Abellán es
sobradamente conocido. Partiendo del periodismo, desembocó en la criminología
donde se encuentra como pez en el agua. La voz le acompaña y le hace
reconocible en las radios; el efecto aumenta en las televisiones al ofrecer una
imagen amable y sedante. Su última deriva le ha hecho orientarse al análisis de
los crímenes históricos. Fue primero el asesinato de Prim; de ahí ha saltado a
este otro caso: Mateo Morral.
La tesis
que Abellán va a mantener a lo largo del libro es simplemente la de que se nos
ha ocultado la verdadera historia de Mateo Morral. La complica cuando, en términos
generales, nos revela cómo los ministros de Interior que han fracasado en su
misión de protección han terminado ascendiendo incluso hasta la Jefatura de
Gobierno. Y cita a Segismundo Moret, a Bugallal (Dato), a Cos-Gayón (Cánovas),
a Barroso (Canalejas) y a Arias Navarro (Carero Blanco)
¿Qué sabía
yo de Mateo Morral antes de abrir el libro? Simplemente que atentó contra
Alfonso XIII el día de su boda, el 31 de mayo de 1906, que se dio a la fuga y
fue detenido en Torrejón de Ardoz. Otras personas podrán agregar algunas cosas,
pero pocas más. El siglo XIX y el primer tercio del XX fueron un punto ciego de
nuestros estudios. Ahora viene Abellán y tira una piedra al agua. O dos,
teniendo en cuenta que antes había estudiado el asesinato de Prim.
No se
trata realmente de un libro al uso. La relativa brevedad del contenido (ee todas
las formas, más de 240 paginas) se compensa con un juego de ilustraciones que
agregan al aire de la época un intento de evidenciarlo empleando tonos propios
de los daguerrotipos. El resultado es positivo. En ocasiones, por el maquetado,
recuerda al viejo “El Caso”, pero lo aparta de él el modo peculiar de
manifestarse que tiene Abellán, alternando la profundidad de fondo con la
superficialidad del tono.
Todo
comienza con el encuentro que tiene el autor con el sumario del juicio seguido
tras el atentado de Mateo Morral. Ha pasado más de un siglo y lo encuentra
manejado y mutilado, algo que pone de manifiesto una cierta manipulación.
No se puede
olvidar que la primera mirada debe fijarse en el personaje: Mateo Morral. Lejos
de ser el anarquista que encaja con nuestro paradigma de tal, es un catalán nacido
en Sabadell, procedente de una familia pudiente, instruido y viajado, que gusta
vestir bien y no se priva de placeres. Uno de éstos parece ser el sexual ya que
una de las denuncias del libro es que estaba pasando por unos momentos amargos
en los días del atentado como consecuencia de unas purgaciones adquiridas días
antes del mismo y a las que se ha achacado el fallo en el lanzamiento de la
bomba. Así que no es el tipo de anarquista en que pensamos, sino uno muy
distinto, pero animado del mismo ánimo y espíritu del anarquismo.
La historia,
la versión oficial, nos dice que desde una pensión situada en un cuarto piso
arrojó una bomba cubierta por un ramo de flores al paso de los reyes, que fue
detenido en Torrejón de Ardoz por un guardia de una finca cercana, que mientras
caminaba encañonado por éste, se volvió y le mató con una pistola que llevaba
escondida y que, pocos metros más adelante, volvió la pistola contra él y se
disparó. A lo que sabíamos de Morral se añade algo en esa historia: que se
suicidó. Y ahí salta la liebre. A Mateo Morral se le hacen varias fotografías post mortem, una de ella como si leyera
un libro, al estilo de Palermo. Aparece en una de ellas mostrando el agujero
del disparo en su pecho. Y ese agujero ni está de acuerdo con las dimensiones de
la bala teóricamente disparada, ni muestra ser producto de un disparo próximo
al pecho. Para colmo, oficialmente se indica que el disparo se produjo en la
parte izquierda del pecho y sobre la tetilla, cuando es justamente lo
contrario. No en balde, la portada del libro refleja esa fotografía,
demostración inequívoca de la realidad.
Dejando a
un lado las importantes denuncias de irregularidades, Abellán nos sumerge en el
clima de aquellos años. Para ello repasa a los políticos, singularmente a
Segismundo Moret y al Conde de Romanones (por cierto, Presidente del Gobierno y
Ministro del Interior respectivamente el día del atentado). Siguen figuras
peculiares y un tanto siniestras como los anarquistas José Nakens y Francisco Ferrer
Guardia. El primero le proporcionó un lugar para pasar la noche siguiente al
atentado; el segundo le permitía, como colaborador y bibliotecario, pasar
temporadas en la Escuela Moderna de la que era fundador.
Los que
tampoco se libran de esa semblanza son ciertos escritores. Son Pío Baroja, Valle
Inclán y Julio Camba. Este último, incluso, cenó con Mateo Morral la víspera
del atentado. Todos eran conocidos de Mateo Morral y sus aledaños anarquistas.
