sábado, 3 de marzo de 2018

José María Carrascal: “Todavía puedo. Quedan muchas cosas por vivir”.




 
José María Carrascal ya ha sido presentado en un comentario anterior a otro libro suyo. Periodista, en periódicos y TV, autor de muchos libros…  Aquí habría que agregar datos menos conocidos: marino mercante, traductor en Alemania… A los que habría que añadir lo que él mismo confiesa: un padre sordo por el que no oculta su admiración y que murió a los 96 años, un entorno rural, una infancia difícil…
El libro es el de un octogenario y parte, en su prólogo, con la siguiente frase: “Nadie puede llegar a los ochenta años como un mozo”. Estará dirigido a poner de relieve que aún hay cosas de las que se puede disfrutar. Y de ahí el título: “Todavía puedo”, aunque se le pueda recordar el machadiano “aún es siempre todavía”. Y Carrascal agrega: “de ahí que a lo más a que puede aspirarse es a llegar con la mayor capacidad posible para gozar de lo que nos ofrece la vida”. Y su recomendación es ésta: “lo primero que hay que hacer es erradicar de nuestra actitud lo que puede considerarse el tema favorito de la vejez: “Ya no puedo esto, ya no puedo lo otro, ya no puedo lo de más allá” Por ese camino, lo único que se consigue es amargarse la vida y amargársela a los demás”.
¿Se trata de un libro escrito desde la vejez? Por descontado, y hay que preguntarse a quién va dirigido. Evidentemente a los viejos. Para los que no lo son resultará en parte incomprensible y en parte simple testimonio, aunque conserve la entretenida lectura de la descripción de lo que siente un viejo. No es mi caso: tengo en mis manos de octogenario lo escrito por otro octogenario. La vejez comienza la primera ocasión en que uno dice “ya no puedo” a alguna cosa, cuando antes podía. En el entendimiento básico ha coincidencias que superan a las muchas discrepancias que puedan sentirse.
El titulo “Todavía puedo” lo percibo como un tanto ambiguo y hasta como desorientador. ¿Es el grito de alegría al comprobar que se pueden hacer aún muchas cosas o es la nostálgica despedida a algo que pronto voy a dejar de poder hacer? Al final es el torbellino en que se mezcla nuestra propia condición claudicante y el constante cambio del entorno, en todos sus aspectos: tecnólogico, social, de creencias y valores.

