viernes, 30 de marzo de 2018

José Miguel Mulet Salort: “La ciencia en la sombra. Los crímenes más célebres de la historia, las series y el cine, a la luz de la ciencia forense”.


Ojeé el libro y lo compré. Quizá eso define el perfil del autor: una manera un tanto informal de encandilar al potencial lector. José Miguel Mulet describe su trayectoria profesional en la introducción del libro. A lo mejor no fue tan azarosa como la relata, aunque en todo caso parece que refleja bien las incertidumbres que rodean al que pretende investigar en España. Aunque, a la vez, tampoco quizá sean tantas. El hecho cierto es que, ya doctor en Química, Bioquímica y Biología Molecular llegó a ser titular del Departamento de Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia, donde dirige importantes proyectos en busca de plantas resistentes a la sequía y al frío. Mantiene el blog “Tomates con genes” y colabora con medios como la SER y El País. Que tenga suerte; que le pregunten, por ejemplo, a Fleming si la suerte también investiga.
Mulet muestra un doble aspecto de desenfado: por una parte, escribe con soltura, mezclando (en el caso de este libro) temas y materias absolutamente diversas dando con ello un aire peculiar a lo escrito. Por otra parte, es tan osado como para criticar las teorías en boga que tratan de erosionar la moral de la gente: en sus libros no le importa referirse a los alimentos transgénicos para alabarlos, ni a combatir la fama reverencial atribuida a los productos naturales. Pero el desenfado no acaba ahí.