Más aún: una vez muerto Mateo Morral no dejaron de dedicarle palabras elogiosas,
cuando no poemas. El colmo —nos lo recuerda Abellán— tiene lugar cuando,
durante la II república, el nombre tradicional de la Calle Mayor de Madrid pasa
a ser el de Calle de Mateo Morral. Eso revela el clima de exaltación heroica de
que es objeto este anarquista de familia acomodada y que viste como un pincel.
Que, por cierto, ya había fracasado un año antes atentando contra Alfonso XIII
en París, cuando era acompañado por el presidente Loubet.
Como
sucede en estas cosas, tanto equívoco, tanta ambigüedad, tanta mentira, tanta
ocultación y tanta exaltación conduce a pensar en que no estamos ante un hecho
aislado, sino ante un concierto de voluntades. Eso es lo que hace Abellán. Apunta
la búsqueda de esas personas que han rodeado de manera extraña a Mateo Morral:
fija su número en cinco personas e incluso apunta sus perfiles.
No para
ahí: alude a intentos de desviar la sucesión de la corona. Alfonso XIII aún no
tiene descendencia y su carácter autoritario hace pensar a algunos en la figura
de cuatro años, su sobrino. Una hipótesis que hace subir de nivel las sospechas
y que ofrece explicación a muchas cosas, silencios y desganas.
La que
sale malparada de todo esto es España. No es culpa del autor, que solo actúa de
retratista y que no puede ocultar ni la falta de previsión que existió ni la ocultación
de datos que, tras el presunto suicidio, se llevó a cabo. Pero el retrato sale
feo, oscuro y hasta siniestro. Lo que, por otra parte, era esperable teniendo en
cuenta el asunto abordado. Políticos animados de objetivos más bien inconfesables;
intelectuales y escritores mitificando a quienes son autores o han colaborado
no sólo en un atentado fracasado, sino en la muerte de 25 personas inocentes y
más de cien heridos. Dos años después se erigió en Madrid un monumento en su
recuerdo. Desapareció durante la Guerra Civil.
El hecho
cierto es que parece evidente e incontestable que el terrorista no se suicidó,
sino que fue abatido a unos veinte metros por un disparo de escopeta, probablemente
del tipo Winchester, y en una finca llamada Aldovea y que era propiedad del
hermano del Conde de Romanones, hecho que también se ocultó. Queda inexplicada
la forma en que Mateo Morral pudo salir de la casa de la Calle Mayor número 88
o cómo fue detenido en el Ventorro de los Jaraices.
Abellán
afirma que “nunca se depuraron responsabilidades
a pesar del gran fallo de seguridad que permitió la impunidad de criminal y sus
cómplices hasta que actuaron y luego desparecieron para siempre dejando ocultas
las intrigas de la trama”. Antes ha insistido en la idea de que “hoy día sabemos que el lobo solitario no
existe, porque cada lobo terrorista tiene siempre su coartada de apoyo”.
Eso debe
añadirse a un hecho incontestable: Mateo Morral no se pudo suicidar con una
pistola como lo evidencia el agujero de bala que un disparo dejó en su pecho. La
versión oficial no es cierta. Sin querer, se tiende a pensar en otro extraño
caso de presunto suicidio de inexplicable explicación, como es el que tuvo
lugar en Leganés el 3 de abril de 2004, que puso prácticamente fin a la
investigación de lo sucedido el 11 de marzo de 2004 en los trenes de cercanías
de Madrid. En ambos casos, la justicia declaró probada la existencia de los
suicidios.
Es un libro
que merece la pena de ser leído. Queda la pregunta final de Abellán: “Pero ¿quién mató al regicida Mateo Morral?
Tal como ha se ha demostrado, el hampa formada por la masonería, el anarquismo
y la corrupción. Una mafia que sigue teniendo éxito hoy en día”.
Un último
reto: la mención que se hace en la página 235 de la frase que la reina Victoria
Eugenia reveló cincuenta y ocho años después: “El peligro está en las flores”.
El libro, “El reo asesino. Morral.
El falso suicidio del hombre que atentó contra Alfonso XIII”, ha sido escrito
por Francisco Pérez Abellán y se ha publicado en junio de 2017 por la editorial
Poebooks.
Interesante comentario a un libro sin duda interesante.
ResponderEliminarEs curiosa esta figura del comentarista de otro comentarista y que recuerda al crítico de las críticas de otro.
Recuerdo que Alfredo Marqueríe, el gran crítico teatral de ABC levantaba grandes polémicas entre sus lectores, la mayoría de los cuales no habría acudido a ver obra teatral que Marqueríe comentaba.
Yo no he leído este libro, cosa que probablemente haré, pues el tema del "suceso" me apasiona y sigo a Abellan en sus comentarios en prensa, radio y TV, concretamente el programa "detrás de la verdad" de 13tv.
Muy buen comentario y exhaustivo.