Me topé con
esta segunda parte de “1492” cuando acaba de colgar en este blog mi comentario
a la primera de las partes. La lectura del segundo de los libros parece que
corrobora mi opinión de que el principal objetivo de Cristian Rodrigo Iturralde
no es otro que poner coto al indigenismo creciente. Indigenismo que se basa fundamentalmente
en creer en una cultura precolombina justa, humana y original que fue destruida
por la llegada de los españoles. Una reacción justa y elogiable a la vista de
las corrientes indigenistas al uso, que al tiempo que describen una sociedad
justa e inocente, se ven obligadas a renovar la vieja leyenda negra para lograr
un adecuado sentido de victimismo.
Frente al primero
de los tomos que componen esta obra, esta segunda parece ser simplemente una
adición a la primera en la que se muestran los hechos que permiten hablar con
fundamento de barbarie como calificativo adecuado para las culturas precolombinas.
Con ese repaso no se hace sino insistir en la crueldad y el sadismo que
rodearon esas culturas en general, aunque ampliándolo a terrenos distintos como
el sexual. Sin embargo, brevemente y en su capitulo VII, el libro aborda un
tema concreto: “¿Qué cambió con la llegada de España y los misioneros?”
Con él establece una plena continuidad con el espíritu del primero de los tomos
que componen la obra, que se continúa con el llamado “epílogo galeato”. Su última
frase, separada y en negrita, como un grito, sorprende viviendo como viene de
un argentino: “Santiago y cierra España”
América es un
continente muy extenso. Demasiado para considerar la existencia de una única
cultura; la realidad de diversas culturas se impone y el libro aceptará esa
realidad, pormenorizando el distinto trato que merecen las culturas de los
imperios que el tomo primero ha descrito; no sólo eso: tendrá muchísimas ocasiones
de descender a culturas locales y tribales. Eso sí, siempre apoyándose en
múltiples fuentes de la época o posteriores que confirman esos vicios
precolombinos. La forma pormenorizada con que se refiere a las distintas tribus
y etnias es realmente elogiable.
Sucesivamente
se dedicarán sucesivos capítulos a estos vicios: a) Trepanaciones; b) Mutilación
genital y Castración; c) La mujer indígena; d) Sacrificios Humanos; y e)
Antropofagia y Canibalismo. Obra de los españoles fue el tratar de erradicar esos
“malos usos”, algo que realmente consiguió al acabar con “las bestialidades
practicadas frecuentemente y en forma generalizada por gran parte de las
distintas culturas indígenas americanas”. Lo que Rodrigo Iturralde denomina
simple parte del paso de la barbarie a la civilización. Que como es lógico
tiene dos partes, la eliminación de la barbarie y la transmisión de la
civilización.
Obviamente la
descripción de la barbarie requiere referirse a actos realmente repugnantes. El
autor del libro tiene la obligación de reproducirlos, apoyándose en textos e investigaciones;
pero uno no tiene esa obligación lo que le exime de responsabilidad al reducir
a lo mínimo esos aspectos que rayan en la repugnancia.
El Capítulo I
se refiere a “Trepanaciones, Craneoplastias y el Precio de la Vanidad
Indígena”. Se abre con la casi olvidada “craneoplastia” o costumbre de
aplicar, especialmente a los niños, instrumentos de compresión que deformaban
sus huesos, singularmente los de la cabeza. Su finalidad era distinta según las
tribus, desde los mandatos religiosos a la pura vanidad, pasando por una significación
bélica o social. No fue un vicio exclusivamente precolombino ya “que fue utilizada
en todo el planeta”, pensándose que la costumbre emigró desde Asia a América.
Las trepanaciones,
aunque agrupadas con lo anterior, respondían a ideas distintas. Rodrigo señala
la existencia de dos teorías contrarias: una, las que hacen referencia la
existencia de heridas o lesiones (en definitiva, con un cierto sentido médico)
y otra que las explica como medios utilizados para dar salida a los espíritus
malignos que anidan en el cerebro (también con sentido médico, al tratar de
aliviar padecimientos provocados por dichos espíritus)
Hagamos un alto
para aludir a algunas ideas insistentes en el libro de Rodrigo. Una de ellas,
la primera, consiste en afirmar que los tipos de las aberraciones que describe
fueron también practicados en otros países del mundo. La segunda supone sintéticamente
que dichas aberraciones o muestras de sadismo no se produjeron con la misma
intensidad en las diversas regiones de América. América, como ya he dicho, es
muy grande. No solamente la política de los grandes imperios fueron diferentes,
sino que también lo fueron las de los grupos étnicos más reducidos. Uno
considera que es posible que Cristián Rodrigo tenga razón. Lo que sucede es que
estamos hablando de 1492 y que esas “peculiaridades” precolombinas se enfrentan
a unas ideas europeas en las que empieza a germinar el Renacimiento, impone sus
raíces cristianas frente a las amenazas islamistas y cuenta con un pensamiento
filosófico reflejado en libros que abre nuevos caminos.
