Probablemente
Mickaël Launey sabe lo que son las matemáticas, pero no sabe lo que es una
novela. Las matemáticas son todo menos novela (“roman” en su lengua natal).
El autor
resulta ser francés y, sobre todo, muy joven, lo que en matemáticas no es malo.
El capítulo 15 lo fecha el 8 de junio de 2012. Es el día en que va a leer su
tesis doctoral. Siete años antes ingresó en la Escuela Normal Superior de
Paris. Pero ya cuando publica el libro en 2016 tiene una larga trayectoria como
divulgador de cosas matemáticas en You Tube y materias afines, donde se
presenta como “Micmaths”, evidente acrónimo entre su nombre y su
dedicación.
Como
libro, la cosa es muy desigual. A veces muy fácil y otras, muy difícil de leer.
Entretenido en el pasado y pisando ascuas en los tiempos más cercanos. Como
ejemplo: el siglo XVI, incluido Descartes, llega pasadas las primeras 150
páginas de las 230 que tiene el contenido del libro. Galileo o Newton (es decir
la confluencia con la física), pasadas las 160 páginas. Alan Turing y la
informática en la página 210. Por la 220 empiezan a desfilar Cantor, Hilbert,
Gödel y Mandelbrot, entre otros. Recuerda la cosa a ese tradicional histograma
donde, en la vida del universo, la presencia humana representa, a escala anual,
unos pocos segundos finales. El alfabeto se inventó faltando sólo 9 segundos
para cumplir el año.
En
definitiva: no es una novela, es una historia. Una historia que, en realidad,
termina cuando aparece, brillante y retador, el concepto actual de las
matemáticas. Eso explica que Launey inicie el libro con un desconcertante
relato sobre las cenefas de las vasijas antiguas, algo inesperado para el común
de los lectores. No deja de ser el camino por el que llegará hasta el
descubrimiento del número, lo que tiene lugar cuando éste se desliga de los
objetos que cuenta: “para contar ocho
ovejas, ya no se utilizan ocho símbolos que designan una oveja, sino que se
escribe el número ocho, seguido del símbolo de la oveja”. Cosa de los
mesopotámicos, sobre todo. Es cuando considera Launey que nace la matemática.
Luego
vendrán los sistemas aditivos y posicionales para incrementar el valor de los
números. Pero, sobre todo, aparecerá Grecia y con Grecia, la pasión por la
geometría y apoyada en un único instrumento: la cuerda. Y será Tales quien
dotará a las figuras geométrica la categoría de objetos matemáticos abstractos.
Algo parecido a los que sucedió con los números. Aquí, Launey introduce una
útil referencia a conceptos básicos: los teoremas, los axiomas, los postulados,
las paradojas. Y luego viene la apoteosis: el numero pi. O sea, π.
De alguna
forma, aquí se produce un cambio en la orientación del libro: el número pi,
además de poseer características extraordinarias es un número buscado por
muchas civilizaciones. Eso permite que comiencen las referencias a la india, la
árabe, o la oriental, todas, a estas alturas, preocupadas por las matemáticas.
Y, al mismo, tiempo que comiencen a proliferar los nombres de las personas que
han ido logrando avances, grandes o pequeños, en las matemáticas. Launey
acompaña esa referencia con unas breves referencias biográficas que al mismo
tiempo que son útiles no dejan de distraer la atención del lector. Recuerda
mucho a una guía telefónica en ocasiones.
Destaca la
atención prestada a la civilización árabe. Y la pregunta que internamente se
hace el lector es saber por qué una civilización tan activa en este campo deja
de serlo al cabo de los siglos. Su decadencia se inició ya en el siglo XIII.
El cero de
los indios, definido por Brahmagupta, abre el campo a los números negativos. Y
Al-Juarismi en Bagdad abre a su vez el terreno del algebra. Eso sí, en un libro
que se llama ”Libro de la suma y resta
según el cálculo indio”. Mientras Europa duerme el medioevo, entre pestes y
guerras, sin ofrecernos nada más que personalidades peculiares como la de
Fibonacci, cuyas sucesiones siguen resonando de forma tan intensa como la campana
de Gauss. Hasta el bolsista ha buscado su inspiración.
A partir
de aquí, las personalidades ocuparán el primer plano en el libro. Tras
Tartaglia y Cardano, Rafael Bombelli sugiere que las raíces de los números
negativos pueden dar lugar a la presencia de una nueva categoría: los números
imaginarios. Es un momento en el que, como señala Launey, la utilidad que había
sido la finalidad primordial de la matemática encuentra una compañera: la
belleza.
Por encima
de ello, se destaca la importancia de las bibliotecas, de las traducciones, de
la supresión de las normas que vetaban la difusión de las ideas… Lo acompaña un
afán simplificador: se introducen los signos de las operaciones (+, -, x) y se
adoptan normas para designar constantes (a, b, c) e incógnitas (x, y, z) en el álgebra.
Las matemáticas se abrazan con la física y se muestran, menos como creación
humana y más esencia del mundo físico y natural.
A partir
de ahí, el crecimiento del mundo matemático va a ser imparable, hasta hacerse
excesivo para una sola persona. Tiene ya demasiadas ramas y son tan complejas
que obligan al experto a reducir su campo de actuación a algunas de ellas.
Hay algo
que llama la atención: la ausencia total de España en el libro. Digamos más
bien que de españoles, porque tanto Córdoba como la escuela de Traductores de
Toledo contaron con buenos matemáticos (no me he parado a buscar lo que pueden
ser citados en el libro). Matemáticos hubo más tarde, pero ninguno logró
descubrimientos que le elevaran a una fama internacional. Me temo que los
españoles estamos a otras cosas.
¿Sigue el
autor el camino correcto en su libro para conseguir lo que persigue con él? Si
pretende entretenimiento, lo consigue en parte, pero le sobran muchas
disquisiciones de cierta complejidad. Si pretende enseñanza, le sobra
dispersión y le falta profundidad. La cosa tiene remedio cuando lo que pretendemos
es entretenernos y, al mismo tiempo, aprender algo. Lo cierto es que el libro
nos sorprende muchas veces con aspectos desconocidos. O nos aviva ciertas
nociones que caminaban hacia el olvido.
En definitiva:
los libros hay que tomarles como son. Casi tendríamos que adoptar el inverso
del famoso aforismo de Gracián y decir que no hay libro tan bueno que no tenga
algo malo. Con esto no pretendo elevar al summum
la bondad al libro, sino evitar ensañarme en algunas cosas que a unos parecerán
criticables y a otros, no.
Mickaël Launey: “La gran novela de las matemáticas: de la prehistoria a
la actualidad”. El libro se publicó en Francia por Flammarion en
2016. La traducción española, de Pablo Hermida Lazcano, fue editada por Paidós
en 2017
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