Benoît Mandelbrot
es matemático y tiene algo de fractal: la familia es judía, procede Lituania,
nace en Varsovia, se nacionaliza en Francia y termina en los Estados Unidos. Se
le tiene como creador de la llamada geometría fractal. Ofrece una visible admiración
por Louis Bachelier, un matemático francés de principios del siglo XX que creó
las matemáticas financieras basándose nada menos que en el movimiento browniano
de los gases.
Mandelbrot nos
enfrentó en 1975 a un mundo tan real como irreal. O sea, al mundo fractal.
Atractivo como pocos, novedoso como dirían en Sudamérica, hasta ilusionante,
Algo que podía explicar todo o casi todo. La informática le presta un peculiar
apoyo al hacer posible el ver los desarrollos fractales en una pantalla. Tuvo
en este sentido la suerte de coincidir sus intereses con la irrupción de la
informática. Añádase a ello que trabajó en sus últimos años con la empresa IBM.
Nuestra Real Academia
de la Lengua añadió al diccionario la palabra fractal, término matemático que designa
una “estructura iterativa que tiene la
propiedad de que su aspecto y distribución estadística no cambian cualquier que
sea la escala con que se observe”. No ha incorporado en cambio el término
“fractalidad” que aquí se empleara para referiste a la condición de fractal de
algo.
Anticipemos una
crítica: ¿el mundo fractal explica las irregulares costas noruegas por ejemplo?
¿O las rías gallegas, por no irnos tan lejos? La realidad es que hemos anclado
nuestra visión de lo fractal a aquellos modelos en que la repetición de diseños
es geométrica y regular, como puede ser el encaje de Sierpinki (hecho de
triángulos) o la curva de Koch (que termina pareciendo un copo de nieve) o el
polvo de Cantor. Pero la fractalidad va mucho más allá. Como dice Mandelbrot,
do consiste en “detectar la regularidad dentro
de lo irregular, la pauta en lo informe”.
Así, nos lleva
de la mano a estudiar la “escabrosidad” y nos ofrece una forma de medirla.
Estamos ya ante la costa con su clásica irregularidad. Nos avisará que fractalidad
y caos son conceptos independientes que dan lugar a concepciones diferentes de
la realidad. Pero, a su vez, un fractal puede parecer caótico, aunque no lo
sea. Por si fuera poco, sobre lo fractal se proyecta el azar y lo aleatorio.
La lectura de
este libro es quizá por eso muy dura. Maneja además demasiados conceptos
matemáticos para un lector no especializado. Como nos pasa a los sordos, oímos,
pero no entendemos; en este caso, captamos la idea, pero se nos escapa buena
parte del razonamiento que lleva a ella. Y eso que Mandelbrot dedica muchas
hojas al final del libro para explayarse en los conceptos matemáticos
empleados. Para quienes no sean auténticos matemáticos, al llegar a esas hojas
debiera reproducirse el “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate”.
Conforme a lo
prometido en el título, Mandelbrot se
mete en el mundo de las finanzas, concretamente en el complicadísimo ámbito de
la bolsa.
Entra en ese
ámbito como elefante en cacharrería. Ya avisa que “desde mi juventud he hecho gala de una desvergonzada falta de respeto
por el saber recibido”. De esta forma comienza por afirmar que los mercados
son turbulentos contrariando la creencia de los economistas de que son máquinas
lineales, continuas y racionales. Y lo que nos va a decir Mandelbrot es que los
mercados son inherentemente inciertos y decididamente engañosos, que las
burbujas son inevitables, que las grandes ganancias y pérdidas se concentran en
lapsos breves de tiempo, que los riesgos siempre son más grandes de lo que se
cree.
La crítica
hacia los economistas es simplemente cruel. Es de agradecer, sin embargo, la
forma en que repasa las más recientes corrientes de pensamiento económico. Es
como un abominable paseo por un cementerio, pero todos los que su juicio son auténticos
cadáveres nos son mostrados. Una parece caminar por las catacumbas de Palermo.
Algo que hay
que agradecerle es su aviso de que nadie puede esperar que aprenda a ganar en
bolsa leyendo su libro. Hasta cierto punto se ríe de cuantos teorizan sobre
temas bursátiles pretendiendo prever el futuro. Y le da igual reírse tanto del
análisis fundamental como del análisis técnico. En varias ocasiones describe
grandes salas en donde, con miles de ordenadores, centenas de profesionales
luchan por prever el futuro. No oculta, sino que transmite, una sensación que
no se sabe si es de risa o de desprecio.
Tocar temas
relacionados con la fractalidad es siempre duro. No se manejan conceptos firmes
y claros, ni se llega a conclusiones seguras. El mismo Mandelbrot no ofrece
soluciones, sino una forma de contemplación de las cosas. Parece como si, sobre
ellas, colocara el clásico cartel: “Cuidado con el perro”.
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