El libro, como muchos, no es sino la agregación de muchos comentarios a los distintos aspectos sobre los que Carrascal opina y que cree relacionados con la vejez. Es imposible referirse a todos: son 37. Treinta y siete cosas que chirrían para el viejo, cuyo objetivo debe ser no convertirse en el clásico “viejo gruñón”. Enumeremos las diez primeras: “Los genes”, “Dos decisiones fundamentales” (la profesión y la pareja), “Salud”, “Soledad”, “La vida”, “Sinceridad”, “Choque de civilizaciones y de generaciones”, “Lo que hay y no hay que hacer”, “Ejercicios físicos”, “Gimnasia”. Un auténtico mundo.
Se manifiesta ya en alguno de estos apartados una divergencia con el enfoque del libro. Han sufrido importantes cambios, por ejemplo, la elección del trabajo (cada vez más diluido (se estudia derecho para dedicarse al marketing, por ejemplo) y la elección de lo ahora llamado pareja y antes matrimonio. Pero el viejo ya no tiene ningún horizonte laboral ni matrimonial. Estas desviaciones muestran el cambio de la sociedad, siendo la imposible adaptación del viejo el único problema. Problema para él, porque otros, los que aun son jóvenes, lo consideran conquista de la libertad.
Algo parecido sucede con la “salud”. Carrascal nos habla de aumento de la esperanza de vida, del problema de las pensiones, de dietas, de hábitos alimenticios, de nuevas e impresionantes técnicas diagnósticas y quirúrgicas, de los avances farmacológicos…  Pero ¿dónde está el individuo, en este caso el viejo? Lo mismo sucede con “la vida”: se nos ofrecen afirmaciones difíciles de contradecir, pero para el viejo la vida simplemente es otra cosa: lo que se acaba. O mejor, se está acabando.
Pero junto a estas divergencias, hay puntos en los que resplandece Carrascal al centrarse. “Soledad”, por ejemplo. Aquí hay dolor en el individuo, algo más profundo que el cambio de la técnica y de la sociedad. Ha sido para mí el apartado más sincero y realista. Vaya por delante que aparece magnificado por la sordera del padre del autor. La sordera hace la soledad omnipresente en la vida del viejo. Mi padre decía: “si es importante, escríbemelo”, en una sordera que he heredado. Pero Carrascal dice acertadamente que hay otra soledad que proviene de la desaparición de los amigos. El quedarse sólo, algo que, si no aterra, deja una sensación dificil de describir. “La soledad se convierte así en la cámara cada vez más amplia, cada vez más vacía en la que se desarrolla nuestra vejez”. Existe incluso en la “soledad en compañía”, rodeado de familiares y, en ocasiones, con amigos.
“La sinceridad” cubre un ámbito curioso ya que es una especie de confesión privada e individual, aunque, añado yo, sin existencia de un propósito de la enmienda porque no ha lugar a ella. No hay tiempo ni ocasión. Y añado que no creo que finalmente “nos conduzca a recobrar la ilusión, la alegría de vivir”. Pienso que la vejez nos ayuda a perdonar e, incluso, de perdonarnos a nosotros mismos, a aceptar nuestros errores. ¿Acaso es esa edad la más propicia a perdonar? Pienso que sí, pero creo que ya no quedan ascuas de las que resucitar ninguna ilusión.
Los diez siguientes capítulos abordan estos temas: “Jubilados”, “Vivir en subjuntivo”. “Nuestro tiempo”, “La nueva frontera el cerebro”, “La inteligencia artificial”, “¿Vida artificial también?”, “La tercera vida: la fama”; “El selfie, espejo de nuestra vida”, “Ordenadores”. Los siguientes no son menos provocadores: “Posverdad”. “Violencia (agresión) del género (machista)”, “Izquierdas y derechas”; “El hecho diferencial”; “Corrupto es el otro”; “Nacionalismos”; “Cultura y civilización”; “El otoño europeo”; “Inmigración y asimilación”; “La protesta senil”;” Límites e infinito”; “Médicos y abogados”; “Viajes”; “Mayoría y minorías”; “El cambio climático”; “La última generación”; “La gran pregunta”.       
Carrascal coge todos esos toros por los cuernos. Lo hace como lo siente. Son tantas cosas que han cambiado y nuestra vida se ha alargado tanto, que estas reacciones resultan ser legítimas. Pero la herida del tiempo, como diría Priestley, afecta a cada uno de manera distinta. Siempre es herida, pero duele más o menos y, sobre todo, es distinto el sitio en el que se ha producido. Aclaremos que nunca la herida es mortal; los mortales somos nosotros.
Un ejemplo: como yo, Carrascal reconoce la existencia de un cambio climático, pero de él disiento en su origen; el libro da por implícito su naturaleza antropogénica. Pero sin compartir esa idea, uno tiene la esperanza de que el hombre sabrá, como siempre, salir del paso y, por otros cauces, dada su evidente incapacidad de dominar el clima. El hombre no sabe ni puede evitar el granizo, pero ha creado el seguro de pedrisco. No obstante, se tiene la sensación de que Carrascal es menos optimista de lo que aparenta. Yo diría que se extiende esa apariencia hasta la portada del libro.
Digamos que, pese a todo, el libro trata de ser optimista. Es difícil ser optimista en las coordenadas actuales del mundo y del mini mundo que es España. Duele la corrupción, la democracia que degenera, la posverdad y la mentira. Pero, aunque trate de serlo, el libro rezuma cierto pesimismo, en sus formas menores de desesperanza y desilusión, con sus toques adicionales de fracaso e impotencia. El esfuerzo por mantener el cuerpo y el espiritu en niveles acetables de utilización. El temor a las caídas cuando ya somos “porcelanas”. Y en esas claves reencontramos a Carrascal, una persona siempre equilibrada y ponderada pero que, como el mismo indica, “vive en subjuntivo”.
Insisto en que es imposible recorrer cada uno de los temas abordados en el libro. Aislados, es dificil estar en desacuerdo con lo que Carrascal afirma; en todo caso, habrá disidencias mínimas con ello, cosas de viejo gruñón. Es un libro que se lee sin acritud, sin reacción. Refleja, en el fondo, un sentimiento de frustración, fracaso y despedida llevado al plano generacional. Y trata de consolar dando ánimos.
Hay cosas que sorprenden. Por ejemplo, la reacción de Carrascal ante la informática personal, tratando de resumir ahí todo el complejo mundo de ordenadores, selfis, redes y demás marañas de unos y ceros. Primero lo rechaza, pero al final se rinde, pero a medias. Y al hacerlo a medias, crea un muro frente a las nuevas generaciones. Pero ¿somos aún una generación o fuimos una generación? Me temo lo segundo. Lo apoya el hecho de que, en las nuevas generaciones, muchos reconozcamos más de una.
El libro es bueno e interesante, pero quizá desconcierta su título. Éste es solo un título. Dentro, denuncia muchas cosas; protesta, denuncia, diagnostica, señala, acusa…  Frente ya “todavía puedo” se alza el “ya no puedo”, algo a lo que Carrascal quiere refrenar.
Carrascal, Carrascal… quieres que olvidemos la edad. El viejo difícilmente arreglará el futuro. Ni siquiera lo podrá imaginar. Ya no puede. Pero coincido en casi todo de lo que dices. Algo “viejos gruñones” sí somos. Gruñimos a pesar de la tolerancia resignada que llena a los de la tercera y cuarta edad.
Un libro para leer en cualquier edad.


“Todavía puedo. Quedan muchas cosas por vivir” (252 págs.) es un libro del que es autor José María Carrascal. Fue publicado en su primera edición en 2018 por la editorial “Espasa”

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