José María
Carrascal ya ha sido presentado en un comentario anterior a otro libro suyo.
Periodista, en periódicos y TV, autor de muchos libros… Aquí habría que agregar datos menos conocidos:
marino mercante, traductor en Alemania… A los que habría que añadir lo que él
mismo confiesa: un padre sordo por el que no oculta su admiración y que murió a
los 96 años, un entorno rural, una infancia difícil…
El libro es el
de un octogenario y parte, en su prólogo, con la siguiente frase: “Nadie puede llegar a los ochenta años como
un mozo”. Estará dirigido a poner de relieve que aún hay cosas de las que
se puede disfrutar. Y de ahí el título: “Todavía
puedo”, aunque se le pueda recordar el machadiano “aún es siempre todavía”. Y Carrascal agrega: “de ahí que a lo más a que puede aspirarse es a llegar con la mayor
capacidad posible para gozar de lo que nos ofrece la vida”. Y su recomendación
es ésta: “lo primero que hay que hacer es
erradicar de nuestra actitud lo que puede considerarse el tema favorito de la
vejez: “Ya no puedo esto, ya no puedo lo otro, ya no puedo lo de más allá” Por
ese camino, lo único que se consigue es amargarse la vida y amargársela a los
demás”.
¿Se trata de un
libro escrito desde la vejez? Por descontado, y hay que preguntarse a quién va
dirigido. Evidentemente a los viejos. Para los que no lo son resultará en parte
incomprensible y en parte simple testimonio, aunque conserve la entretenida
lectura de la descripción de lo que siente un viejo. No es mi caso: tengo en
mis manos de octogenario lo escrito por otro octogenario. La vejez comienza la
primera ocasión en que uno dice “ya no puedo” a alguna cosa, cuando antes podía.
En el entendimiento básico ha coincidencias que superan a las muchas discrepancias
que puedan sentirse.
El titulo “Todavía puedo” lo percibo como un tanto
ambiguo y hasta como desorientador. ¿Es el grito de alegría al comprobar que se
pueden hacer aún muchas cosas o es la nostálgica despedida a algo que pronto
voy a dejar de poder hacer? Al final es el torbellino en que se mezcla nuestra
propia condición claudicante y el constante cambio del entorno, en todos sus
aspectos: tecnólogico, social, de creencias y valores.
El libro, como muchos,
no es sino la agregación de muchos comentarios a los distintos aspectos sobre
los que Carrascal opina y que cree relacionados con la vejez. Es imposible referirse
a todos: son 37. Treinta y siete cosas que chirrían para el viejo, cuyo
objetivo debe ser no convertirse en el clásico “viejo gruñón”. Enumeremos las
diez primeras: “Los genes”, “Dos decisiones fundamentales” (la profesión y la
pareja), “Salud”, “Soledad”, “La vida”, “Sinceridad”, “Choque de civilizaciones
y de generaciones”, “Lo que hay y no hay que hacer”, “Ejercicios físicos”, “Gimnasia”.
Un auténtico mundo.
Se manifiesta ya
en alguno de estos apartados una divergencia con el enfoque del libro. Han
sufrido importantes cambios, por ejemplo, la elección del trabajo (cada vez más
diluido (se estudia derecho para dedicarse al marketing, por ejemplo) y la
elección de lo ahora llamado pareja y antes matrimonio. Pero el viejo ya no
tiene ningún horizonte laboral ni matrimonial. Estas desviaciones muestran el
cambio de la sociedad, siendo la imposible adaptación del viejo el único
problema. Problema para él, porque otros, los que aun son jóvenes, lo consideran
conquista de la libertad.
Algo parecido
sucede con la “salud”. Carrascal nos habla de aumento de la esperanza de vida,
del problema de las pensiones, de dietas, de hábitos alimenticios, de nuevas e
impresionantes técnicas diagnósticas y quirúrgicas, de los avances
farmacológicos… Pero ¿dónde está el
individuo, en este caso el viejo? Lo mismo sucede con “la vida”: se nos ofrecen
afirmaciones difíciles de contradecir, pero para el viejo la vida simplemente
es otra cosa: lo que se acaba. O mejor, se está acabando.
Pero junto a
estas divergencias, hay puntos en los que resplandece Carrascal al centrarse.
“Soledad”, por ejemplo. Aquí hay dolor en el individuo, algo más profundo que
el cambio de la técnica y de la sociedad. Ha sido para mí el apartado más
sincero y realista. Vaya por delante que aparece magnificado por la sordera del
padre del autor. La sordera hace la soledad omnipresente en la vida del viejo.
Mi padre decía: “si es importante, escríbemelo”, en una sordera que he
heredado. Pero Carrascal dice acertadamente que hay otra soledad que proviene
de la desaparición de los amigos. El quedarse sólo, algo que, si no aterra,
deja una sensación dificil de describir. “La
soledad se convierte así en la cámara cada vez más amplia, cada vez más vacía
en la que se desarrolla nuestra vejez”. Existe incluso en la “soledad en
compañía”, rodeado de familiares y, en ocasiones, con amigos.
