El libro
está escrito antes de las primeras elecciones de 2019, es decir, las generales
del mes de abril. Sería absurdo decir que eso constituye su único valor. Lo
cierto es que obedece fielmente a su título. Son reflexiones y son personajes
sobre los que los que todos los votantes deben mostrar sus preferencias o sus
fobias. Estos comentarios se realizan una vez celebradas las elecciones
generales y antes de que se lleven a cabo a las tres restantes, locales,
autonómicas y europeas. Tampoco su resultado va a influir.
El libro,
bajado de Kindle, no es más que lo que expresa su título: puras reflexiones de
un votante sin más pretensión. Pero ese mismo título agrega una nota esencial:
el votante está (o se siente) “abrumado”. ¿Hay razones para ello? Desde luego
que sí, porque en los momentos actuales los problemas presentes lo justifican. El
abrumado es Ignacio de la Rica, nacido según nos informa Wikipedia en Guecho el
1958, Licenciado en Ciencias de la Información y con el MBA del IESE. Llegó a
ser director de Actualidad Económica. Director General y Consejero de
Recoletos. Bueno: y muchas cosas más.
Así explica
la causa de sentirse abrumado: “Muchas
elecciones, muchas opciones, muchas caras nuevas, mucha confusión, mucha
promesa, mucha demagogia, mucha crispación, mucha propaganda, muchas noticias
y, dentro de ellas, muchas falsas; en resumen, como diría un malhablado, ¡mucha
mierda!”. La lectura de su libro, breve por otra parte, no va a resolver
tantas cosas; únicamente expondrá lo que piensa Ignacio de la Rica, lo que
“reflexiona” ante esa multiplicidad de opciones. Y lo hace de forma desenfadada
y a veces con tonos humorísticos con los que oculta la tragedia.
Antes de
entrar en esas reflexiones se autodefine confesándose liberal, aunque antes ha
dicho que “la confusión siempre empieza
por uno mismo”. Claro que ofrece su propia idea de lo que es ser liberal: “es quien antepone la libertad de los otros a
la suya”, una forma curiosa y hasta chunga de referirse a que el límite de
la libertad propia lo marca la existencia de las libertades ajenas. Lo reduce a
que el requisito esencial “es no imponer
a nadie nuestras normas y costumbres”; aunque no hace ninguna alusión al
hecho contrario: que se pretendan imponer normas y costumbres ajenas a las
propias. Por cierto, hay un comentario curioso: “De hecho, aunque ni unas ni otras se las den de liberales, la actitud
de las monjas de clausura, que se limitan a rezar por el alma de los demás, es
más liberal que la de las “liberadas” que se mofan de la fe de las religiosas”.
El sentido de
liberal de De la Rica se define finalmente cuando afirma que carece de código
moral, ya que éste queda relegado al plano individual, lo que determina que el
liberalismo respete la libertad de credo. Sorprende que esto lo lleva a
defender la inmigración. ¿Confunde con frecuencia liberalismo con pasotismo? A
veces, pienso, cuando nos habla de dogmatismo, intolerancia, “estatalinismo”,
educación o sanidad, si lo hace, espontáneamente o deliberadamente.
Entrando ya
en las alternativas existentes, considera “una
imbecilidad sostener que una forma [monárquica o republicana] sea más democrática
que la otra.” Como le resulta incompresible el renacimiento de los nacionalismos.
Son resultado de lo que considera “los
dos grandes mitos de la felicidad (“cualquier tiempo pasado fue mejor” y “el futuro
siempre será mejor”)”, algo que parecía superado. Las autonomías es un
problema nuevo; la postura del autor parece ser la del chiste: virgencita,
virgencita, que me quede como estoy. Lo resume así: “a pesar de los defectos, los excesos y los abusos, el balance es
positivo”. Mejor no revisar la cosa.
En lo que cree
es en las dos Españas: “defender principios,
intereses y posturas diferentes es enriquecedor… Pero el cainismo mata”. Y
los partidos lo hacen; todos, aunque marcadamente los populistas. Estamos, de
hecho, en uno de los muros de las lamentaciones del libro. Lamentaciones que
continúan en las acertadas consideraciones sobre la política económica de los
gobiernos, la de inversiones y la fiscal
De La Rica
diversifica su examen según el tipo de las elecciones. Y comienza por las
generales. Por cierto, suele hablar de cinco elecciones, cuando habitualmente
nosotros hablamos de cuatro, ya que en las generales englobamos a las del
Congreso y la del Senado. Y en esas generales apunta, al abordar las elecciones
al Congreso, un análisis de los candidatos, indicando su aspectos positivos y
negativos. ¿Por qué hace? Porque previamente ha dejado claro lo que todos compartimos:
que las promesas electorales son para no cumplirlas (… dixit el viejo profesor;
perdón Vicepresidenta: dixit o pixit”)
Se trata de
un recorrido curioso por las personalidades de los cinco partidos nacionales en
juego: Iglesias, Sánchez, Rivera, Casado y Abascal. No voy a incidir en sus
personalidades, las opiniones del autor no son muy diferentes de las sentidas
por la gente en general, aunque su reconocimiento expreso dependa de los
respectivos y gravosos sesgos. En todo caso están más precisamente expresadas.
