la lista de los microbios patógenos crecía y crecía.
Lentamente fue desarrollándose la microbiología como ciencia independiente; los
microbios comenzaron a ser contemplados como colonias o conjuntos; los cultivos
fueron desplazando a la observación por microscopio. Theodor Rosebury y René
Dubos fueron protagonistas de estos esfuerzos.
Ya en los años
60 del siglo XX se da un nuevo salto al descubrirse un procedimiento de
identificación de los microbios a través de su genética. La molécula ‘ARN
ribosomal 16S’ fue la clave para ello, utilizada por Carl Woese. A ello se unió
el descubrimiento por Ralph Wolfe de los microbios metanógenos que “podían sobrevivir con poco más que el
dióxido de carbono y el hidrógeno, que ellos convertían en metano”. De paso
descubrió algo que no era bacteria: las arqueas. Con ello se ampliaba el campo
de investigación microbiológico y se inicia la exploración genética de un mundo
aún casi desconocido y la elaboración de un censo de sus habitantes.
Cuando se aborda el tratamiento
de enfermedades y plagas en el mundo animal, parece que se cambia la misma
superioridad de los microorganismos por la inmensa superioridad del investigador
humano. El ser humano pasa de ser objeto de manipulación por los microbios a
manipulador de éstos para lograr los efectos deseados. La sensación que se
obtiene es que Yong, de tanto hablar con distintos investigadores, no sabe bien
qué decir: simplemente amontona conversaciones y encuentros con unos y otros.
Los probióticos y los trasplantes
de heces son cuestiones abordadas de forma confusa. Como de costumbre, tan
pronto son soluciones brillantes como fracasos reconocidos. Lo que Ed Yong hace
en definitiva es trasladar al lector las dudas e incertidumbres que acechan a
los investigadores, su desconcierto, en suma.
Al final se transmite la idea ya
conocida de la omnipresencia de las bacterias y, más generalmente, de los
microbios. Pero esa vieja noticia no puede llenar un libro. Resulta preciso al
autor referirse a cansinas referencias personales que, en cada caso, van acompañada
de una literaria descripción. Un ejemplo: “Es
el 4 de enero de 2011. En las primeras horas de una fresca mañana australiana,
Scott O’Neill camina hacia un bungalow amarillo de un suburbio de Cairns. Lleva
gafas, una perilla, pantalones vaqueros y una camisa blanca con las palabras
‘Eliminate Dengue’ estampadas en el bolsillo”. No se crea que ahí para la
cosa, ya que nos describirá que “pasa por
un patio con flores y llega hasta donde hay una gran palmera. Su caminar es
pausado y un tanto tímido…”. La cosa sigue hasta abordar los intentos de
eliminación del dengue utilizando “el supersimbionte Wolbachia”. Siguen páginas
y páginas donde “novela” los intentos del tal O’Neill. Al final dirá: “Nuestros intentos son todavía básicos y
vacilantes y nuestra confianza, a veces exagerada. Pero el potencial es enorme”.
Pues muy bien. Al final proclamará “Es el
comienzo de una nueva era, en la que la gente estará por fin dispuesta a
abrazar el mundo microbiano”. Bonita proclama que recuerda el grito de
Scarlette O’Hara en “Lo que el viento se llevó”.
Por
descontado, Ed Yong ve y comparte la amenaza del cambio climático, la de
pérdida de la diversidad en las especies microbianas, la del contagio constante
o la de la aparición de nuevas especies patógenas.
La verdad: un libro deplorable,
que probablemente cumpla perfectamente la función para la que se escribió:
ganar dinero. La divulgación científica es otra cosa. Y, por descontado, la
ciencia avanzará. No hace falta que nos lo diga Ed Yong. Pero lo hará no por
fe, sino por trabajo y estudio.
“Yo contengo multitudes. Los
microbios que nos habitan y una visión más amplia de la vida”(416 págs.) es un
libro escrito por Ed Yong en 2016 con el título original de “I Contain Multitudes”. Se editó en España por “Debate”,
intergada en el Grupo Editorial “Peguin Random House”, en septiembre de 2017.
Como dijo aquél paisano cuando al salir de Misa le preguntaron sobre qué tema había sido la homilía; sobre el pecado, respondió el paisano; ¿Y que opinaba el cura? No parecía muy partidario....
ResponderEliminarIgualmente el comentarista don RDM sobre este libro; no parece muy partidario¡¡