Cuando se entra en lo que propiamente es el libro, Mulet recorre con ese mismo desenfado una serie de temas. A medida que lo recorremos vamos teniendo en un primer momento la falsa sensación de que estamos teniendo presente como protagonista al cine. Aunque no nos hubiéramos dado cuenta, parece que Mulet pretende hablarnos de series y películas, de casos criminales famosos y parece incluso que, de paso, se refiere a los medios que los forenses tienen para descubrir crímenes. Pero esa dimensión forense es la que prima y vertebra el libro.
Se refiere inicialmente a los problemas de identificación de las personas. Como en todos los casos, va a partir de los limitados recursos con que históricamente se contaba para llegar a los que ahora la técnica actual ofrece. En épocas pasadas únicamente se contaba apenas con la fotografía, la dactilografía o el bertillonage o descripción del individuo, que no obstante conservan su eficacia en determinados ámbitos. El testigo siempre fue un medio tan importante como dudoso, y eso tiende a ser superado con las técnicas forenses. Por encima de ellas, siempre será el juez quien tome la decisión final no, por ejemplo, la presencia de insecto o un determinado rasgo genético del ADN.
El libro adjudica el segundo acto a la identificación de los cadáveres, o, mejor, al proceso de deterioro de un cadáver. Como Mulet ha presumido en todo momento de hablar de ciencia forense, la realidad es que, efectivamente, aquí no ofrece un cuadro claro de la evolución de cadáver. Parte de lo antiguo: la momificación; y aclara que solo se produce naturalmente en ambientes cálidos y secos en los que la deshidratación se adelanta a la putrefacción. Es lo mismo que sucede nos aclaracuando una pierna de cerdo se convierte en un jamón. Esta referencia refleja el espíritu de desenfado de Mulet, que no olvida sin embargo señalarnos que la conservación del cadáver se produce también con la congelación, la corificación y la saponificación. Y recuerda las fases primarias del “algor mortis”, el “rigor mortis”, el “livor mortis” y la deshidratación.       
Como complemento de lo anterior, Mulet nos presenta una “encantadora” descripción de una autopsia que presenció. La realidad es que nunca he tenido una visión más exacta (aunque fuera tan personalizada y, perdón, revulsiva) de lo que es una autopsia. La descripción legal no basta. La técnica, no es expresiva. Si quiere conocer lo que es una autopsia en la práctica, lea la descripción de a pie que no ofrece Mulet.         
Cuando los líquidos y los gases desaparecen quedan los huesos, otra fuente de información para los forenses.  Hasta tiene una serie la TV que se llama “Bones” y una especial ubicación en la nueva antropología forense. En unos dos años o tres el cadáver es esqueleto y los huesos son “notarios incansables o amantes rencorosos”, que incluso pueden resistir la pulverización o la incineración (tres kilos de cenizas). Pero antes, el hueso nos informará del sexo, la raza, la altura, la edad o el tipo de vida del titular.
La genética forense trajo la revolución. Hay que echarse en brazos del ADN, “una prueba muy valiosa que nos permite individualizar una muestra, es decir, asignarla inequívocamente a una única persona”. Resulta imposible hacer una mínima referencia a la información que se nos aporta sobre el ADN, su detección, los procedimientos de análisis, los problemas que plantea. No se ocultan los peligros existentes en su manejo descuidado y en los problemas éticos subsiguientes. Del ADN cromosómico se salta la DNA mitocondrial, abriendo nuevos espacios de investigación.      
En un momento dado, Mulet desataca que la ciencia forense no ha hecho sino aprovecharse de los avances técnicos logrados en otras áreas. Típicamente sucede con la toxicología forense. Se entra ahora en el mundo de los venenos, es decir de los crímenes por envenenamiento. Continuar por el recorrido por lo biológico nos lleva a la atención prestada por Mulet a la sangre y sus manchas, su identificación. Aquí vuelve a apreciarse la clientelinación de los avances de la medicina con el descubrimiento de los grupos sanguíneos. En el camino se resalta la necesidad de no alterar lo más mínimo el escenario del crimen. Es un simple recordatorio del famoso principio de Locard sobre intercambio de datos.: “en cualquier contracto te llevas algo y te dejas algo
La zoología forense es un tema tan fascinante como repugnante: “para un insecto, un cuerpo es como una enorme fuente de comida gratis”. Y en efecto, así es: primero alguna mosca, en cuanto puede, dejará sus huevos en las partes más accesibles. Cuando las larvas crezcan y engorden, aparecerán los insectos carnívoros que las devorarán, y cuando cumplan su desarrollo entrarán en fase de pupa y eclosionarán.
A esta entomología forense, Mulet indica que “hay que poner un poco de agua al vino”. La información que puede ofrecer llega únicamente a fijar el momento del crimen con un reducido margen de días. Tiene dos limitaciones. La primera es que “la biodiversidad de insectos es brutal. Hay millones de especies de insectos”. Nos cuenta que “en el metro de Londres hay razas de insectos propios de cada línea y posiblemente en los metros de Madrid, Barcelona y Valencia. La segunda limitación es que los insectos son animales de sangre fría y por tanto su presencia solo será apreciable cuando la temperatura lo permite. Ante esas limitaciones algo aportan los insectos con el “apetito voraz” de sus larvas cuando comen carne contaminada; a eso se llama “entomotoxicología”. De eso se salta a la “palinología forense”: ahora son los granos de polen los que proporcionan información.
Agotado el mundo de lo vivo se salta al de lo inerte: la química forense. A nivel atómico y a nivel molecular. El papel central lo van a ocupar los sistemas de detección utilizados, especialmente la espectrografía en sus distintas manifestaciones. Naturalmente, antes hay una referencia obligada a las tierras y los enterramientos. Con ello se llega el material de desecho: la escuela fisonómica de Lombroso, las hipnosis y los videntes, ideas por la que Mulet no oculta su desprecio. Y los escollos existentes para ciertas técnicas como la deficiente utilización de las matemáticas y la estadística, los detectores de mentiras o la identificación de la voz.
Cuando inicia su epílogo, Mulet nos indica: “Estimado lector, hasta aquí hemos llegado. Espero que te hayas divertido en las páginas anteriores cuando te he contado la historia y las aplicaciones de la ciencia forense entremezcladas con casos reales y películas y series de ficción”. Queda así patente su propósito al escribir el libro, pero ¿es cierta su esperanza? ¿Divertido? A medias, porque el libro también enseña cosas y adelantos que se han desarrollado muy recientemente y que abre los ojos a un futuro apenas imaginable.
Hay explicación para la continua relación que existe en el libro entre los crímenes reales y los de la ficción. “La historia de la ciencia forense no se entiende del todo sin la historia de la novela policiaca o del género negro”. Aparecen citados los casos de Julio Verne, Mark Twain y Agatha Christie.
Abordar el tema de la criminología forense no es fácil. El autor nos acusa: “El mal nos atrae. No lo reconoceremos, pero nos da morbo”. Al mismo tiempo nos recuerda que “la mayoría de los ciudadanos reconducimos esa fascinación por el mal y el crimen con la ficción”. El escenario de un crimen suele ser pavoroso, pero nosotros vivimos la edulcorada ficción en la serie CSI (“Crime Scene Investigation”) y sus secuelas, para satisfacer la curiosidad y el morbo simplemente. Pero Mulet nos absuelve: somos casi todos buenos; y nos aconseja no meternos en malos caminos. “Espero que después de leer estas páginas, si tienes la peregrina idea de cometer un delito o matar a alguien no lo hagas. Mejor vete al cine o cómprate un libro. Y no te lo digo por mí, sino por ti”.
¿Cómo sería este libro si no existiera esa continua alusión a casos reales o películas o series de ficción? Al menos, truculento. Probablemente, escasamente atractivo. Pero esa permanente conexión de los tres mundos le aleja de esos calificativos, agregando la naturalidad en las expresiones, algo a no olvidar en ningún momento.
Si el autor pretendía divertir al lector, a mí, adicionalmente, me ha enseñado y entretenido. Que no es poco.
“La ciencia en la sombra” ((268 págs.) es un libro escrito por José Miguel Mulet en 2015. Se publicó el año siguiente por Ediciones Destino en su colección Imago Mundi, como volumen numero 282.           

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