Si acaso es especialmente claro al referirse a Pedro Sánchez y señalar a su
favor dos cosas: la tenacidad y la suerte. Pero frente a él, más que frente al
PSOE al que suplanta, no se muestra nada afectuoso. No oculta ninguna de sus
mentiras, sus trampas y sus engaños. Tristemente concluye que pesan más los errores que los
aciertos.
Lo que no
puede hacerse es encasillar a fuerzas nuevas como VOX. Simplemente, como nos
sucede a todos, no lo conoce: “Hasta
ahora, Vox se ha encasquillado en cuatro temas “sensibleros” que levantan
adhesiones, pero un partido que aspira a gobernar, o a influir en los
gobiernos, tiene que mantener criterios políticos y técnicos en otros muchos
temas. La españolidad y el cabreo dan para lo que dan.” Personalmente yo
siempre he visto a Vox, de entrada, como aquella inyección de aceite
alcanforado que aplicaban en el corazón a ciertos moribundos. Que como tales
acababan muriendo
“Muerto el bipartidismo de partidos, ha
nacido el bipartidismo de bloques”. Y De La Rica advierte que con ello se
disuelve finalmente el valor de voto del ciudadano que no sabe qué coaliciones
se formarán una vez conclusas las elecciones. Como será que pactar programas de
gobierno “es una grandeza que no abunda”.
A medida que avanza el libro el lector tiene la sensación de irse convirtiendo
en un ratón enjaulado, de ver como las reflexiones que se le ofrecen responden
en buena parte a sus propias inquietudes. Otra cosa serán la soluciones y
conclusiones que se le ofrezcan.
El mundo
municipal es distinto: “el 90 por ciento
de las cuestiones municipales son de gestión”. Requieren capacidad de gestión
y no fineza política. Alaba al bilbaíno Azcuna y critica a Carmena puesto que
en “Madrid no ha solucionado nada en
cuatro años”. De las elecciones autonómicas destaca que “no son ninguna broma”; repasa sus
competencias y su tendencia a perpetuarse. Restan las europeas a las que
califica de “oveja negra”, rodeadas
de un abstencionismo creciente que no está acorde con su influencia en la vida
española. No oculta que Europa es un “guirigay”.
Es un mundo
espinoso en el ahora entra porque va a reflexionar sobre la igualdad, la de sexos
en particular, la violencia de género, la inmigración, la revolución tecnológica,
el aborto, la eutanasia o la maternidad subrogada. Demasiadas cuestiones y
demasiado profundas como para examinar todas ellas. Pero podemos consignar que
la igualdad, considerada como obsesión de la izquierda que ha contagiado a la
izquierda, debe referirse exclusivamente a la esencia y dignidad de las personas
y manifestarse en la igualdad de oportunidades y la ausencia de discriminaciones.
Curiosamente no cree en la unificación fiscal de las comunidades.
Un punto
especialmente discutible es el compuesto por las razones que aduce para votar y
para no votar. Porque para él, como para todo el mundo, la abstención (o su
forma servil de la nulidad) es una tentación. “Hay muchas razones para no votar; más que para votar, Cada cual tiene
la suyas y yo las mías”. Entre las primeras, cita muchas. Algunas de las
cuales entiendo que pueden tener sentido disuasorio. Pero al abordar las
segundas dice “Todas las razones para no
votar desparecen ante la rotundidad de una sola razón para votar: si no votas
no te quejes.” ¿Es que existe derecho a quejarse aunque no se vote ?
¿Quiere condicionar el derecho de queja?
El autor
dice “espero que, a estas alturas del
libro, el lector ya haya concluido que no sólo valoro, sino que busco la
discrepancia crítica; y que más me gusta cuanto más discrepante y más solitaria
sea”. Bien: parce un tanto exagerado. Porque una cosa es criticar aquello
con lo que no se coincide y otra buscar un perfil friqui. Es un equilibrio
difícil para algunas personas. El comentarista político aspira siempre a decir
en su columna o libro cosas distintas. En este caso, uno cree humildemente en
que la frase no se corresponde a la realidad; el autor busca la crítica, pero
no se refocila en la discrepancia. Prueba de ello puede ser el hecho de que
prodigue los reproches a la totalidad del espectro político, de decir, desde la
derecha a la izquierda.
El libro
tiene un atractivo doble. Por un lado, da un repaso a la política más reciente
española que nos muestra hasta qué punto nuestra memoria suele ser transitoria
y fugaz, un repaso que siempre resulta higiénico. Por otra parte, plantea
cuestiones que todos, en mayor o menor grado nos hemos planteado. Sentirse
abrumado por la condición de votante no es algo privativo de Ignacio de la
Rica, sino que es compartido por muchas personas, aunque tristemente no por
todas.
Comentando
cualquier libro siempre se tiene cierta conciencia de estar traicionándolo.
Esto sucede, con creces, con este libro. Se escapa la naturalidad y sinceridad
con que parece estar escrito. Su descaro, en definitiva.
“Elecciones 2019. Reflexiones de un
votante abrumado” es un libro escrito por Ignacio de la Rica y publicado por
Joker Ediciones S.L. en 2019. Leído en su versión e-book.
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