jueves, 25 de mayo de 2017

Lisa Randall: La materia oscura y los dinosaurios

Acantilado es una editorial que en 2016 ofrece al lecto en español el libro escrito un año antes por Lisa Randall, una importante “física teórica estadounidense, especializada en la física de partículas y cosmología”. Así la describe la Wikipedia que también nos informa que formuló, en unión a Raman Sundrum, el llamado modelo Randall-Sundrum. El cual “dentro de la cosmología de branas, es una ideación que describe el universo con más dimensiones por medios de una geometría alabeada o deformidad. Más concre-tamente, nuestro universo es un artiespacio de sitter de cinco dimensiones y las partí-culas fundamentales, exceptuando el gravitón, están ancladas a una 3-brana”.

No quiero asustar a nadie con esa cita, pero no deja de ser un anticipo el tono del libro. Lo reproducido revela que se está ante una autora de importancia y que su libro es de una gran solidez y difícil de llegar al lector común. La autora dedica páginas a analizar y discutir aspectos metodológicos que revelan la cautela con que se mueve en su investigación.

Todo gira en torno a la materia oscura, tan abundante como desconocida y a la que Randall concibe como responsable, entre otras muchas cosas, de la extinción de los dinosaurios. Nos pasea por los problemas actuales de los cosmólogos y termina apoyando, entre dudas, la teoría de la “materia oscura parcialmente interactiva”. La obra desborda claramente al lector medio y al entendido que no sea especialista y, al menos al primero, simplemente le lleva a un escenario ante el que siente vértigo. No es culpa de Lisa Randall, es que es inevitable el vértigo.

Como el propósito de blog no es tanto criticar obras literarias o científicas, sino reflejar las impresiones que se han obtenido con su lectura, en este momento me referiré solamente a dos cuestiones absolutamente marginales que han llamado mi atención.

La primera de ellas es la referencia a las grandes extinciones de animales que se han producido en el pasado. Todo el mundo conoce la que se llevó por delante a los dinosaurios, pero suele desconocerse las anteriores. Dos paleontólogos de Chicago, Sepkoski y Raup, han catalogado 5 grandes extinciones y 20 menores. En su estudio se limitaron a una cierta etapa temporal: la de los últimos 540 millones de años. La primera extinción tuvo lugar hace 450/400 millones de años. En dos etapas extinguió el 85% de la vida animal (entonces exclusivamente marina). Curiosamente la primera etapa se debió a un enfriamiento de la temperatura y la segunda, a su posterior calentamiento. Los pobres animales no pudieron adaptarse a tanto cambio. La segunda extinción empezó hace unos 380 millones de años y duró unos 20 millones. La extinción afectó a la fauna marina y los primeros animales terrestres. La tercera extinción tuvo lugar hace 250 millones de años y fue la más devastadora: desaparecieron al menos el 90 por 100 de las especies y probablemente más. Hasta los insectos la sufrieron. La cuarta extinción se produjo hace unos 200 millones de años y se llevó consigo al 75% de las especies aproximadamente. Afectó fundamentalmente a la fauna marina y se atribuye al inicio de la grieta volcánica que se produjo en el Atlántico. Fue una extinción que dejó como dominadores a los dinosaurios.

A éstos, a los dinosairios hoy tan queridos por los niños, su San Martin les llegó con la quinta extinción, producida hace unos 66 millones de años. Aunque los dinosaurios fueron los grandes protagonistas de la extinción, el hecho cierto es que en ella desaparecieron las tres cuartas parte de las especies animales y la mitad de los géneros de organismos vivos. Ahora los ganadores fueron los grandes mamíferos y la causa, la caída sobre la tierra de un norme “meteoroide”.

Recuerdo que hace tiempo leí en algún libro que actualmente únicamente so-breviven el 1 por 1.000 de las especies que ha existido. Si tenemos en cuenta los facto-res de destrucción y extinción que hemos visto, la cifra no parece incorrecta. Tomando los porcentajes de las especies que sobrevivieron en cada extinción, no encontraremos con que de 10.000 especies que existieran antes de la primera, únicamente sobrevivirían tras la quinta 4,6875 especies, o sea, menos de cinco de las que iniciaron la vida animal, es decir menos aún de la proporción del 1 por 1.000 aludida.

Pero, teniendo en cuenta que esa extinción tuvo lugar hace 66 millones de años, es obvio que la naturaleza había tenido tiempo de crear otras muchas especies. De crear y de destruir, naturalmente. De crear hasta lograr nuevamente grandes poblaciones de nuevas especies que, a su vez, serían exterminadas en parte brutalmente en la extinciones y pausadamente en el simple transcurso de los siglos, medidos estos en millones.

 Lisa Randall se refiere a continuación al hecho de que muchos científicos proclaman que estamos viviendo una sexta extinción masiva, ésta de origen humano. Ni lo afirma, ni lo desmiente. Agrega datos como el que, en los últimos 500 años, se han extinguido 80 especies de mamíferos de los 6.000 existentes. O que el ritmo de extinción de algunas especies se ha multiplicado alarmantemente. Y se preocupa por la pérdida de los índices de biodiversidad.

