jueves, 18 de mayo de 2017

De lo que va la cosa: a modo de presentación



Al abrir este blog tengo por objetivo uno muy humilde: partiendo de la lectura de libros trato de reflejar no tanto una crítica al libro mismo, como los aspectos del mismo que han llamado mi atención. Aspectos que, básicamente, se reparten en ideas y recuerdos.

En mi lejana juventud, en los días de televisión única y en blanco y negro, había un programa que se llamaba “Tengo un libro en las manos”. Lo presentaba, con un cierto aire cansino y desbordante de comprensión, Luis de Sosa, catedrático entonces de Teoría Política de la Complutense. Ese recuerdo lo tomo como referencia a imitar y espejo de talante a mantener.

Sin embargo, puedo añadir ahora una cierta independencia respecto a lo que puede ser un programa en una televisión única y oficial. Los libros a los que me refiera son los que haya leído, sin pretender ninguna labor pedagógica y proselitista. NI siquiera se tratará de referirse a ellos para calificarlos de buenos o fallidos; se les tomará como son. Lo cual no implica que no se denuncien sus defectos o se alaben sus virtudes.

Sería necio el citar ahora el famoso dicho de que “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno” que, si pudieron decirlo los Plinios, viejo y joven, lo popularizó definitivamente Cervantes en boca del bachiller amigo del Quijote en su primer libro y que repitió en el segundo. Ni a eso pretende llegar este blog: a distinguir lo bueno y lo malo. Probablemente lo sentiré como una cosa u otra, pero no se trataré de juzgar y menos de pontificar.

Ello no impide, sin embargo, que pueda manifestarse que se disiente de unas tesis u otras. Uno distingue lo que es ciencia y lo que es opinión, para respetar la primera si estima que existe y permitirse disentir de la segunda si lo considera conveniente. Claro es que, en terrenos de opinión, uno tiene sus ideas, fruto de experiencias y meditaciones, y se apega a ellas porque no dejan de ser la recolección de las ideas que ha valorado en su vida tras contrastarlas con la realidad vivida.

Uno es viejo. ¿Es eso un problema? ¿O simplemente una tara? Uno se reconforta pensado que no, pero admite las dudas ajenas. En cualquier caso, tiene una cierta ventaja: si tratamos de presentar las ideas que sorprenden a uno en la lectura de un libro, una larga experiencia (llamando pudorosamente así a la vejez) no deja de ser una gran ventaja. Un viejo tiene ya pocas oportunidades de las que sorprenderse.

Hay algo que advertir: la elección de los libros que se comentan no responde a criterios preestablecidos de ningún género. Son libros que he encontrado en escaparates, en las tiendas de El Corte Ingles, de la Casa del Libro, de Amazon o de mi barrio. Me he dirigido a ellos ―es decir, los he comprado― porque simplemente me atraían. En no pocas veces, la elección respondía a una recomendación o una recensión encontrada en una revista o escuchada en una radio. Cosas que en unos casos empujaban a comprar y, en otras, a abstenerse de hacerlo so pena de incurrir en una simple pérdida de tiempo y dinero. En eso sì que quedaba una cierta huella personal.

De esta forma no se trata tanto de repetir lo que los libros dicen, como de expresar lo que los libros no dicen, pero que a uno le dicen. Y con ello no se trata de acusar una insuficiencia de sus autores; esa insuficiencia puede estar presumiblemente quizá en nosotros, sorprendidos por cosas o aspectos en los que no habíamos reparado hasta entonces y que la lectura de sus libros nos ha evidenciado.

Todo conduce a una afirmación obvia: lo que refleje en este blog se hace desde la mayor humildad. Los autores estarán siempre por encima, aun equivocados, por el peso de su pensamiento y su autoría en algunos casos o por el simple hecho de haber logrado editar su libro, que no es poco aunque sea demasiado en algunos. Frente a ellos, uno no es nada. Salvo una cosa: una simple impresión personal  que, de antemano, se somete a cualquier rechazo o crítica.

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