Los sacrificios
humanos a los que se dedica otro de los capítulos del libro que resulta ser
el más extenso y quizá se deba ello a que es algo peculiarmente “propio” del
mundo indígena precolombino, especialmente de los mexicas o aztecas. No fue,
sin embargo, exclusivo de ellos; incas y mayas lo practicaron, aunque en menor
medida. Este capítulo es donde Rodrigo nos aporta mayor número (y nada abreviado
en general) de testimonios de la época y de conclusiones a las que han llegado
los historiadores posteriores. Añadamos las imágenes indígenas en donde se
aprecia perfectamente la forma de practicarse estos sacrificios. No faltan tampoco
las descripciones de estas prácticas, que uno no puede sino calificar de
repugnantes. En cualquier caso, se batieron tristes récords tanto numéricos
como de personas y edades a las que se aplicaron
Se ocupa a
continuación de la mutilación genital y la castración. Quizá lo más destacable
es que no solamente se utilizaron como castigos o métodos de domesticación, sino
que, en muchos casos, respondían a automutilaciones basadas en la vanidad. Esto
afecta singularmente a los hombres, con prácticas que sorprenden incluso al
espíritu más imaginativo y retorcido. Pero en el ámbito de la mujer surge la
figura de la ablación, lacra más extendida por el mundo y de triste vigencia.
Ello permite a Rodrigo saltar a analizar la condición de la mujer indígena,
realmente un objeto en aquel mundo, y su contraste con la importancia de la
mujer en Europa, donde aparecen reinas decisivas o escritoras deslumbrantes.
Isabel la Católica, con sus leyes de Burgos, es ejemplo cercano de ello. Especial
atención presta al tratamiento que siempre ha tiene la Iglesia Católica hacia
la mujer. Como contraste. Describe la nula entidad de la mujer en el mundo indígena
precolombino.
Termina la
descripción de los deleznables usos existentes a la llegada de los españoles
con las referencias a la antropofagia y el canibalismo. La cosa no es
muy difícil de explicar: la carne humana no dejaba de ser una fuente fundamental
de alimentación (según los nativos era mejor y más sabrosa la de indígenas que
la del español) que llegaba a promover la captura de esclavos o su posterior
castración, con la finalidad de obtener mayor cantidad de carne. Aunque ha sido
objeto de negación o dulcificación, Rodrigo afirma que “el canibalismo
indígena precolombino no solo no es un mito, sino que se practicó de forma
generalizada, y no siempre con fines rituales”.
Tras el repaso
dado a las atrocidades de la mayor parte de las etnias americanas, Rodrigo
Iturralde se pregunta “¿Qué cambió con la llegada de España y los
misioneros?”, no sin antes prometernos un tercer tomo en donde abordará extensamente
este tema. Con independencia de la esperanza de acontecimientos de orden
religioso, “mal que les pese a los orfebres ideológicos de paños rojos, lo
verdaderamente cierto y probado es que la llegada de los españoles supuso un
gran alivio a las masas y un disgusto, lógicamente, a las clases dirigentes”.
Esto unido a los objetivos de los españoles y la aparición del mestizaje, es lo
que distingue su colonización a la realizada por los sajones y afines. “El
español… era un hombre reciamente medieval”; “…no existe en aquellos
siglos hombre más autocrítico que el español. Nada existe más importante que la
salvación del alma”. Termina diciendo: “estos inmigrantes europeos
fueron, al decir de don Vicente Sierra, soldados que parecían misioneros y
misioneros que parecían soldados; cuya primera y máxima ambición era ganar
tierra para la Corona, como leales súbditos que eran, y almas para Cristo, como
católicos piadosos y convencidos”.
A continuación,
relaciona lo que hicieron los españoles aludiendo a las prohibiciones de actos
de crueldad, la aparición del mestizaje, los hospitales y las escuelas, la legislación
laboral, el aprendizaje de los sentimientos cristianos, estando excluidos como neófitos
de la Inquisición. Termina con un “Veritas vincit”. Con ello da paso a lo que
denomina “epilogo galeato”. Galeato es un término español admitido por el DRAE
que va cayendo en desuso. Por eso no es inoportuno recordar su definición “(Prólogo
de una obra) en el que se la defiende de las objeciones que le han puesto o le pudieran
poner”. Uno debe confesar que ha tenido que consultar también el
diccionario para saber su real significado. Lo único que sorprende y que hay
que atribuir a la ironía del autor es que no hablamos de un prólogo, sino de un
epílogo. Un epílogo que constituye una ardorosa insistencia en las ideas que introdujo
en el primero de los tomos.
En definitiva:
un libro lleno de citas y datos, libre. Un libro que los españoles debemos de
agradecer, más cuando nos llega de esa tierra lejana que es Argentina.
“1492. Fin de la barbarie y comienzo
de la civilización en América, Tomo II” es un libro del que es autor Cristián Rodrigo
Iturralde, escrito en 2016 y leído en versión Kindle.
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