“La sinceridad”
cubre un ámbito curioso ya que es una especie de confesión privada e individual,
aunque, añado yo, sin existencia de un propósito de la enmienda porque no ha
lugar a ella. No hay tiempo ni ocasión. Y añado que no creo que finalmente “nos conduzca a recobrar la ilusión, la alegría
de vivir”. Pienso que la vejez nos ayuda a perdonar e, incluso, de perdonarnos
a nosotros mismos, a aceptar nuestros errores. ¿Acaso es esa edad la más propicia
a perdonar? Pienso que sí, pero creo que ya no quedan ascuas de las que
resucitar ninguna ilusión.
Los diez
siguientes capítulos abordan estos temas: “Jubilados”, “Vivir en subjuntivo”. “Nuestro
tiempo”, “La nueva frontera el cerebro”, “La inteligencia artificial”, “¿Vida
artificial también?”, “La tercera vida: la fama”; “El selfie, espejo de nuestra
vida”, “Ordenadores”. Los siguientes no son menos provocadores: “Posverdad”.
“Violencia (agresión) del género (machista)”, “Izquierdas y derechas”; “El
hecho diferencial”; “Corrupto es el otro”; “Nacionalismos”; “Cultura y civilización”;
“El otoño europeo”; “Inmigración y asimilación”; “La protesta senil”;” Límites
e infinito”; “Médicos y abogados”; “Viajes”; “Mayoría y minorías”; “El cambio
climático”; “La última generación”; “La gran pregunta”.
Carrascal coge
todos esos toros por los cuernos. Lo hace como lo siente. Son tantas cosas que
han cambiado y nuestra vida se ha alargado tanto, que estas reacciones resultan
ser legítimas. Pero la herida del tiempo, como diría Priestley, afecta a cada uno
de manera distinta. Siempre es herida, pero duele más o menos y, sobre todo, es
distinto el sitio en el que se ha producido. Aclaremos que nunca la herida es
mortal; los mortales somos nosotros.
Un ejemplo:
como yo, Carrascal reconoce la existencia de un cambio climático, pero de él
disiento en su origen; el libro da por implícito su naturaleza antropogénica. Pero
sin compartir esa idea, uno tiene la esperanza de que el hombre sabrá, como
siempre, salir del paso y, por otros cauces, dada su evidente incapacidad de
dominar el clima. El hombre no sabe ni puede evitar el granizo, pero ha creado
el seguro de pedrisco. No obstante, se tiene la sensación de que Carrascal es
menos optimista de lo que aparenta. Yo diría que se extiende esa apariencia hasta
la portada del libro.
Digamos que,
pese a todo, el libro trata de ser optimista. Es difícil ser optimista en las
coordenadas actuales del mundo y del mini mundo que es España. Duele la corrupción,
la democracia que degenera, la posverdad y la mentira. Pero, aunque trate de
serlo, el libro rezuma cierto pesimismo, en sus formas menores de desesperanza
y desilusión, con sus toques adicionales de fracaso e impotencia. El esfuerzo
por mantener el cuerpo y el espiritu en niveles acetables de utilización. El temor
a las caídas cuando ya somos “porcelanas”. Y en esas claves reencontramos a
Carrascal, una persona siempre equilibrada y ponderada pero que, como el mismo
indica, “vive en subjuntivo”.
Insisto en que
es imposible recorrer cada uno de los temas abordados en el libro. Aislados, es
dificil estar en desacuerdo con lo que Carrascal afirma; en todo caso, habrá disidencias
mínimas con ello, cosas de viejo gruñón. Es un libro que se lee sin acritud,
sin reacción. Refleja, en el fondo, un sentimiento de frustración, fracaso y
despedida llevado al plano generacional. Y trata de consolar dando ánimos.
Hay cosas que
sorprenden. Por ejemplo, la reacción de Carrascal ante la informática personal,
tratando de resumir ahí todo el complejo mundo de ordenadores, selfis, redes y
demás marañas de unos y ceros. Primero lo rechaza, pero al final se rinde, pero
a medias. Y al hacerlo a medias, crea un muro frente a las nuevas generaciones.
Pero ¿somos aún una generación o fuimos una generación? Me temo lo segundo. Lo
apoya el hecho de que, en las nuevas generaciones, muchos reconozcamos más de
una.
El libro es
bueno e interesante, pero quizá desconcierta su título. Éste es solo un título.
Dentro, denuncia muchas cosas; protesta, denuncia, diagnostica, señala, acusa… Frente ya “todavía puedo” se alza el “ya no
puedo”, algo a lo que Carrascal quiere refrenar.
Carrascal,
Carrascal… quieres que olvidemos la edad. El viejo difícilmente arreglará el
futuro. Ni siquiera lo podrá imaginar. Ya no puede. Pero coincido en casi todo
de lo que dices. Algo “viejos gruñones” sí somos. Gruñimos a pesar de la tolerancia
resignada que llena a los de la tercera y cuarta edad.
Un libro para
leer en cualquier edad.
“Todavía puedo. Quedan muchas cosas
por vivir” (252 págs.) es un libro del que es autor José María Carrascal. Fue
publicado en su primera edición en 2018 por la editorial “Espasa”
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