Uno confiesa que abomina la oleada de autoculpa que se está descargando sobre la especie humana. Una obra de los llamados “culpabilizadores” que, según los psicólogos, buscan con ello una sumisión de los culpabilizados que permita el ejercicio del poder y el manejo de la sociedad. Es cierto que hay especies animales que desparecen y en algunos escasos casos la causa es el hombre (nadie sin embargo desea que se prohíba el DDT y convivamos con las inocentes moscas), pero se olvidan otros factores: por una parte el hombre genera nuevas especies y la naturaleza, por otra, genera también nuevas especies de forma constante, adaptadas a las nuevas realidades (que se lo digan, por ejemplo, a las bacterias resistentes a los antibióticos). Nadie recuerda las seis especies de homínidos que desaparecieron hace siglos, sin apenas la excepción de los más cer-canos, los neandertales. Curiosamente, culpándose de la extinción de las especies olvida que el homo sapiens es a su vez una especie que puede ser objeto de extinción (tema favorito de ciertas películas de la serie B sobre plagas y virus, siempre con final feliz, claro). Lisa Randall no deja de criticar esta postura y califica de “optimistas” a los que la mantienen. Pero termina admitiendo que “las consecuencias de los cambios que estamos induciendo actualmente podría ser al final beneficiosas en sentido global”.

La segunda cosa de la que me enterado leyendo este libro es de la existencia de los llamados ciclos de Milankowitch, un geofísico y astrónomo serbio que desarrolló esta teoría estando prisionero durante la primera guerra mundial. Milutin Milankowitch se preocupó de las variaciones climáticas y las atribuyó a las variaciones de la excentricidad órbita, de la inclinación axial y de la precesión de la tierra. Resulta claro que el cambio climático ha existido siempre, pero solamente ahora se culpa de él al hombre.

La referencia que se hace en el libro a los ciclos de Milankowitch es pasajera, ya que e trata de unan teoría  que conduce a ciclos de periodicidad de 20.000 a 100.000 años, mientras Randall está centrada en otros ciclos muchos más largos, detectables según sus investigaciones a través del estudio de los cráteres dejados por colisiones de cuerpos procedentes del espacio. Su obsesión en defintiva está en la búsqueda de ciclos temporales que permitan anticiparse a los acontecimientos. Pero al hilo de todo ello descubre que el cambio climático, además de existir, puede deberse a muchas razones como la influencia de la actividad solar, los cambios históricos conocidos o la misma variabilidad esencial del clima coincidente con la variabilidad que presentan tantos aspectos del mundo fisico. Hay que recordare tambien los errores y mentiras tipicas de los "culpabilizadores" como el del agujero de la capa de ozono. Repitiendo la broma gastada en 1996 por Alan Sokal, Peter Borghossian y James Lindsay, firmando con nombre supuestos, han conseguido también la publicación de un artículo en una revista científica postmoder-na en el que sostiene que el pene está detrás de gran parte del cambio climático. Lo cuenta Daniel Rodríguez Herrera el 22 de mayo de 2017 en Libertad Digital.

Los que los ciclos de MIlankowitch nos muestran es que hay variaciones que pueden explicar el cambio climático, sin recurrir a la influencia antropogénica que invocan los “apocalípticos” de turno. Su cita permite conocer la influencia de tantas causas como las que pueden existir. Resumiendo: las dos cosas a las que se ha hecho alusión muestran de alguna forma lo que subyace en el libro: la inanidad de la humanidad frente a la realidad cósmica y la fragilidad de sus conocimientos. Cuando hablamos de distancias que se miden en millones de años luz o de acontecimientos que se separan de nosotros por tiempos que requieren también medidas increíbles para reflejar, por ejemplo, lo que separa nuestro ahora del Big Bang, resulta simplemente ridículo referirse a “nuestro siglo” como dirían los clásicos: no más de siete son de los que tenemos una historia no debida a los arqueólogos.

El libro de Liza Randall, en este sentido tiene una primera parte muy ilustrativa. Los que somos mayores, podemos olvidar casi en su totalidad lo que aprendimos sobre el cosmos más allá del sistema solar. Aunque eso mismo sucederá a los que ahora están recbiendo clases en las escuelas. Simplemente en referencia a nuestro sistema solar (llamando "nuestro" al que nos enseñaron), el actual cambio es total. No sabíamos nada de la nube de Oort o del cinturón de Kuiper, que, al parecer, ahora resultan ser importantísimos. Lo cierto es que a nuestros nietos les siguen enseñando nuestros viejos planetas, aunque con más colorines y dejando a un lado a Plutón al que, ante nuestras narices, le dieron de alta y de baja poco después. En todo caso estamos ante un libro que merece la pena, porque supone una imporante cura de humildad para la persona y deja al aire nuestra ignoracia colectiva.

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