Rita
Levi-Montalcini: Elogio de la imperfección
Estamos ante
una autora curiosa. Fue premio Nobel de medicina en 1986 por su descubrimiento
del primer factor crecimiento conocido, el factor de crecimiento nervioso. Sus
siglas (NGF) nos seguirán a lo largo del libro. Con ese descubrimiento puso de
manifestó que las células nerviosas sólo comienzan a reproducirse cuando recibe
la orden de hacerlo, orden que es trasmitida por las sustancias llamadas
factores de crecimiento. Pero esto no es lo que únicamente aborda en su libro.
Se trata de una
autobiografía. Larga, muy larga, porque había nacido en 1909 y murió en 2012 a
los 103 años, aunque ya sabemos que, mucho antes de esa edad, el envejecimiento
convierte a la persona en otra cosa. Pero, aun contando con ello, esa edad le
ha dado oportunidad de pensar las cosas con sosiego una vez acabada lo que puede
llamarse su vida activa. Es autora de varios libros.
Ya en prólogo de
éste nos anticipa la idea matriz de la obra: lo perfecto no necesita
evolucionar, mientras que lo imperfecto se esfuerza en hacerlo. Y lo evidencia
con dos ejemplos elementales: en el terreno técnico: la bicicleta nació
perfecta y sigue actualmente ofreciendo el mismo esquema, mientras que el automóvil
se generó en un trasto de tres ruedas y, como imperfecto que era y evolucionó y
sigue evolucionando hasta el presente. En lo biológico, nos dice, sucede igual:
el cerebro de los insectos tuvo desde muy pronto un sentido de cerebro perfecto
para las demandas y necesidades que tenía que atender y, como algo perfecto, no
tuvo necesidad de evolucionar; frente a ello, el cerebro de los primeros
homínidos era imperfecto para sus aspiraciones y desde entonces sigue tratando
de perfeccionarse a través de su continua evolución.
Pero
estamos ante una autobiografía y, cuando una persona la escribe, trata más de
contar su historia y narrar sus sensaciones que de recorrer el rastro de sus
trabajos. Por eso Rita nos cuenta cómo su vida comenzó en la ciudad de Turín y
en una familia judía. Nos describe su familia y lo que sentía hacia cada uno de
sus componentes. Los traumas de las muertes cercanas. El paisaje y el clima de
Turín en que se movía. Lo hace con un tono que revela su condición femenina a
través de una especial sensibilidad.
La
historia de su vida cede el paso en ocasiones a la narración de sus trabajos y
sus descubrimientos. Es la parte que puede ser más interesante y es de
agradecer que la exponga de la forma más sencilla posible. Sobre todo, porque,
al hilo de ello, expone no solamente una pequeña historia de la investigación
en el campo de la neurología, sino que desliza observaciones sobre el sentido
de la ciencia. Rita Levi-Montacini se nos muestra así en su perfil total de
mujer investigadora.
Los años
inciertos en los que el fascismo dio paso en Italia a un cierto antisemitismo que
fue seguido de la presencia invasora alemana son narrados desde un punto de
vista estrictamente personal, lo que corresponde a una correcta autobiografía. 1947
es un año clave. Rita titula la tercera parte del libro como “La nueva vida” Es
en ese 1947 cuando se desplaza a los Estados Unidos y se instala en San Luis,
ciudad que le resulta acogedora. Allí comenzará la parte seria de su actividad
científica. Y su referencia a la misma. Alude al vitalismo (que basa todo en la
“fuerza vital”). Se refiere al enfrentamiento de las teorías —la sopa
primordial o la panspermia dirigida— sobre el origen de la vida (a las que hoy
día hay que agregar otras). El problema, fundamental aún no resuelto lo sitúa
Rita en la conciencia: “conocer la
naturaleza de la conciencia ha sido una aspiración del hombre desde que supo
que la tenía”.
El
cerebro, nos cuenta, fue siempre un misterio hasta que la técnica llegó en
auxilio del científico: fue el descubrimiento de Golgi de colorear las células
nerviosas con sales de plata. Como suele pasar, eso condujo de manera inmediata
al nacimiento de tesis contrapuestas: la neuronal de Ramón y Cajal (cada neurona es una unidad individual que se
conecta con otras) y la reticular del mismo Golgi (sólo se reconoce una red
continua compuesta por neuronas). Digamos que la primera ganó, pero sólo condujo
a otra controversia: ¿se entienden entre sí las neuronas eléctricamente o
químicamente? Hoy se llega a la conclusión de que pueden hacerlo de las dos
formas, aunque prefieren normalmente utilizar la vía química.
Es en 1950
cuando Rita descubrió que podía cambiar el recorrido de las fibras nerviosas de
los ratones implantándolas células tumorales. La descripción de los ensayos
merece la pena de ser leída, aunque en momentos su total entendimiento sea
inalcanzable para un profano. A partir de ahí, se repetirá la abreviación NGF
(Nerve Growth Factor) para referirse al “factor de crecimiento nervioso”. El
hecho es que se había descubierto un factor secretado por las células
neoplásicas, al que se añadió pronto como competidor el veneno de las serpientes.
A llegar los 80, Rita puede afirmar que “el
NGF pasó de comparsa a protagonista del gran teatro de la biología”. En
1986 recibió el Premio Nobel. Había quedado demostrada la implicación del NGF en
la activación y síntesis de los tres sistemas encargados de la homeostasis del
organismo: el nervioso, el endocrino y el inmunitario.
Rita tiene
la virtud de mezclar historia e investigación. A la primera, que descansa en el
recuerdo, responde que se refiera reiterativamente a su joven colaborador Stan,
o su protector y crítico Viktor, o su amigo Nando. Deja al descubierto sus
errores, que achaca en gran parte a olvidos de hechos importantes pero
despreciados inicialmente. Son sus imperfecciones de las que no se arrepiente
porque aceleraron su progreso. Es el sentido del elogio de las imperfecciones
que da título al libro.
Al final
del libro nos remonta a nuestra antepasada Lucy. Y se admira de cómo el homo habilis se llegó al homo sapiens. De cómo el hombre aprendió
a comunicarse primero, a hablar más tarde y a crear la escritura por fin. Es lo
que llama la “revolución cultural” de
la especie humana. Fue posible gracias al crecimiento del cerebro, en tamaño y
complejidad. Pero destaca también que quedó fuera de la influencia de ese
proceso el sistema límbico al que Papez ha llamado “circuito de la emoción”. Es algo así como el talón vulnerable del
hombre. Sin mencionarlo expresamente, las ideas que formula Rita muestran la
huella que en ella dejó el antisemitismo nazi. En su carta final a Primo Levi,
escribe lo siguiente: “¿podemos pese a
todo alegrarnos de pertenecer a una especie tan expuesta a las trágicas
consecuencias del predominio de las facultades emotivas sobre las cognitivas?”
Al final,
Rita Levi-Montalcini narra cómo en un momento determinado “selló una alianza vitalicia ente el sistema nervioso y yo. Nunca la rompí
ni me arrepentí”
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