Juan Eslava Galán es un escritor
andaluz y enamorado de AndalucÃa que, no obstante, se evade de esas afinidades
para abordar otros muchos géneros. El más destacado quizá es el de historiador
“para escépticos”. Él mismo lo es. Escéptico; porque más que historiador es
contador.
Su gran descubrimiento es el estilo. El estilo
es la forma de contar las cosas. Se puede ser solemne, conciso, crÃptico,
farragoso, superficial, sonoro, plúmbeo, delicuescente. Eslava Galán ha creado
un estilo propio.
Por descontado,
no voy a definirlo. Quien quiera conocerlo tiene un buen número de obras para
hacerlo, especialmente en la serie aludida de las historias para escépticos. Si
una persona pretende triunfar escribiendo lo primero que tiene que hacer es
buscar un estilo, aunque eso sólo será un primer paso, ya que más tarde tendrá
que emplearlo para decir algo interesante con él. O sea, algo muy complicado.
Con ese estilo
Eslava Galán ha recorrido la reciente y menos reciente historia de España con
su guerra civil y su postguerra incluidas, la del mundo mundial, la de las dos
grandes guerras mundiales. Hasta cierto punto podrÃamos decir que ha ido perfeccionando
ese estilo, es decir haciéndolo más propio y personal. Lo que siempre pasa por
un desprecio ―o al menos un desconocimiento― hacia lo canónico.
Como corresponde
al espÃritu de este blog no voy a iniciar una crÃtica literaria, ni otra histórica,
ni nada parecido. Ni siquiera me perderé en formular opiniones para luego
defenderlas. Trato únicamente de reflejar las ideas y reacciones que la lectura
de un libro me ha producido. Lo inmediato es dejar constancia de que me ha
entretenido y me ha contado cosas. PodÃa conocer borrosamente a Kerensky, pero
confieso que no conocÃa a Stolypin. Todo eso en un escenario tan complejo y difÃcil
de interpretación como ha sido siempre el de Rusia.
Y asà resulta
que la lectura de este libro me ha conducido por ejemplo a una cierta
familiaridad con el zar Nicolás II, su familia, sus parientes, sus conocidos.
Con sus debilidades e insuficiencias. Probablemente, los personajes están un
tanto caricaturizados, pero muchas veces la caricatura supera, como elemento
descriptivo, a la simple fotografÃa. Eso mismo pasa, por ejemplo, con la
manoseada figura de RasputÃn o de Yusupof.
Una de las cosas
que el libro deja a las claras son las dos revoluciones que realmente tuvieron
lugar en la Rusia zarista: la de 1905 y la de 1917. La primera engendró la
segunda y la segunda fue raptada por Lenin. Eslava Galán deja con claridad los
caldos de cultivo en que se movieron: la esperpéntica sociedad clasista rusa y
los pobres resultados de la guerra con Japón en el primer caso y el hambre y la
guerra europea en el segundo. Sorprende que junto a las razones económicas se
recuerden aspectos que afectan a los sentimientos nacionales.
También se nos
va a narrar como fue curiosamente fue Alemania la que financió y alentó a Lenin
facilitando su regreso hasta la famosa Estación de Finlandia. Toda la narración
va a estar siempre respaldada por la referencia a los caldos de cultivo que
permitieron la revolución. Una serie de factores que las historias
tradicionales o prácticamente silencian o tratan con una solemnidad que impide percibir
la realidad de los hechos, todos más simples de las explicaciones pomposas a
que estamos acostumbrados.
Es posible que
a la narración de Eslava Galán no se la pueda llamar historia, pero lo cierto
es que, con su estilo, especial nos hace llegar el sentido de la historia y en
definitiva sus mecanismos. Y, en cualquier caso, provoca la sensación de que aumenta
nuestros conocimientos de una historia que por cercana y controvertida no
llegamos a estudiar en su dÃa.
Y es el momento
de preguntarnos: ¿por qué nos atrae más una historia contada con ese estilo
frente a otra que no nos resulte tan fácil, tan divertida para ser más claros?
La contestación es clara: esta historia nos acerca a una realidad, pero si
queremos conocerla más precisamente hay que recurrir a otras fuentes, aunque sean
más aburridas menos entretenidas. Hay sin embargo algo más peligroso, con su disfraz
blanco de ovejitas pueden estar escoradas al máximo. Algunas atufan; otras no
tanto.
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